Revista Contemporánea
Madrid, 15 de abril de 1902
año XXVIII, número 624
tomo CXXIV, cuaderno IV, páginas 385-396

Urbano González Serrano

< Bocetos filosóficos
VI

Proudhon

Proudhon, Prometeo intelectual, pensador profundo, tan respetable por la autoridad de su carácter como por su genio vigoroso, con un gran talento crítico y un razonamiento siempre agresivo; personalidad originalísima, que se coloca fuera de todas las corrientes del pensamiento contemporáneo (apenas si toma a Hegel su devenir en el orden serial), constituye una de las curiosidades de nuestro siglo y aparece cual un enigma indescifrable.

Pedro José Proudhon nació en Besançon (Julio de 1809). Fue hijo de unos cerveceros; su padre era inteligencia algo vulgar. Parece que heredó de su madre, mujer heroica, la energía de su carácter y de un tío suyo, abogado en Dijon, la sutileza jurídica, que con lo rudo del proletario muestra uno de sus rasgos más salientes como escritor. Guardó vacas durante su niñez. Comenzó sus estudios casi por caridad. Como su familia era muy pobre y no podía comprar libros, tenía que pedírselos prestados a sus condiscípulos y copiar el texto de las lecciones. Un día, después de la distribución de premios y de haber obtenido varios, entró en su casa, sin encontrar nada que comer. Por su asiduidad al trabajo llamó la atención de la Academia («su madrina», como él decía) de su ciudad natal. A los catorce años de edad leía todos los libros de la biblioteca de la Academia, y a los diez y nueve era tipógrafo y más tarde corrector de pruebas, circunstancia que le obligó a estudios muy variados. Corrigiendo una traducción de la Biblia, aprendió el hebreo y estableció comparaciones entre la Vulgata y el texto judío. [386]

Tal variedad en los estudios le proporcionaba una gimnástica, que templaba su acerada inteligencia, atraída siempre por la invectiva y la amenaza. El primer trabajo de Proudhon, versado por este tiempo (1837) en el griego, el hebreo y la teología, fue un Ensayo de gramática general. Aunque notable es muy incompleto, pues Proudhon desconocía los estudios lingüísticos de Bournouf y Humboldt. En 1838 concedió a Proudhon, no sin algunas dificultades (pues su discurso Consagración del domingo revelaba ya anhelos igualitarios), la Academia de Besançon la pensión Suard (1.500 francos), que estuvo para perder dos veces, logrando conservarla merced a defensas, si hábiles y enérgicas, a la vez diplomáticas. Al año siguiente rehizo Proudhon su primer trabajo con el título Investigaciones sobre las categorías gramaticales y algunos orígenes de la lengua francesa y lo presentó al concurso del premio Volney, obteniendo una mención.

La pensión Suard permitió a Proudhon consagrarse al estudio y a una correspondencia frecuente con sus amigos el literato Ackermann y el profesor Bergrnann. En esta correspondencia revela Proudhon su desinterés, su anhelo de saber, su vena irónica, su idiosincrasia y su acento de franqueza y aspectos generosos y realmente humanos, que el público sólo conoce por sus extremas paradojas y por cierta exageración de los efectos, de que cuidaba cuando escribía para la generalidad. Era, en efecto, Proudhon hombre superior a su obra, y aun él mismo lo presentía, pues en 1854 llega a decir: «El porvenir probará a mis amigos y a mis enemigos que valgo más que mi reputación». Como a tantos otros, las exigencias de la mise en scène le llevan a ocultar su propia personalidad y a veces las mejores condiciones de ella. De esta época data la ostentación de su origen popular, la misión que se atribuye de defensor de una clase (la obrera o trabajadora) en oposición a las demás. Sueña con ser apóstol y tribuno, profeta predestinado que recibe la revelación de lo alto, rodeada de rayos y truenos, en un nuevo Sinaí, con nuevas Tablas de la ley, para reformar de fond en comble la organización social y económica.

¡Sueño pueril! que el propio Proudhon contradice, [387] burlándose más tarde, con su ingenio escéptico y zumbón, de los anhelos religiosos de Saint-Simon, de las cosmologías de Fourier, de la superficialidad de Cabet y de los idealismos de L. Blanc, al cual llega a apellidar escritor hermafrodita. ¡Sueño pueril! que contradice con su crítica negativa, sin que sus esfuerzos de síntesis lleguen más que a una total confusión, siquiera en todos ellos muestre una inteligencia vigorosa y gran rectitud moral.

