Editorial

Hungría y nosotros

Aún es tiempo ¿qué podemos hacer? Así resume nuestra angustia su decisión a no resignarse a la inacción ante la brutal y cínica acometida que sufre Hungría. Si lo que hablamos y escribimos no responde a esta exigencia de acción, es un insulto a nuestra impotencia humillada. Apoya a los húngaros la lógica unanimidad del mundo que siente la amenaza de algo peor que la miseria, el dolor y la misma muerte: la brutalidad de los sin Dios, el encanallamiento soviético, aún peor que su fuerza brutal irresistible para los que ceden teniendo que sucumbir. Pero, ¿cómo convertir este apoyo en ayuda eficaz? Tenemos el arma que derribó los muros de Jericó, que dio la victoria a Moisés, Ezequiel, David, Eleazar: la oración humilde y vehemente del corazón limpio y generoso, dispuesto al martirio, a cualquier sacrificio.

No seamos escépticos. El padre que tenemos en los cielos no es un Dios sordo ni manco. Los crímenes que hieren a su hijos, le hieren a El. Y tanto le irrita la brutalidad del que abusa como la indiferencia del que se encierra en su aparente impotencia para no acudir, mártir si es necesario, en defensa de la justicia atropellada.

Pidamos, cada uno dentro de su corazón, al levantarse y al acostarse, en el trabajo, en la tertulia, en todas partes, a todas horas. Pidamos en común por los húngaros para que sufran con fe y sin odio. Esto es importante. No podemos utilizar el arma satánica del odio para combatir el odio. Pidamos por los rusos. No todos son asesinos e incendiarios. Ofrezcamos lo más y lo menos, las vidas y los pequeños sacrificios y contrariedades. Tengamos la seguridad de que somos oídos, y el presente dolor, que ya da frutos de bendición en la unión de los espíritus, dará frutos de justicia y de paz y de nueva hermandad.

Con nuestra oración pura agradaremos al Señor y responderemos a las llamadas del Santo Padre, que en Roma sufre con los que sufren.