Revista Contemporánea
Madrid, 15 de noviembre de 1877
año III, número 47
tomo XII, volumen I, páginas 114-122

Manuel de la Revilla

< Revista crítica >

Inauguró el Ateneo sus trabajos, leyendo el discurso de apertura su digno presidente, D. José Moreno Nieto. Numerosa y selecta concurrencia acudió al acto, ávida de escuchar la elocuente palabra de tan notable orador, y segura de asistir a un verdadero acontecimiento científico, toda vez que el discurso del Sr. Moreno Nieto versaba sobre uno de los problemas más graves y complicados de nuestros tiempos: el problema religioso. Por desgracia, el público vio defraudadas sus esperanzas, y el Sr. Moreno Nieto no consiguió el apetecido triunfo. Ni era fácil que lo consiguiera con discurso tan endeble como el que en mal hora ha compuesto este año.

Asegúrase que lo ha escrito con notable precipitación. Si es cierto, algo le disculpa esta circunstancia; pero así y todo, el Sr. Moreno Nieto, que sabe improvisar brillantes discursos, pudo hacer algo mejor de lo que ha hecho. Ya que su trabajo no fuera profundo, pudo no ser vulgar, y de no competir con los valiosos escritos que sobre la cuestión religiosa lanzan diariamente a la publicidad las prensas europeas, debió al menos no confundirse con los artículos periodísticos y los folletos de propaganda que dan a la estampa los escritores católicos de tercera fila. El Sr. Moreno Nieto estaba obligado a hacer algo más que una nueva edición de las declamaciones de Augusto Nicolás y las vulgaridades de monseñor Segur.

Es tan grave, tan arduo, tan transcendental, complejo y profundo el problema religioso (cualquiera que sea el punto de vista bajo el cual se le considere), que es fuerza tratarlo con una elevación, una mesura, un exquisito tacto, una erudición y una ciencia tales, que todo esfuerzo es poco para hacer en tal materia algo, no ya notable, pero regular siquiera. Penden de la resolución de ese problema los más caros intereses; contribuyen a formarlo numerosos y heterogéneos factores; relaciónase con cuestiones de todo género y con todo [115] linaje de ciencias; encierra, no sólo un problema religioso, sino problemas morales, sociales, políticos, históricos, y aun fisiológicos, étnicos y geográficos, sin contar con los que a la ciencia, a la filosofía y al arte se refieren; suponen su planteamiento y resolución multitud de variados y profundos conocimientos, y exigen imperiosamente elevación y rectitud de miras, ánimo desapasionado y sereno, perspicaz entendimiento, sensibilidad no escasa, ciencia y erudición copiosísimas, sentido profundo de la vida y de la historia, y conocimiento notable de la naturaleza humana y del espíritu de los actuales tiempos. Y siendo así, ¿cómo resolverlo de una plumada, con cuatro rasgos de ingenio y de imaginación, y un puñado de manoseadas y cien veces refutadas razones, en el breve espacio de algunas páginas, escritas con la inspiración irreflexiva del poeta, más que con la razón serena del filósofo?

Nuestros lectores comprenderán las poderosas razones que en materias tales nos obligan a encerrarnos en prudente reserva, y nos ciñen a criticar el trabajo del Sr. Moreno Nieto, sin tocar al fondo de su doctrina, ni entrar en el minucioso análisis de sus detalles. Nuestra crítica habrá de ser incompleta, y al parecer poco fundada, por tanto; pero la inteligencia del lector llenará las lagunas que en ella dejaremos.

Consta de dos partes el discurso del Sr. Moreno Nieto. En la primera se plantea el problema y se enumeran sus factores; en la segunda se aspira a resolverlo. No escatimaremos a aquélla los elogios. Aunque trazado algo a la ligera, el cuadro en que se presenta el actual estado del pensamiento religioso y se exponen los antecedentes que lo motivaron, es exacto en sus líneas generales, y está hecho con brillantez y maestría. La filiación protestante del movimiento religioso y filosófico moderno está claramente mostrada, como asimismo la influencia que en éste tienen el desenvolvimiento de las ciencias naturales y el renacimiento clásico del siglo XVI. Manifiesto aparece el hecho de que la ciencia, la filosofía, el arte y la vida entera caminan desde entonces fuera de las vías cristianas, por obra de implacable, lógica y necesaria ley histórica, y no menos resaltan la justicia, la razón y el perfecto derecho con que la Iglesia católica opone resistencia invencible a ese progreso, a esa civilización y a ese liberalismo modernos, que son la negación abierta de su ideal, y aun de su existencia. Notables son también las páginas en que el Sr. Moreno Nieto prueba cumplidamente que el protestantismo se halla en plena disolución; que el cristianismo liberal, confundido con el naturalismo, no puede satisfacer las necesidades de la vida religiosa, y que tampoco las satisfacen las concepciones teosóficas de la metafísica alemana, faltas todas de las condiciones indispensables para constituir una verdadera religión.

