Revista Contemporánea
Madrid, 30 de noviembre 1900
 
año XXVI, número 600
tomo CXX, cuaderno IV, páginas 337-344

Eloy Luis André

La Universidad española contemporánea
 

No he de hacer aquí la historia de nuestras Universidades en la Edad Media, después de los estimables trabajos hechos en Alemania (Die Erstellung der Universitäten des Mitteralters), en Inglaterra (The Universities of Europa in de middle Ages por Rashdall) y en Francia, y por lo que respecta a España después de los del Sr. Melón y Lafuente. Es mi propósito estudiar la vida contemporánea de nuestra Universidad, hacer su análisis primero, comparándola con la de otras naciones, para proponer después las consiguientes reformas.

La Universidad contemporánea es una asociación que vive dentro de la sociedad del Estado. Puede tener múltiples formas en su aspecto económico y diversos fines, según el aspecto económico y diversos fines, según el aspecto que en ella se considere. En sí misma es la salvaguardia de la tradición científica y el laboratorio del progreso intelectual de un pueblo. Con relación a la sociedad Estado, es la encargada de instruir lo mejor posible a los ciudadanos, para que en la sociedad desempeñen bien sus funciones. Con relación al individuo, debe plastificar su carácter integralmente, hacer de él un verdadero hombre, educarle lo mejor posible, haciéndole apto para vivir. En ella deben repercutir todas las vibraciones de la inteligencia, vengan de donde vengan, con tal que sean verdaderas, y de ella deben brotar los manantiales de la convicción, que son los que cuajan en la cultura popular, formando en su inteligencia la opinión, de donde rebrotan destellos de luz y de vida, para llegar otra vez a su manantial primero.

La concepción moderna de la Universidad es más científica y menos estrecha que la concepción medioeval. Hoy se ha medido el valor social de la ciencia. Lejos de ser ya ésta un solaz de puro platonismo para los desocupados, un [338] privilegiado don para unos pocos, aspira a infiltrarse por todas partes, a difundirse como la luz, para animar y hacer vivir todo lo que duerme en la ignorancia. Los nuevos progresos en las ciencias físicas, naturales y económicas le han proporcionado un campo más vasto para trabajar. Las facilidades de la vida moderna pusieron a su servicio nuevos recursos, un cuerpo docente más numeroso, y sobre todo extendieron poderosamente su jurisdicción.

En Alemania y en Norte América tienen individualidad y libertad, que son, como dijo Humboldt, sus principios esenciales. Se asienta su vida científica sobre una gran prosperidad económica, aspiran a acrecentar la cultura de un pueblo y han declarado eterna lucha a la ignorancia y a la pereza. No son esclavas del Estado; viven a lo más bajo su tutela. Forman, como dice Paulsen, hombres y sabios; aspiran, según Berghein, a integrar toda la vida intelectual contemporánea en una suprema armonía, y quieren preparar, según el propósito de Standord, a los jóvenes para vencer en la batalla de la vida. To fit young persons for success in life.

La concepción española de la Universidad es hija de la concepción latina de la educación, que acabó de vigorizarse en Europa mediante el apoyo que Napoleón les prestó. Según ella, al Estado pertenece la función de enseñar, y la Universidad es una oficina de ciencia oficial donde unos cuantos empleados preparan al joven para una profesión, sin preocuparse de que en él hay un hombre futuro. Así se ha consolidado, como dice Le Bon, el reglamentarismo en la Universidad latina, se ha herido de muerte la originalidad y se ha hecho de la cultura un raro monopolio. Así se ha consolidado, según dice otro escritor, en el intelectualismo asalariado el espíritu perorativo y oratoriano, que recuerda los escritores de la decadencia, y se ha hecho de la cultura un producto de lujo, una cosa estéril, más peligrosa que el iliteratismo.

