Revista Contemporánea
Madrid, 30 de mayo de 1877
año III, número 36
tomo IX, volumen II, páginas 252-256

Manuel de la Revilla

< Revista crítica >

Verdaderamente notable es la edición del Mágico prodigioso, que acaba de publicar el distinguido escritor francés señor Morel Fatio, ya conocido entre nosotros por diferentes trabajos eruditos. El Sr. Morel Fatio ha hecho esta edición, teniendo a la vista el manuscrito original de Calderón, que se conserva en la biblioteca del duque de Osuna, y que ofrece notables variantes con la edición corriente del Mágico. Confrontando este texto con los de la parte XX de las comedias de Calderón, publicada en 1669, y de la edición de Vera Tasis de 1683, y no olvidando las ediciones restantes, el Sr. Morel Fatio presenta una nueva versión del drama precitado, en la que restablece el texto primitivo, conservando lo que en las ediciones posteriores vino a mejorarlo, y publicando aparte una variante importantísima de la tercera jornada. El criterio adoptado para esta edición (ampliamente expuesto en la introducción por el Sr. Morel Fatio), es acertado sin duda; pero creemos que, para evitar confusiones, hubiera sido preferible publicar el manuscrito primitivo sin alteración alguna, y a continuación el texto corriente; pues con estar muy bien hecho el trabajo de refundición del señor Morel Fatio, ofrece no pequeñas dificultades para confrontar las versiones y restablecer con claridad el texto primitivo. Por esta razón, hubiéramos juzgado preferible no incluir en éste el largo pasaje del acto tercero, a partir del verso 2.781 hasta el final. Por cierto que es digno de notarse el cambio que experimentó el pensamiento de Calderón, desde la época en que hizo la primera redacción de su obra hasta que la dio a la estampa en la forma de todos conocida; y no hay duda de que el drama ganó en el cambio, pues en su primitivo texto no se incluye la bellísima escena de la seducción, que es la mayor de sus perfecciones.

Reproducidos los textos con minuciosa fidelidad; indicadas todas las variantes de las diversas ediciones; ampliamente comentado e ilustrado el drama con notas críticas y eruditas, la nueva edición del Mágico es un verdadero modelo de lo que deben ser estas ediciones cuando al público culto y erudito se dirigen. Pero no por esto [253] creemos con el Sr. Morel Fatio que así deban hacerse en todos los casos; pues tales procedimientos no cuadran a las ediciones populares, que requieren ante todo gran claridad y fácil lectura. Por eso pensamos que la modernización de la ortografía y la división de los actos en escenas no son reformas que merezcan las censuras que, por haberlas llevado a cabo, dirige el Sr. Morel Fatio a los colectores españoles de nuestras antiguas comedias. En lo único que le asiste la razón, es en sus críticas contra el vicioso sistema seguido por algunos para restaurar los textos y contra el escaso celo que para buscar los mejores de éstos y depurar los corrientes han manifestado las personas a que alude. Pero debe tener en cuenta el Sr. Morel Fatio, que una cosa es trabajar en Francia para editores espléndidos, y otra hacer en España un tomo de la Biblioteca de Autores Españoles, por una cantidad que rechazaría allende los Pirineos el último traductor de folletines.

Precede al Mágico una bien escrita introducción, llena de erudición y de crítica, en la que, después de hacer algunas consideraciones generales acerca del carácter de nuestro teatro antiguo, y de exponer las reglas de crítica a que ha de sujetarse toda edición de las comedias clásicas, se ocupa el Sr. Morel Fatio de los orígenes del Mágico, de las particularidades del manuscrito original de la biblioteca de Osuna, de la lengua y versificación de dicho drama, y de la descripción del referido manuscrito, terminando con una bibliografía razonada de las ediciones y traducciones del Mágico. No disponemos de espacio ni tiempo suficientes para analizar este notable trabajo, y nos limitaremos, por tanto, después de encomiar como es debido, los méritos en que abunda (pues es un trabajo crítico de primer orden) a señalar algunas apreciaciones del autor, con las que no estamos conformes.

