Revista Contemporánea
Madrid, 15 de junio de 1878
año IV, número 61
tomo XV, volumen III, páginas 335-353

Rafael María de Labra

< El Ateneo de Madrid >

VII

La revolución del 68 fue saludada en el Ateneo con esta proposición:

«Pedimos a la Junta de Gobierno se sirva inaugurar las cátedras y abrir las Secciones lo más pronto posible. –Madrid 15 de Octubre de 1868. –J. Navarro Aznar. –G. Cruzada Villamil. –A. Bravo y Tudela. –Juan B. Pérez. –Calixto Bernal. –José Fernández Giménez. –José M. González Aguinaga. –Francisco de P. Canalejas. –José F. González. –Toribio del Campillo. –Ramón Sanjuanena. –Carlos Haes. –Ed. de Mariátegui. –Juan Casanova. –E. Melida. –Nicolás Rico. –Francisco Giménez.»

Y en efecto, las actas acusan que por la directiva fueron avisados en seguida los presidentes de las secciones e invitados a desempeñar cátedras los Sres. Moret, Silvela (Francisco), Tassara, Vilanova, Giner, Fabié, Linares, Sánchez Ruano, Vidart, Vicuña y otros.

Pero la revolución del 68, y particularmente la revolución en su primer período, no era lo más a propósito para devolver al Ateneo la vida de 1863. La proposición antedicha es sobre todo una de tantas pruebas del entusiasmo con que aquel grande y trascendental movimiento político fue acogido y saludado [336] en todos los círculos del país; de las esperanzas que en él se pusieron y del carácter de renacimiento que desde los primeros días presentó. En estos últimos tiempos algunas gentes han dado en la flor de tronar contra aquel suceso, colgándole la entera responsabilidad de las guerras que en América y en Navarra sostuvimos, amén de la grave perturbación cantonal; y ya en este camino no ha habido censuras suficientemente severas para condenar la confusión y los horrores (!) que en los espíritus, en la vida política, en la Hacienda, en el derecho, en el orden social produjo aquella revolución, reducida por algunos a un mero exabrupto de los marinos de Cádiz, a la obra del despecho de quince o veinte políticos, o, en fin, a uno de esos mil pronunciamientos militares que tan triste renombre nos han deparado en el extranjero y cuya iniciativa nos atribuyen a la gente liberal, a modo de monopolio, hasta los rebeldes del año catorce ¡Qué error! Pero ya me guardaré yo de razonar mi oposición a semejante modo de entender las cosas. Primeramente porque no viene al caso. Este no es un trabajo político, y si de la revolución del 68 hablo aquí es tan sólo en cuanto aquel acontecimiento influyó en la vida del Ateneo. Me bastaría el estudio de este particular para venir a la conclusión de la inmensa importancia, del altísimo valor y de la trascendencia suma de aquella revolución, cuyos efectos –a lo menos en su plenitud,– todavía no se han producido, cuyas bondades no oscurecerán jamás grandes extravíos explicables por muchos motivos, de imposible desconocimiento para quienes sepan ver el fondo de la historia, y, en fin, cuyo principal mérito consiste en haber sacado a España del círculo de una acentuada negación del espíritu contemporáneo para ponerlo en armonía con el mundo culto, con el mundo trasformado por la guerra civil norte-americana, la reconstitución de Italia, la unidad de Alemania, la caída del tercer imperio bonapartista y las transcendentales reformas políticas y sociales de la Gran Bretaña. Equivaldría a cerrar los ojos a la evidencia el negar que la revolución española de 1868 (la tercera digna de tal nombre que registra la historia patria del siglo XIX) obedece al mismo espíritu que ha producido en el resto del mundo aquellos grandes cambios. [337]

Ya he dicho repetidas veces que las épocas verdaderamente prósperas y brillantes del Ateneo no son precisamente los períodos críticos y agitados de revolución. Tratándose de la de 1868, y recordando los motivos de la afirmación anterior, compréndese bien que ahora menos que nunca el Ateneo podía centellear. El drama de 1868-73 es tan rico, tan vivo, tan amplio, que apenas hay tiempo para que la vista del espectador abarque cuanto se desenvuelve estruendosa y rápidamente ante él. La ruina de una dinastía, el encumbramiento y caída de otra, la regencia, la monarquía democrática, la república, la insurrección de Cuba, la rebelión carlista, la terrible algarada cantonal, el asesinato de Prim, las Constituyentes de 1869... son todos hechos por sí solos bastantes para embargar el ánimo y preocupar a una generación. Cuando tales cosas pasaban en la calle... ¿se comprende que hubiera humor para las especulaciones tranquilas del Ateneo? De otra parte, lo fundamental de la situación revolucionaria, su idea, su esencia, ¿qué era? Precisamente lo que se había formulado en las secciones de la calle de la Montera, lo que se había difundido en seis laboriosos años desde la gran cátedra del antiguo edificio del Banco. Hasta se daba la circunstancia de que la mayoría de los hombres encargados de la dirección política del nuevo orden de cosas fuesen precisamente casi todos los que en el Ateneo habían llevado la voz de las escuelas invasoras, la representación del nuevo sentido; hombres que por precisión ahora tenían que brillar por su ausencia de aquellos en otro tiempo frecuentadísimos salones. Era aquella la época de la realización de lo predicado y difundido. ¡Con qué justicia (oh! sí) los reaccionarios de otras épocas habían señalado al Ateneo como uno de los focos más temibles de perturbación y ruina del antiguo régimen!