Francia, después de la guerra del 70 y de la brillante campaña de los reformadores de la Universidad, no ha conseguido aún borrar de sus instituciones universitarias esa concepción funesta. Italia y España siguen sus huellas. ¿Qué ha de decir de la América latina, cuya aspiración es imitar? [339]

Aquí en España se reforman planes de enseñanza, se implantan nuevas disciplinas, se sigue, aunque a paso lento, la cultura de allende el Pirineo, sin preocuparnos nunca de que hacemos vestiditos nuevos para esconder un esqueleto. Allá en tiempos de Gil y Zárate, por el año cuarenta y tantos, el centralismo contribuyó a organizar el espíritu universitario e hirió de muerte la anarquía.

Ha pasado mucho tiempo, y desde entonces (¡va más de medio siglo!) la Universidad española no protestó aún contra un tutor que la explota.

Más que en tutela, vive en esclavitud perdurable. No es una persona moral ni un organismo vivo, porque carece de libertad económica, de unidad, de espíritu corporativo y de ideales científicos. No es una persona moral, porque no tiene conciencia de sí misma para poder aspirar a la libertad. ¿Ha de hacerse autónoma por decreto gacetable?

De la misma manera que el esclavo no tenía en el antiguo mundo eficacia propia para romper sus cadenas, es decir, voluntad para querer ser libre y poder para hacerse, nuestra Universidad necesita de redentores; que han de serlo sus propios hijos y no otros los que hayan de emanciparla.

Necesita vivir económicamente independiente, con verdadero espíritu de cuerpo, como ahora dicen los snobs del pensamiento español; con Claustros que merezcan tal nombre, con aspiraciones definidas, con un ideal fijo y una influencia real en el ambiente, en la cultura del pueblo que enseñan y que educan.

Se parecen hoy más nuestras Universidades a los terrenos geológicos de formación mixta, a los tejidos atrofiados, que a los organismos vivos. La estructura de nuestras Universidades es una superposición, una conglomeración de elementos heterogéneos unidos por fuerte cemento político, no por viviente tejido conjuntivo. En él viven confundidos el sabio y el ignorante, el indiferente y el católico, el español y el extranjero, el activo y el perezoso. Nuestras individualidades docentes son como ladrillos escalafonados hacia el presupuesto, sin más unión entre sí que el carácter burocrático de la institución, universitaria y sus mutuas dependencias e iguales relaciones [340] con el Estado. Y bien, si la Universidad española carece de estructura regular, de individualidad, ¿cómo ha de tener carácter nacional? ¿Cómo ha de crear, fomentar y dirigir la cultura española?

Si la Universidad española carece de estructura, si no es un organismo normal, su vida y sus funciones han de ser anormales, patológicas. Mientras la Universidad contemporánea tiende a reintegrarse con independencia económica, bajo el tipo de las de la Edad Media, viviendo de propios recursos, para ser un alma mater de la ciencia, más que una elaboración de títulos a precio y plazo fijos, nuestra Universidad, la Universidad latina, no sólo no tiene vida propia, sino que, necesitando de vida ajena, está encargada por el Estado de la función de enriquecerle. Más que vivero de ciencia oficial, es nuestra Universidad una oficina de diplomas sin valor real alguno, pero con eficacia legal para vivir con ellos parasitariamente. El imperio alemán, no sólo reconoce la autonomía de sus Universidades, sino que dedica a ellas un presupuesto de 24 millones de marcos; Francia misma, nuestro modelo, les otorga 12 millones de francos, sin contar los ingresos provenientes de fundaciones, legados, rentas propias &c., &c. Norte América, que dedica a instrucción pública más de 450 millones de dollars (duros), cuenta con Universidades como la de Chicago, que obtuvo solamente de John J. Rockfeller un legado de 35 millones de pesetas. Cornel dio para la fundación de una Universidad dos millones y medio de francos y 300 acres de tierra, a cuyas donaciones añadió Sage 6.400.000 francos. John Hopkins dejó al morir 36 millones para una Universidad y un hospital. En California, el matrimonio Leland Sanford fundó una Universidad, dotándola previamente de una renta de 12 millones de francos, que a la muerte de Mr. Stanford se acrecentará hasta 40 millones. Así tiende este pueblo joven a emancipar económicamente la Universidad, base de su libertad moral y fuente de su espíritu científico. Las Universidades de Haward, Yale, Cornell, Columbia (Nueva York) y Chicago son las más completas en su constitución y mucho mejores que las sostenidas por los estados de la Unión (The State Universities). Nuestra [341] Universidad Central tiene la rara virtud de amamantar al Estado con 250.000 pesetas anuales, según declaraciones del Sr. Fernández y González, su digno rector. Aquí no hay comentarios...

