Revista Contemporánea
Madrid, 15 de junio de 1876
año II, número 13
tomo IV, volumen I, páginas 122-128

Manuel de la Revilla

< Revista crítica >

Terminaron en el Ateneo los debates de la Sección de Literatura, con un erudito discurso del Sr. Menéndez Rayón, otro muy notable del Sr. Reus, joven que inauguró su carrera oratoria bajo los mejores auspicios, y un notable y elocuente resumen del Sr. Canalejas, que merece particular mención.

Inútil sería encarecer la elegancia de la oración pronunciada por el señor Canalejas, porque de todos son conocidas las dotes de hablista que le caracterizan, a todos deleitan sus atildadas y cultas producciones. Algo se va contagiando, sin embargo, del peculiar estilo de los académicos que, si es castizo y elegante, suele pecar de artificioso y amanerado; y no poco privó de espontaneidad y verdadera elocuencia a su discurso este contagio, de que debieran preservarle su buen juicio y delicado gusto. Pero este defecto no basta a despojar al trabajo del Sr. Canalejas de su indudable mérito ni impidió que el auditorio lo acogiera con señalada complacencia y aplauso merecido.

Pero si no escatimamos alabanzas a la forma del discurso del Sr. Canalejas, no podemos ser tan pródigos de ellas por lo que al fondo toca, pues no es posible aceptar las optimistas afirmaciones que encierra, el total desconocimiento de la realidad presente que en él domina y el empeño (ya señalado por nosotros en otra Revista) de llevar la ciencia y el arte por extraviados caminos, nada conformes con las exigencias y necesidades de la época.

Para el Sr. Canalejas, como para los Sres. Montoro, Valera y Reus, no existe decadencia en el arte dramático, por más que de continuo la declaren el clamor de poetas y críticos, la fatiga y cansancio del público, y la simple observación de notorios y repetidos hechos. Llevando sus miradas a pasados períodos, recreando el ánimo con la contemplación de la época romántica, olvida el Sr. Canalejas el hecho actual; no ve al teatro caminar sin ideal ni rumbo, en manos de poetas de escaso numen o de extraviados y funestos genios, y no atiende al divorcio creciente entre la vida de nuestra sociedad y la escena que debiera reflejarla. Fíjase en épocas pasadas y funda en ellas asertos optimistas; pero no ve el momento presente en que ya no llenan la escena con su robusta inspiración Ayala y Tamayo, García Gutiérrez y Núñez de Arce; en que un bastardo romanticismo, basado en el efecto más que en la idea, precipita, al teatro por temerosos abismos; en que la comedia se trueca en sermón insípido o farsa chocarrera; en que no hay obra alguna que responda a las exigencias de la época ni tenga la menor relación con lo que sienten y piensan los hombres del siglo XIX. Guiado por aficiones idealistas y románticas, dominado por un optimismo injustificable, enamorado de un misticismo vago y nebuloso, en pugna con las corrientes más vivas y poderosas [123] del pensamiento moderno, empeñado en una obra de reacción filosófica y literaria que no se explica en sus condiciones y carácter, el Sr. Canalejas niega la evidencia, desconoce los hechos, cierra los ojos a la luz, y en medio de la decadencia afirma la prosperidad, y en medio del descreimiento, del positivismo y del pesimismo desesperado y sombrío, entona himnos a grandezas y a magnificencias que sólo en su mente existen y juzga que vivimos en el mejor de los mundos posibles, entre raudales de fe, de esperanza y de poesía, cuando por todas partes resuena el estrépito de los ideales que se derrumban, de las creencias que se extinguen, de las esperanzas que se desvanecen, de las ilusiones que sucumben.

¿Dónde vive y de dónde sale el Sr. Canalejas? No hace mucho tiempo que pregonaba como novedades y señalaba como dogmas del racionalismo contemporáneo las vagas y desacreditadas teosofías de Hegel, Vera y Schleiermacher; en fecha reciente afirmaba la arbitrariedad del albedrío, precisamente cuando todos los defensores de semejante teoría la abandonan, o al menos la atenúan; hoy, cuando el realismo impera en todas partes, menos en España, le hace cruda guerra y canta las glorias trasnochadas del romanticismo; y a la vez afirma que nunca la fe religiosa alcanzó mayor fuerza y desarrollo que en estos momentos, en que por todas partes arrecia la tormenta de la incredulidad, cada día aumenta el descrédito de las teosofías filosóficas y solo queda un refugio para la fe en los santuarios de las Iglesias tradicionales. Volvemos a decirlo: ¿de dónde sale y en dónde vive el Sr. Canalejas?

