Punta Europa
Madrid, diciembre 1956
número 12
páginas 5-8

Editorial

Un año de vida

Han sido tantas las graves preocupaciones de este, año, en todas las latitudes y en todos los órdenes posibles, que si una revista como la nuestra no hubiera conseguido mantener uno línea a lo largo de él, no tendríamos ninguna razón para sobrevivir con significación propia en este fin de jornada. No han faltado las pruebas ni tampoco las ocasiones.

Después de publicar doce números, no es éste el momento para hablar de proyectos sino de realidades, escritas sobre papeles, pero realidades que pueden dejar huellas en las almas.

Nuestra posición ha sido clara: Cristiana, sin convencionalismos ni formulaciones vacías; europea en la más noble, y tradicional acepción de la palabra; políticamente preocupada sin utopías, y con un profundo sentido social, entrañablemente representativo. Lo que hemos hecho lo hemos procurado hacer dentro de esa gran justicia que quiere para Dios lo que es de Dios y para el hombre lo que es del hombre. Por ello hicimos todo lo que estaba al alcance de nuestra mano para tocar, al lado del trabajo intelectual, ineludible en una revista como la nuestra, los problemas más concretos de orden social y económico. No ha sido ésta tarea fácil, como puede suponer el lector; sin embargo, el nuevo año nos promete ser más halagüeño en este terreno. De todos modos, dentro de los límites en que nos hemos movido, nuestra ilusión ha sido contribuir a que la economía sea un instrumento de vida propicio al hombre y no a su alienación o a su tiranía.

Para militar bajo estos principios, estamos convencidos, [6] no hace falta pertenecer a ningún partido determinado. Los asuntos del mundo tienen hoy un carácter cada vez más intercontinental o planetario, por lo que esto de los partidos de un país parece cada día más anticuado y, a veces, suicida. Hoy, el problema nacional no es propiamente nacional, sino que rebasa las fronteras de cada país.

En este aspecto, la posición de nuestra revista, desde su primer número no ofrece equívocos. No hace muchas décadas, las revistas españolas –basta solamente ojear sus títulos– se agrupaban en dos bandos: las que se caracterizaban como progresistas, acentuaban el matiz extranjerizante con detrimento de todo lo hispánico; las que se consideraban abiertamente hispanizantes solían hacer, salvo contadas excepciones, lo inverso. Nuestra revista desde el momento de su aparición se ha considerado tan hispánica como europea. Ha querido hacer honor a su título. Un título ni vagamente europeísta ni cerradamente casticista.

No han faltado quienes han mostrado extrañeza ante la afluencia de colaboradores extranjeros que aparecen en nuestras páginas, hecho del que nos sentimos muy orgullosos. Pero no se nos juzgue a la ligera. Nuestro europeísmo no huele a «rencontre» de universitarios juveniles ni a cosmopolitismo de renegado provinciano. No se nos oculta el hecho de que entre los colosos que codiciosamente se quieren repartir hoy el mundo, en el centro de la universal conflagración, no debe figurar esa imagen degenerada del paraíso que es la India del Pandit Nehru, sino una Europa restablecida en su unidad orgánica y espiritual. Esa Europa, que, como todos sabemos, sigue aún enferma y pendiente de que nosotros todos contribuyamos a levantarla de su letargo.

Desde nuestro rincón seguimos convencidos de que España volverá a ser uno de los campeones de la unidad moral del mundo tal como la vieron Menéndez Pelayo y Maeztu, y como tal: Punta Europa –Sic fuit Europa et sic denuo fieri potest–. De ello estamos convencidos, por muy agudos, agudísimos que sean nuestros problemas internos. La razón es sencilla: conservamos, incluso a veces con los modos más insospechados, fe en el [7] fermento que hizo a Occidente, fe en su gran virtud transformadora, fe en la sustancia intacta de la suprema diferenciación y realización del misterio cristiano, fe de que este mundo cansado y falto de autenticidad no pierda la esperanza.

Para esta labor es preciso, que todos colaboremos. No es extraño, pues, que la palabra colaboración sea la que más se hace sentir entre líneas a lo largo de todo lo que aquí publicamos. Sin aceptar las exigencias y limitaciones de la colaboración y, en primer lugar, la de renunciar a la pureza del «ideal», porque la intransigencia idealista anula radicalmente las posibilidades de la colaboración, no podremos hacer nunca ninguna obra duradera y grande. Se ha dicho que un hombre con una pluma en la mano está dando testimonio igual que un mártir. Sólo con una actitud realista como la que impone la vida cotidiana, los que escriben, al igual que los demás mortales, pueden encontrar a Dios, al Dios verdadero, no al Dios de los sofistas. Ese verdadero realismo, de que hablaba Su Santidad, en el último Mensaje de Navidad, «que abraza con la misma certeza la dignidad del hombre y también sus limitaciones; la capacidad de superarse y también la realidad de pecado».

En esta actitud realista insistió recientemente el libro de un fino y agudo escritor catalán, Lorenzo Gomis, al hablar de la ciudad a medio hacer que exige una tarea ineludible: edificar la ciudad. Comentando sus palabras se decía en Punta Europa que los intelectuales cristianos españoles nos hemos quedado la mayoría de las veces a mitad de camino; bien en la pura contemplación estética, o bien en el partidismo político. Pero es evidente que hoy, por todas partes, empieza a anunciarse con vigor ese tipo de escritor nuevo, abierta y decididamente cristiano, al que queremos, de modo especial, ofrecer nuestras páginas.

Con el número de diciembre completamos, gracias a Dios, el primer año de vida. Quienes han contribuido con su atención, tiempo y dinero a elaborar y difundir esta Revista durante 1956, entienden que habrán acertado en su empeño si Punta Europa ha logrado despertar en sus lectores la [8] necesaria voluntad de cooperación para que continúe y sea interesante su presencia. Si no se tiene tiempo de leer Punta Europa es que no hemos acertado en el modo de tratar unos temas, que a todos interesan, con la actitud y el criterio que son la sal de nuestra revista. Para garantizar la continuidad de su interés consideramos necesario que el espíritu de asociación con nuestros lectores se vaya materializando en actos concretos, como son las comunicaciones en la que se nos advierta o censure. Necesitamos y pedimos el contraste y el apoyo de la opinión de los lectores sobre nuestra Revista. Necesitamos conocer las aspectos que ellos quieren ver reformados y los asuntos que quisieran ver tratados. Si se nos ayuda, podemos, entre todos, tener la revista que deseamos.

De modo especial queremos expresar nuestro agradecimiento a los suscriptores, porque son las suscripciones las que permiten la existencia de una revista del tipo Punta Europa, ya que la venta de números sueltos, si bien es necesaria para poder llegar a los lectores que eventualmente se interesarían en ser suscriptores, no garantiza el sostenimiento de la revista, por el carácter esporádico de estas ventas.

 


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