Boletín Bibliográfico {1}
Manuel de la Revilla, Obras del mismo, publicadas por el Ateneo de Madrid, con un prólogo del excelentísimo Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo y un discurso preliminar de D. Urbano González Serrano. Imprenta central, a cargo de Víctor Saiz. Madrid. Precio, 6 pesetas en Madrid y 7 en provincias.
Tiempo ha que el interesantísimo libro que a la vista tenemos ha llegado a nuestro poder; pero deseosos de estudiar concienzudamente su contenido, hemos ido retrasando la publicación de estas brevísimas consideraciones, que sólo de un modo harto superficial pueden dar idea de lo que la obra representa y merece.
Es para nosotros poco grato que trabajos de la índole de los que aquí nos ofrece el malogrado Revilla no se analicen seria y formalmente a fin de consagrar a su autor la atención de que es digno su talento, por todos celebrado. Pero razones de bastante peso nos han decidido a incluir el libro en este Boletín.
Es la primera el deseo de no retardar más tiempo la noticia bibliográfica que siempre contribuye a la popularidad de los autores y al acrecentamiento de la venta; es la segunda la seguridad que abrigamos de que muy en breve la Revista Contemporánea publicará una colección de artículos, cuyo objeto no es otro que estudiar extensa y meditadamente la personalidad literaria de Revilla, bajo todos los aspectos con que en el breve trascurso de su vida se ha dado a conocer.
En atención, por lo tanto, que en los mencionados artículos ha de analizarse con el mayor esmero posible todo cuanto de más saliente y meritorio poseía el malogrado catedrático de literatura, sin omitir tampoco los defectos que como hombre y como [122] literato pudiese tener, bien podemos limitarnos ahora, y en atención a la brevedad del tiempo que nos es lícito emplear, a emitir nuestro juicio acerca de la importancia de este libro, consignando al propio algunos detalles que permitan a nuestros lectores formarse una idea aproximada de los trabajos que en el mismo se contienen.
En primer término, justo será que tributemos nuestro modesto aplauso al Ateneo de Madrid, que tan oportuna y generosamente se ha prestado a publicar y costear esta notable edición de las obras del ilustre escritor, cuya temprana muerte tan honda impresión produjo hará próximamente dos años en todos los círculos literarios y científicos. Revilla miraba con entrañable amor la antigua casa de la calle de la Montera, donde se halla establecido desde su fundación el Ateneo. Aquel fue el palenque, el teatro principal de sus campañas oratorias. Pasaba los días enteros sin salir de aquel viejo y destartalado edificio, hablando con unos, discutiendo con otros, alternando y complaciéndose con todos. Justo es que a su muerte, el Ateneo sea el primer amigo que llore su pérdida, elogie y haga justicia a sus talentos y procure secar las lágrimas de su desgraciada familia; que nada es tan hermoso y consolador, en medio de las amarguras de la vida, como el fiel cumplimiento de ciertos deberes sagrados, ni nada es más digno de respeto que el justo tributo de admiración que se rinde a los que ya dejaron de existir.
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El tomo de que nos ocupamos contiene, sin duda alguna, todo lo más importante y fundamental que dio Revilla a la estampa en los periódicos, revistas y publicaciones más conocidas.
No son los suyos estudios ligeros, de oportunidad, que no tienen otro valor que el que las circunstancias les prestan, a que tan aficionados son los periodistas, y en general los escritores dotados únicamente de esa condición tan frecuente en los pueblos del Mediodía: el ingenio.
Revilla perteneció siempre a una familia muy poco común, y que cuenta escasísimos individuos en España: a la familia de los que escriben mucho y copian poco. A la familia de los que cuando hablan dicen mucho bueno y profundo, y en todo lo que expresan se retrata su personalidad, su talento, su ingenio, su especial manera de ser.
Su talento de asimilación era tan extraordinario, que así hablaba de literatura como de filosofía, de arte como de historia. Previo un corto estudio de preparación, hubiese sido capaz de decir cosas sorprendentes sobre cuestiones que le fuesen completamente desconocidas.
Basta recorrer con la vista el índice de las materias contenidas en este tomo para formarse una idea aproximada de la importancia y de la oportunidad que entrañan.