La parte crítica y negativa del trabajo, aunque hecha a la ligera, es buena; pero faltaba, para que fuese completa, haber estudiado la [116] vida interior del catolicismo, el estado moral de la sociedad presente, los conflictos entre la Iglesia y el Estado, los antagonismos entre la religión y la ciencia, las direcciones heterodoxas del arte y otros muchos factores del problema, apenas mencionados por el Sr. Moreno Nieto. Basta, sin embargo, con los datos que aduce para poner de relieve la extensión y gravedad de la crisis religiosa contemporánea.

La segunda parte del discurso encierra la solución del problema. Esperábamos cuál sería, pero nunca creímos que en tan débiles y desacreditados argumentos la fundara el Sr. Moreno Nieto. La causa que el ilustre orador defiende es demasiado grande para defenderla con armas tan pobres. En la apologética católica hay todavía recursos más poderosos que los empleados por el Sr. Moreno Nieto. Al oír de sus labios que la solución del problema consistía en una amplia y completa restauración del ideal católico, esperamos que para sustentar semejante tesis se remontara a las alturas de la teología y de la metafísica, reuniera todos los argumentos que pudiera haber a mano para oponerlos a la crítica racionalista, aceptara el combate en todos los terrenos, y reuniendo en vasta y magnífica síntesis cuantas armas podían depararle la razón y la fe, la filosofía y la historia, la moral y el arte, la idea, el sentimiento y la imaginación, cayera con todo el peso de su fascinadora elocuencia sobre las huestes anticristianas y, vencedor o vencido, mantuviera enhiesta, y gloriosa la bandera del catolicismo. Todo eso y más se necesitaba en estos tiempos en que un apologista cristiano ha de reunir la ciencia de San Agustín, la penetrante lógica de Santo Tomás, la elocuencia sublime de Bossuet, el apasionado sentimiento de Fenelon y la energía de Tertuliano, para no quedar por bajo de sus adversarios y para oponer seria resistencia a la temible invasión de enemigos cada vez más numerosos, gigantes y esforzados.

Lejos de hacer esto, el Sr. Moreno Nieto desarrolló el más deplorable sistema de defensa que puede imaginarse. Falto, no sólo de razones, sino de elocuencia, limitóse a algunos arranques de sensibilidad e imaginación un tanto declamatorios; entretúvose en pintar el pavoroso cuadro de la sociedad privada de fe, y entregada a petroleros e internacionalistas, vulgar argumento y gastado recurso, más propio para conmover a los bolsistas que para convencer a los pensadores; y por último, defendió algunos dogmas del cristianismo con razonamientos que desdeñaría Bossuet y apadrinaría gustoso Monseñor Segur. Ni un pensamiento elevado, ni una concepción superior, ni un argumento nuevo, ni una razón sólida, ni siquiera un rasgo poético verdaderamente bello, supo aducir el Sr. Moreno Nieto en esta deplorable parte de su discurso, terminada bruscamente por cierto, sin duda porque su preclaro autor acabó por avergonzarse de haber dado la vida a hijo tan endeble y enfermizo.