Y sin embargo, el Ateneo, si bien palideció en este período, no llegó al punto que en 1855. Puede decirse que decayó sólo en parte. Y esto prueba de un lado el inmenso adelanto que se había realizado en la cultura de nuestra patria, y de otro, la riqueza que contenía el gran movimiento de 1868. La vida intelectual española no era ya tan reducida que bastara para absorberla de un modo completo el interés de la política palpitante. [338] La revolución traía tantas ideas y provocaba tantas críticas y aseguraba tal libertad a la palabra, que eran insuficientes el Parlamento y la prensa para recoger todas las tendencias y todas las soluciones.

Hasta entonces jamás en las épocas críticas revolucionarias las cátedras y las secciones del Ateneo habían tenido la importancia que desde 1869 al 75 inclusives. Por descontado, que entre las unas y las otras se daba la diferencia que antes de ahora he advertido, a saber: la preferencia de los conservadores por la cátedra, por la exposición dogmática, y la afición de los elementos liberales y avanzados a la polémica, a los debates, sostenidos siempre a grande altura, si bien no con la animación y el entusiasmo del período de 1861 al 65.

Las Memorias del Ateneo en esta época ofrecen un rico cuadro de enseñanzas, entre las que destacan, a partir de 1869, las siguientes: Teodicea popular y Poesía heroica, por Canalejas; Historia política de España de 1820 al 22, por Benavides; Origen y antigüedad del hombre. –Ciencia prehistórica. –Geología, por Vilanova; Oraciones políticas de Demóstenes, por González Andrés; Historia literaria de los árabes y Ciencia del arte, por Fernández González; Estudios sobre los judíos de España y Portugal, y Estado y educación de las clases sociales en España durante la Edad Media, por Amador de los Ríos; La libertad política en Inglaterra, por el vizconde del Pontón; La elocuencia cristiana en los primeros tiempos, por Bravo y Tudela; Arqueología sagrada, por Villamil; Política y sistemas coloniales, por Labra; Historia matemática, por Vicuña; Astronomía popular, por Ruiz Salazar; Estudios sobre la sociedad oriental y Estudios sobre el disco solar, por Saavedra; Historia de la imprenta y Lope, poeta lírico, por Rossell; Los poetas y dramáticos del siglo XVI, por Cañete; Orígenes de Roma y Arte hispano-mahometano, por Fernández Jiménez; Estado presente de la cuestión social, por Revilla; Historia de la literatura europea del siglo XIX, por Valera; Estudios económicos, por Alcaráz; El demonio como personaje del teatro antiguo, por Escosura; Estudios sobre Virgilio, por Regules; Polémica religiosa, por el P. Sánchez; Oradores antiguos y modernos, por Roda; Portugal: su pasado y su presente, [339] por Alcalá Galiano (hijo); Prolegómenos de la ciencia del derecho e Historia del derecho público en Inglaterra, por Fabié; Historia del gobierno inglés en la India, por Maldonado Macanáz; Ideas económicas, por Silvela; Pedro I de Castilla ante la crítica contemporánea, por Tubino; Derecho público constitucional y Filosofía de la historia, por Corradi; Ciencia de la guerra, por Vidart; El crédito y sus funciones, por G. Rodríguez; Historia política de la antigua república romana según la crítica moderna, por Pelayo Cuesta; Fisiología e higiene y Lecturas poéticas, por Vinajeras; Higiene pública y Administración municipal de Madrid, por Galdo; Expediciones y empresas comerciales y militares de los europeos en el Mediterráneo durante la Edad Media, por Aguirre de Tejada; Estudios penitenciarios, por Lastres; De la intervención del pueblo en el gobierno del Estado, por Alzugaray; Vicisitudes de la monarquía constitucional en Francia, por Lasala; Sistemas filosóficos, por Nieto Serrano; Los financieros de la Europa contemporánea, por Moret; Filosofía del derecho, por López Serrano; Historia de la arquitectura española, por Assas; El Estado y sus relaciones con los derechos individuales y corporativos, por Mena y Zorrilla; Estado actual del pensamiento europeo y Estudios sobre las últimas revoluciones de los pueblos europeos y especialmente del español, por Moreno Nieto; La taquigrafía, por Cortés Suaña; Astronomía, por Monreal; Goethe naturalista y filósofo, por Linares; Filosofía del derecho, por Leal; La telegrafía, por Barbery, &c., &c.{1}.