Pero si no hay decadencia en el teatro, lo que en él existe debe parecer óptimo al Sr. Canalejas, y si no todos, alguno de los géneros que hoy campean, debe ser, a su juicio, inmejorable. ¿Cuál de ellos será? ¿Por ventura el drama romántico-efectista de Echegaray y Balaciart? Acaso el drama pseudo-histórico y novelesco de Retes y Echevarría, el drama lírico de Sánchez de Castro o el drama realista de Gaspar? ¿Satisfarán al Sr. Canalejas en el terreno de lo cómico la comedia moral y burguesa de Marco y Larra, o la comedia de enredo de Pina Domínguez, o la comedia soi-disant aristocrática de Blasco? ¿Cuál de estos géneros cuadra a las exigencias del Sr. Canalejas?

Creemos que ninguno. El Sr. Canalejas, que con tanto y tan merecido encomio cita a nuestros grandes dramáticos contemporáneos que ya no existen o han enmudecido, no puede comparar estos géneros bastardos con la comedia que crearon Bretón de los Herreros, Ventura de la Vega, Rodríguez Rubí, Eguilaz y Serra, con el drama histórico que concibieron Hartzenbusch, Florentino Sanz, Zorrilla, García Gutiérrez y Núñez de Arce, con el drama social y psicológico que cultivaron con éxito feliz, combinando en acertada fórmula la tradición romántica y la tendencia realista, Tamayo y López de Ayala. Y si esto es así, si esa gloriosa tradición ha quedado rota, si esos ingenios no tienen sucesores, si el teatro camina sin idea y sin rumbo en pos de lo desconocido, ¿cómo afirma el Sr. Canalejas que la decadencia no existe y que estamos en la más deliciosa de las situaciones?

¿Será acaso que el Sr. Canalejas, que no ha mucho decía que Shakspeare pintó al hombre como es y Calderón al hombre como debe ser, mira con regocijo la restauración romántica, considerándola como el pendant de la restauración mística e idealista con que sueña? Podrá ser; pero si en eso piensa el [124] Sr. Canalejas, ¿por qué no es lógico; como ya le hemos dicho, y proclama una restauración completa, dejándose de escarceos germánicos y volviendo a la fuente en que se inspiraba Calderón y con él toda la poesía de aquellos tiempos? Si tan místico, religioso, romántico e idealista se ha hecho el señor Canalejas, ¿por qué no vuelve al seno del cristianismo tradicional, y mejor aún de la Iglesia católica, único ideal en que caben ya esos misticismos y esos idealismos que tanto halagan al docto académico? Si tal fuera su posición, comprenderíamos sus críticas, sus censuras y sus afirmaciones; en otro caso no logramos hacernos cargo de los móviles a que obedece y del fin a que se encamina el Sr. Canalejas.

Con respecto a la cuestión del teatro oficial, el Sr. Canalejas lo defendió con sólidas razones, desbaratando los argumentos del Sr. Montoro y probando cumplidamente que el teatro oficial en nada se opone a los principios de la escuela liberal.

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Esta quincena ha sido fecunda en producciones literarias, algunas de verdadera importancia que examinaremos con el posible detenimiento.

Dignos de mención son los Estudios económicos y sociales del Sr. D. Gumersindo de Azcárate. Compónese este libro de trabajos ya publicados en diferentes épocas y dedicados a esclarecer graves problemas de la ciencia sociológica, y singularmente de la economía política. El Sr. Azcárate es una de las inteligencias más abiertas, tolerantes y simpáticas con que cuenta la escuela krausista, y en sus escritos no se hallan el áspero dogmatismo y la forma antiliteraria que suele advertirse en los trabajos de dicha escuela. Fiel a las tendencias armónicas y conciliadoras de esta, procura el Sr. Azcárate resolver con fórmulas amplias y razonables los problemas que estudia, dando a la economía política verdadero carácter científico, despojándola de miras estrechas y tratando de convertirla en verdadera ciencia social. Estos generosos propósitos, la reflexión y maduro examen con que trata las cuestiones, la erudición de que hace gala, el espíritu imparcial y solemne en que se inspira y la claridad del lenguaje que emplea, son cualidades que enaltecen al Sr. Azcárate y que dan singular valor a su libro, muy digno de la atención de los que a este linaje de estudio se consagran.

Al Sr. Azcárate (en colaboración con el Sr. Innerarity) se debe también la traducción de la importante obra de Lord Mackenzie sobre el derecho romano, comparado con el de las provincias unidas de la Gran Bretaña, trabajo utilísimo, adicionado con la parte relativa al derecho español y comentado por los traductores, que han prestado un buen servicio con su publicación.