Y lo más grave de todo es, que el Sr. Moreno Nieto, como de costumbre, no acertó a resolver la enorme contradicción que hay en el [117] fondo de su discurso. El Sr. Moreno Nieto no acaba de perder la afición que tiene a todo lo moderno y de convencerse de que bajo el punto de vista católico, en todo lo que la humanidad ha hecho desde el siglo XVI acá no hay otra cosa que error y pecado. El señor Moreno Nieto ve con simpatía el movimiento filosófico, científico, artístico, político y social de la época moderna, sin tener en cuenta que todo ello, como hecho fuera y en contra de las vías católicas, es obra de perdición y de escándalo; y no vacila en considerarlo como movimiento necesario, lógico y fatal del espíritu humano, sin advertir que no puede ser tal para el verdadero católico lo que contra su Dios y su Iglesia se hace. El Sr. Moreno Nieto, apartado de la única filosofía ortodoxa que hoy patrocina la Iglesia, enamorado de una civilización que la Iglesia condena, apegado a un liberalismo que la Iglesia reprueba, no comprende que ha pasado el tiempo de los términos medios y de las posiciones indeterminadas; que está ya lanzada la mortal sentencia contra el liberalismo católico, y que es hora ya de elegir, de una vez para siempre, entre Dios y Satán. Mientras no comprenda eso, la contradicción se hallará en el fondo de todos sus trabajos y su posición será de todo punto insostenible. Partido está el campo, armadas las huestes y enhiestas las banderas. Ya no es hora de vacilaciones, ni de dudas, ni de situaciones equívocas. Para ser católico hay que serlo de veras; y el que así lo es, no puede suscribir a las doctrinas del Sr. Moreno Nieto. Servir a Dios y a Satanás es imposible; y Satanás, sépalo el Sr. Moreno Nieto, es esa civilización moderna, esa ciencia, esa filosofía, ese liberalismo, ese movimiento necesario de los tiempos que tanto le entusiasma, y del cual está separada por un abismo, con razón completa y perfecto derecho, esa Iglesia cuya causa defiende con tan flacos argumentos el Sr. Moreno Nieto, a quien deseamos nuevos triunfos que oscurezcan la terrible caída que se llama discurso de inauguración del Ateneo de Madrid.

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Numerosas publicaciones tenemos a la vista, pero ninguna verdaderamente notable podemos señalar entre ellas. Enumerémoslas rápidamente.

Una de ellas es la traducción de la Historia contemporánea, de Weber, cuyo primer tomo acaba de darse a la estampa. Esta obra, que abraza desde 1830 hasta 1872, es continuación y ampliación a la vez de la Historia universal del mismo autor, muy conocida entre nosotros, gracias a la traducción que de ella hizo el Sr. Sanz del Río. Weber es un estimable historiador de segundo orden, algo seco y descarnado en la narración, no muy dotado de espíritu filosófico, y que se distingue principalmente en la parte de su obra destinada a historia literaria. Su Historia es un buen compendio, demasiado conciso, pero que puede estudiarse con algún provecho. La que hoy [118] da a la estampa no deja de tener mérito, pero no compite con los insignes monumentos que debemos a otros grandes historiadores modernos.

El Sr. García Moreno, traductor de esta obra, la ha enriquecido con varias notas, comentarios y apéndices muy estimables por lo general. De la traducción nada decimos, porque hay en ella la grave falta de no estar hecha de la lengua en que se escribió el original. Costumbre fatal y arraigada entre nosotros, por desgracia, es esta de traducir las traducciones que hacen nuestros vecinos los franceses, en vez de acudir a las lenguas originales. Y todavía hay que dar las gracias al Sr. García Moreno porque, ya que lo ha hecho así, ha cuidado de traducir el francés con esmero y ha anotado con talento su traducción.

De Madrid a Madrid dando la vuelta al mundo se titula una relación de viajes al extremo Oriente y a la América del Norte, debida a la pluma del Sr. Dupuy de Lome. Hecha al estilo de los viajeros franceses, esto es, algo a la ligera, con gracia y desenfado, pero con escasez de datos, noticias y observaciones de carácter científico y verdadera utilidad, se lee con gusto y entretiene agradablemente. Las consideraciones políticas en que abunda no son acertadas, a nuestro juicio. La parte mejor del libro es la curiosa descripción de las instituciones, creencias y costumbres de los Mormones, que tiene mucho interés y está hecha con notable discreción.