Casi es elemento determinante del juicio para Proudhon un accidente, el de su nacimiento. Los defectos de Proudhon proceden de su origen y de su educación, las buenas cualidades de su natural austero y de su existencia honrada. Los odios de clase perturban su severidad estoica y en ocasiones parece, más que un grande hombre, meteoro fugaz, con más facundia que elocuencia y con más astucia de leguleyo que convicciones. A veces le domina la malicia nociva a toda grandeza» y llega a decir quejándose de una soñada conspiración del silencio: «Soy por naturaleza poco modesto, pero franco en mi amor propio, no creo en la modestia de los demás». Toma parti pris, deja de ser pensador para convertirse en atleta; el hombre reflexivo es sustituido por el sectario.

Aspira a ser sociólogo y no compara imparcialmente las instituciones; mira y ve lo que constituye objeto de culto para unos y de execración para otros, no ya con el ojo humedecido por la pasión de que habla Bacon, sino con una perspectiva empañada por el odio de clases, que ha detenido indefinidamente las soluciones parciales y beneficiosas de que es susceptible el pavoroso problema social. Observar en él sólo lo que divide y no lo que une los intereses contrapuestos, olvidar la variabilidad indefinida de las condiciones sociales, acentuar lo relativo de todo conocimiento y de toda obra y pensar luego en una panacea, en un álgebra social o en una astronomía que imprima a la plasticidad de lo vivo la monótona regularidad del mundo planetario, es caer en la utopía. El propio Proudhon llega a reconocer (Confesiones de un revolucionario) su inteligencia embrutecida por la lógica, que nada hay, en cierto sentido, más ilógico que la lógica misma, [388] y que si la lógica es una gran cosa, las inconsecuencias que garantizan la paz no carecen de valor.

Todo el bagaje bíblico de su cultura estimula la imaginación puritana de Proudhon, el cual llega a buscar la democracia en interpretaciones más o menos exactas de la teogonía mosaica y a concebir utópicamente una igualdad de condiciones sociales rayana en el comunismo, sin que las sanas advertencias de Jouffroi y de Droz (el tutor que le señalara la Academia al concederle la pensión) consiguiesen más que exaltar su nativo espíritu de contradicción.

Establece Proudhon en su ciudad natal una imprenta, no marcha bien con ella y va a París. Allí, aislado, pues sus amigos se habían establecido Ackermann en Berlín y Bergmann en Estrasburgo, con vida casta y austera, Sanson a prueba de Dalilas, revelando que en él vale tanto el revolucionario como el Aristarco, huyendo de toda distracción y de todo placer, juzgando la vida superficial con acentos bíblicos, propios de un jeremías, sin hallar conexión de su pensamiento, que fermenta ávido de más saber, con el de los republicanos, ni el de los socialistas, parece fiel imagen del que se siente solo en medio de las muchedumbres. Y si el pensamiento es como todo lo humano un producto vivo, que requiere un medio para desenvolverse, ¿qué extraño es, con tal aislamiento, que el de Proudhon termine en punta?...

Con una misantropía social creciente, escribe Proudhon por este tiempo a Ackermann: «Volveré a mis tiendas el año próximo armado contra la civilización hasta los dientes, y voy a comenzar una guerra que sólo concluirá con mi vida». No habla aquí el interés desinteresado de la verdad, sólo se siente el quejido de un corazón amargado por las contrariedades. Se olvida que la pasión es mala consejera, que la verdad y la filosofía no tienen bandera, que lo que el hombre pone de sí detrás de las ideas es lo que convierte las ideas mismas a una guerra sin cuartel.