También deben señalarse la traducción del quinto tomo de los Estudios sobre la historia de la humanidad, de Laurent, que acaba de publicarse, y la del tomo segundo de la Historia de la antigüedad, de Máximo Duncker, hecha directamente del alemán por D. Francisco María Rivero. Merecen elogio los que con estas versiones contribuyen a dar a conocer en España obras importantes del extranjero, promoviendo la pública cultura y sacando a nuestra patria del aislamiento intelectual en que ha permanecido tanto tiempo. [125]

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Últimos amores de Lope de Vega revelados en cuarenta y ocho cartas inéditas y varias composiciones suyas, se titula un libro, lujosamente impreso y adornado con un hermoso retrato de Lope, admirablemente grabado al agua fuerte por el distinguido artista Sr. Maura, libro que ha causado profunda impresión en los círculos literarios, dando lugar a los juicios más contradictorios.

Resulta de los documentos contenidos en este libro y procedentes del archivo del señor conde de Altamira, que en los últimos años de su vida, cuando ya pertenecía al estado eclesiástico y contaba cincuenta de edad, tuvo Lope adulterinos amores con doña Marta de Nevares Santoyo, esposa de Roque Hernández de Ayala, y la cual es la María Leonarda a que dedicó sus novelas, y la Amarilis que celebró en sus versos. Hecho semejante, hasta ahora oculto por el celo de los poseedores del secreto, hace poco favor a Lope, por más que procure atenuarlo el colector de las cartas; y no es maravilla, por tanto, que a muchos haya escandalizado la publicación de estas como atentatoria a la fama del fénix de los ingenios, y aun como ataque a las glorias de la patria.

No participamos de esta opinión ni hallamos justificadas tales censuras. La biografía es una rama de la historia, y en ella no es lícito sacrificar la verdad a consideración alguna. Por otra parte, los grandes hombres tienen el privilegio (no sabemos si funesto o favorable) de no poseer vida privada, y no sería justo exceptuar a los literatos de la ley a que se someten los políticos, máxime cuando las interioridades de su vida pueden contribuir, como en este caso acontece, a explicar sus producciones literarias.

Además, ¿qué pierde Lope de Vega, como poeta, con estas revelaciones? ¿Deja de ser escritor insigne porque se revelen sus flaquezas? Y sus errores mismos, ¿no constituyen una dramática historia y aparecen dolorosamente expiados por las desgracias que le ocasionaron, señaladamente por la ceguera y locura de su amante, y la deshonra del fruto adulterino de sus amores?

No gozaba de opinión de santo Lope de Vega, y nada se revela en este libro que pueda asombrar a los que conocían su carácter y vida. Antes resulta tan digno de compasión como de censura, y acaso con la publicación de estas cartas pierden su exageración los rumores a que daba origen la existencia de tales documentos. Explícanse, además, merced a ellas, no pocas de sus obras (la comedia titulada La viuda valenciana, las églogas Amarilis y Filis y otras producciones), y si pierde como hombre, aun en esa correspondencia se quitaba su fama de discreto y elegante hablista. Muéstrase, además, con esto cuán profunda era la corrupción de costumbres de aquellos siglos, que suelen encomiarse como modelos dignos de imitación, y adviértese cuánto han ganado en pudor la sociedad, en moralidad el clero y en decoro los literatos. Nada, pues, se ha perdido con esta publicación; complétase con ella la biografía de Lope, sin menoscabo de su gloria literaria; hállase la clave de muchas de sus obras; ofrécense a curiosos y eruditos documentos importantes, y escritos elegantes y discretos, y ha prestado, por tanto, un servicio a las letras y a la historia el colector anónimo que, desafiando infundadas preocupaciones y vanos escrúpulos, ha dado a la estampa la peregrina y dramática historia de los últimos amores de Lope de Vega. [126]

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El amor y el matrimonio se titula una novelita de costumbres dada a la estampa por el Sr. D. Ricardo Orgaz, en la cual ha intentado su autor, con buen acuerdo, ensayarse en el género de novelas psicológico-sociales que cultivan en Francia escritores insignes y que en España comienza ahora a ser estimado. Por desgracia, el Sr. Orgaz ha imitado en demasía a sus modelos franceses, inspirándose en las doctrinas antisociales y en los extraviados idealismos que les caracterizan, y escribiendo una producción artificiosa, inverosímil y contraria a la sana moral, y digna, por tanto, de severísima censura.

