Punta Europa
Madridoctubre 1956
número 10
páginas 131-133

Manuel de Santa Cruz

Juan Perón, La fuerza es
el derecho de las bestias

Juan Perón, La fuerza es el derecho de las bestias,
1ª ed., Editora Gráfica Mundo (Uruguay 326, Lima, Perú), Marzo 1955, 160 págs.

Desde Sud-América nos envía este libro un amigo que conoce nuestra afición a leer memorias de estadistas. Se trata en este caso de una defensa personal que ha escrito en el destierro el general argentino; advierte que no tiene a mano datos para un estudio completo y así, la cosa queda en una especie de reportaje periodístico, muy por debajo del nivel de los libras que han escrito otros políticos y militares. Una primera lectura produce [132] ya la misma impresión de pobreza y vaciedad que «La razón de mi vida» de Eva Duarte.

La obra empieza con una relación de méritos de su gobierno: la promulgación de leyes de trabajo y previsión social, que dice faltaban antes en absoluto; la nacionalización de los servicios públicos que estaban en poder de extranjeros; los planes quinquenales de industrialización, con que trató de independizarse del «colonialismo económico» inglés, norteamericano, &c. Es esta la mejor parte del libro y en ella se manifiestan los aciertos indudables de la primera época de la gestión del general. Menos altura tienen sus reformas en la enseñanza, sanidad, deportes, ayuda social, etcétera.

Conviene aclarar a los estudiosos, que los datos recogidos y sus correspondientes comentarios no les bastarán para comprender exactamente lo que tuvo de positivo y concreto el justicialismo; tampoco sus «Veinte verdades» –algo así como su carta fundacional– porque varían entre simplistas y confusas. Por ejemplo, la duodécima dice: «En la Nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños.» La decimoséptima es: «Como doctrina social el justicialismo realiza la justicia social, que da a cada persona su derecho en función social.» Por estas y por otras afirmaciones puede sacarse la impresión de que el justicialismo fue más un estilo que un sistema o un régimen.

En ninguna ocasión menciona a España y por ello no deben buscarse noticias sobre las relaciones entre los dos países. De poco interés para el lector no argentino nos han parecido las narraciones de lo que Perón llama «la Traición al pueblo» y que es la historia de su derrocamiento, así como tampoco dice nada de valor al criticar el gobierno Aramburu-Rojas que le sucedió, si bien en esta crítica resaltan dos puntos que deben tenerse en cuenta: el rápido renacimiento de la influencia económica inglesa y el fracaso de la Democracia Cristiana en conseguir la supresión de las leyes antirreligiosas.

Las cuestiones que se han derivado de la conducta de Perón frente a la Iglesia, son muy espinosas, y, por ello, la claridad con que su actitud se recoge en este libro, es, a falta de mayores méritos, lo que a nuestro juicio, le hace verdaderamente interesante.

Veamos algunos conceptos: «El justicialismo es un movimiento cristiano, no tanto dogmático cuanto doctrinario. Pensamos que el dogma es obra de los hombres, en tanto la doctrina es obra de Dios. Por eso practicamos la doctrina, aun cuando el rito no nos interese tanto como algunos quisieran». Y poco después añade: «Eva Perón, perseguida y calumniada por los curas [133] argentinos, hizo más obra cristiana en un día que todos los sacerdotes de mi país en toda su vida» (pág. 74). «Alguno podrá encargarse algún día de convertir al cristianismo a la Iglesia Católica de Roma» (pág. 97). Además se solidariza con la ley del divorcio y la expulsión de Mons. Tato... «el cura Tato, conocido como un elemento inmoral y capaz de cualquier acción innoble y reñida con su profesión y apostolado...»

De la impiedad con que habla de los sacerdotes, valga esta muestra de la página 86. «...el cura es como la goma de mascar, todos la mastican, pero ninguno los traga».

Además de estos ataques genéricos, vierte otros en dos sentidos. Uno, de imputarles crímenes políticos: «...ellos, que eran los angelitos, dispararon sus armas, vestidos de sotana, contra obreros indefensos en Córdoba...» (pág. 77). «En cuanto al intento de asesinar al Presidente tampoco es nuevo, el General Obregón pagó con su vida los sórdidos manejos de la sacristía» (pág. 78). Otros ataques se hacen en el sentido de presentar a la Iglesia como enemiga del pueblo. El mal que esto puede hacer en algunos intelectualmente débiles, nos parece muy digno de tenerse en cuenta. Ejemplos: «la clase parasitaria, representada por la oligarquía contumaz y resentida, unida a los curas...» (página 82). «Tanto los conservadores como los curas y los militares son antiobreristas por antonomasia. Si alguna duda pudiera haber quedado, la revolución oligarco-clerical la ha despejado completamente». (pág 148).

Y para terminar, véase este lindo párrafo de la pág. 101: «Esta dictadura (la de Aramburu-Rojas) es criminal y es injusta, pero además es jesuítica y falsaria, porque combina la arbitrariedad y prepotencia de los cuarteles, con la hipocresía y las intrigas de las sacristías».

Cuando Perón inició sus ataques a la Iglesia, unos católicos españoles pidieron a cierto alcalde que suprimiera su nombre de una avenida. El alcalde se excusó diciendo que la situación era confusa. Queda en este libro por declaración directa del expresidente, suficientemente aclarada. Lo mismo, para otros efectos, podemos decir a algunos simpatizantes todavía no desengañados del verdadero perfil de Perón en nuestra Prensa y en nuestra política.

 


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