Llegamos (1840) al primer grito de guerra con la Memoria ¿Qué es la propiedad?, folleto escrito con sangre, de una presunción y un orgullo satánicos, pues aspira a identificar la débil inteligencia humana con el espíritu mismo de la verdad y [389] se atribuye el derecho de plegar el mundo a determinadas concepciones subjetivas. La propiedad es un robo, exclama Proudhon, al escaparse de la válvula de seguridad de la reflexión sus dolores comprimidos, la tristeza sombría y apasionada de sus acentos, lo duro y acre de sus sarcasmos. El intelecto de Proudhon comienza a desequilibrarse, efecto de su aislamiento mental. Obligado desde la adolescencia a recurrir al trabajo manual, sólo puede satisfacer su anhelo de saber en la soledad, sin maestros que le expliquen la parte débil de las doctrinas. Dispersos sus más íntimos amigos, sólo por correspondencia comunica sus ideas con ellos. Almas solitarias como la de Proudhon son islas de islas, según dice Clarín, que concluyen necesariamente en un autofagismo y en una contradicción sin término. Escribe Proudhon a Ackermann: «No puedo entretenerme en ser hombre de letras; pobre el último año, llego en éste a la miseria; soy como un león, si alguien tuviera la desgracia de hacerme daño le compadecería al caer bajo mi férula. Carezco de enemigo, miro al Sena con aire sombrío y me digo: dejemos aún pasar el día de hoy. El exceso de dolor debilita el vigor de mi cerebro y paraliza mis facultades». Y añade: cuando el león está hambriento ruge... Con tal estado de ánimo, con la ictericia moral de un pesimismo cuya carga se siente (aunque se sobrelleve con dignidad), el color del cristal con que se mira empaña la visión.

Proudhon, el que aspira a convertir la ciencia social en ciencia matemática, es relativamente deficiente en recursos especulativos. Adelantemos que en la primera y en las siguientes Memorias acerca de la propiedad, Proudhon combate la propiedad y defiende la posesión; pero más tarde, al refutar el comunismo y proponer la justicia distributiva, llegando a la igualdad y a la mutualidad en cambios y servicios, ha de pedir que continúe la herencia como base de la familia. De suerte que la posesión, que propone para sustituir a la propiedad, se reduce a declarar en el Estado un derecho eminente sobre toda propiedad, derecho implícitamente reconocido por la tributación. Es excesivamente pobre la parte afirmativa en la doctrina proudhoniana.

No produjo todo el escándalo que Proudhon esperaba con [390] su primera Memoria. Se defendió ante el tribunal de Besançon, que deseaba suprimirle la pensión, y se defendió digna y valerosamente, consiguiendo la absolución y aduciendo en su defensa el carácter especulativo de su obra y el respeto que le inspirara el Gobierno constituido, pues ni siquiera esperaba nada bueno de los republicanos. Tan aislado se siente dentro de sí que, preocupado con su segunda Memoria sobre la propiedad, escribe a su amigo Bergmann: «Sólo por ti me marcho un mes antes de lo que pensaba; por ti voy a romperme las piernas». Emprende su viaje a París; lo efectúa andando en seis días 80 leguas (por carecer de dinero) y ya no encuentra a Bergmann. Sobrelleva en París con gran austeridad una vida de escasez y de miseria. Con cierto pudor viril se complacía Proudhon en decir: «Sé lo que es la miseria, he vivido en ella». De su devoción a la amistad no ofreció sólo esta prueba Proudhon. La sentía como nadie y de ella escribió con acentos ditirámbicos.

En 1841 resolvió Proudhon en parte las dificultades de la miseria, aceptando, mediante el pago de 1.800 francos por año, el trabajo que le ofrecía un magistrado, que aspiraba a representar el país, para que colaborase en una obra de derecho, que no se llegó a publicar. Poco tiempo duró este modus vivendi de una inteligencia superior asalariada por otra inferior. De su servidumbre se burlaba donosamente Proudhon y de la manera como despertaba suspicacias en el espíritu timorato del magistrado la audacia de los pensamientos de su colaborador.

Publicó (Abril 1841) Proudhon su segunda Memoria sobre la propiedad, dedicándola a Mr. Blanqui como testimonio de gratitud por la crítica benévola que éste hizo de la primera. Aunque en su nuevo trabajo se había prometido a sí mismo cierta moderación (Gloria Patri y no toque de alarma), queriendo acentuar su significación como sabio y aminorar su representación como demagogo, no deja de escribir páginas vehementes Proudhon, dominado por su amor a la polémica. Seguía combatiendo a la clase media, respetaba el clero y la magistratura y aun se colocaba a cierta distancia de los intereses momentáneos de la política, y desde luego rechazaba [391] las doctrinas comunistas. «Considero, decía, una expoliación general imposible, y por este lado, el problema de la asociación universal me parece insoluble. La propiedad es como el dragón que mató Hércules; para destruirla es preciso cogerla, no por la cabeza, sino por la cola, es decir, por el beneficio y por el interés.»