Fácil es advertir en este cuadro no sólo la ausencia de la inmensa mayoría de los profesores que en el período anterior tomaron a su cargo la propaganda de las ideas radicales, si que la gran inferioridad en que por razón del número de sus representantes, se hallan las escuelas avanzadas. Todavía hasta 1870 figuran algunos oradores de aquel sentido; mas a partir de esta fecha y en los tres laboriosos años siguientes, en cuyo período adquiere notable vida la cátedra del Ateneo, [340] en vano el curioso buscará en la lista de profesores (donde aparecen los nombres de Moreno Nieto, Valera, Pontón, Mena, Alzugaray, Benavides, Amador de los Ríos y otros de análogo carácter) otra representación de las ideas avanzadas que la de Canalejas refutando el ateismo, Revilla examinando soluciones individualistas y socialistas, Tubino discurriendo sobre el estado político y social de Castilla en la época de Pedro I, y el autor de estas líneas aplicando el criterio de la democracia contemporánea a la cuestión colonial{2}. Aun después de 1873 al 75, también inclusives, se advierte esta inferioridad, a pesar de que los tiempos han variado mucho y que pretenden sostener el interés de la cátedra personas tan competentes como Rodríguez, Vidart, Lastres y Escosura, que desde ella disertan sobre el crédito, la organización militar, las colonias penitenciarias y La leyenda del diablo.

Evidentemente el espíritu conservador más o menos alarmado por el curso de los sucesos y más o menos predispuesto a buscar apoyo en el mundo de los recuerdos y en las aprensiones de un pasado de cuya influencia había prescindido la Europa de las leyes confesionales de Austria, de las reformas de Gladstone, del derrumbamiento del poder temporal de los Papas y de la hegemonía prusiana en Alemania; evidentemente, repito, el espíritu conservador se había refugiado en la cátedra del Ateneo, en aquel centro de viva luz, alto prestigio [341] y eficaz propaganda, buscando en él lo que las circunstancias políticas por que atravesaba el país, le negaban fuera. Era preciso reconquistar la opinión pública; era indispensable borrar con una enérgica exhibición de fuerzas, de cultura, de verdadera ciencia, el recuerdo de 1867 y 68; era necesario volver a la tradición gloriosa del partido conservador, prescindiendo un tanto de la poderosa argumentación de «la infantería, la caballería y la artillería,» tan preconizadas por el doctrinarismo francés en el período de su decadencia y la víspera de su ruina. Cualquiera conocedor de la historia del Ateneo, a la vista de tanto celo, de tanto ardor, de campaña tan viva por parte de los elementos conservadores, se creería en 1842. Y cualquiera que sólo por la apariencia juzgase, al leer la lista de los profesores y de las cátedras, y al asistir a la solemne apertura de los cursos en la época citada, se echaría a pensar que el Ateneo volvía a tomar el tinte conservador de su segundo período. No otro carácter tienen los cuatro discursos leídos desde el sillón presidencial por el Sr. Cánovas del Castillo en 1870, 71, 72 y 73; el primero, sobre el germanismo en la época presente; el segundo, sobre las enseñanzas del Ateneo, y en particular sobre la de la Teodicea; el tercero sobre las escuelas filosóficas contemporáneas y el cuarto sobre la libertad y el progreso. Y a lo mismo, y con harta mayor intención (ya que desde mucha menor altura) tira el discurso inaugural del señor marqués de Molins en 1874, historiando ligeramente (y no siempre con exactitud), la antigua vida del Ateneo.

A pesar de los buenos deseos de los firmantes de la proposición de Octubre, sólo dos secciones volvieron a sus trabajos acostumbrados, después de 1868 y hasta 1874. Como siempre, la de Ciencias morales y políticas, constantemente presidida por el Sr. Moreno Nieto (persona ya identificada con el Ateneo, de tal suerte que apenas se comprenden el uno sin el otro), como siempre, repito, fue la que primero rompió el fuego y la que sin interrupción lo mantuvo vivo en todo el período citado.

Del propio modo que en las cátedras, échase de ver en los debates la ausencia de casi todos los antiguos justadores. [342] A prescindir del infatigable P. Sánchez y del fogoso Moreno Nieto, podría decirse que nada quedaba ya de la generación de 1861-1865. En cambio ahora se presenta un nuevo y brillante grupo a mantener el lustre de las sesiones. De una parte, Vidart, Tubino, Núñez de Velasco, Revilla, Azcárate, Corchado, García Labiano, Pisa Pajares, Perojo, Rico, Giner (José L.), Rubio (Federico), González Serrano, Corbella, Sánchez Ruano, Sardoal... representando las tendencias más o menos avanzadas: de otro, Cuesta, Feu, Alcaráz, Rayón, Bosch, Fuentes, Perier, Pidal, Pérez Hernández, representando todos los matices del sentido conservador, desde el anglicano hasta el neo-católico acentuado.

Los temas de aquellos debates indican bien las preocupaciones del día. Lo que priva no es el interés religioso ni la idea filosófica; es la cuestión política en sus formas más concretas, en sus modos más palpitantes. Alguna vez el Ateneo parece el Congreso.

En 1868 se discute: «Entre las dos formas de gobierno, la monarquía y la república, ¿cuál se halla más conforme con el ideal del derecho; e históricamente considerada, cuál debe prevalecer hoy en los pueblos europeos?»

En 1869: 1.° «La unión ibérica bajo el punto de vista del porvenir político, económico y social de Portugal y España.»
2.° «¿Deben las naciones europeas conservar los ejércitos permanentes, dadas sus condiciones históricas? ¿Qué medios deben adoptarse para su formación?»

