Punta Europa Madrid, octubre 1956 |
número 10 páginas 5-7 |
EditorialEl espíritu del MovimientoHa sido precisamente su más autorizado representante, S. E. el Jefe del Estado, quien ha considerado siempre al Movimiento como un fenómeno eminentemente social y político integrador y no meramente estatal. Según sus palabras se trata «precisamente de esto, un movimiento más que un programa. Y como tal está en proceso de elaboración y sujeto a constante revisión y mejora a medida que la realidad lo aconseje». «No cosa rígida, ni estática, sino flexible». Pensamiento continua y constantemente proclamado, con tacto y estilo de gran gobernante por el Jefe del Estado, antes y después de su discurso radiado con ocasión del Aniversario de la Victoria en el que dijo claramente: «Yerran los que, maliciosamente pretenden considerarnos un Partido, cuando constituimos un auténtico Movimiento Nacional en constante marcha y perfección que no se anquilosa en la rigidez cadavérica de los Partidos». El 18 de julio fue el momento desesperado y desgarrador de España en que se salvó su voluntad nacional, su existencia como nación en los principios básicos que: la sostenía como pueblo cristiano. Se luchó pese a los Bernanos y a los Mauriac, por Dios, por el honor de la familia, por la justicia, por la unidad y la libertad de la patria... Se luchó por unos principios, cosa que no resultó nada fácil porque costó mucho dolor y sangre. Es verdad que no se luchó por la instauración de un régimen determinado, pero sí desesperadamente contra todo aquello que significaba la República laica, la República de los profesores que quemaba conventos, permitía separatismos, fomentaba el odio de clases, los desórdenes políticos, los atentados contra las personas, la patria, la religión... Esto fue en substancia el 18 de julio. [6] Los que hemos luchado juntos el 18 de julio y concebimos el Movimiento en la amplitud generosa de su primera hora, con la comunión ilusionada y generosa de propósitos ideales salvadores, seguimos proclamando, el mismo espíritu de camaradería de entonces, el mismo espíritu abierto. El Movimiento, como fenómeno político integrador y no meramente estatal, no es un fin en sí mismo. Interpretando las palabras antes citadas del Caudillo –que lo considera como proceso en constante revisión y mejora–, se dirige hacia una meta. Meta que no puede estar en él mismo, sino que se conseguiría logrando una estructura definitiva para el país. El Movimiento cobra así todo su sentido, y con ello logra la elaboración definitiva de las normas o condiciones fundamentales de la sociedad capaces de agrupar a todos los españoles. Con ello, su esencia se confundiría con la del régimen social, sin necesidad de anquilosarse «en la rigidez cadavérica de los partidos» de que hablaba el Caudillo. Las verdaderas instituciones políticas, ya lo decía Balmes, «deben aspirar a transformarse en instituciones sociales, y este ideal se habrá logrado cuando aquéllas no puedan derribarse ni alterarse, sin que se resienta de la mudanza el mismo estado social. Las constituciones han de ser obra de la nación y estar abiertas a todas las políticas lícitas posibles». El Movimiento es algo que ha nacido de las entrañas de la sociedad. Es fundamentalmente espíritu, una especie de «élan vital» que no agota su esencia en ser un instrumento de gobierno. Algo de honda raíz social y no ortopédica, o convertido automáticamente en un órgano rígido o desprovisto del calor popular. «Los órganos de la representación pública –como decía Víctor Pradera– tienen que ser lo de la nación misma y no de organismos superpuestos a ella». Lo que decimos no es ninguna novedad ni tampoco ninguna herejía. Los teóricos del más puro sindicalismo van tan allá que consideran que el Estado mismo es el que debe ser transformado ya que fundamentalmente protestan contra toda absorción estatal o política y coinciden todos en no confundir los elementos de gobierno con los del gobierno, y en anunciar una nueva etapa, un porvenir que pertenece a los grandes cuerpos entrañables, [7] con sus fuerzas propias, con todas las funciones que el Estado liberal moderno usurpó, porque conspira a su favor, usando de su energía e influencia. En el fondo, se trata de un movimiento, eminente mente social. Es la doctrina expuesta por José Antonio en el discurso fundacional de la Falange pronunciado en el Teatro de la Comedia: «La Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado». «Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo». Incluso algunos teóricos del partido único, como Manoiescu, decía en su obra El Partido Unico, que tanta ascendencia doctrinal obtuvo en los países totalitarios, que la existencia del partido único se justifica como tutor de las corporaciones hasta que éstas tuvieran vida independiente. Un período transitorio del que el corporativismo puro sería la fase ideal y definitiva. Por otro lado, la doctrina tradicionalista española, de la más recia y secular raigambre doctrinal, ha abogado siempre por lo mismo, por la disolución de todos los partidos. Como Mola decía a Sanjurjo (9-7-36) al hacerse eco de las condiciones tradicionalistas: «Ir a la estructuración del país, desechando el actual sistema liberal y parlamentario». Y cuando su Excelencia, el Jefe del Estado, habla continuamente en sus discursos de Democracia Orgánica, o de la Monarquía Social y Representativa, en sustancia, expone ese mismo pensamiento que realmente informa el espíritu político más puro del 18 de julio.
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