Revista Contemporánea Madrid, 15 de enero de 1876 |
año II, número 3 tomo I, volumen III, páginas 383-388 |
Manuel de la Revilla< Revista crítica >n libro del Sr. Castelar es siempre un acontecimiento político o literario. La importancia y el universal renombre de que goza el que, sin disputa, puede considerarse como el primero de los oradores contemporáneos, dan singular interés a sus producciones; interés que, por raro privilegio, no se encierra en los confines de la Península, sino que trasciende a todo el mundo civilizado. ¡Honor peregrino es este, no sólo para el insigne tribuno, sino para la patria española que, humillada y abatida en el terreno político, aun impera en la región del arte, donde fue por tanto tiempo soberana absoluta! Castelar es ante todo un artista; la belleza es su Dios y a ella lo sacrifica todo. Su palabra es mágico pincel que retrata al exterior el mundo de nobles ideas, de generosos sentimientos y de poéticas imágenes que se agita en su mente, mundo revestido con el brillante ropaje que sabe prestar a todas las cosas la rica imaginación de los pueblos del Mediodía. El culto casi idolátrico de la belleza explica la vida entera de Castelar y da la clave de sus grandezas como de sus debilidades. A ese culto une otro no menos ardiente: el de la patria, y este le ha apartado de no pocos abismos a que fácilmente le arrastrara el primero. Este culto de la patria tiene tal intensidad en el alma de Castelar, alcanza tal grado de entusiasmo, que en él sustituye por intuición maravillosa otras cualidades que acaso le faltan. El patriotismo ha hecho político al poeta; el sentimiento ha ocupado el lugar de la razón, y los actos del tribuno que se celebran como otras tantas pruebas de sentido práctico (poco explicables en una naturaleza como la suya) no son otra cosa que impulsos del sentimiento patrio que ha sabido vencer al idealismo del artista y convertir en profundo político al entusiasta. Hay en el sentimiento una fuerza de penetración, una perspicacia singular que sustituye con ventaja a la razón serena en no pocas ocasiones. No es maravilla que los artistas adivinen verdades cuyo descubrimiento parecía reservado al trabajo reflexivo del sabio, y que las mujeres enamoradas, iluminadas [384] por la pasión, compitan con los más hábiles diplomáticos. Pues algo de esto acontece a Castelar. Idealista por naturaleza, amante de las síntesis luminosas, de las construcciones a priori, de los ideales absolutos, carece por naturaleza de todas las condiciones propias del político; y, sin embargo, de serlo ha dado muestras, merced al esfuerzo poderoso del amor patrio, más fuerte en él que el amor al arte, con ser este la verdadera religión de su alma. Estas dos cualidades fundamentales de Castelar, el espíritu artístico y el sentimiento patriótico, se revelan en sus obras escritas tanto corno en sus discursos. Castelar, al revés de casi todos los oradores, escribe como habla. El colorido, el estilo pintoresco, la elocuente verbosidad de sus discursos se refleja igualmente en sus escritos, que por tal razón, con ser bellísimos y encantadores, no siempre pueden proponerse como modelos literarios. La imaginación destrozada no alcanza en ellos a encerrarse en los límites del asunto, originándose de aquí cierta incoherencia y desorden en ocasiones; las imágenes, las metáforas, las personificaciones, todas las figuras poéticas fluyen en abundancia de la pluma del orador y embarazan no pocas veces la concertada marcha del discurso; y es que Castelar siempre está en la tribuna, hasta cuando escribe, y su genio impaciente no acierta a conservarse en la esfera propia de la palabra escrita. Por eso las obras de Castelar deleitan más que enseñan, porque los métodos propios de la exposición didáctica son refractarios a su espíritu. Narra y describe como nadie; pero difícilmente expone con orden, y enlace; si habla de historia, sus narraciones parecen páginas arrancadas a una novela; pero nada tienen de común con la severidad un tanto descarnada que al historiador moderno se exige; si de filosofía se ocupa, complácese en las grandes síntesis y se goza en retratar con vivos colores el proceso vertiginoso