La Biblioteca salmantina ha publicado una buena traducción de La psicología inglesa contemporánea, de Ribot, hecha por el catedrático de aquella Universidad, D. Mariano Arés, y adicionada con un juicio crítico de la obra. El libro de Ribot es utilísimo para conocer la escuela psicológica inglesa, que tanta importancia tiene y tan bienhechora influencia ha de ejercer en la filosofía contemporánea. El recto sentido y la prudente circunspección de esta escuela, que la apartan de las exageraciones del positivismo naturalista, su excelente método, su espíritu observador y analítico, la conciencia con que lleva a cabo todos sus trabajos, le aseguran papel importantísimo en el movimiento filosófico que hoy se produce en la Europa culta. La escuela inglesa está llamada, en nuestra opinión, a poner coto a las exageraciones intemperantes de los franceses y al espíritu aventurero e idealista de los alemanes, reuniendo la ciencia de éstos al elegante estilo de aquellos, juntando a estas cualidades el admirable sentido práctico de la raza sajona y dando su verdadera fórmula a la dirección positivista, cuya futura metafísica acaso preparan Spencer y Lewes . Ella despojará al positivismo del espíritu dogmático, idealista e intransigente que comienza a apoderarse de él; lo encerrará en sus verdaderos límites, evitará posibles colisiones con sentimientos muy arraigados en la conciencia humana y dará verdadero carácter positivo a la filosofía, mejor que los discípulos de Comte y los sectarios de Haeckel. Del neo kantismo alemán y del psicologismo inglés, mezclados acaso [119] con algunos elementos hegelianos y con el importante elemento darwinista, saldrá probablemente la filosofía del porvenir.

El Sr. Arés ha criticado la obra de Ribot con notable discreción y mesura. En su trabajo, como en los de algunos otros mantenedores de la escuela de Krause, fácilmente se nota la favorable modificación que ésta sufre en los momentos actuales. Suavízanse ya sus antiguas asperezas y muéstrase en ella marcada simpatía hacia las nuevas direcciones del pensamiento.

Felicitémonos por ello y hagamos votos porque entre al cabo en el buen camino esa escuela que, a pesar de sus graves errores, siempre tendrá el mérito de haber iniciado en España el movimiento filosófico.

Ensayos políticos se titula una refutación del libro del Sr. Pí y Margall, Las nacionalidades, que acaba de publicar el Sr. D. Ramón Cepeda. Es un trabajo muy notable en que se pulverizan con poderosos argumentos las doctrinas del Sr. Pí y se exponen con gran acierto los buenos principios de la democracia. El autor pertenece a aquel grupo que con tanta perseverancia como mala fortuna sostuvo en la época revolucionaria los principios de la democracia unitaria contra la federal.

Constante en sus nobles propósitos, acomete hoy de nuevo al federalismo dándole golpes tan rudos y contundentes, que difícilmente podrá curarse de ellos. Las doctrinas que a tales tendencias opone, no pueden ser más provechosas y constituyen un verdadero programa de la democracia conservadora. Parécenos, sin embargo, que el Sr. Cepeda abriga todavía ciertas exageradas preocupaciones respecto a formas de gobierno, que le impiden apreciar con justicia el acto llevado a cabo por los demócratas que aceptaron la monarquía en 1868, dando con ello más pruebas de sentido político que los que siguieron opuesta conducta. No merecían, por cierto, aquellos patricios las duras calificaciones que les aplica el Sr. Cepeda. Si el periódico disfrutara de tanta libertad como el libro, fácil nos sería probar nuestro aserto y demostrar al Sr. Cepeda que no es el federalismo el único responsable de los errores y de la ruina de la revolución; fácil nos sería mostrar también que si la democracia ha de ser poder algún día, sólo podrá arraigarse a condición de ser más conservadora todavía que lo que quiere el Sr. Cepeda. Pero como de nada de esto se puede hablar, fuerza es que pasemos a otro asunto.

La bella literatura no ha producido nada notable en esta quincena. Debemos mencionar, sin embargo, la nueva edición, aumentada, de las obras del malogrado Bécquer; la elegante traducción de El Monje del Cister, admirable novela de Herculano, que ha vertido a nuestra lengua el Sr. Rodríguez Bermejo, ilustrándola con eruditas notas; y algunas producciones originales, de que daremos sumaria noticia.

Una de ellas es un tomo de artículos festivos y humorísticos, y cuentos de poca extensión, titulado Flaquezas humanas, y debido a [120] la fecunda pluma del Sr. Blasco. Libro sin pretensiones, que no deja de ser entretenido, Flaquezas humanas puede leerse con agrado.

