Revista Contemporánea Madrid, 15 de mayo de 1876 |
año II, número 11 tomo III, volumen III, páginas 379-384 |
Manuel de la Revilla< Revista crítica >os publicaciones nuevas acerca de los fueros vasco navarros tenemos a la vista. Titúlase una de ellas Los fueros mirados a la luz de la historia, de la ley y de la razón, por un amante de la verdad y de la justicia, y la segunda, La abolición de los fueros vasco navarros, Estudio político, histórico, crítico y filosófico de la sociedad española, por D. Francisco Calatrava, con un prólogo de D. Manuel Ortiz de Pinedo. De estas obras es la primera una colección de artículos publicados en el Boletín de Comercio de Santander, en que con abundancia de erudición histórica y con el vehemente estilo que es propio de la polémica periodística, se combate la existencia de los fueros, poniendo de relieve la necesidad de establecer en las provincias vasco navarras la unidad constitucional. El otro libro es una obra de gran extensión en que a propósito de los fueros se hace un estudio histórico de la política española y se tratan trascendentales cuestiones filosóficas, cuya relación con la cuestión foral no nos parece muy clara ciertamente. Este trabajo no carece de importancia y se distingue por el espíritu liberal que revela; pero creemos que pudo abreviarse mucho, descartando de él cuestiones como las precitadas, de todo punto superfluas para el esclarecimiento de la cuestión. Expuestas nuestras opiniones acerca de los fueros, nada tenemos que añadir sobre el asunto, y nos limitamos, por tanto, a encarecer como es debido la importancia de estos trabajos, sobre todo bajo el punto de vista histórico, que ambos esclarecen con datos curiosísimos y acertadas observaciones. * * * José Mazzini, ensayo histórico sobre el movimiento político en Italia, es el título de un nuevo trabajo del conocido publicista republicano D. Nicolás Díaz y Pérez. Estudio biográfico y político a la vez, refiérese en él la agitada vida del gran patriota italiano, una de las figuras menos conocidas y peor juzgadas de esta época. Iluso visionario para unos, fanático intransigente para otros, sombrío y odioso conspirador para muchos, corren acerca de Mazzini ideas muy equivocadas, merced a la mala fe de sus enemigos. Y sin embargo, [380] Mazzini es una gran figura y un gran carácter, digno del respeto de cuantos aman las ideas generosas y santas encerradas en estas dos mágicas palabras: patria y libertad. Austera virtud llevada hasta el sacrificio, voluntad incontrastable y enérgica, constancia y firmeza nunca desmentidas, probado valor, entusiasta fe, patriotismo ardiente, desinterés a toda prueba, talento profundo y vigoroso, todas las cualidades que pueden constituir un gran carácter se encontraron reunidas en Mazzini. Cifra y compendio de todas las virtudes como de todas las flaquezas de su raza, fue hábil y perspicuo como Maquiavelo, soñador como Campanella, místico y revolucionario a la vez como Savonarola, austero y sombrío como el Dante, impetuoso y apasionado como Rienzi y Arnaldo de Brescia. Esclavo de una gran idea: la unidad italiana; apóstol, sacerdote y mártir de un culto sublime: el de la patria; soldado decidido y entusiasta de la libertad y del progreso; rígido como la virtud, austero como la verdad, implacable como el destino, Mazzini es una de esas sombrías y trágicas figuras, enigmas para sus contemporáneos acaso, monumentos insignes de la humana grandeza para la posteridad. Como Kossuth, como Deak, como Manin, como Washington, Mazzini es una idea hecha hombre que sacrifica a la lógica implacable de su misión toda ambición terrestre y todo afecto humano. Republicano exaltado, se postra ante la monarquía para salvar a su patria; escritor insigne, talento notabilísimo, rompe su porvenir, mata su ambición, sacrifica su interés en aras de su aspiración grandiosa: hijo de la patria risueña de los amores, hasta los dulces afectos que embellecen la existencia humana, son por él postergados ante la idea de toda su vida. Noble y desinteresado hasta el extremo, ningún beneficio personal reporta del triunfo de sus aspiraciones, y cual si su vida no tuviera otro objeto ni otro punto de apoyo que su idea, exhala el último aliento una vez realizada esta, sin lograr otra recompensa de sus afanes, que el inefable consuelo de morir en el seno de la patria. Ante hombres así, la pasión política debe enmudecer para dar lugar