Sin libertad económica, sin base firme de vida, ¿qué espíritu científico han de tener nuestras Universidades?

¿Cómo vive en ellas la tradición intelectual?

Nuestra desorientación en esta esfera pone bien palpable el hecho de su ausencia. Cuando hay una tradición intelectual coordenada, coordenadamente se manifiesta en las esferas de la ciencia. Nuestra literatura, nuestra filosofía y nuestra historia de los tres últimos siglos han resucitado gracias a los esfuerzos del Sr. Menéndez Pelayo y de su escuela literaria; pero esta resurrección es más bien un caso de atavismo que de renovación normal de vida; es una muerte en el presente, para vivir en el ayer. Encerramos nuestra juventud intelectual en el recinto silencioso de nuestras viejas bibliotecas, y le cegamos los ojos a toda realidad contemporánea. Si nuestra tradición intelectual ha muerto, es porque no tenía condiciones de vida, y es un absurdo el acudir a ella para que sustente lo que hoy vive. Si es que no ha muerto aún, es porque está latente en nuestra alma contemporánea, y teniéndola en nosotros, no debemos ir tan lejos para descubrirla. Cada español de hoy es el español de ayer y el español de siempre; en él se encarnan todas las virtudes y todos los defectos de nuestra raza. Como en el siglo XVIII hemos pasado todo el tiempo en polemizar, en el siglo XIX, ya moribundo, lo hemos malgastado en estériles luchas. De nuestros abuelos, unos rompieron la tradición científica con una afrancesamiento prematuro, otros protestaron enérgicamente con la literatura del siglo de oro, otros fueron encarnación de las contradicciones de su época; y la juventud que educaron, luchadora y romántica como ninguna, amó la lucha por la lucha misma. Mientras en Alemania, el espíritu de la Francia revolucionaria produjo una condensación de energías nacionales, alimentadas, no copiadas del espíritu tradicional, en España nos esclavizó completamente. Mirando a Francia, solamente a Francia, la imitamos en todos sus vértigos políticos, sin [342] comprender sus secretos impulsos. La lucha de hombre a hombre en el terreno de las ideas se trasladó a las intimidades de la conciencia, y engendró la duda hasta en los hombres de pensamiento robusto como el Sr. Cánovas, que tenía la misión de continuar la historia de España en vez de detenerla. Esta duda y esta inacción y esta lucha fueron el cero de nuestra vida internacional, que otras naciones previsoras aprovecharon para colocarle a la derecha de sus designios.

Hoy, faltos de todo ideal, incapaces de conocer nuestro propio fin si lo tenemos, o de crearlo si no existe, con ineptitud para estudiarnos, comparándonos con los demás, metidos en nosotros mismos en miserable vagabundaje de polémicas estériles, indiferentes a lo que otros piensan, sienten y quieren, perezosos para pensar, imprevisores para vivir, prácticos con exceso, funesta y rutinariamente prácticos, nuestra vida intelectual tiene la fisonomía del más miserable proletariado. Adoramos nuestros sabios y pseudosabios como fetiches; pero la ciencia produce en nosotros más admiración que deseo de saber. La cultura extranjera aparece ante nosotros como un codiciado bien, como un dios al que se entonan cánticos de bendición con la música monótona de la retoromanía y del enfatismo. Esta es nuestra vida intelectual, nuestra atmósfera de cultura.