de la idea hegeliana, pero jamás se le ocurre entrar en esos minuciosos análisis, en esas penetrantes críticas que constituyen la gloria de Kant y de los psicólogos ingleses; si trata, por último, de política o de sociología, el tribuno se sustituye al expositor, y el detenido examen de los complejos problemas que al político corresponde dilucidar, reemplazan los poéticos acentos del poeta de la democracia. Los géneros literarios en que campean la narración animada y la descripción pintoresca son, por tales razones, los que mejor se avienen con las aptitudes de Castelar. Monografías históricas, literarias o políticas, bosquejos biográficos, narraciones de viajes, estudios sobre arte, he aquí los trabajos en que mejor brillan las dotes de Castelar, considerado como escritor. Exceptuando sus discursos, daríamos todas sus obras escritas por una sola página de sus Recuerdos de Italia, obra, sin duda, la más bella de cuantas ha dado a la prensa el ilustre tribuno. A este género pertenece la que últimamente ha publicado con el título Un año en París, lujosamente editada por la activa e inteligente empresa de nuestro colega El Globo. Forman esa obra una serie de artículos escritos por los años 1866 a 1868, hechos para entretener las horas, monótonas del destierro. Pinturas animadas y gráficas de las costumbres parisienses, apuntes sobre la [385] exposición de 1867, juicios críticos de obras teatrales, apuntes biográficos de notabilidades extranjeras, artículos de carácter científico unos, políticos otros, humorísticos algunos, sentidos y melancólicos no pocos, deliciosamente escritos todos, he aquí lo que constituye el abigarrado contenido de éste libro que no puede leerse sin deleite, y en el cual campea (como ya indicamos) ante todo y sobre todo, el ardiente patriotismo de nuestro gran tribuno, ese patriotismo a que en hora solemne supo sacrificar todas sus ilusiones, todos sus afectos, sus ambiciones todas, incluso el amor al arte, primera de sus pasiones, y el amor a la popularidad, primera de sus flaquezas. En estos momentos en que la patria llora la ausencia injustificada de hijo tan preclaro, un libro del Sr. Castelar produce en los ánimos impresión tan grata como lo causa siempre el recuerdo del amado ausente. Pero a esa impresión agradable se unen otras que no lo son tanto. ¿Cómo, en efecto, no sentir amargura al pensar que está lejos de nosotros el ardiente tribuno? ¿Cómo no sentirla después de la lectura de esas páginas, caldeadas por el entusiasmo y alentadas por la fe, al comparar la belleza de aquellas ilusiones del pasado con la tristeza de los desengaños del presente? ¿Cómo no sentirla al pensar que la musa que inspiró aquellos acentos era entonces inmaculada virgen de cándida vestidura y rostro de ángel, y es hoy impura cortesana, manchada de sangre, que espía en la soledad y el abandono las locuras de un funesto pasado? ¿Cómo no sentirla, sobre todo, al considerar cuán intensos deberes, cuán amargos desengaños, cuán penetrantes remordimientos habrán despedazado el corazón del gran artista al pasar desde el grado de fe y de ilusión que revela el libro de su primer destierro al grado de desilusión y abatimiento que demuestran las afirmaciones conservadoras del último período de su vida? ¡Y aun si hubiera terminado para él la hora de los desengaños! Pero otros, acaso más terribles, le reserva todavía la experiencia. * * * El movimiento bibliográfico de esta quincena no ofrece ninguna novedad que pueda compararse en importancia con el libro del Sr. Castelar. En las notas que insertamos en las cubiertas de nuestra Revista podrán hallar nuestros lectores breves noticias de las publicaciones merecedoras de las mencionadas noticias que servirán de complemento a estos artículos en que no pensamos ocuparnos sino de algunos libros. Únicamente haremos mención honroso de un importante trabajo sobre las teorías trasformistas, titulado Estudios sobre la filosofía de la creación, y debido al Sr. D. Emilio Reus y Bahamonde; trabajo cuyo principal valor consiste en ser una (prueba del interés que van despertando entre nosotros estas cuestiones, hasta hoy dadas al olvido, y en la fidelidad con que en él se