La primera parte la forman los bocetos literarios, que tanta y tan merecida fama dieron a Revilla: don Adelardo López de Ayala, D. Juan Eugenio Hartzenbusch, D. Ramón de Mesonero Romanos, D. Juan Valera, D. Ramón de Campoamor, don Manuel Tamayo y Baus, D. José Zorrilla, D. Pedro Antonio de Alarcón, D. Gaspar Núñez de Arce, D. Benito Pérez Galdós, D. José Echegaray y D. Manuel Fernández y González, [123] forman esta galería de retratos, llenos de vida, de colorido y expresión.
En todos ellos aparece el crítico prudente, razonador e imparcial.
Veamos si nos es posible dar una idea ligerísima sobre sus opiniones con relación a estos ilustres escritores.
De un autor que tiene el secreto de suscitar grandes controversias siempre que escribe, del Sr. D. José Echegaray, hace un notabilísimo estudio. Nosotros lo hemos leído repetidas veces y creemos que nadie ha juzgado hasta ahora con tanto acierto al célebre dramaturgo contemporáneo.
Oigamos a Revilla y juzguemos su talento. Es difícil encontrar otra individualidad literaria (nos referimos al Sr. Echegaray) que ponga en mayor tritura el ingenio del crítico que trata de hacer de su persona un retrato de cuerpo entero:
«No es exacto decir que el señor Echegaray es un talento sin genio; menos aún que es un genio sin talento, en el sentido estricto de esta palabra. Si por talento se entiende la reflexión, el exceso de ésta, que le hace someter al rigorismo de la matemática todas sus obras, es precisamente lo que le perjudica, porque al llevarle a la abstracción le aparta de la realidad. El talento que falta al Sr. Echegaray es el que nace de la experiencia, no el que procede del entendimiento abstracto; es el que obliga al poeta a mantenerse dentro de lo verosímil y lo razonable; el que le impele a buscar sus personajes en los modelos vivos, y no en una fantasía extraviada por la abstracción; el que dándole el inapreciable don que se llama buen gusto, no le permite traspasar la esfera de lo artístico y caer en lo deforme o lo repugnante. Talento práctico, talento escénico, gusto, destreza, tacto; he aquí lo que falta al Sr. Echegaray; no el talento reflexivo que enlaza razonamientos, combina silogismos, induce leyes y deduce principios en la esfera abstracta de lo ideal puro, lejos de toda realidad y toda vida. Un genio dominado por la abstracción matemática, cuyos procedimientos aplica a la realidad viviente y palpitante, que es precisamente la que a ellos no se amolda; inspirado, por ende, en un idealismo absoluto al cual no acompaña el ardiente sentimiento que da vida, relieve y relativa verdad a lo ideal; dotado de una vigorosa y plástica fantasía harto habituada a la rapidez de la fórmula geométrica para no ser rígida en sus creaciones poéticas, asaz desordenada e impetuosa para mantenerse en los límites de lo verosímil, y lo bastante viva e inspirada para sustituir al sentimiento, disfrazarse con máscara de sensibilidad, adoptar las apariencias de la observación, dar vida ficticia pero vigorosa a los fantasmas, y en ocasiones, por verdadera maravilla, tocar con su mágico pincel en la realidad misma, a reserva de perderse luego en lo imposible o en lo absurdo; falto del conocimiento del mundo y de la vida que sólo suministra la experiencia, y de la experiencia y buen gusto que sólo da el estudio constante y detenido de los principios del arte, de los grandes modelos y de la práctica diaria de la escena; he aquí al Sr. Echegaray. Espíritu singular por cierto; titán poderoso que toca con la frente en las nubes y hunde los pies en el abismo; igualmente familiarizado con lo sublime y con lo absurdo, con lo monstruoso y con lo bello; en todo extremado, y expuesto, [124] por tanto, lo mismo a grandes caídas que a grandes triunfos; idealista hasta la exageración casi siempre, y en ocasiones realista hasta el extremo; heterogénea inteligencia de matemático, y de poeta en lo que se identifican la fórmula y la imagen, la acción dramática y la ecuación algebraica, la mecánica y la psicología, el alma y el guarismo; enigma extraño, apenas descifrable, que a un tiempo es regeneración y ruina de la escena; personalidad poderosísima y grandiosa, cuyo paso ha de dejar profunda huella en nuestra historia literaria, y cuya singular grandeza no pueden desconocer sus más encarnizados adversarios.»
