Revista Cubana de Filosofía
La Habana, enero-marzo de 1951
Vol. II, número 7
páginas 19-21

Karl Jaspers

Cada cual debe decidirse { * }

En el presente la técnica constituye el principal ingrediente de toda situación política. En un mundo para el cual ha dejado de existir Dios y en el que triunfa el nihilismo, fue posible que hombres desprovistos de todo escrúpulo –los «neandertalianos con técnica»–, llegaran a apoderarse de ese mundo, precisamente por medio de su nihilismo activo. Son ellos los que han conseguido someter a innumerables gentes a una opresión que desborda todo límite, al satisfacer en aquéllas el afán de violencia escondido tras un incomprensible empeño de sumisión. Cierto es que el terror, las torturas, las deportaciones, la supresión física existen desde los asirios y mongoles, mas no en la escala que registran las actuales posibilidades de la técnica. Aquellos que han sido privados de su ciudadanía, los internados, los desterrados, los que tienen que vivir de un día para otro sin el horizonte de un plan ni la continuidad de un valor intrínseco de la vida; los que se establecen momentáneamente y vuelven luego a ser desarraigados, los que ni aquí ni allí son de ninguna parte, todos éstos parecen la señal que guía al género humano hacia el despeñadero. Están cogidos entre las piezas de una maquinaria política que se ofrece más o menos así: está integrada por funcionarios que dependen de una despiadada burocracia, y en ella aparece el hombre reducido a la condición de un simple pedazo de papel que, al modo de una cédula personal, identifica, sentencia, clasifica, concede oportunidades, restringe y suprime; todo lo cual engendra un cúmulo de resistencias que puede dar lugar a las mayores insensateces, para luego, en un momento dado, deshacerse súbitamente. La existencia, el trabajo y el modo de vivir de las gentes se hallan a merced de caprichosas intromisiones, y si pretende alguien llegar a saber quién es el que manda, jamás logra saber dónde reside la autoridad, pues no parece haber nadie a quien reputar responsable en este respecto.

La amenaza que ante todos se cierne de ser triturados por dicha maquinaria no permite vislumbrar ninguna vía de escape, pues resulta imposible hoy día, no sólo moralmente sino igualmente en el orden práctico, la fuga a la soledad, a los bosques y desiertos, y no hay modo de emigrar a otros países con el fin de fundar una comunidad nueva y mejor. Qué cabe esperar del hombre es algo que depende de él mismo dentro de la realidad que lo circunda, de la cual no puede evadirse, y con la que se forma, mediante su actuación, la situación política posterior. Ya no es dable permanecer indiferente frente a la política, pues quienquiera que tome parte realmente en la vida debe decidirse en la lucha por la futura realidad política. [20]

Porque nunca hay verdadera libertad entendida como la libertad de meros individuos, ya que cualquier individuo es libre en la medida en que lo son los demás. Por consecuencia el humanismo vivo se aliará con aquellas fuerzas que están realmente dispuestas a promover el destino y las esperanzas de todo el mundo, pues los derechos humanos son la condición previa de cualquier política, no bestial, sino humana.

Pues la política es aquella actuación a la que compete la administración del poder y de las posibilidades de la fuerza. Ser hombre, sin embargo, es algo ligado a la autorrestricción del poder por medio de la ley, la justicia y los contratos. Cuando no es susceptible de autorrestricción cabe precaverse del poder sólo mediante la puesta íntegra de todas nuestras propias fuerzas, pues que en el combate con el dragón no se convierta uno mismo en dragón ni pierda tampoco por eso la fuerza capaz de domeñarlo, resulta ahora la cuestión decisiva para el género humano.

La política se hace actualmente absoluta para la mayoría de los hombres. Dominados por un afán de violencia se aprecian a sí mismos solamente en cuanto pertenecen a un gran poder, y estiman a los otros en razón directa del poder que les respalda. Todo lo demás se considera mera habladuría. El lenguaje se entiende esencialmente como el medio de obtener o consolidar la influencia sobre los demás, y en lo tocante al pensamiento se le considera como un mero artificio leguleyesco, como sofistería, y jamás otra cosa que una fórmula para la conquista del poder. Su vitalidad, referida a los gestos y al tono, queda determinada por la conciencia del poder.

Las fuerzas que impulsan esta ambición de poder en las masas son ciertos fanatismos que, por su falta de veracidad, sólo pueden ceder ante un sobrio humanismo, y entre esos fanatismos el peor consiste en la siguiente terrible ilusión: a partir de Marx hay una fe ligada a anteriores filosofismos, y que lleva a creer que una vez que todo lo que existe haya sido destruido, de esta destrucción habrá de salir de golpe la nueva creación. Y es claro que esta esperanza sólo puede fundarse en una especie de arte mágica, que consiste en afirmar que sólo cuando se haya logrado llegar a la nada, entonces de aquí habría de surgir instantáneamente la gloria de la verdadera existencia humana, o que tan pronto como haya sido establecida la dictadura del proletariado, la sociedad, libre de clases, producirá acto seguido el estado libre y justo conjuntamente con el nuevo hombre. Esta absurda fe consistente en llevar a cabo la creación mediante la destrucción, en hacer brotar la felicidad por medio de un activo aniquilamiento, en hacer surgir el renacimiento de la nada, es un siniestro factor en los acontecimientos actuales, ya que presta buena conciencia a toda ferocidad y a toda furia, a todo odio y al triunfo de la crueldad. De esa fe resulta justa y solamente tanto la más completa esclavización de todo el mundo al nombre de cierto ídolo –quiere decir, a la felicidad del género humano en el mundo, que se ofrece siempre como cuestión de futuro–, después de pervertido el sentido de la palabra, como asimismo el más perfecto de los fraudes.

La gran alternativa parece hallarse entre situaciones de despotismo, de una parte, [21] y de otra la libertad proveedora de amplias esperanzas; entre la falsa estabilidad de una sempiterna esclavitud que sigue arrastrándose caóticamente y los caminos que posibilitan el acceso a la libertad por medio de la evolución; entre el quedar a merced de la arbitrariedad y la seguridad de ciertas condiciones equitativas. Empero no hay ninguna definitiva ni justa organización mundial avistable, puesto que no existe tal cosa. Es preciso hallar de nuevo el camino donde, como antaño, de nuevo converjan la libertad y el orden, en medio de nuevas situaciones, para así poner límites a la anarquía y a la arbitrariedad.

Ya no será posible al humanismo un desarrollo a solas, pues se ve sometido a condiciones políticas y especialmente confrontado por la siguiente alternativa: ha de escoger entre la libertad del espíritu que lucha a cara descubierta y el espíritu sojuzgado, y su vivir depende enteramente de un lado de esta alternativa, ya que está perdido del otro.

El poder y la fuerza, que han sido siempre inmensas realidades, están hoy día como expuestos al desnudo. En tal situación política, los que viven en el humanismo pueden alentar esperanzas en el futuro de su humana existencia, tan sólo si se hallan prestos también a luchar y a morir.

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{*} Este trabajo del notable filósofo alemán contemporáneo ha sido traducido del alemán por el Dr. Hans Fischer, residente en la actualidad en la ciudad de Nueva York. Los derechos de traducción y publicación en español han sido concertados con la casa editora La Baconniere, de Neufchatel, Suiza.

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