Parécenos que, al lado de las exactas observaciones que el señor Morel Fatio hace respecto de nuestro antiguo teatro, hay ciertos puntos de vista poco acertados y que pueden dar lugar a algunos reparos. Tal es, por ejemplo, la escasa benevolencia del escritor francés al juzgar la forma exterior de nuestras comedias, que le parece poco noble y artística; en lo cual parece traslucirse cierta preocupación clásica mal disimulada. Nuestro verso octosílabo no es muy del gusto del Sr. Morel Fatio, que acaso hubiera preferido el endecasílabo en sus diversas formas; quizá por lo que puede parecerse al acompasado alejandrino francés. ¡Error notorio! El endecasílabo es un metro poco adecuado al teatro y se compadece mal con la naturalidad y viveza que requiere el diálogo dramático. El uso frecuente del octosílabo en nuestra escena no nace sólo, como piensa el señor Morel Fatio, de exigencias populares; nace de que es el metro verdaderamente dramático que poseemos; y la prueba de ello es su persistencia en nuestro teatro contemporáneo, que no es popular a la manera del teatro de Lope.

También se nos antoja que en su juicio de nuestra comedia clásica, el Sr. Morel Fatio exagera algo un punto de vista verdadero, a saber, el carácter eminentemente nacional de aquella. Parece que el Sr. Morel Fatio no ve en nuestro teatro otra cosa que un producto indígena y particularísimo, sin carácter universal y humano de ningún género. Esto no es enteramente exacto; el teatro que ha concebido el Segismundo de La vida es sueño, el Cipriano de El mágico, el D. García de La verdad sospechosa, el Herodes de El Tetrarca, y tantos otros tipos, que no son meras fotografías españolas, sino vivas copias de la realidad humana de todos los tiempos y lugares, no merece esa exagerada acusación de particularismo. [254] Que vestía a la española a sus héroes es cierto; pero ¿por ventura los griegos y romanos de Racine y Corneille no eran tan franceses en el fondo como españoles los de Lope?

Tampoco nos parece acertado el desdén con que el Sr. Morel Fatio considera la opinión de los que hallan notables semejanzas entre el Mágico y el Fausto. Ni esta opinión es tan descaminada como el Sr. Morel Fatio presume, ni es exacto que las semejanzas entre ambas producciones se reduzcan al pacto diabólico. El hecho de realizarse este pacto para lograr el amor de una mujer, la condición social y la profesión de los protagonistas de ambas obras, y hasta ciertos detalles secundarios, establecen no pocas semejanzas que no quiere ver el Sr. Morel Fatio. No se niegan por esto las profundas diferencias que crean en ambas obras los diversos ideales que inspiran a sus autores, católico el uno, panteísta el otro. Pero el dato fundamental de la acción es idéntico en las dos, y esto basta para no tratar tan de ligero la opinión contraria a la sostenida por el crítico francés.

Pero estos leves reparos no impiden que el trabajo del Sr. Morel Fatio sea digno de encomio y de gratitud a la par, pues no es pequeño el servicio que con él presta a las letras españolas al publicar la primera edición crítica del Mágico. Triste es por cierto que los extranjeros hayan de encargarse de dar a luz las mejores ediciones de nuestra literatura clásica, y que nos enseñen a hacerlas como los adelantos de la crítica requieren; pero fuerza es conformarnos y aplaudirlos, ya que nos prestan servicios que rara vez debemos a nuestros compatriotas. Resignémonos, pues, y enviemos una entusiasta felicitación al erudito editor del Mágico prodigioso.

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Hace algunos años que el Sr. D. Matías Nieto Serrano, muy acreditado por sus notables trabajos en ciencias médicas, y conocido por sus aficiones filosóficas, dio a la estampa, bajo el título de Bosquejo de la ciencia viviente, una obra en que exponía la primera parte de un nuevo sistema de filosofía. Era entonces la época en que el krausismo dominaba entre nosotros con imperio tan absoluto y exclusivo, que ninguna doctrina competía con él, y el libro del Sr. Nieto no tuvo eco alguno, a lo cual justo es decir que contribuyó en mucha parte lo árido e intrincado de su forma. Hoy que han pasado aquellas circunstancias, el Sr. Nieto vuelve al palenque y acaba de publicar un folleto titulado La naturaleza, el espíritu y el hombre, que es como una especie de programa del vasto sistema bosquejado en el libro a que antes nos hemos referido y expuesto en términos sumarios en este nuevo trabajo.

