Revista Cubana de Filosofía
La Habana, julio-septiembre de 1956
Vol. IV, número 14
páginas 13-16

Ismael Quiles, S. J.

El existencialismo visto desde Roma{*}

El discutido existencialismo, y sus relaciones con la religión y con la filosofía en particular, han sido objeto de estudio por el IV Congreso Tomista Internacional, que se acaba de celebrar en Roma, del 13 al 17 de septiembre. La Pontificia Academia Romana de Santo Tomás de Aquino es la organizadora de estos congresos tomistas internacionales, que se celebran, en circunstancias normales, cada cinco años. Hemos asistido al último, para el cual se eligió una confrontación de la doctrina de Santo Tomás con los problemas modernos, suscitados por los progresos científicos, por el marxismo y por el existencialismo. Buena cosa es que los tomistas cultiven la preocupación de darse cuenta de las necesidades del mundo moderno y de auscultar lo que éste pide de sus doctrinas.

Como es de suponer, teníamos curiosidad acerca del ambiente que se respiraría en el Congreso Tomista, en relación con temas que tantas susceptibilidades han despertado, y que, por otra parte, afectan profundamente a la doctrina y a la acción de la Iglesia Católica. El Congreso, respaldado por la Pontificia Academia Romana de Santo Tomás de Aquino, realizado en el Palacio de la Cancillería, a la sombra del Vaticano, y donde se reunían filósofos y teólogos católicos de todo el mundo sabio, podía ser un índice muy autorizado de lo que de hecho es el pensamiento de los sabios católicos ante esas doctrinas que sacuden, por diversos motivos, a la humanidad actual.

Sería de interés analizar el conjunto de comunicaciones y las discusiones que acerca de los tres temas se han presentado. Pero bastará, como botón de muestra, una visión de lo que en el Congreso se ha presentado acerca del existencialismo; proporcionalmente se podría decir otro tanto de los últimos progresos científicos –especialmente en la microfísica– y del marxismo.

Algunos venían, tal vez, al Congreso Tomista con la esperanza o con el temor –según el caso– de que el existencialismo iba a ser objeto de un «auto de fe» del que no cabía esperar sino una crítica total y una proscripción definitiva. ¿Qué puede presentar el existencialismo, ante la gigantesca construcción y sólida contextura filosófica-teológica de la Summa del Doctor Angélico? ¿Qué otro resultado podía esperarse de esa confrontación, sino una mirada compasiva, a lo más, de los tomistas?

Sin embargo, el diálogo con el existencialismo ha cobrado una altura y una consideración seria de parte de la asamblea internacional tomista, si atendemos al conjunto de sus trabajos y cambios de ideas. [14] Ello dice mucho en favor de la serenidad intelectual de los filósofos católicos, y no sería fruto del Congreso, que ésta se haya hecho patente una vez más.

Por de pronto, y como es lógico, ha existido entre los participantes del Congreso Tomista, unanimidad en denunciar determinados extremos de ciertos existencialistas, como el ateísmo, el pesimismo, la moral sin normas y el irracionalismo absoluto. En estos temas el estudio de los congresistas ha mostrado o bien la falta de fundamento de tales supuestos o bien ha tratado de hallar explicaciones psicológicas y antecedentes históricos. Pero se imponía una distinción entre el existencialismo de facto y de iure, es decir, entre las consecuencias que de hecho han sacado los existencialistas de su actitud inicial, y el valor que esa actitud, en sí misma, merece, y las prolongaciones que ella exige, en coherencia consigo misma, con la experiencia existencial y con la lógica, a la que el hombre no puede renunciar. Este fue el punto de divergencia de la asamblea tomista y era precisamente lo que, desde el punto de vista científico, más interesaba dilucidar.

Con el Secretario del Congreso, P. Boyer. S. J., podemos clasificar en tres grupos las opiniones de los asistentes: derecha, centro e izquierda, tomando un símil político; o conservadores, moderados y no moderados.

Efectivamente, un grupo de comunicaciones consideraba simplemente al existencialismo como incapaz de reportar ningún elemento positivo, al entablar con él un diálogo. En resumen, la actitud inicial existencialista, en su misma esencia, se imposibilita para un positivo resultado filosófico y debe quedar encerrada en un análisis de las experiencias, que por fuerza ha de ser irracionalista. Según esto, el existencialismo es insanable en su mismo origen, y sólo puede servirnos para comprobar, por contraste, la verdad y la riqueza de la filosofía escolástica. Por eso sostienen algunos que el existencialismo es una expresión filosófica puramente negativa, una de tantas aberraciones del entendimiento humano siempre que se aparta de la segura senda tradicional, o, por lo menos, ha llegado a un impasse, es decir, o abandona el campo de la existencia y entra en el de la razón (lo que dejaría de ser existencialismo), o se mantiene en el análisis puro de la existencia y entonces cae en el estéril irracionalismo y escepticismo de todos los valores humanos.

El segundo grupo, que podríamos llamar moderado, participa de los existencialistas en cuanto admite la necesidad de un mayor estudio de la realidad «existencia». Pero este estudio debe hacerse exclusivamente desde el punto de vista y según los principios y los métodos de la filosofía tomista. Así nos hablan estos autores de una filosofía existencial de inspiración tomista, de los tomistas existencialistas, y aun oímos decir que Santo Tomás de Aquino fue el mejor existencialista, pues nos ha dejado el verdadero concepto de lo que es la «existencia». Evidentemente que aquí hay una fallacia vocis, pues la «existencia en Santo Tomás y en los existencialistas tiene un enfoque muy diverso, –en el primero el estudio es conceptual y en los segundos es concreto– y lo que se trata de ver es si el enfoque típicamente existencialista tiene algún valor en sí, [15] y cómo puede ser purgado a la luz de la filosofía del Doctor Angélico».