exponen las doctrinas de Darwin y sus secuaces; de han bello estudio sobre los Estilos de la arquitectura cristiana anterior al siglo XVI, [386] por D. Francisco de Angoitia, y de un curioso trabajo sobre las Etiquetas de la casa de Austria, debido a la diligente pluma del infatigable erudito D. Antonio Rodríguez Villa. Estos libros, y otros de menor importancia, unidos a algunas traducciones, constituyen todo el material literario de la quincena. * * * La premura con que hubimos de ciar a la imprenta nuestra última revista nos impidió ocuparnos de una nueva cátedra inaugurada en el Ateneo. Ocúpala un joven y ya distinguido jurista, el Sr. D. Francisco Lastres, y son asunto de sus conferencias los diversos sistemas de Colonias penitenciarias usados en el mundo. El Sr. Lastres se dedica con celo infatigable a defender la conveniencia de mejorar nuestro sistema penitenciario, cuyo actual estado es verdaderamente escandaloso. A empresa tan noble ha consagrado sus esfuerzos en la prensa y en la tribuna, y no contento con esto, intenta hoy convertir en hechos sus palabras estableciendo una colonia-modelo para jóvenes, que sustituya con ventaja al célebre patio de los micos del inmundo Saladero de Madrid. Cuenta ya este proyecto con la eficaz cooperación de multitud de personas ilustradas de todos los partidos y con la autorización y apoyo del Gobierno, y es de presumir que se lleve a cabo con gran ventaja de la nación y no escasa honra de su iniciador. Empresas tales cubren de gloria al que las acomete y debieran ser protegidas por todos los que se interesan por el bienestar del país, harto más necesitado de estas útiles reformas que de los trastornos con que le perturban diariamente nuestros políticos. * * * Suspendidos los trabajos del Ateneo por razón de las fiestas de Navidad, lo único notable que en el ha acontecido han sido las elecciones de su Junta Directiva y de las mesas de sus secciones. Los juicios inexactos y exagerados a que ha dado lugar este suceso merecen que le dediquemos algunas líneas. Se ha pretendido dar al suceso de las elecciones del Ateneo una significación política, siendo acogida tal especie principalmente por los órganos que tiene en la prensa madrileña el ultramontanismo, que de este modo han manifestado el despecho que les ha producido el no haber alcanzado el triunfo en dichas elecciones. Nada más erróneo que esta apreciación; la política, en el estrecho y mezquino sentido que entre nosotros se da a esta palabra, no ha intervenido para nada en las elecciones del Ateneo, y basta, para convencerse [387] de ello, fijarse en las opiniones de los socios que han sido nombrados para los diversos cargos de aquella corporación. Lo que ha sucedido es que en el Ateneo, como en todas partes, hay dos grandes tendencias, que se subdividen en multitud de matices: la de los amantes de la libertad, del progreso y de la civilización moderna, y la de los intransigentes adoradores de lo pasado. La tendencia liberal en todos sus grados, desde la democracia más exaltada hasta lo que se llama liberalismo conservador, constituye la gran mayoría del Ateneo, mientras el ultramontanismo, a lo que se ha llamado en España neo-catolicismo, corresponde una minoría exigua en aquella ilustrada corporación. Las dos grandes fracciones de la opinión liberal, lo mismo la de tendencias católicas y conservadoras que la de opiniones radicales y racionalistas, se han unido este año y han formado una candidatura de conciliación, en la cual se han dado representación a todas las opiniones, incluso a la ultramontana, y como la mayoría del Ateneo es liberal, liberal ha sido también la mayoría de los candidatos, pues solamente han sido votados tres ultramontanos entre 28 elegidos. Mas como quiera que en la candidatura triunfante se hallan representados todos los matices de la opinión liberal, el colorido político de actualidad que a la elección ha querido darse, desaparece necesariamente y solo queda un hecho, que es el que ha disgustado a los ultramontanos: el hecho de que el liberalismo ha triunfado en las elecciones del Ateneo, entendiéndose por liberalismo toda esa escala de matices y grados que comprende en nuestra