Revista Cubana de Filosofía
La Habana, abril-junio de 1951
Vol. II, número 8
páginas 3-8

Louis O. Kattsoff

Una expresión ambigua:
«Filosofía americana» { * }

La fragmentación política ha sido siempre señal de degeneración y destrucción de imperios, estados y naciones. De la misma manera, me parece que la fragmentación intelectual ha significado la destrucción de las concepciones del mundo y los dogmas filosóficos. Si pudiera yo ampliar un poco esta analogía, señalaría el hecho de que, cuando ocurre la fragmentación política, no es sino la reacción contra un encubierto gobierno de clase que presume ser el «mejor» de todos los gobernantes posibles; mientras que en la esfera intelectual la fragmentación ha consistido en rebelarse contra una doctrina que se ha convertido en dogma, y que asegura tener la verdad última, final y completa. Sin duda que la fragmentación política lleva al caos de pequeñas entidades políticas, actuando cada una en forma arbitraria, sobre la base de un supuesto interés propio. La fragmentación intelectual conduce a una babel de voces que afirman la validez arbitraria de su propio punto de vista. Aquí concluye la analogía: el mundo político de hoy muestra la enconada lucha de las pequeñas entidades políticas contra el desarrollo de un nuevo y gigantesco sistema, mientras el mundo filosófico continúa dividiéndose en innumerables filosofías desarticuladas. A mi modo de ver, debemos aceptar, por desgracia, que la fragmentación intelectual es un síntoma de modernismo y objetividad científica. Estas filosofías desarticuladas son recibidas, no obstante, en forma más «democrática» que una filosofía universal. Se supone que prueban la tolerancia para toda clase de ideas, buenas o malas, y por ende, nuestra amplia disposición.

Si es posible o no hablar de una Filosofía Americana, depende en gran parte de lo que se entienda por filosofía y del significado del adjetivo «americana», en este caso. Si hablar de tal filosofía es absurdo o no lo es, depende también de estas dos cuestiones: ¿Qué podemos entender, entonces, por una «Filosofía Americana»? [4]

La expresión «Filosofía Americana» puede significar varias cosas. En primer término, puede designar una filosofía que de algún modo es más compatible con el medio americano, que otra cualquiera. También, puede significar una filosofía que es «innata» a los americanos y extraña para los que no lo son. En este sentido, se supone que tal Filosofía Americana expresa algo único de América –su «espíritu», su «ser íntimo» o su «alma». En fin, una «Filosofía Americana» puede adoptarse para indicar la filosofía desarrollada en América. Si los adjetivos se usan para diferenciar una especie de otra, el adjetivo «Americana» debe tener una función en este caso. No quiere decir esto que al agregarse un adjetivo a un nombre, no pueda resultar, en contradicción interna, un absurdo. Sin embargo, cuando esto sucede, no siempre es evidente y se puede evitar cambiando el significado del nombre.

Filosofía significa muchas cosas para diferentes personas; puede indicar: 1) el análisis de los significados, 2) el estudio de la realidad, 3) la elaboración de un sistema de juicios sintéticos a priori, 4) la investigación de presupuestos absolutos, 5) la articulación lógica de nuestra fe.

Sólo considerando los significados como subjetivos y arbitrarios, podemos hablar de un análisis americano de significados como algo diferente de un análisis chino de significados. Es cierto que para un americano la palabra «democracia» puede significar algo distinto que para un ruso, pero creo que es evidente que el descubrimiento de tales reflexiones sobre los significados, es una propedéutica a una filosofía aparente, pero no constituye en sí una filosofía. En todo caso, las cuestiones que se refieren a la naturaleza de lo bueno a la naturaleza del análisis que manifiesta tales diferencias en los significados, no puede decirse que sean americanas, chinas o de cualquier otra clase. Los diversos «ídolos» que surgen con esa aparente filosofía no deben elevarse a los altares, sino tomarse por falsos aspirantes. Esto es así aun si se estuviera de acuerdo en que es necesario estudiar –comprendiendo lo que una persona entiende–, la cultura y los propósitos personales, y los diversos modos de ver las cosas. Pero insisto, la filosofía no es un estudio arqueológico; y a menos que confundamos lo que una persona considera como asunto de realidad, con lo que consideraría si pensara coherentemente, válidamente, y sus significaciones se refirieran a algo distinto que a sí mismos, no podremos admitir, ni siquiera como aproximación válida, cualquier intento para reducir la filosofía a una mera historia o arqueología. Claro que se podría argüir que lo que una persona piensa es la expresión de su personalidad, su sociedad o su subconsciente y que no tiene otra referencia. Creo que, si tomáramos esto en serio, podríamos hablar de una filosofía de los americanos, pero solamente porque la palabra filosofía no tendría un sentido completo. La meditación filosófica se convertiría en simples murmullos fantásticos de un lunático.