En 1870: 1.° «Relaciones entre la Iglesia y el Estado. ¿Cómo deben ordenarse dada la situación actual de los pueblos europeos? ¿Cuál es el ideal que proclama la ciencia en esta parte del derecho?»
2.° «Fundamento del derecho de castigar.»
3.º «El principio federativo en la organización interior política de los pueblos, y en la esfera de las relaciones internacionales.»

En 1871: 1.° «La transformación que ha tenido la propiedad inmueble a poder de las revoluciones modernas, ¿es conforme al ideal del derecho? ¿Qué influencia habrá de ejercer en el porvenir de las clases menesterosas?» [343]
2.° «Caracteres distintivos de las razas latina y germánica. Causas de su oposición histórica. ¿Es de tal manera inherente la idea católica a la raza latina, que la actual decadencia de ésta pueda explicarse por la de aquélla?»

En 1872: 1.° «¿Son en la actualidad racionales y justas las relaciones del capital y el trabajo industrial? Si no lo son, por ventura, ¿qué medios podrían adoptarse para mejorarlas?»
2.º «Comparación de la democracia antigua y la moderna. ¿Lleva en sí la democracia moderna los gérmenes de disolución que acarrearon la ruina de la antigua?»

En 1873: 1.° «¿Es independiente la moral de toda religión positiva?»
2.° «¿Es justa y eficaz la pena de muerte? En caso negativo, ¿cabe sostener su aplicación por razones históricas?»

En 1874: 1.° «¿Qué medios deben y pueden adoptarse para precaver los males que amenazan a la familia en los tiempos modernos? ¿Será necesario y conveniente introducir en ella algunas reformas? ¿Podrá mejorarla, como algunos pretenden, el establecimiento del divorcio y la llamada emancipación de la mujer?»

En 1875: 1.° «¿Qué medios pueden y deben adoptarse para precaver los males que amenazan a la familia en los tiempos modernos? ¿Será necesario o conveniente introducir en ella alguna reforma? ¿Podrán mejorarla, como algunos pretenden, el establecimiento del divorcio y la emancipación de la mujer?»
2.° «¿Hay antagonismo o concordancia entre los deberes que la Iglesia Católica impone a sus fieles y los que el Estado exige a sus súbditos?»

Más lentamente, y con grandes interrupciones, la sección de Literatura reanudó sus trabajos después de dos largos años de silencio, discutiendo en 1869, bajo la presidencia del Sr. Canalejas, el siguiente tema: «Del influjo de la palabra en la educación del género humano, determinando sus caracteres particulares en las edades antigua, media y moderna.» –En 1874, bajo la presidencia del Sr. Valera, el tema era este: «¿Hasta qué punto los progresos y descubrimientos en las ciencias experimentales, y el más perfecto conocimiento de la naturaleza y del hombre, son o no perjudiciales a la poesía, y al arte?» [344] –En 1875: «Ventajas e inconvenientes del realismo en el arte dramático, y con particularidad en el arte contemporáneo.»

Como ya he indicado, los trabajos del Ateneo en este período, con ser importantes, no dieron al ilustre establecimiento aquel brillo de la época esplendorosa de 1861-65, ni aun aquella importancia que en una época análoga, en la época del predominio de la enseñanza conservadora, allá desde 1840 a 1850, llegó a alcanzar. Explícase esto, ora por lo que ya he dicho respecto al interés vivísimo que ofrecían las discusiones de la prensa y de la plaza pública en una época de gran movimiento político; ora por el singular carácter que ofrecieron las Cortes Constituyentes de 1869-71, a fuer de latinas y de españolas, aficionadas hasta lo indecible, cuando a la controversia doctrinal, cuando a las magnificencias de la oratoria, y en cuyo seno se presentan y desenvuelven con singular brío y brillantes formas todas las escuelas formadas en los Ateneos y sociedades científicas y literarias en los últimos doce años de gran labor intelectual en toda Europa. Los quince abultados tomos del Diario de Sesiones de aquella memorable época son verdaderamente un curso de política; y ya por el valer de los oradores, ya por la importancia excepcional del sitio en que los debates tienen lugar, claro se está que a las Cortes habían de dirigirse casi todas las miradas, lo mismo de los hombres políticos que de los aficionados a cierta clase de especulaciones filosóficas y científicas de aquellas que venían constituyendo la principal ocupación y el más poderoso atractivo de la vida interior del Ateneo. No se puede olvidar que aquellas Cortes dieron de sí una Constitución política de las más acabadas de la Europa moderna; un Código penal; una ley de matrimonio civil, la reforma de la ley hipotecaria y de la casación civil y criminal, la ley preparatoria para la abolición de la esclavitud, las orgánicas provincial y municipal, la de reforma colonial, la de organización de tribunales, la de desamortización de bienes del patrimonio, la de reforma y mejora de cárceles y presidios, la de libertad de Bancos y sociedades de crédito, la de ferro-carriles, la del desestanco de la sal, la electoral, la de elección de monarca, la de relaciones de los Cuerpos Colegisladores, la de procedimiento criminal, la de indultos, [345] la de reemplazo y servicio militar, la de arbitrios municipales y provinciales, la de administración y contabilidad de Hacienda, la del Tribunal de Cuentas, la de orden público, la de canales de riego, la de libertad de enseñanza, la de las carreras diplomática y consular, la del estanco del tabaco, la de la extranjería en Ultramar, la reforma libre-cambista arancelaria y la confirmación de todos los decretos del Gobierno Provisional. Y como si estas materias no fueran bastantes para agotar a una Cámara, por ricamente que estuviera dotada, aquellos Diarios registran grandes y solemnes debates de política general y de política palpitante y menuda, como las de la elección del regente, la de la insurrección republicana, la del juramento político, la de relaciones de partidos conciliados, &c., &c., en los cuales tomaban parte representantes de los más caracterizados de todos los matices liberales. Es difícil que en el transcurso de los últimos cincuenta años se haya dado en el mundo un Congreso más laborioso y fecundo. Seguramente no hay otro más vivo y centelleante. Compréndese, pues, bien que todo palideciese en aquellos dos largos años al lado de un Parlamento que ofrecía condiciones tan singulares y revestía formas tan diversas y atractivas. Lo que maravilla es que el Ateneo no volviera al desmayo y silencio de 1854. Bastante, pues, hace con seguir de cerca los grandes debates científico-políticos del Congreso; bastante con mantener el interés de las secciones dentro de la casa, ya que no hubiera de intentar y menos conseguir aquel renombre, aquel prestigio, aquella influencia que obtuvo en época de todo en todo distinta.