Pensaba Proudhon ser un gran filósofo, luego que había conocido a Kant y comenzaba a estudiar a Hegel. Preparaba su libro Creación del orden en la humanidad, pretendiendo explicar las leyes universales de la organización social y exponiendo economía política trascendente. No llega, sin embargo, a la ciencia especulativa, porque constantemente convierte las ideas en balas para cargar sus cañones. «Considero mi empresa, escribe por este tiempo (Mayo de 1841) muy grande y muy gloriosa; sólo me resta hacerme digno de ella. Creo que el género Memoria es el que más me conviene: mitad ciencia, mitad folleto, noble o alegre, triste o sublime, habla a la vez a la razón, a la imaginación y al sentimiento. La ciencia pura es demasiado árida, los periódicos excesivamente fragmentarios y los tratados extensos muy pedantes Pseaumarchais y Pascal son mis maestros.»

Publicó Proudhon su tercera Memoria sobre la propiedad (Advertencia a los propietarios), en forma de carta a Mr. Considerant, escritor fourierista. Más libre de ideas metafísicas ésta que la segunda Memoria, expone con crudeza el autor su ideal de igualdad absoluta en la remuneración, y arrastrado por la fuerza de la lógica, no titubea en equiparar el salario de Fidias con el del peón de albañil. Son para él talento y genio monstruosidades que perturban el equilibrio general. Con frases místicas y exaltadas, con formas rudas y gráficas truena contra la degradación de los tiempos, y exalta una austeridad, de que ofrecerá después ejemplos elocuentísimos en su obra más importante, la Justicia en la Revolución y en la Iglesia. Llegará Proudhon a reconocer, merced a una visible paradoja, de las que se halla plagado su pensamiento, que el sueño milenario de la igualdad es una de tantas letanías. En 1851, escribe desde la prisión, como pudiera hacerlo el más aristócrata de los genios: «Procurando conquistar el mayor [392] número de bípedos a la dignidad humana, sólo debemos considerar nuestros semejantes a los que gozan como nosotros de la libertad de la razón y de la conciencia. La humanidad no se halla formada por las masas brutales siempre dispuestas a gritar: Viva el rey, viva la liga. Según la estadística hay sobre la tierra novecientos millones de individuos con cara de hombres; dudo que la humanidad se componga de más de noventa mil».

Cede Proudhon en su lucha durante todo el año 1842, y aun pretende un empleo en la alcaldía de Besançon, que le es negado, viéndose en la necesidad de vender su imprenta con un déficit de 7.000 francos. «Nada me resta que hacer, dice; en Besançon. ¿Queréis guerra? Pues la tendréis.» Y vuelve a París el proletario con su lógica, especie de maza de Hércules, a descargar golpes sobre el yunque algo averiado de la organización social. Donde no llega la verdad, alcanza el sofisma; donde no basta el raciocinio, emplea la paradoja; si la sátira no es suficiente, allá va el sarcasmo.

Empleado Proudhon en Lión, casa Gauthier y hermanos, dueños de una Compañía de vapores, tuvo que hacer varios viajes a París para atender a los negocios de sus patronos. Estuvo a su servicio hasta que se despidió en 1847, porque decía haber estado bastante tiempo al servicio de los demás, y deseaba ser amo, aunque fuese de una choza de salvaje. «Si he de volver a ser asalariado, añadía, aceptaré como patrono un extranjero, un desconocido, que no sea ni mi compañero ni mi condiscípulo, que no ponga nunca los pies en mi casa ni yo en la suya.» Durante esta época (1844) conoció en París a su discípulo Darimon, a otros socialistas y al alemán Grün, de la extrema izquierda hegeliana. Le proporcionó medios este último para estudiar a Hegel, cuya dialéctica había ya en parte presentido Proudhon. De su lógica decía Grün que era especie de «ejercicio a la prusiana»; de su representación, que era «el Feuerbach de Francia» y en su entusiasmo por el proletario, profeta, ángel exterminador y Jehová a la vez; hace de él el siguiente retrato: «Fisonomía franca, frente excesivamente plástica, ojos trigueños hermosísimos, poca estatura, grueso en armonía con la viril [393] naturaleza montañesa del Jura, pronunciación enérgica, llena, premeditadamente rústica, si se la compara con el gracioso gorjeo parisién; un lenguaje conciso, con frases de exactitud matemática; un corazón tranquilo y alegre; en una palabra, un hombre animoso contra todo el mundo».