A veces se pretende insinuar que algunos significados pueden ser innatos a los americanos, pero difícilmente podría tomarse esto en serio, excepto para aquellos extremosos racistas cuyo pensamiento desdeña la evidencia. Aun si tal cosa pudiera concebirse, sería difícil ver la posible evidencia que pudiera justificar esa hipótesis absurda. Si hay determinadas ideas innatas, [5] su con-naturalidad se debería a la naturaleza de la mente y no a algún suceso accidental, como el lugar de nacimiento.

Lo que una persona entiende por determinada palabra o concepto puede depender de las asociaciones y experiencia de esa persona. Es evidente que un americano puede tener asociaciones y experiencias que pueden ser distintas radicalmente de las de un europeo. Pero también es verdad que un ciudadano de México tendrá asociaciones y experiencias diferentes a las de un ciudadano de los Estados Unidos. Y un habitante de la ciudad de México de las del residente de alguna población. A menos que consideremos a los significados completamente imposibles, es preciso insistir que hay un núcleo y un horizonte para cada concepto. El núcleo permanece siempre el mismo; el horizonte puede variar. El núcleo del significado hace posible la comunicación; los horizontes dan a los términos su ambigüedad. El análisis del núcleo de los significados es ciertamente asunto de la filosofía; pero las eliminaciones o reducciones de los horizontes son aspectos necesarios de la tarea filosófica. La investigación y el análisis de los horizontes culturales de significados es quizás una terapéutica psicológica y podría ayudar en la investigación de los significados, pero no es la esencia de la filosofía. En este sentido cabe hablar de horizontes americanos de significados, pero no de una filosofía americana. Por tanto, si a la filosofía atañe el análisis de los significados, se referirá solamente a la validez y justificación de dichos significados, pero no a sus confusiones.

¿Puede hablarse de una filosofía americana como el sistema de ideas compatibles con el medio americano? Si por filosofía se entiende la racionalización (en el mal sentido) de un determinado medio cultural, se puede contestar, entonces, afirmativamente. Pero esto haría que se admitiera una determinada cultura como la suprema y su conservación tornaríase de suma importancia. Si el aspecto crítico de la actividad filosófica significa algo, no quiere decir ello que tal cosa sea posible en todo. A la actividad filosófica le corresponde la investigación de significaciones, de contradicciones de valores fundamentales, &c. Ninguna cultura está por encima del escepticismo metodológico de la actitud filosófica. El filósofo debe preguntarse: ¿Qué es el medio americano?, ¿está esto libre de internas contradicciones?, ¿destruye esto los valores humanos?, &c. Además, sólo en un sistema meramente formal es compatible un valor supremo. Probablemente hay en la cultura americana condiciones que, cuando menos, necesitan modificación. Además, cualquier cultura necesita considerar sus principios de justificación, porque toda cultura es una en particular y a la filosofía le concierne lo universal. Es posible, entonces, hablar de una filosofía americana en este respecto, pero no de una filosofía válida, porque tal filosofía americana no sería sino la aplicación especial del método y forma de los sistemas filosóficos a una cuestión particular. Cuando más, esa filosofía americana sería una subdivisión de alguna filosofía política o filosofía de la cultura. Pero, en rigor, no sería esta «una filosofía americana» sino una «filosofía de las ideas americanas» en el sentido de las ideas escogidas y tal vez practicadas por los americanos. [6]