Y esto se refiere mayormente a los debates de las secciones, donde de muy atrás vienen constituyendo el elemento principal las escuelas liberales avanzadas, que a la sazón tenían su principal teatro en otra parte. Por lo que hace a los elementos conservadores que prefieren y casi monopolizan la cátedra, había otra cosa; y es la decadencia visible de la escuela en España como en todo el resto de Europa. Sus ideales (aquellos ideales que habían inspirado a Royer Collard, Guizot, de Serre, de Broglie y Remusat, y que de tan enérgica manera influyeron en el desarrollo de la revolución del 30 después de haber sido el alma de la restauración de Luis XVIII), [346] han muerto en esta crítica época en que M. Thiers aparece como el defensor del régimen republicano, el emperador de Austria rechaza la tutela católica, la aristocrática Inglaterra llega a las puertas del sufragio universal y atenta a la propiedad tradicional de los señores de Irlanda y en la Italia una y libre por la espada de Víctor Manuel, el espíritu conservador tiene que buscar sus representantes en el grupo de los Scialoja, los Mármora, los Visconti Venosta, los Minghetti y los Sella. La democracia corre ya por todas partes, a todo llega, todo lo toca y colora. Los principios filosóficos y políticos, imperantes hasta 1850 en el Centro y el Occidente de Europa, puede asegurarse que ya no están en la mente de ningún gran estadista ni en los Códigos de ninguno de los pueblos que figuran en primer término en el círculo de sociedades cultas. Para esto no se necesita más que abrir los ojos.

Va siendo costumbre entre los enemigos de los conservadores españoles y aun entre los ciegos enamorados del tiempo pasado, al que atribuimos graciosamente todo aquello que echamos de menos en el presente, va siendo costumbre, repito, el decir que los hombres de mérito de aquella parcialidad concluyeron con los Pidales, los Galianos, los Pachecos y los Istúriz. Y para esto se fijan en el espectáculo poco alentador, sin duda alguna, que ofrecen los Congresos conservadores del día y la pobreza de una prensa, de la cual libros como la Historia de la Propiedad, del Sr. Cárdenas, salen tan de tarde en tarde, que pueden pasar por verdaderas excepciones. La crítica es exagerada. Facilísimo sería traer a estas páginas los nombres de muchas personas, cuyos talentos y cuya ilustración compiten hoy con los de aquellas grandes figuras del período brillante del doctrinarismo y el partido moderado. Lo que sucede es, que como la doctrina de la Carta de Luis XVIII es un anacronismo, y como que del espiritualismo cousiniano nadie habla ya en Europa, y nuestros conservadores (hablo de los conservadores verdaderos y no de ese sentido análogo al de los bonapartistas franceses, que entre nosotros quiere abrirse paso con motes más o menos constitucionales) se han creído en el deber de restaurar aquellas ideas, ora por la fuerza de sus profundas [347] convicciones, ora bajo la influencia de un espíritu de reacción comprensible después de 1873, resulta que todas las bondades y excelencias de los sacerdotes quedan empequeñecidas, cuando no anuladas, por la maldad de la idea, cuyas sombras se proyectan sobre hombres y cosas, envolviéndolo todo en triste noche. Más en armonía con el espíritu del siglo, con lo que se piensa, dice y obra en el resto del mundo (donde ya nadie discute la tolerancia religiosa, ni las fuentes del poder, ni el matrimonio civil, ni la libertad de imprenta, &c., &c.), los conservadores de hoy serían (fuera de diferencias accidentales de las personas) lo que fueron los conservadores del año 45, representantes de un sentido político y filosófico entonces poderoso en toda Europa.