Al hacer la crítica de Zorrilla, y después de un profundo estudio analítico acerca de sus condiciones como lírico y como autor dramático, dice Revilla haciendo el resumen de sus impresiones:
«Zorrilla es una naturaleza privilegiada, en quien la fantasía se ha desarrollado a expensas de las demás facultades, inundando y sustituyendo a todas, y en quien la palabra ha llegado al más alto punto de armonía y belleza que pueda concebirse. Realista e idealista a la vez, por extraña paradoja, si de un lado reproduce y pinta con pasmosa verdad y colorido el aspecto exterior y plástico de las cosas, por otro fantasea a su manera, y sin cuidarse de la realidad para nada, siempre que de la descripción se aparta. Colorista de la poesía y músico de las palabras; trovador legendario perdido en medio del siglo XIX, más rico en imaginación que en sentimiento, y más en sentimiento que en idea; cantor de lo pasado con amor a lo presente y aspiración a lo futuro; original y personalísimo sin ser subjetivo; versificador inimitable que ha hecho de la lengua castellana lo que nadie hizo ni probablemente hará, Zorrilla es una de esas personalidades singularísimas, únicas en su género, que no pasan por el mundo sin dejar en pos de sí huella luminosa y que parecen creadas por la naturaleza para dicha, orgullo y gloria de la humanidad.»
Al ocuparse de Campoamor, el poeta quizá más leído en estos últimos tiempos, dice el distinguido escritor de quien nos ocupamos:
«Limitémonos a declarar que ni las obras filosóficas, ni las polémicas políticas, ni los ensayos dramáticos y épicos de Campoamor constituyen la base de su merecida fama. Campoamor es el poeta de las doloras y de los pequeños poemas, ni más ni menos, y tiempo perdido será el que emplee en buscar por otros caminos el público aplauso. Sus trabajos filosóficos y políticos, sus producciones dramáticas y épicas, abundan sin duda en detalles admirables (principalmente El drama universal); pero considerados en conjunto, no son más que doloras muy inferiores a las verdaderas. Estas son su creación original; éstas y los pequeños poemas los títulos legítimos de su pluma.»
«Núñez de Arce es –a juicio de Revilla– poeta meridional por lo apasionado, mas no por lo pintoresco; sobrio en imágenes y galas, en la energía del sentimiento, en la profundidad o valentía de la idea, en la forma escultural del período, en la rotunda y severa armonía de la versificación es donde reside el encanto de sus obras. Sabe armonizar el fondo moderno de sus producciones con la más pura y exquisita forma clásica, a tal punto, que si las ideas y [125] sentimientos que en ellas campean luego denotan que son fruto de la inspiración moderna, parecen por la forma páginas arrancadas a Herrera, Rioja y los demás modelos de nuestro siglo de oro, a cuyos cánticos nada tienen que envidiar los majestuosos tercetos, las robustas décimas y los esculturales sonetos de los Gritos del combate.»
Y para concluir estos ligerísimos apuntes que tomamos de los bocetos de Revilla, sin otro objeto que el de procurar a nuestros lectores la satisfacción de saber cuáles fueron los juicios que los más insignes poetas de nuestro tiempo le merecieron, consignaremos lo que decía con respecto al inolvidable autor de Los amantes de Teruel, deplorando que la falta material de espacio no nos permita extendernos más y ocuparnos de otros autores.
«Hartzenbusch es sencillamente un alma modesta y pura que a nadie ha hecho daño, porque es incapaz de hacerlo; que no tiene intención (en el sentido que suele darse a la palabra); que es poeta, e inspirado, sin necesidad de tener su masa encefálica a la temperatura constante de 200 grados sobre cero; que escribe mucho y bien con el escaso esfuerzo y el fácil desembarazo del verdadero talento; que no ha considerado las letras como escabel de la política, y por tanto, ni siquiera ha sido Ministro; que lejos de mirar con ceño a la juventud estudiosa, la ha otorgado paternal cariño, llevado a veces hasta el extremo; que goza de su bien ganada gloria con la serenidad de un alma digna; que tiene, en suma, algo de esa cándida bondad no exenta de discreción y perspicacia, de esa calma serena tan bien hermanada en la viveza de la fantasía; de esa actividad poco ruidosa, pero perseverante e infatigable; de esa ciencia sólida, pero sin aparato, que son patrimonio de la noble raza germánica de que desciende. La experiencia del anciano con la dulce bondad del niño; la inspiración del poeta con la reflexión serena del sabio; la actividad silenciosa y fecunda del hombre del Norte; he aquí en dos palabras el retrato de D. Juan Eugenio Hartzenbusch. Y si queréis completarle, encerrad este alma pura y sencilla en el cuerpo de un anciano pequeñito, seco, de vacilante paso, ya agobiado por la edad y los achaques; figuraos sobre este cuerpo una cabeza cubierta con blancos y escasos cabellos, y en ella unos ojos vivos todavía, aunque bastante amortiguados ya, que se traslucen al través de unas inseparables gafas; una nariz fina, una boca habitualmente entreabierta, un color que fue sin duda sonrosado y hoy es quebrado, rojizo en parte y amoratado en parte también, y una expresión de dulzura y bondad que ilumina este ya decaído semblante, y tendréis el retrato completo del dignísimo director de la Biblioteca Nacional.»