a la admiración y al respeto, que hombres tales no solo son orgullo de su patria, sino gloria de la humanidad. El Sr. Díaz y Pérez ha narrado con entusiasta estilo la vida de Mazzini y ha aprovechado la ocasión para dar rienda suelta a sus fervores ultra revolucionarios. Algo más metódica y ordenada pudiera ser su narración, y algo menos apasionadas sus apreciaciones y exageradas sus doctrinas. Nada hubiera perdido su trabajo con suprimir ciertos depresivos ataques a la persona, a todas luces respetable, de Pío IX y ciertos juicios respecto a la dinastía saboyana, que no se distinguen por el espíritu de imparcialidad y de justicia que debe adornar al historiador, ni por la prudencia que debe caracterizar al político. Pudiera el Sr. Díaz y Pérez aprender en el ejemplo de Garibaldi y del mismo Mazzini, cómo deben sacrificarse las impaciencias políticas a más altos y poderosos intereses; pudiera tener en cuenta que sin esa dinastía de Saboya que tan mala opinión le merece, no se realizara jamás la unidad de Italia; y debiera considerar que el día en que mal aconsejada la democracia italiana intente trastornar el orden de cosas que allí existe, correrá gravísimos peligros esa unidad de que tan devota se muestra. [381] Por desgracia, estas reflexiones hacen poca mella en el espíritu impaciente y aventurero de los demócratas latinos, y no es de esperar que las tenga en cuenta el Sr. Díaz y Pérez. Precede a este trabajo un prólogo del Sr. Pí y Margall, admirablemente escrito, como todas sus producciones. En él ha encontrado motivo el célebre federalista para defender el sistema federal que en hora funesta introdujo en España. Por desgracia para el Sr. Pí y Margall, la opinión sabe a qué atenerse con respecto a las ideas y a la política de dicho señor, que no debiera perder el tiempo en defender a deshora cosas irrevocablemente condenadas por el buen sentido de los españoles. Valiérale más al Sr. Pí y Margall expiar en el silencio sus errores, que obstinarse en la exposición de doctrinas que en la esfera de la teoría representan el absurdo y en la esfera de la práctica sólo dieron frutos de escándalo, de deshonra y de vergüenza para la libertad y para la patria. * * * La poesía popular es uno de los géneros literarios más difíciles. Imitar la espontánea sencillez, no exenta de profundidad e intención, de los cantos del pueblo, sin caer en lo trivial, no es cosa tan fácil como a primera vista parece, y buena prueba de ello es el escaso número de poetas que saben cultivar este género. Por otra parte, las dificultades que la poesía popular ofrece, no están compensadas por sus ventajas, pues es lo cierto que en este género la copia queda siempre por bajo del original, y que lo que en ese poeta anónimo que se llama pueblo encanta, no agrada igualmente en el poeta erudito que lo imita. El duque de Rivas con sus romances, Trueba con sus cantares y Ferran con los suyos, son quizá los únicos vates contemporáneos que han logrado competir en sencillez y frescura con la musa popular, siendo infinitos, en cambio, los que sólo han logrado zurcir romances de ciego o composiciones pobres y vulgares en que lo único que parece popular es la trivialidad del lenguaje. Un nuevo ensayo de este género han dado a la estampa con el título: El eco de los cantares los Sres. D. Liborio C. Porset y D. Mario González de Segovia. Hay en este libro algunas composiciones agradables, en que se imita con acierto la inspiración popular; pero hay otras que pecan de triviales, ora por el fondo, ora por la forma, y a veces por ambas cosas. Adviértase, además, que sus autores se olvidan con frecuencia del género a que su obra pertenece, y bajo el disfraz de los metros populares, escriben composiciones que no están dentro de las condiciones del género. Suelen también caer en la tentación de escribir poesías festivas y satíricas; para lo cual no les sobra la gracia, e incurren no pocas veces en el desaliño e incorrección a que fatalmente se sienten llevados los que se dedican a este género. Por lo demás, fuera injusto confundir en un mismo fallo a los dos autores de este libro, pues uno de ellos (el señor González de Segovia) es mucho más poeta que su compañero, se ha [382] inspirado mejor en los cantos populares, y en no pocas ocasiones da muestras de que no carece de delicadeza y de verdadero sentimiento. * * * Confundir el sentimiento con la sensiblería es achaque harto