Son las otras dos novelas de la fecunda escritora Angela Grassi, tituladas Marina y El primer año de Matrimonio. La primera es una narración histórico novelesca, fundada en la conocida historia del primer falso Demetrio que sucedió al Zar Boris en el trono de Rusia. La señora Grassi da por sentado que aquel impostor era el verdadero Demetrio; y sobre esta base forja una acción llena de aventuras y no escasa de interés, que valdría más si no abundara tanto en digresiones, y su estilo fuera más natural, sencillo y correcto. El otro libro de la señora Grassi es una especie de novela en forma de cartas, en la que se desenvuelve una acción muy sencilla, con el objeto de inculcar en las casadas el amor al orden, a la economía y al gobierno de la casa. Débil bajo el punto de vista literario, esta obra merece recomendarse, sin embargo, por la sana moral y el buen sentido que en ella resplandecen, por las saludables máximas y reglas de conducta en que abunda, y por la prueba de buen gusto y de talento que da la autora al condenar la famosa emancipación de la mujer, burlarse de las mujeres hombres y afirmar, con loable franqueza, que la mujer se halla bien en su actual condición, que a ella debe la soberanía que en el hombre ejerce, así como sus méritos y gracias, y que es necia y ridícula utopía separarla de los fines a que la destina la naturaleza. Siquiera por esta prueba de buen juicio, merece la señora Grassi que se perdonen las faltas de su libro, y se recomiende su provechosa lectura a las madres de familia, que obrarán cuerdamente si lo ponen en manos de sus hijas.

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Aunque está fuera de nuestra competencia el arte lírico dramático, fuerza es que demos cuenta de la nueva producción de D. José Zorrilla, representada, con profunda pena de los amantes de las letras, en el teatro de la Zarzuela. No entramos en el examen de ese desdichado D. Juan Tenorio que, disfrazado de tenor, ha penetrado con paso inseguro en el coliseo de la calle de Jovellanos, para ir desde allí, no al cielo, como el poeta quiere, sino al profundo infierno del olvido. El respeto y la amistad que nos merece el Sr. Zorrilla, y más aún, lo que exige de nosotros su gloriosa historia, nos impide ocuparnos de esa profanación inconcebible. Limitémonos a deplorarla en silencio, y a pedir al Dios de los poetas que impida la tercera caída de tan preclaro ingenio. Dos etapas lleva recorridas en el camino de la decadencia. Llamóse Pilatos la una, D. Juan Tenorio (zarzuela) la otra. Si ha de dar a sus amigos y admiradores el disgusto de ver la tercera, más le valdrá callar a tiempo; cosa más difícil de lo que parece, pero que evitaría muchos fracasos, si supieran hacerla, a muchos ilustres ingenios.

Nos ocuparemos ligeramente de las novedades ofrecidas al público por el teatro de la Comedia. Son tres: Haz bien... de [121] D. Miguel Echegaray, El Fénix de los maridos, de autor desconocido, y La criolla, de D. Antonio García Gutiérrez. Prescindamos de El Fénix de los maridos, muerta al nacer, a impulsos de estrepitosa silba, y ocupémonos de las dos restantes.

Haz bien... es un pecado del Sr. Echegaray, para el cual no hay disculpa posible. Figúrese el lector un clown del Circo de Price, que después de una escena cómica, en que agotara todo su repertorio de cabriolas, muecas y bofetadas, se echase a llorar amargamente y predicara un sermón moral a los espectadores, y se formará una idea de lo que es la comedia del Sr. Echegaray. Tres actos de situaciones bufas, confiadas a un conjunto de personajes caricaturescos, tontos de capirote o locos de remate, y presentados en escena con el objeto de demostrar una tesis moral; he aquí la síntesis de Haz bien... Que el bien debe realizarse por amor al bien mismo, y no por móviles interesados, tal es el pensamiento de la obra. A cualquiera se le ocurre que esto se demuestra mediante un drama, o una discreta comedia de caracteres delicada y culta. Pues al Sr. Echegaray se le ha ocurrido demostrarlo con una pieza bufa. A este paso, dentro de poco se expondrá el imperativo categórico de Kant en los Bufos Arderíus, y se desarrollarán los principios del estoicismo por medio de una función de monos sabios. ¿Qué le parece a nuestro buen amigo el Sr. Alarcón de esta aplicación práctica de su teoría acerca de las relaciones que necesariamente deben existir entre la moral y el arte?