Una mujer soñadora, romántica y despreocupada, y un hombre indefinible, sensual é idealista a la vez (caracteres ambos poco verosímiles y vaga e imperfectamente dibujados), contraen matrimonio. Viciado su corazón y pervertida su inteligencia por cierto idealismo romántico e histérico que a la larga cae en sensualismo cínico y procaz; penetrados de la inmoral idea de que el deber y el amor son incompatibles, de que el matrimonio es insufrible yugo, prosaica institución y preocupación funesta, tras sinsabores y luchas precipitadamente descritos por el autor, conciertan indecoroso pacto, por virtud del cual sus lazos quedan temporalmente rotos, y ambos autorizados a buscar libremente su felicidad, sin respeto a la opinión ni a las costumbres. Consumada la separación, llegan a encontrarse un día; pero por un conjunto de circunstancias a cual más inverosímiles, trátanse y se enamoran sin conocerse, ni aun verse la faz, entablando unas relaciones pseudo-románticas, que a la postre terminan en torpe (y en su intención) adúltero consorcio, de que es fruto una niña. La perversión de sus inteligencias les hace hallar en el amor ilícito placeres que no gustaron en el honesto, y su preocupación llega a tal punto, que cuando se conocen truécase en disgusto y hastío su pasión, y ya, resignados a vivir matrimonialmente por consideración a su hija, son tan desgraciados como fueron felices en sus extraños amores. Tal es la inverosímil concepción del Sr. Orgaz, muestra tristísima de cómo extravían a las mejores inteligencias los anti-sociales errores de la literatura francesa.

Prescindiendo de lo inverosímil de la fábula y de lo mal trazado de los caracteres, dejando a un lado las peligrosas máximas que abundan en la novela, sus digresiones interminables y casi siempre inútiles, su escaso interés y lo desigual de su estilo y lenguaje, a veces elegantes y gratos, a veces incorrectos y descuidados, no es posible dejar sin protesta ni correctivo el escaso respeto que el Sr. Orgaz manifiesta a los principios de la moral y a los fundamentos sociales, ora narrando con singular desenfado los más escabrosos episodios, ora defendiendo con valor y aplomo dignos de mejor causa teorías perturbadoras que no son en puridad otra cosa que la apoteosis del amor libre.

¿Es por ventura el ideal del Sr. Orgaz la heroína de su novela, mezcla absurda y extravagante de un histérico idealismo que en nada sólido ni racional se funda y de un desenfrenado sensualismo que la lleva a los más cínicos alardes de despreocupación y desvergüenza? ¿Entiende el Sr. Orgaz que el vínculo matrimonial debe sustituirse por fortuito consorcio, libre de todo deber, y disoluble siempre que se extinga el sensual capricho o el fantástico y vaporoso sueño que lo formó? ¿Cree que la virtud, el honor, la castidad, el decoro, la fidelidad conyugal, la santidad del lazo, el deber, son palabras vanas y [127] preocupaciones necias, y que el amor fantástico, liviano y caprichoso, es el único fundamento de la familia? Pues si tiene la desgracia de pensar así, debió abstenerse de dar a la estampa tales pensamientos, debió tener en cuenta todo lo que puede haber de perturbador y funesto en su novela, toda la responsabilidad que le cabe por difundir tan peligrosas doctrinas.

No es él el único por desgracia. Cunde mucho ese idealismo corruptor, originado por vanas aprensiones subjetivas, por aspiraciones vagas e incoherentes, por una completa ignorancia de la naturaleza humana, por un olvido lamentable de las santas leyes del deber. Confúndense el tranquilo afecto, santificado por la moral, único que debe existir en el matrimonio, con el arrebatado é irracional erotismo que forjan imaginaciones calenturientas; estímase traba insoportable el deber que la sociedad, la razón y la misma naturaleza imponen; júzgase que el placer es fin exclusivo de la vida y que a él ha de sacrificarse todo, incluso lo más alto; búscase la poesía en vanos ensueños y hállase la prosa en todo lo que es racional y sensato; por lamentable extravío parece apetecible lo prohibido y pecaminoso e insoportable lo lícito y honesto, y por tales caminos se despeñan de consuno el corazón y la mente, viniendo a la postre a parar ese idealismo malsano en torpe apoteosis del escándalo y del vicio. Tal es el espíritu de la novela francesa, llamada psicológica, sin duda porque desconoce la psicología, y social porque mina las bases de la sociedad; tal es también el espíritu de la novela del Sr. Orgaz, que en mal hora importa en España un género funesto, imitando sus defectos sin lograr asimilarse sus bellezas, y malgastando su indudable talento en escribir obras, cuya lectura debe ser fruto prohibido para todos los que en algo estimen los fueros de la virtud y el bienestar de la sociedad.