A nuestro juicio, el Sr. Nieto no ha estado acertado en esta publicación. Un sistema filosófico no puede exponerse en un breve folleto sin que parezca dogmático y falto de fundamento; y por otra parte, en el trabajo del Sr. Nieto se exponen más bien los resultados y aplicaciones del sistema que el sistema mismo, el cual se supone ya conocido por haber sido desarrollado en el Bosquejo de la ciencia viviente. Este es un error grave del Sr. Nieto; su obra primitiva no es conocida apenas, y su nuevo folleto carece, por tanto, de base, y no producirá efecto alguno. Las aplicaciones de un sistema cuyos fundamentos no se conocen no son más que afirmaciones dogmáticas, casi siempre ininteligibles; y el corto resumen de sus principios filosóficos fundamentales que hace el Sr. Nieto en el comienzo de su nuevo libro es insuficiente para que el lector se forme idea del [255] sistema, y mucho menos aprecie y comprenda sus aplicaciones.

Más acertado hubiera sido reproducir el Bosquejo de la ciencia viviente, más compendiado y expuesto con mayor claridad; si bien esto último parece superior a la voluntad o al poder del Sr. Nieto, que ni aun en el libro que examinamos (evidentemente destinado a popularizar y difundir su sistema) consigue hacerse inteligible. No hay filósofo tan oscuro y enigmático como el Sr. Nieto. Sus concisas fórmulas, áridas y descarnadas, el aspecto paradójico de sus proposiciones, su especialísimo tecnicismo, hacen que sea en extremo difícil la comprensión de sus doctrinas. Llegar a entender una página del libro del Sr. Nieto, es empeño más arduo que descifrar los más intrincados problemas de la Crítica de la razón pura o interpretar los más enigmáticos conceptos de la Analítica de Sanz del Río.

De lo que puede adivinarse a través de la oscuridad en que se envuelve el pensamiento del Sr. Nieto, parece inferirse que su sistema (sin duda bastante original) se funda en los siguientes principios fundamentales: 1°, en que la ciencia es una realización sucesiva, una evolución constante y nunca un sistema definitivo de verdades y conocimientos hechos; 2°, en que, lo mismo en la esfera del conocimiento que en la realidad, todo es relativo, incluso lo relativo mismo, reduciéndose todo a antítesis parcialmente realizadas y resueltas en un incesante devenir; 3º, en que la ciencia absoluta, la metafísica y lo que puede llamarse teología racional, son imposibles por completo. Una base kantiana; algo del criticismo de Renouvier, y no poco del hegelianismo, todo ello fundido en una fórmula original y no muy clara; he aquí, en suma, a lo que puede, al parecer, reducirse el sistema del Sr. Nieto, que en realidad es una de tantas fases del movimiento crítico positivista de nuestros días, y que podía tener no poca importancia en España, si su autor acertara a formularlo de un modo accesible al común de las inteligencias, o encontrara un discípulo que se encargase de este trabajo, sin el cual es imposible que dicho sistema ejerza la menor influencia en el movimiento filosófico de nuestra patria.

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Fuera de las obras que hemos examinado, nada que merezca particular atención se ha publicado en estos días, a no ser La Princesa de Éboli, del Sr. Muro, estudio histórico que aún no ha llegado a nuestras manos. En los teatros tampoco se ha representado ninguna obra que pueda llamarse notable.

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En el Ateneo, los debates de las dos secciones que este año funcionan, tocan a su fin. En el de la de ciencias morales y políticas han usado de la palabra los Sres. Rodríguez Sampedro, Fernández García, Grael, y el autor de estas líneas, razón esta última que nos impide ocuparnos con detenimiento de esta parte de los debates, limitándonos a consignar que el Sr. Sampedro, conservador de los más conservadores y orador frío, pero correcto, el Sr. Fernández García, católico liberal, con más de lo primero que de lo segundo, y el señor Grael, demócrata radicalísimo, han ilustrado el debate con muy oportunas observaciones y han sido escuchados con aprecio por el Ateneo.

En la sección de literatura, después de una rectificación del señor Hinojosa, bastante inferior a su primer discurso, y otra del Sr. Moguel, muy discreta e intencionada, y en la que hizo este orador [256] acertadas observaciones sobre las instituciones caballerescas, ha usado de la palabra el Sr. Simarro, deleitando por extremo al auditorio con las agudezas de su ingeniosísimo entendimiento, y exponiendo puntos de vista muy originales, exactos algunos, paradójicos otros, pero todos realzados por el encanto del inimitable esprit de este orador. Convendría, sin embargo, que el Sr. Simarro se apartase algo de esa resbaladiza pendiente de la originalidad, que puede llevarle a donde ciertamente él no quisiera ir en manera alguna.

Espéranse con ansia los resúmenes de los Sres. Azcárate y Canalejas, que se cree han de ser por extremo notables.

M. de la Revilla

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