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La que pudiéramos llamar segunda parte de la obra, está consagrada a estudios literarios de grande importancia, y lo que es más, de grande oportunidad en nuestros días la mayor parte, pues se refieren a cuestiones y materias que son asunto de continua controversia. Estos estudios, de carácter eminentemente doctrinal y científico, son la mejor prueba de las grandes dotes intelectuales de Revilla; nos dan evidente testimonio de su clarísimo talento, y ponen más y más de relieve el gran [126] caudal de sus conocimientos y su vastísima ilustración. En esta parte del libro entra el autor en el estudio de los importantes puntos y materias siguientes:
La tendencia docente en la literatura contemporánea. –El naturalismo en el arte. –Los orígenes del arte. –El concepto de lo cómico. –Literatura sánscrita. –El Ramayana. –Voltaire como autor dramático. –El Mágico Prodigioso, de Calderón, y el Fausto de Goethe. –Calderón y Shakespeare. –El Condenado por desafío, ¿es de Tirso de Molina? –La interpretación simbólica del Quijote. –De algunas opiniones nuevas sobre Cervantes y el Quijote. –El tipo legendario de D. Juan Tenorio y sus manifestaciones en las modernas literaturas. –La decadencia de la escena española y el deber del Gobierno. –Comités de lectura y teatros oficiales. –Respuesta al Sr. García Ladevese. –El teatro español. –La organización del teatro español. –La poesía portuguesa contemporánea. –Los poetas líricos mejicanos de nuestros días. –Principios a que debe obedecer la crítica literaria para influir provechosamente en la educación del gusto y el desarrollo del arte.
Inútil es, después de los datos y de las breves consideraciones expuestas, que nos detengamos a encarecer la importancia, la utilidad, el mérito de este libro publicado por una corporación científica de tan notoria ilustración como el Ateneo de Madrid, y suscrito por autor de tan señalados méritos como Revilla. Obras de este género debieran figurar en la biblioteca de todos los hombres ilustrados, y más principalmente en las de los ama= ntes de las letras.
Y tanta más razón encontramos para que sucediera así cuanto que se trata de trabajos que ofrecen grande atractivo y amenidad a los lectores, por lo interesante y bello del fondo y lo castizo y galano de la forma.
Cosa es que nadie ignora que el malogrado D. Manuel de la Revilla era a más de literato y crítico de profundo saber y grande alcance, escritor correcto, elegante y fluido como pocos. Sin grandes pretensiones, sin incurrir nunca en la altisonante hinchazón de otros sabios escritores, sin arcaísmos, sin giros rebuscados ni amaneramientos (vicios muy frecuentes entre los que se dedican al estudio de los antiguos clásicos), era el que nos ocupa escritor lleno de pureza y naturalidad en su forma literaria, y su estilo, sin ostentar esos ridículos y pueriles atrevimientos que entre los indoctos suelen producir algún aplauso, era tan propio y personal, cual debe serlo el de todo aquel que esté llamado a dejar en el mundo de las letras, huella más o menos profunda de su paso.
Para concluir sólo nos resta indicar que el libro que nos ocupa va precedido de un excelente discurso del señor González Serrano y de un notabilísimo prólogo, digno bajo todos conceptos de autoridad tan alta y tan preclaro talento como todos reconocemos en su autor, D. Antonio Cánovas del Castillo, actual Presidente del Ateneo de Madrid.
H.
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{1} Los autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio crítico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
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