En tanto sucede esto, los esfuerzos de las individualidades podrán ser dignos de aplauso, valiosos, considerables en sí mismos... pero su influencia en el mundo nula. ¡Ah! Si la restauración de 1874 hubiera dependido principalmente de la propaganda conservadora de los periodistas, de los diputados y aun de los oradores del Ateneo de 1870 a 74, ¡cuánto hubiera tardado! ¿Qué escritor, qué profesor podría hoy vanagloriarse de que sus ideas, o mejor, sus predicaciones, hayan influido o influyan en las leyes y la política como influyeron en su tiempo las de Pacheco, Pidal y Pastor Díaz?...

VIII y último

Con la restauración, o sea con el año 75, volaron de las cátedras del Ateneo todos los elementos conservadores, rompiendo así con la tradición de su escuela de 1841 al 50. Entonces ésta no creyó que para gobernar le bastaba la fuerza del Estado: quiso apoderarse y se apoderó de la opinión pública. Para el Ateneo ahora aquella deserción fue una verdadera desgracia, primeramente, porque a la sazón la casi totalidad de las enseñanzas de la casa estaba en manos de los elementos aludidos, y su ausencia sólo podía ser indiferente (bajo cierto punto de vista y en lo que tocaba al brillo del establecimiento, [348] interesado en que sus cátedras fueran muchas y desempeñadas por hombres de reputación) en el supuesto de remediarla en seguida la aparición de otros elementos, de los elementos avanzados y reformistas; y esto no sucedió, al menos en los términos y con la generalidad y extensión que hubiera sido de desear. Después, porque la caída de la situación democrática fue tan terrible en 1874-75 que se explica bien el quebranto, mejor dicho, la postración que se apoderó inmediatamente, y como tantas otras veces ha ocurrido, de los hombres más o menos identificados, pero devotos siempre del orden de cosas destruido. No era de esperar que sin cierto paréntesis, sin cierto descanso, los elementos avanzados volvieran a la gran cátedra de 1861-65; y por ende que ésta, desamparada por los triunfantes de la época, dejase de palidecer y declinar. En los últimos días de 1875 y en todo el año 76, puede bien decirse que las cátedras del Ateneo estuvieron reducidas a la del infatigable Vilanova, autor de útiles explicaciones sobre geología y agricultura; la del competentísimo Vidart sobre historia militar, y la de los modestos profesores de lenguas, constantes en sus provechosas tareas, lo mismo en las épocas brillantes que en las de silencio y decadencia.

Mas este espectáculo había de terminar luego; y al renacimiento del Ateneo puede decirse que hoy asistimos. A ello responden el calor y altura que los debates de las secciones han adquirido en estos tres últimos años, el desarrollo de las enseñanzas en 1876-77, la inauguración de las veladas literarias en 1875 y el movimiento de las Juntas generales que dio de sí los nuevos Estatutos y proyectos interesantísimos sobre concursos, aniversarios, &c., &c.

Las secciones no habían acompañado a las cátedras en su paralización después de 1874. De 1875 a 76 (desde Noviembre a Junio), la de Ciencias morales discutió con gran viveza y extensión este tema: –«¿El actual movimiento de las ciencias naturales y filosóficas en sentido positivista, constituye un grave peligro para los grandes principios morales, sociales y religiosos en que descansa la civilización?»

La de Ciencias, que muchos años atrás permanecía silenciosa, discutía en la misma época la importante cuestión de si [349] «Puede y debe considerarse la vida de los seres organizados como transformación de la fuerza universal.»

A partir de 1876 los debates se generalizan; funcionan las secciones; llénanse como en sus mejores días las grandes salas de la calle de la Montera; aparecen nuevos oradores como Montoro, Galvete, Iñigo, Cañamaque, Simarro, Carballeda, Magaz, Carvajal, Correa, Alcalá Galiano (nieto), Reus, Fuentes, Cortezo, Ustariz, Pedregal, Núñez de Arce, Correa Navarrete, Gómez Serrano, Lozano, Bravo y Tudela, Sánchez Moguel, Graells, Fernández García, Hinojosa, Amat, Fliedner, Borrel, Jameson y Canalejas (José) al lado de otros ya antiguos y conocidos en el Ateneo, como Figuerola, Rodríguez San Pedro, Perier, Romero Girón, Vidart, Tubino, Labra, el P. Sánchez, Fernández González, Revilla, Pelayo Cuesta, Rodríguez (Gabriel), Moret, Pisa Pajares, Moreno Nieto y Azcárate (Gumersindo), Canalejas (Francisco) y Echegaray, que respectivamente desempeñan el cargo de presidente de las secciones de Ciencias morales y políticas, Literatura y Ciencias{3}.

Desde el otoño de 1876 hasta 1878, los temas son estos:

Sección de Ciencias morales.

1876: 1.° «Continuación del debate sobre el positivismo.»
2.° «¿Es necesaria la existencia de los partidos políticos? Caso de serlo, ¿a qué principios deben obedecer en su organización?»

1877: «¿Debe la Gran Bretaña el carácter a la vez estable y progresivo de su actual civilización a la Constitución política?»

1878: «Cuestiones que entrañan el problema social y medida en que toca su solución al individuo, a la sociedad y al Estado.»

Sección de Literatura.