común en nuestros literatos, y no lo es menos trasportar a la prosa el lenguaje que, tolerable y aun bello en el verso, es en aquella insufrible de todo punto. Es el verdadero sentimiento de suyo sencillo y nunca se manifiesta con alambicados conceptos y rebuscadas frases, y la elocuencia de la pasión antes peca de enérgica y concisa que de ampulosa y retumbante. Por eso es difícil atinar con el lenguaje del sentimiento, y por eso es necesario para encontrarlo buscar en la realidad sus manifestaciones y sustituir la arbitraria concepción de la fantasía con el atento examen de los hechos. Cuando se quiere idealizar el sentimiento hasta un punto exagerado en demasía; cuando en vez de disecar el corazón humano se acomete la imposible empresa de adivinarlo; cuando para ser dramático o novelista no se cursa primeramente la escuela del mundo y se atiende, ante todo, a las lecciones de la experiencia, la falsa sensiblería y el afectado lenguaje sustituyen al viril sentimiento y a la viva y natural expresión de los afectos, que son la condición primera de la novela o del drama. Hácese entonces poesía en prosa tras de la cual se ocultan figuras sin vida, caracteres sin verdad y sucesos que no se dan en lo real; y en vez de ser la novela o el drama vigoroso e interesante reflejo de la realidad, truécase en mal diseñado cuadro donde la falsa brillantez del colorido intenta en vano disimular las graves incorrecciones del dibujo. Sugiérenos estas reflexiones la lectura de una novela que acaba de publicar el Sr. D. Luciano García del Real, con el título: Aurora y Félix. Siquiera su asunto no ofrezca gran novedad (pues ya es antigua en el mundo de las letras la sabida historia del amante pobre enamorado de la mujer rica) pudo el señor García del Real dar interés y belleza a su obra, trazando con sencillo lenguaje y verdadero sentimiento la historia de sus protagonistas. Excelente modelo de tal género de novelas, en que los hechos significan poco y los fenómenos psicológicos mucho, le ofrecían los grandes novelistas contemporáneos, como Jorge Sand, Balzac, Feuillet, Sandeau, Feydeau y tantos otros, que con delicado escalpelo disecan las fibras del corazón humano, con vigoroso pincel trazan los hechos de la vida, y con elegante y a la par sencillo estilo, narran, describen y pintan lo que en sus novelas refieren. Pudo hacer de esta suerte, y siguiendo tales ejemplos, una sencilla y conmovedora novela el Sr. García del Real; pero ha preferido diluir la acción, trazar al difumino los caracteres, alambicar y falsear los sentimientos, y sustituir el lenguaje propio de la novela con un lirismo recargado y fatigoso. Quizá se deba esto a que el Sr. García del Real tenga más de poeta que de novelista; quizá a que su acalorada fantasía se desborde cuando la inspiración acude a su mente y relegue al segundo término el entendimiento reflexivo; quizá a que desconozca los secretos del corazón humano y no esté muy versado en los misterios del mundo; pero sea lo que [383] quiera, es lo cierto que no son esos los caminos que debe seguir hoy el novelista, y que lo que pudo parecer aceptable en la época de madame Cottiny Ducray-Duminil, no puede obtener igual aprobación en estos tiempos en que al novelista se le exige, ante todo, ser eminente filósofo, delicado analista y observador profundo. * * * En el Ateneo continúan los debates pendientes, habiendo usado de la palabra, en el que se sostiene en la sección de ciencias morales y políticas, los Sres. Montoro, Nieto y Pérez, Moreno Nieto, Moret y Prendergast, Galvete y Figuerola. De este debate no nos ocupamos, porque se dispone a hacerlo en esta Revista nuestro querido amigo D. José del Perojo. En el debate de la sección de literatura y bellas artes han terciado, además de los oradores a que en nuestra anterior revista nos referimos, los Sres. Núñez de Arce, Rodríguez Correa, Montoro y el que estas líneas escribe. Manifestóse el Sr. Núñez de Arce partidario de la protección oficial para el teatro; no así los Sres, Rodríguez Correa y Montoro, que la han combatido enérgicamente. La opinión general en el Ateneo es contraria a la solución proteccionista, siendo de notar que a esta solución se inclinan los que tienen motivos para conocer las intimidades del teatro y los que sostienen en política doctrinas avanzadas (con excepción del Sr. Montoro). Parece, según esto, que corren vientos favorables al individualismo, y