España desde los moderados conciliadores hasta los federales cantonalistas. Eso es lo que ha vencido en el Ateneo; no la revolución y la demagogia, sino el liberalismo, el progreso y la civilización moderna. Para la presidencia del Ateneo ha sido elegido el Sr. Moreno Nieto, de cuya vasta inteligencia, corazón nobilísimo, intenciones generosas y puras, inspirada elocuencia y acendrado amor al progreso fuera excusado hacer elogios. Figuran además en las candidaturas triunfantes personas tan justamente estimadas como el distinguido economista D. Gabriel Rodríguez, no menos apreciado por las nobles prendas de su simpático carácter que por la elevación de su inteligencia; el Sr. D. Gumersindo de Azcárate, ex-catedrático de la Universidad central, muy conocido por sus notables trabajos jurídicos y económicos, y muy estimado por sus relevantes cualidades personales; el señor D. Francisco de la Pisa Pajares, distinguido profesor de nuestra Universidad, persona de no vulgares conocimientos, de recto y mesurado juicio, y por todos conceptos estimable; el reputado profesor y académico D. Francisco de Paula Canalejas; el Sr. D. José Echegaray, matemático insigne, físico notable y poeta dramático de primera fuerza; el erudito escritor don Francisco María Tubino, conocido por sus estudios sobre arte y por sus trabajos sobre antropología y ciencia prehistórica; el Sr. D. Luis Vidart, escritor no menos estimado, y por último, jóvenes tan ilustrados y de tan brillantes esperanzas como los Sres. Alcalá Galiano, Lastres, Montoro, Carballeda, Arrillaga, Bosch, Escosura, Cortezo, López Iriarte, Simarro, Galvete, Pacheco, Beruete y otros que, unidos a otras personas que figuran en la [388] candidatura y que han debido su elección los grandes servicios que han prestado al Ateneo (como los Sres. González Burgos, Balenchana, Rouget y marqués de Torre-Octavio), contribuirán, sin duda alguna, a dar el mayor esplendor a corporación tan ilustrada. * * * Los teatros de verso (únicos de que debemos ocuparnos aquí) no han ofrecido en esta quincena novedades de importancia. Dos dramas históricos (el Atila, del Sr. Gaspar, y La Fornarina, de los Sres. Retes y Echevarría), en que de todo hay menos historia –el primero incoherente y monstruoso, pero versificado con cierta gallardía, no exenta en ocasiones de afectación culterana; el segundo, mejor pensado y bellamente escrito, pero falto de las condiciones que necesita un drama para llamarse bueno– son las únicas producciones que pueden mencionarse. El resto se reduce a piezas escritas con el exclusivo objeto de excitar la hilaridad del público que en las fiestas de Navidad acude a solazarse en los espectáculos públicos. En estos días se agita la idea de que el Gobierno tome una intervención activa en la vida de nuestros teatros, y se anuncia que para el año próximo se hará algo en este sentido, merced a la gestión de algunas personas de fortuna y de influencia, y a la cooperación que prestará a tan elevado intento el rey D. Alfonso. Aunque en tesis general somos enemigos de la intervención constante del Estado en la vida artística, sacrificamos de buen grado el rigor de las teorías a las imperiosas exigencias del momento histórico, y hoy por hoy creemos necesaria esta intervención. Merced al concurso de causas múltiples, nuestro teatro camina a la ruina y es fuerza salvarlo. Adopte el Gobierno, por medio de una ley orgánica y un reglamento de teatros, las medidas necesarias para cohonestar los elementos de la funesta competencia que a nuestros coliseos de verso hacen los teatrillos populares, con grave daño del arte, de la moral y de la pública cultura; cercene los privilegios de que la ópera disputa; ponga bajo su amparo el teatro Español, reuniendo en él una buena compañía y devolviéndole su antiguo esplendor, y habrá prestado a las letras y a la cultura patria un importante servicio, que le agradecerán los buenos españoles. De otra suerte, nuestro teatro nacional caerá en irremediable ruina, y con él se precipitarán en el abismo los últimos restos de nuestra pasada grandeza.
|
Proyecto Filosofía en español © 2006 www.filosofia.org |
Revista Contemporánea | 1870-1879 Hemeroteca |