1876: «¿Se halla en decadencia el teatro español? Si se halla, ¿por qué medios pudiera procurarse su regeneración?» [350]

1877: «Estado actual de la poesía lírica en España.»

1878: 1.° «La poesía religiosa en España.»
2.° «¿Las condiciones y fines de la Oratoria como arte bello, se han comprendido mejor en la antigüedad o en los tiempos modernos?»
3.° «De la Novela.»

Por fortuna esta vez, los grandes debates del Ateneo, no quedarán encomendados a la simple memoria de los asistentes a las brillantes reuniones de la calle de la Montera. Introducida por el nuevo Reglamento la obligación de los Secretarios de redactar actas de las sesiones, en ellas se consignan lo más sustancial de los debates, y la publicación del Boletín del Ateneo (cuyo primer número apareció en Marzo de 1877), ha permitido que a todas partes se lleve el espíritu de aquellas discusiones, con más el texto mismo de los notabilísimos resúmenes hechos por los presidentes de las mesas respectivas. Más aún; la importancia de los trabajos políticos y literarios del Ateneo, ha determinado la aparición de libros y monografías que no es por cierto lo menos valioso de la bibliografía española contemporánea. Díganlo las tres obras de D. Gumersindo Azcárate, El Self-government y la Monarquía doctrinaria (1877), La Constitución inglesa y la Política del Continente (1878), y los Estudios filosóficos y políticos (1877), en las cuales unas veces constituyen una parte esencialísima, otras lo constituyen todo, los resúmenes de las discusiones del Ateneo. Díganlo el libro del Sr. Reus sobre la Oratoria, la monografía del Sr. Sánchez Moguel sobre la Literatura religiosa, la del Sr. Alcalá Galiano sobre la Decadencia del teatro español y algunas otras que a mi memoria se escapan, pero que todos pueden ver en los escaparates de las librerías, robando al genio del olvido producciones que indudablemente merecen ser conocidas, que son una muestra del estado del pensamiento español contemporáneo y que junto con los discursos inaugurales leídos por el Sr. Moreno Nieto, desde la presidencia del Ateneo, en 1876, 77 y 78 sobre «los principales errores de la ciencia filosófica moderna» el uno; el otro, sobre «el destino de la religión cristiana» y el último sobre «el espíritu del cristianismo» acreditan la iniciación de una nueva y rica vida en ese [251] instituto de la calle de la Montera, a que en tan alto grado debe su superior cultura nuestra patria{4}.

De otra parte, los temas de los debates bien claro dicen el nuevo sentido que los estudios filosófico-políticos y literarios van tomando en España. El positivismo, la cuestión social, y la vida política europea, fueron objeto de largo y detenido examen en este último período, y dejando a un lado (momentáneamente al menos) las antiguas contiendas del krausismo y del espiritualismo católico y las disquisiciones sobre los principios fundamentales de la Democracia y los límites de la Economía política, que en otra época (hace ya más de doce años) constituyeron el interés capital de las secciones del Ateneo. No es extraño: aquellos temas son hoy los de todos los libros y las Revistas del mundo, y señalan el derrotero del pensamiento moderno.

Con este avivamiento de las secciones coincidió una cierta resurrección de las cátedras y la inauguración de las veladas literarias. Con efecto, el cuadro de enseñanzas de 1876-77 ofrece los nombres siguientes: Amador de los Ríos, Cultura literaria y artística de España durante la dominación goda; Camús, Estudios sobre los humanistas españoles del Renacimiento; Cañete, Conferencias sobre algunos poetas hispano-americanos del presente siglo; Lastres, Colonias penitenciarias; Monreal, Astronomía popular; Montoro, La revolución francesa y sus historiadores; Moreno Nieto, Estudios sobre las escuelas filosóficas contemporáneas; Peñuelas, Hidrología vegetal; Perojo, Caracteres distintivos de la filosofía contemporánea; Rada y Delgado, Numismática; Revilla, Literatura contemporánea de España; [252] Rodríguez, Funciones y formas del crédito; Tubino, Etnología y etnografía europea y especialmente sobre los primeros habitantes de la Iberia y la Mauritania; Vidart, Ciencia de la guerra e Historia militar de España; Fernández González, Crítica de literatura y artes; Vilanova, Geología agrícola; Salvador y Gamboa, Contabilidad; Villamil, Los foros de Galicia en la Edad Media; Maestre de San Juan, Aplicaciones del microscopio; Bravo, La elocuencia en la antigüedad, &c., &c.

De la propia suerte las actas de 1875 y 76 acusan la celebración de una serie de veladas literarias, que tuvieron efecto a partir de Abril del primero de aquellos años, los viernes a las nueve de la noche, y en las que tomaron parte los señores Perojo, Alcalá Galiano, Valera, Cañete, López Iriarte, Pacheco, Campo Arana, Torres Muñoz y otros. En ellas se daba lectura de composiciones poéticas propias o ajenas, y principalmente de estudios críticos sobre tal o cual libro recientemente publicado en España o en el extranjero. El interés de estas sesiones fue extraordinario, y se comprende.

