Jorge Tzebrikov
Los «locos por Cristo» y Moletú-Volevá
En la historia de la Iglesia Rusa existe una categoría de santos llamados «locos por Cristo». Algo semejantes a un San Juan de Dios de la Iglesia Occidental. Aquellos hombres llevaban, en ruso, el nombre de «yurodivi», lo que significa algo entre loco y mostrenco. Especialmente se les conoció en los siglos XIV, XV y XVI, y luego, en el XIX y en el actual.
Humillación casi siempre voluntaria, a veces enfermiza (entre los «yurodivi» ha habido, sin duda, verdaderos enfermos), de la razón natural, la muerte radical a la sabiduría humana, tal es la característica esencial de la «locura por Cristo».
El objeto de dicha locura es la humillación, tratándose de una locura simulada por razones ascéticas, o, sencillamente, la consecuencia de ser auténticos «pobres de espíritu». En ambos casos, el resultado es idéntico: la aspiración de una sabiduría nueva, sobrenatural, de una «sabiduría de corazón» que se manifiesta por la paz del alma, el amor de los enemigos, el don de la oración ferviente y, a veces, por un conocimiento profético del porvenir o de los pensamientos secretos del hombre.
Los famosos «locos» del siglo XVI, cuyo profetismo político y social les asemejaba a los profetas del antiguo testamento, se servían de la «locura» para fustigar el «buen sentido» y la moral farisaica de los «justos», y se atrevían a humillar al Zar, a los ricos y los poderosos. San Basilio el «yurodivi» (en cuya memoria está edificada –en su tiempo– la más famosa catedral de Moscú), proclamando la paradoja cristiana del amor de Dios para los pecadores, besaba los muros de las casas impías. Otros subrayaban su «amistad» con la mujeres de mala nota, y, al contrario, públicamente insultaban a los celadores de la moral y a los representantes de la fuerza pública.
Uno de los «locos por Cristo» invitó al Zar Ivan IV el Terrible (admirador y amigo epistolario de Felipe II) a compartir [134] con él su comida. Era el Viernes Santo y el Zar volvía de la «pacificación» de la ciudad rebelde de Novgorod. Cuando el Zar, bastante supersticioso, entró en la morada del «yurodivi» y éste le ofreció un trozo de carne cruda y un vasito de sangre, exclamó, asombrado:
—¡El Viernes Santo!
—¿Y qué dirás de la sangrecita de tus víctimas en Novgorod? –preguntó el «yurodivi».
Para el pueblo ruso, los «locos por Cristo» han sido siempre (y son hasta hoy día) la imagen viva de aquellos pequeños, de aquellos «pobres de espíritu» de aquellos «niños», a quienes están revelados los misterios del reino de Dios. Son portadores de la sabiduría sobrenatural, que aparece solamente después de haber humillado lo que se llama la «razón natural». La «locura de la Cruz» predicada por San Pablo, la sabiduría misteriosa y oculta en Dios, es eso lo que venera el cristiano ruso en sus «locos por Cristo», acordándose de que «antes eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios..., &c.» (I Cor I, 27-29.)
* * *
Ahora estamos en España y, en nuestra calidad de ruso, de historiador de la Iglesia Rusa, estamos considerando «Moletú-Volevá», la novela de la locura dolarista, de José Manuel Castañón.
Los españolísimos (¡y asturianísimos!) tipos de «Moletú-Volevá» nada tienen que ver con los «locos por Cristo» o los neurópatas místico-sociales de Dostoyevsky, pero en Castañón nos encontramos con la misteriosa verdad de que, tanto en España como en Rusia, el camino hacia la Verdad verdadera en gran parte conduce por el purgatorio de la locura.
Dejando por el momento al lado la «locura quijotesca» y las «neurosis» dostoyevianas, dejaremos al lado, tanto la crisis del idealismo, consumida por España muy anteriormente a Hegel, y la de su hijo bastardo, el materialismo, que se consume hoy día en Rusia, y vamos a la verdad.
La tragedia macutoniana no es la tragedia de nuestro siglo o de un momento histórico cualquiera. Es la tragedia aquella, eterna, en la que nuestro siglo, por vez primera en la historia, supo penetrar sintéticamente. Nuestro dichoso y materializado siglo que difiere de sus antepasados por el único hecho de que aquellos representaban las historietas de unas cuantas familias y éste es el principio de la historia de los pueblos. Sin necesidad [135] de «simbolismos» (para mí, en «Moletú-Volevá» no hay ningún simbolismo), Macutín –personaje central de la novela, que me alegra llamar en su diminutivo asturiano– (o Castañón), travestidos de «satanistas», con «la risa amarga» de Gogol, van directamente al ataque del «becerro», antaño atacado por Moisés, y que hoy día lleva el nombre orgulloso del dólar. Digo directamente, porque todo el carnaval macutoniano, en «Moletú-Volevá», significa una especie de «locura asturiana por Cristo», ni más ni menos que para atacar al dólar y al dolarismo (en cuanto «becerro» en la mente enferma de unos personajes, y con gozo humorista quizá para los americanos), a Satanás y al satanismo. Antinomia tragicómica, por parte de Macutín delirante, pero más que consciente por parte de Castañón.
No sé por qué las «quinielas macutonianas» me recuerdan los besos de las paredes de las casas impuras. Que no vaya a creer el escritor Castañón que lo compare con Cervantes, aunque ya, afortunadamente, en el prólogo a su obra sitúe a su personaje, el Profesor Montero Díaz, en la noble genealogía de Alonso Quijano y Tomás Rodaja, y así otros críticos competentes; pero el tema de su locura es de mayor significación que la locura cervantina. Es una locura mística. El hijo natural del idealismo, el materialismo dolarista (o marxista), bastante más emparentado está con el tío del Averno que su «tontito» padre, el idealismo, cuando es inoperante, sin base real. Por eso yo soy y propugno el «realismo espiritual».
«Moletú-Volevá» (de aquí su extraordinario mérito), nos enseña o más bien nos proporciona la llave para la comprensión de uno de los misterios aún poco descifrados: el poder y el valor de la «pobreza del espíritu». Nuestro siglo es un intento práctico, aunque todavía muy mala y pesadamente realizado para dar paso al pobre. Compenetrados por atavismo con lo «racional» los pauperistas contemporáneos confunden al tío Satanás con manicomio. Probablemente, el hecho de haber estado tres veces en el manicomio curó a Macutín de tal confusión, permitiéndole localizar la morada del tío. Que hay que leer a «Moletú-Volevá» con el corazón para descifrar muchas cosas...
Félix Hus, el pobre Félix, discípulo digno de su maestro, al finalizar esta gran novela de Castañón (orgullo no sólo para él sino para España) conviértese a la invencibilidad de la «pobreza del espíritu» y lánzase en el camino macutoniano, según nos parece, para no volver atrás. Y nos parece, en verdad, un «loco en Cristo». Y lo perdonamos.
La mies es mucha; los labradores, pocos; en fin, uno por lo menos. El movimiento está fundado.
|