Tales confusiones pueden indicar el intento de reducir los principios filosóficos a meras expresiones emotivas o poéticas, sin ningún correlato semántico. Pero una vez que se ha definido la filosofía como el estudio de la realidad o como el intento para elaborar un sistema de proposiciones sintéticas a priori, adjetivos como «Americano» se consideran como lo que son, es decir, como una referencia a la residencia política o geográfica del filósofo, sin connotaciones totales para la importancia del contenido de la doctrina. Pero si la filosofía se define solamente como una sintaxis lógica de los lenguajes, entonces se abandonarían estos a sí mismos. Ningún criterio, fuera de los de la lógica (y estos a menudo se infieren para formar arbitrarias regulaciones) puede ofrecerse para la valoración de los lenguajes, excepto la satisfacción emocional, y ésta es subjetiva. Si no puede hablarse de principios filosóficos verdaderos o falsos, se deja el camino abierto para toda suerte de absurdos irracionales. El «principio de la tolerancia», respecto a los lenguajes, puede convertirse prontamente en base para la división. Y si puede hablarse de principios filosóficos verdaderos o falsos, no por eso cambiará el exacto valor de cualquier etiqueta política y geográfica. Los principios absolutamente materialistas o idealistas sobre el mundo real, no afectan en modo alguno la verdad o falsedad de adjetivos como «americano», «comunista», «democrático», o «burgués».

Parece que si hablásemos de la filosofía como investigación de «presupuestos absolutos», podríamos entonces ponerle toda clase de adjetivos. Superficialmente, cuando menos, parecerá que existen presupuestos americanos diferentes de posibles presupuestos europeos. El primer problema que surge inmediatamente es: ¿Cuáles son esos presupuestos americanos? No creo que sería posible redactar un número determinado de ellos que fuera aceptado por todos los filósofos de los países americanos; ni aun por todos los filósofos de cualquier nación americana. Pero admitiendo que fuera posible redactar un grupo común de esos presupuestos, ¿en qué sentido se tomarían como absolutos?

La palabra «absoluto» tiene por lo menos dos sentidos cuando va unida a la palabra «presupuesto». Un presupuesto absoluto podría ser aquel que es aceptado como el más fundamental e incuestionable por la persona que lo adopta. En ese sentido, un presupuesto absoluto sería el que estuviera más allá del límite a que puede llegar esa persona: el que ella considera incuestionable y le sirve para justificar todas las conclusiones subsecuentes. La necesidad de evidencia o justificación de estos presupuestos absolutos se considera excluida de ellos, o se encuentra a menudo con el argumento específico de que, puesto que sirven como base de la comprobación, no pueden ser en sí mismos probados o justificados. Decir que en ese aspecto son absolutos dichos presupuestos, es afirmar que varían con las épocas y las culturas. Aquí surge el tema de la «sociología del conocimiento». Según este punto de vista, una filosofía americana consistiría en los presupuestos absolutos de los americanos, y la tarea del filósofo sería la investigación y la descripción de los presupuestos de un lugar y una época determinados. Esto es gran parte de lo que Collingwood ha reclamado para la filosofía. Y constituye, sin duda, [7] una sociología de la cultura –interesantísimo e importante campo de trabajo–, pero precisamente prueba la influencia del análisis filosófico en los cambios culturales.

La afirmación de que aquellos presupuestos se justifican en una forma diferente al mero aspecto emocional –no como carácter sino en sentido de evidencia–, significa que, en este respecto, una filosofía americana no sería sino un quedarse a mitad del camino.