que los pasados desengaños no alcanzan a convencer a los españoles de los escasos frutos que da entre nosotros la iniciativa individual. Quizá se deba esto a un temor, algo fundado en este país, a la acción del Gobierno; quizá a la popularidad de que gozan nuevamente ciertas soluciones liberales en extremo; pero sea lo que quiera, no es posible desconocer que la libertad de teatros no ha producido muy buenos resultados, y que nada se perdería con ensayar los de la acción gubernativa, sobre todo no siendo esta exclusiva, ni negando la existencia del teatro libre al lado del teatro oficial. * * * Recordarán nuestros lectores que en el primer número de esta Revista, ocupándonos de los profesores del Ateneo, hubimos de censurar el empeño del catedrático de prehistoria, Sr. Vilanova, en poner de acuerdo la ciencia con la doctrina del Génesis y combatir al darwinismo. Dirigíanse nuestros ataques al hombre de ciencia y no al hombre privado, que siempre respetamos en nuestros escritos; nada había en ellos de ofensivo para la persona del Sr. Vilanova, y no era mucho que esperáramos de él iguales consideraciones, si por ventura quería contestarnos. Pero no contábamos con la huéspeda, como dice el vulgo, o lo que es igual, no teníamos en cuenta que la personalidad científica del Sr. Vilanova es sagrada e inviolable, y no está sujeta a responsabilidad: no nos acordábamos de que cometíamos el mayor de los desacatos al poner en duda la infalibilidad [384] del Sr. Vilanova, máxime siendo nosotros profanos en materias geológicas y prehistóricas; y lo que es más grave, mancebos imberbes, por más que hayamos llegado a aquella edad que apellidaba Espronceda funesta edad de amargos desengaños, y he aquí que de la noche a la mañana cayó sobre nosotros un número de la Revista Europea, en el que el profesor de prehistoria nos engalanaba con el epíteto de niño viperino, dando insigne muestra de templanza en el debate y de inimitable gracejo. ¿Y todo por qué? Por el grave delito de parecernos anticuadas las doctrinas del Sr. Vilanova, imposibles las conciliaciones con que sueña, y poco fundados los ataques, nada serios ni profundos, que al darwinismo dirige. Pues ¿qué hubiera sido de nosotros si nos hubiésemos ocupado de cierta Historia natural, publicada en Barcelona bajo la dirección del Sr. Vilanova? ¿Qué lluvia de epítetos no hubiera caído sobre nuestra humilde persona si hubiésemos dicho que esa obra monumental carece del amplio tratado de anatomía, fisiología y taxonomía que debe preceder a todo trabajo de ese género, así como de los cuadros taxonómicos indispensables para entender la clasificación de las especies; que además reúne, bajo el título de Articulados, a los artrópodos, gusanos, moluscos, radiados, equinodermos y zoófitos, y ofrece en sus láminas, como tipos de cafres y hotentotes, los más acabados y clásicos modelos que pudiera soñar un escultor, ataviados con taparrabos y plumas de colores? ¿Qué hubiera dicho de nosotros el Sr. Vilanova si, dando oídos a la vulgar malicia, hubiésemos admitido la malévola especie de que la sociedad de naturalistas que, dirigida por el Sr. Vilanova, aparece como autora de ese libro, no es otra cosa que un mito bajo el cual se encubre una serie de autores de zoología, entre ellos Brehn, de cuyos libros, traducidos y unidos en retazos se compone, al decir de los murmuradores, la obra en cuestión? ¿Qué diría el Sr. Vilanova si le acusáramos del feo delito de darwinismo por haber admitido en esa obra, escrita bajo su dirección, un tratado de antropología, debido, según se cuenta, al tan conocido como ilustrado darvinista señor Tubino? Nada de esto hemos dicho, y sin embargo, el Sr. Vilanova ha tenido la crueldad de llamar niño viperino al que estas líneas escribe. Pongan en parangón nuestros lectores nuestra conducta y la del Sr. Vilanova, comparen nuestro ataque con su réplica, y dígannos si es lícito usar de tales calificativos en una polémica científica, y si es propio de hombres tan serios como el señor Vilanova apelar, para producir efecto, a chistes que parecerían de dudoso gusto en la época arqueolítica, amen de tratar con incalificable ligereza e injustificado menosprecio a doctrinas como la de Darwin, que ningún científico serio estudia sin profundo detenimiento, ni juzga sin señalado respeto y sin copia de sólidas e incontrovertibles razones.
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