Que la forma vale tanto o más que la idea en las obras de arte, lo muestra cumplidamente el éxito de La Criolla. Dad ese argumento a ingenio menos delicado que el del Sr. García Gutiérrez, y la obra será imposible a todas luces. Déjense a un lado el poético tipo de la criolla, el bellísimo diálogo y la afiligranada versificación de la comedia, y la última producción del Sr. García Gutiérrez resultará menos que mediana. Pero el verdadero poeta sabe cubrir con manto de flores el más descarnado esqueleto, y el público aplaude con sincero y legítimo entusiasmo lo que no puede resistir al severo análisis de la crítica.

La criolla que el Sr. García Gutiérrez ha presentado en escena es una concepción bellísima, llena de idealidad y poesía, obra maestra de una imaginación rica y lozana, y de un verdadero corazón de poeta. Aquella mujer deliciosa, mezcla admirable de ingenuidad y perspicacia, de inocencia y discreción, de pasión y de abandono, es una creación primorosa, digna del gran poeta que la ha dado vida. ¡Lástima grande que esa mujer divina se enamore de un títere despreciable, que no sabe amar ni sentir, ni tiene de hombre más que la figura, y que entregado a una aventurera, no comprende que ama a la criolla hasta que se queda sin querida y sin dinero, y sus lascivos ojos (que no su corazón) se fijan en las seductoras formas y voluptuoso abandono de su hermosa prima! No podemos perdonarle al Sr. García Gutiérrez que case a mujer semejante con un imbécil de [122] esa calaña. Verdad es que las mujeres suelen hacer elecciones tan acertadas como esa; pero ¿a qué manchar la figura de la criolla haciéndola cometer tan garrafal tontería? Fuera de la criolla (que más tiene de yankee que de cubana), nada hallamos en la concepción del Sr. García Gutiérrez que merezca elogio, a no ser los bien pintados personajes que con tanta gracia representan la señora Valverde y el Sr. Mario. El banquero y su mujer son figuras vulgares y repugnantes, como también los amigos del primo de la criolla. El negrito sentimental y semi filósofo es falso y de mal gusto. La trama no es verosímil, ni está llevada con acierto. La exposición de la acción es oscura; los incidentes de la cena del acto primero inverosímiles y algo repulsivos; la estafa que forma la base del enredo es un timo vulgar que sólo puede engañar a personas desprovistas por completo de sentido común y de experiencia; el consentimiento dado por la criolla para que se arriesgue su fortuna en un negocio que conceptúa perdido, es inexplicable; por último, el desenlace es precipitado y absurdo. La Criolla es un cuadro lleno de sombras, de malísima composición y desdibujado en su mayor parte; pero pintado con colorido brillantísimo, y en cuyo centro se ostenta una figura admirable que oscurece todos los demás defectos. El público no ve más que la figura, y por eso aplaude; la crítica también la ve, y por eso aplaude también; pero con reservas, porque ve lo demás.

La ejecución de esta obra ha deparado ruidoso y merecido triunfo a la señora Álvarez Tubau, que con ella se ha conquistado un primer puesto entre nuestras buenas actrices cómicas. Sus compañeros la secundaron admirablemente, distinguiéndose, según costumbre, la señora Valverde y el Sr. Mario. El Sr. Zamacois sacó todo el partido posible de su papel.

Terminaremos esta Revista, dando ligeras noticias de El Frontero de Baeza, drama de los Sres. Retes y Echevarría, estrenado en el teatro Español y muerto a los pocos días de nacer. Deplorable error de tan discretos poetas ha sido el tal drama. Carece por completo de todas las condiciones que una producción dramática exige, exceptuando el diálogo y la versificación que son excelentes. Acción, caracteres, situaciones, recursos, efectos, todo es falso y todo vulgar y manoseado en El Frontero de Baeza; en cambio no falta en él ninguno de los condimentos con que sazonaba sus producciones el romanticismo del año treinta y con que hoy sazonan las suyas los poetas que aún no peinan barbas. Pudiera decirse que El Frontero es una niñería de sus distinguidos autores.

En la ejecución han demostrado: los Sres. Vico y Fernández su talento, la Sra. Diez la imperiosa necesidad en que se halla de no hacer papeles que ya no la corresponden, el Sr. Zamora sus escasas condiciones para obras de algún empeño, y los demás actores sus buenos deseos y sus pocas fuerzas.

M. de la Revilla

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