El otro sentido de «presupuesto absoluto» es aquel que Kant identificó con las condiciones a priori de la experiencia. En la experiencia kantiana lo que hace posible como tal a una determinada situación, puede decirse que constituye sus presupuestos absolutos. Bajo este aspecto, podría haber presupuestos absolutos de la forma de vida americana, pero no serían americanos sino en tanto sirvieran para el desarrollo de esta forma de vida americana. Aquí también puede hacerse una distinción: presupuestos de este tipo pueden ser absolutos, pero no necesarios, en el sentido de que si se estuviera ante una situación determinada, serían exigibles dichos presupuestos; pero la situación sería en sí contingente, pues de no existir ésta, tampoco existirían los presupuestos. Por otra parte, una serie de presupuestos pueden ser absolutos para una situación necesaria. En este caso, los presupuestos son absolutos y necesarios, y sería absurdo hablar de presupuestos americanos de este tipo. El adjetivo «americano» indica una etapa contingente del desarrollo cultural. Creo que de todos los sentidos de presupuestos absolutos este es el que está más alejado de la idea de filosofía. Tales presupuestos, en cuanto pretenden ser absolutos en este aspecto, no pueden escapar a la necesidad de evidencia, y si puede probarse que son relativos o que requieren adjetivos, esto indicaría precisamente que no estamos colocados en el campo de la filosofía, sino en la historia de la cultura, en la historia de las ideas, o en algún otro campo.

Existe un sentido muy vago de la palabra filosofía, de gran empleo popular que es aquel que comúnmente entiende el llamado hombre de la calle. Algunas veces la filosofía se refiere a una especie de idea de la vida o a la fe propia con una coordinación más o menos lógica. La afirmación de que la filosofía es una perspectiva de la vida no requiere sino una consideración muy breve, pues si dicha perspectiva se deriva de alguna filosofía, no constituye en sí misma una filosofía. Y si lo que se pretende es que aquella filosofía es una reacción acrítica ante la «vida», como, por ejemplo, alguna supuesta persona que tome las cosas sin ninguna emoción, ¿dónde está, entonces, la filosofía? Acepto que se pueda hablar de una «perspectiva americana», diferente de una «perspectiva china», pero vuelvo a insistir que esto ya no sería de nuestro asunto, aunque se pudiera definir en qué consiste esa perspectiva americana. Por otro lado, una creencia lógicamente articulada se aproxima fuertemente a lo que se le pide a una filosofía. En tanto la lógica no puede ser de índole nacional, si existe una filosofía americana, la creencia debe modificarse por el adjetivo. Una creencia americana podría ser cualquiera de estas cosas: 1) la creencia de un americano; 2) una creencia que de alguna manera se diferencie de otras por caracteres definidos como «americanos». Lo primero puede suceder, pero aquí carece de importancia. Gran parte de lo que he dicho antes [8] se aplica en este punto. Si no se quiere que la creencia americana resulte arbitraria y caprichosa, debe soportar entonces las necesidades racionales para su aceptabilidad. Estas necesidades –por ejemplo, la adecuación de los hechos, la deducción por determinados datos, la explicación por datos conocidos, &c.– no pueden ser de índole distinta para cualquiera. Una creencia americana articulada y justificada lógicamente, sólo sería americana en un sentido contingente, pero nunca en una forma esencial.

Debo concluir, por tanto, que en los diferentes sentidos en que es posible hablar de una filosofía americana, se presentan siempre la vaguedad, la ambigüedad y se llevan hasta sus últimas consecuencias, cuando no son sino meras descripciones de las filiaciones políticas o la residencia geográfica de la persona que propone la teoría. No niego que esto no pueda ser útil para algún propósito de caracterizar una teoría como americana, soviética, o de cualquier otro nombre; pero si admitimos tales adjetivos que nos alejan de las cuestiones filosóficas fundamentales, como ¿qué es lo que usted entiende?, ¿cómo conoce usted?, ¿cuál es la evidencia?, y, ¿está usted seguro?, estaremos desviándonos de la filosofía para adoptar la diatriba y la actitud polémica de una naturaleza viciosa.

——

{*} Este trabajo, enviado por su autor al III Congreso Interamericano de Filosofía celebrado en México en 1950, es un valioso aporte al estudio del problema de la filosofía en Hispanoamérica. El autor ha tenido la deferencia de obsequiarlo a la Revista Cubana de Filosofía, que se honra acogiéndolo. El profesor Kattsoff enseña filosofía en la Universidad de North Carolina, Estados Unidos de América.

< >

www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2007 www.filosofia.org
Revista Cubana de Filosofía 1950-1959
Hemeroteca