Este último problema es el que directamente han tratado las dos actitudes extremas en el congreso, y ya hemos visto que el principio conservador del que nos hemos ocupado en primer término, ha dado un veredicto negativo. Recojamos la opinión del grupo más avanzado, entre los congresistas.

En dos direcciones ha trabajado este sector: por una parte ha mostrado que la actitud existencialista inicial representa una exigencia y planteaba un problema que debía atenderse y cuyo esclarecimiento es posible, y útil y aun necesario para la misma filosofía tradicional; por otra parte, trataba de insertar esa valiosa actitud inicial existencialista en la filosofía de Santo Tomás como un complemento de la misma y aun señalando ciertos textos del Doctor Angélico que justificaban y aun suponían esa inserción.

Desearán los lectores que puntualicemos estas afirmaciones, y debemos complacerlos, aunque solo sea con las referencias más fundamentales.

Cuanto a lo primero, admiten estos autores como legítima la exigencia existencialista de fundar la metafísica de una experiencia originaria del ser, y que este «encuentro con el ser» no puede hallarse ni exclusiva ni primariamente (primacía de orden temporal, de fundamento de la verdad) en el saber abstracto puro. Pero, ¿dónde hallar esta experiencia originaria del ser, como fundamento de la metafísica?

Han respondido a esta pregunta, que es en el interior del hombre mismo, en esa toma de conciencia de sí que implica nuestra actividad intelectual, donde el hombre conoce el ser (la realidad) y se conoce a sí como un ser (el ente), y conoce que conoce (la verdad), todo lo cual es una experiencia metafísica implicada en todo acto de conciencia, cuando ésta plenamente ejerce su actividad.

Este acto fundamental, que es el específico del hombre y que está en la base de nuestra actividad cognoscitiva, sería el punto de unión de las dos filosofías que parecen opuestas: el existencialismo y el tomismo –como representante de las filosofías abstractas. Porque, por ser experiencia inmediatamente vivida se trata de un contacto existencial; y por ser un «conocimiento» que el hombre tiene del ser y de sí mismo, se ha de expresar en términos conceptuales, lo que permite el paso a la filosofía propiamente conceptual de Santo Tomás.

Cuanto a los textos de Santo Tomás que autorizan este enlace de la experiencia existencial de la autoconciencia con el conocimiento abstracto dominante en el tomismo, se han citado varios de sumo interés, pero nos limitaremos a consignar aquí el ya conocido del De veritate, 1, 9; «En tanto conoce nuestro entendimiento la verdad en cuanto tiene conciencia de sí mismo». Esta afirmación del Angélico parece suponer sin rodeos, que la conciencia de sí mismo (experiencia típica existencial) es el fundamento de nuestra verdad, no en sentido idealista, sino en cuanto por ella conocemos el ser y conocemos que conocemos, es decir, estamos seguros de que nuestra inteligencia se ha «abierto al ser», en lo cual consiste la verdad. [16]

Solo hemos insinuado el camino preferentemente seguido por varios congresistas, y es claro que un problema tan profundo y sutil, requeriría mayores precisiones. Pero, con lo dicho, podrán tal vez comprender nuestros lectores, cómo ha sido posible que en el Congreso Tomista se hayan aproximado, en este punto originario, Santo Tomás y Heidegger hasta el punto de coincidir la aletheia (verdad originaria) heideggeriana, con el lumen intellectus tomista: y lo mismo se diga de la «comprensión preontológica» que Heidegger quiere poner en la base de la metafísica. En las Actas, ya impresas, del Congreso, se podrán hallar no pocas referencias, y trabajos enteros en esta dirección.

Como se ve, los asistentes al IV Congreso tomista internacional, han descendido hasta los fundamentos mismos de la metafísica en su discusión del existencialismo, dando menos importancia a las aberraciones o exageraciones cuya inconsistencia es fácil demostrar.

Es claro que no todos los tomistas, como hemos indicado, participan de estas ideas. Sin embargo, es interesante que un grupo serio de filósofos y teólogos coincidan en ellas, y, por cierto, que los fundamentos en que se apoyan merecen toda consideración. En todo caso esta inserción de un punto de partida más existencial y de un método más vital, en el tomismo, enriquecería y animaría más la riqueza y el valor de la filosofía tradicional, a la que con frecuencia se critica como desconectada de la vida y al hombre moderno es ante todo la vida lo que le habla y lo que lo impulsa en su acción.{**}

——

{*} Reproducido de Revista Javeriana, Bogotá. Octubre 1955, nº 219.

{**} Para los que de buena fe y con total desconocimiento de la cuestión, sienten una especie de horror vacui ante la filosofía existencial; como asimismo para los que afirman que ésta es sólo algo así como una noche de Walpurgis con sede en Saint-Germain-des-Prés, el admirable trabajo de nuestro eminente amigo y colega, el P. Ismael Quiles, ha de constituir una excelente oportunidad de rectificación. Por eso es que lo publicamos, para que se vea cómo, nada menos que a la augusta sombra del Vaticano, se atiende y examina, y hasta por muchos se defiende la filosofía existencial. La Dirección.

< >

www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2007 www.filosofia.org
Revista Cubana de Filosofía 1950-1959
Hemeroteca