Pero tales esplendores fueron de poca duración. Las cátedras en el otoño de 1875 y en todo el año 76 ofrecieron un triste espectáculo: el mismo a que asistimos hoy, sin que sean parte a evitarlo los esfuerzos de dos o tres profesores, por todos conceptos estimables, como los Sres. Vidart, Vilanova, Cortezo, Shaw, Vicuña y Carracido, a cuyo amor a la propaganda, y cuyo celo por la casa se debe que la tradición docente del Ateneo no se haya interrumpido en el último invierno, con grave daño de su prestigio y sentimiento de los devotos del libre Instituto madrileño. ¿A qué atribuir este desmayo, después de la llamarada de 1876-77? ¿Acaso la actual Junta directiva, en cuyo seno figuran personas tan caracterizadas y amantes de la difusión de las luces como los Sres. Moreno Nieto, Rodríguez (Gabriel), Pisa Pajares, Pelayo Cuesta, Burgos, Montoro, &c., &c., acaso inspirada en sentimientos de exquisita prudencia, supuesto el sentido del primer período de la restauración de 1875, no ha dado a sus gestiones toda la energía y todo el alcance necesarios? Tal vez; aunque a decir verdad, en los primeros meses de 1878, esa misma Junta, y sobre todo su digno presidente, se resolvió [353] a invitar a un grupo no pequeño de oradores para que ocupasen la cátedra, dando alguna de esas conferencias que con tanto éxito inauguró la Institución libre de enseñanza en 1877, y que en tan en boga han puesto el Círculo de la Unión Mercantil, el Fomento de las Artes, el Ateneo Mercantil, la Dirección de Agricultura, el Conservatorio de Artes, y la Sociedad Económica Matritense. Pero estas excitaciones apenas si surtieron efecto. ¿Acaso todavía no ha llegado la hora de la reanimación de ciertos elementos, con los cuales hay que contar necesaria y principalmente, supuesta la ausencia bien explicable de los contrarios, para devolver a las cátedras del Ateneo su agonizante interés y su perdido brillo? Es posible, por más que la pujanza que los debates de las secciones llevan, bien demuestra que esa desanimación no es ya tan general como fuera de temer, dada la proximidad de ciertas catástrofes y el sentido dominante de la vida política española. Lo discreto será pensar que de todo habrá en el fenómeno que observamos, y que en este punto necesariamente ha de poner su atención la directiva del Ateneo, con tanta mayor confianza, cuanto que con cada día que pasa vienen nuevos elementos que han de coadyuvar a sus naturales deseos. Demás que la circunstancia de generalizarse las conferencias populares en Madrid obliga al ilustre Instituto, que por tanto tiempo ha ido a la cabeza de nuestro movimiento intelectual, a no ser una excepción, ni dejar que otras corporaciones le venzan, teniendo de su parte tantos y tan superiores medios.

Rafael M. de Labra

(Se concluirá.)

——

{1} De estas lecciones se han publicado las de los Sres. Canalejas (dos tomos), Pontón (cuatro tomos), Labra (dos tomos), Roda (un tomo), Maldonado (un tomo), Vidart (un tomo), Lastres (un tomo), Moret (un tomo).

{2} Dicho sea con perdón del señor secretario, que al redactar la Memoria reglamentaria sobre los trabajos del Ateneo en 1870 tuvo a bien hacer caso omiso de mi humilde nombre y de la existencia de aquella cátedra, que bien o mal desempeñada, fue una de las más concurridas por aquel entonces. Las lecciones se publicaron en 1874 con el título de Política y Sistemas coloniales, Introducción –y después, en 1876, las tornó a editar el Sr. San Martín, ampliadas y corregidas, con el título de La Colonización de la Historia. El tratarse de un asunto al parecer personal, me impide hacer comentarios sobre esta preterición. Es un dato para la historia de la propaganda democrática en España. A no ser yo, por rara casualidad, el primero que se ha ocupado de la del ilustre establecimiento, nadie sabría que en él se había explicado la reforma colonial. Por aquella época también ganaba yo el primer puesto entre los opositores a la cátedra de Historia de la colonización inglesa en Asia y Oceanía, cuya provisión se hacía, sin embargo, en beneficio de la persona que ocupaba el lugar inferior, por ser mis opiniones totalmente opuestas a las que imperaban en el Ministerio de Ultramar. ¡Esto sucedió después de la revolución de Setiembre!

{3} Merece citarse la participación que, en los debates del Ateneo han tomado, de 1875 a esta parte algunos doctos extranjeros, como los señores Jameson y Fliedner, que pertenecen a las embajadas de Inglaterra y Alemania en Madrid. El hecho da carácter.

{4} Merecen ser cotejados los sencillísimos discursos con que el señor Martínez de la Rosa abría los cursos académicos del Ateneo hacia el 52 y 55, y los profundos y trascendentales de los Sres. Cánovas del Castillo y Moreno Nieto en estos últimos cinco años. Acusan estos un progreso palpable. El público no se contenta ya con bellos períodos y frases delicadas. Pide sobre todo, pensamiento y perspectivas. Esto mismo se advierte en las secciones, donde hasta los oradores más propicios a las formas brillantes y al lenguaje pintoresco, hace diez años muy en boga, tienen que refrenarse. No digo nada de los discursos retóricos, en el Ateneo ya inaguantables.

 
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