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Excitado el Sr. D. Joaquín Martín de Olías por la invasora política ultramontana y ganoso de volver por los fueros de la libertad y de la civilización, desconocidos y negados por los defensores de la teocracia, ha escrito un libro titulado: Influencia de la religión católica, apostólica, romana en la sociedad española, en el cual traza un cuadro histórico de nuestra sociedad, mostrando el funesto influjo que en ella han ejercido el fanatismo y la superstición y criticando acerbamente las doctrinas contenidas en la Encíclica Quanta cura, en el Syllabus y en las Constituciones del Concilio del Vaticano, para concluir afirmando la necesidad de separar en España la Iglesia del Estado y de romper abiertamente con el catolicismo.

De acuerdo con el Sr. Martín de Olías en reconocer la funesta influencia del ultramontanismo en nuestra patria, no lo estamos igualmente con sus soluciones, que se nos antojan poco políticas y difíciles de realizar. Destruir el catolicismo en un país latino, donde ningún otro culto podrá sustituirle jamás, es empresa sobre imposible peligrosa; pues las muchedumbres no pueden vivir sin idea religiosa sin grave peligro y daño para ellas y para la sociedad. Urge, sí, emancipar el Estado de la opresión teocrática, dar sólidas garantías a la libertad religiosa y científica y resistir con mano fuerte las exigencias ultramontanas; urge trabajar por liberalizar el catolicismo y por secularizar todas las instituciones; pero no es prudente ni político ponerse en [128] pugna con creencias y sentimientos dignos de respeto y que no tienen sustitución posible. Tampoco conduce a nada la separación de la Iglesia y el Estado en pueblos como el nuestro, como no sea a dar a la Iglesia armas poderosas de dominación, como son la absoluta libertad y la gloria del martirio; la protección y el régimen de las regalías son la política más hábil, más conservadora, más provechosa a los intereses de la libertad, y más compatible con el respeto debido a los sentimientos de nuestro pueblo. La libertad de la Iglesia sería funestísima; y los ataques rudos e intemperantes al dogma y al culto no lo son menos. La escuela a que pertenece el Sr. Olías ha cometido en estas materias graves errores, tantos al menos como la contraria; y es ya hora de pensar en que esos problemas se resuelvan con maduro juicio y sano sentido político. Por eso nos parecen desacertadas las soluciones del Sr. Olías, y contraproducente e impolítico el tono de su libro, lleno de ataques intemperantes contra la religión y escrito con una virulencia anticlerical, más propia de un progresista de 1834 que de un demócrata conservador de 1876.

El prólogo y las notas del Sr. Castelar escritas con la delicadeza que le es característica y con cierto misticismo, que no lo es menos, forman extraño contraste con el violento y apasionado escrito del Sr. Olías.

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Terminaremos esta Revista haciendo honorífica mención de las siguientes publicaciones: Novísimo diccionario festivo, escrito en verso, con bastante gracejo, por el Sr. Ossorio y Bernard (en colaboración con el malogrado escritor D. Rafael Tejada y Alonso Martínez); A Associaçao, curioso y erudito estudio sobre las asociaciones portuguesas, debido al reputado escritor lusitano Costa Goodolfin; Juan Howard, noticia biográfica de este célebre reformador, uno de los iniciadores de la reforma penitenciaria, folleto escrito en galano estilo por D. Javier Galvete; Estudios sobre Bancos territoriales con la parcelación del territorio, por D. Vicente Isbert y Cuyás y las traducciones del folleto de Laveleye sobre el Porvenir religioso de los pueblos civilizados, por el señor Galvete, y de unos Bosquejos históricos de Mr. Guillaume, por el señor Omblaga.

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Acaso extrañará a nuestros lectores que no contestemos aquí al violento y personalísimo artículo que nos dirigió El Solfeo por nuestros ataques a ciertas afirmaciones del Sr. Pí y Margall; pero la circunstancia de haber sido denunciado y condenado nuestro colega por algunas observaciones de carácter político de dicho artículo explica suficientemente nuestro silencio. Conste, sin embargo, que nunca fue nuestro ánimo mortificar al Sr. Pí y Margall, cuyas prendas personales estimamos, sino protestar contra la reaparición de doctrinas y aspiraciones que consideramos funestas para la libertad y para la patria.

M. de la Revilla

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