Somos una legión de inadaptados, de deciasees que dicen nuestros vecinos; inadaptados por débiles; débiles, por ignorantes, por perezosos... y siempre Quijotes y siempre contemplando con emoción la lucha de los sueños y de la realidad, sin aprender en ella más que fiereza y venganza. Hay, sí, un mundo de almas amorosas de todo lo bueno, sea de ayer o sea de hoy; pero ¡es tan pequeño! Hacen colosales esfuerzos para españolizarse y modernizarse, pero en ellos está la vieja alma de España, que poco a poco los va moldeando en sus rutinas. Quieren ver, pero no miran; quieren saber, y no estudian; tienen en sus labios la fuente de la vida, y no apagan nunca su sed. Les falta voluntad; son abuliacos. Si sus colosales esfuerzos los elevan a una atmósfera superior, no miran después abajo para ver la noche de las almas, llena de fatalismo y de miseria, terriblemente enlutada de ignorancia. [343]

Pues bien, la Universidad, que no es hoy una fuente de vida intelectual, sino una rueda de la gran máquina de la burocracia española, tiene los mismos caracteres de nuestro intelectualismo. La tradición científica, que no consiste sólo en la calidad y la extensión de las ideas preconizadas, sino en el calor que irradia el entusiasmo que inspiran y la virtud que comunican, aún no se ha reanudado o se reanudó parcialmente. ¿Qué importa trabajar en su seno si, dada esta crisis o transición intelectual en que vivimos, lo que yo hago lo deshace mi vecino? ¡Triste juventud española, condenada a tejer la tela de Penélope de nuestra ciencia oficial!

Como no hay tradición, ni orientación intelectual por el aislamiento en que intelectualmente vivimos; el progreso es imposible y la labor de la Universidad para conseguirle estéril. Lejos de haber crecimientos ordenados en nuestra alma intelectual contemporánea, intususcepción mental, lo que hay son superfetaciones. En este orden, como en otros muchos, vivimos de sugestión o de emociones; somos irremediablemente impulsivos. Unos se empachan con libracos del siglo XVI o XVII, otros con el último libro alemán o norteamericano, que aún huele a tinta de imprenta. En vez de ser obreros en el gran edificio de la ciencia nacional, somos pescadores de truchas en el estanque ajeno. ¡Es claro! Lo necesitamos blanco y migadito para demostrar después a la stultorum turbae que es leche.

Yo no conocía la Universidad española antes de visitar las de Francia, Bélgica y alguna de Alemania. Ignoraba lo que es espíritu universitario, vida intelectual, hambre y sed de cultura. Después, el estudio comparativo de instituciones tan semejantes por un común origen y tan desiguales por su vida actual, me hizo meditar mil veces sobre esta pobre Universidad española, condenada a morir si sigue así viviendo, y a ser foco infeccioso de desalentados para vivir con el esfuerzo propio.

En el antiguo recinto de la Universidad de Lovaina resonó la voz de libertad hace más de treinta años. Resonó porque hubo hombres libres que la pronunciaron. Y la ciencia católica, aprisionada en una nación católica por el espíritu liberal, [344] amamantó una juventud intelectual que la ama como verdadera madre y que la sostiene dignamente. El alma mater vive y hace vivir a las almas sedientas de ciencia y no codiciosas de diplomas.

Yo hago votos por que nuestra juventud católica salga de España y estudie esas instituciones sin perjuicio alguno, no concretándose a una sola, sino gustando en cada una sus dulzuras de la vida intelectual, que aquí por desgracia no puede conocer. ¡Que vaya, para volver después y redimir nuestra Universidad!

Eloy L. André

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