Producto de sus nuevos estudios publicó Proudhon (Octubre de 1846) su célebre Sistema de las contradicciones económicas o Filosofía de la miseria, obra de demolición, de negación y de crítica, de la cual no es posible inferir síntesis ni afirmación ninguna. Desde ella arroja Proudhon su segunda piedra de escándalo, gritando «Dios es el mal». Han comparado algunos a Proudhon con un hombre que se complace en disparar pistoletazos en medio de la calle para que se reúnan los transeúntes y se ocupen de su persona. Sus discípulos han dicho que la tal imprecación va contra el Dios de los teólogos. Lo que sí resulta evidente es que Proudhon ha refutado con elocuencia sublime el ateísmo, que ha hablado de la trascendencia de la vida como prueba positiva de la inmortalidad con tonos de asceta, y que ha elevado el sentimiento religioso a la cúspide de la racionalidad, todo ello en páginas sentidísimas. Ahora que juzgue el lector... Desde luego comprenderá que, como decía nuestro Sancho, se entra ya en los laberintos de la razón de la sinrazón, y si le fuera posible ponerse al habla con el gran revolucionario, dirigiéndole las prudentes advertencias de Weis, el bibliotecario de Besan con que le censuraba lo que perjudicaba a su causa la manera de defenderla, recibiría idéntica contestación: «No estoy dispuesto a mojar mis flechas en aceite, sino en vinagre; es preciso no cazar moscas, sino matarlas». Destruam et aedificabo, pone como Tema a su Sistema de las contradicciones.

Presenció Proudhon, cruzado de brazos, la agitación política que precedió a la revolución de Febrero de 1848. Preveía que no estaban preparados los espíritus para hacer viable la revolución política y menos la revolución social. «Republicano de la víspera y del día siguiente, dice, temía el advenimiento de la República, porque los republicanos tenían fe, pero no ciencia, y los socialistas carecían de la clave; antes de nacer la República, llevaba yo luto por ella.» [394] Pero entablada la lucha, irritado por las provocaciones del peder, alea jacta est, luchó en las barricadas y contribuyó al triunfo de la República. Siendo periodista, en las elecciones complementarias de junio obtuvo Proudhon en París 77.000 sufragios y el cargo de representante del pueblo. Antes, en Marzo del 48, publicó Solución del problema social, oponiéndose a la creación de los talleres nacionales, y en Abril, en el periódico El Representante del Pueblo, dio a conocer los estatutos del Banco de cambio para realizar el crédito recíproco y gratuito. Su concepción política era negativa, antigubernamental, anárquica; su concepción social era igualitaria, anticapitalista y anticomunista. Mostraba ante todo su profesión de fe una independencia absoluta de los partidos de entonces y un gran desdén hacia las formas políticas. Llegó a votar con la derecha contra la abolición de la pena de muerte. Después de las jornadas de junio presentó una proposición pidiendo el impuesto sobre la renta y atacó la propiedad, defendiendo la mutualidad de servicio y el crédito gratuito. Fue desechada por declaración casi unánime de la Asamblea como atentado a los principios de la Moral pública y llamamiento a las malas pasiones. Riñó rudas batallas con la Montaña, cuyo vago socialismo ponía en ridículo. Atacó duramente en 1849 a Luis Bonaparte, que meditaba ya el golpe de Estado, y acusado por la Asamblea y declarado culpable por el jurado, fue condenado a tres años de prisión y diez mil francos de multa. Se refugió en Bélgica, volvió disfrazado a París y fue descubierto y preso por la policía, prisión que duró hasta después del golpe de Estado. En la prisión, y a los cuarenta años de edad, se casó con una obrera, pobre como él, y se casó, según afirma, no por pasión, sino por amor a la paternidad, que vio realizada en tres niñas de las cuales una sola le sobrevivió. En Abril de 1858 publicó su obra más importante, La justicia en la Revolución y en la Iglesia (cuatro tomos y dos de notas), que fue prohibida y su autor condenado a tres años de prisión y 4.000 francos de multa. Con motivo de la guerra de Italia, escribió en 1861 La guerra y la paz, que rompe con todas las tradiciones y sentimientos del partido burocrático. El principio federativo, que con las memorias sobre la propiedad [395] fueron traducidos por el Sr. Pí, ha servido de Biblia a las múltiples interpretaciones del célebre pacto, que es dogma de los federales de nuestro país.

Después de una existencia tan agotada y de una labor tan constante, Proudhon fustiga a los republicanos y a los demócratas, ensalzando la revolución social y menospreciando la política, y declara que prefiere el statu quo a la impotencia de los republicanos, la economía política a las futilezas de los socialistas y la propiedad (!!) a las torpezas del comunismo. En los últimos años de su vida, el león viejo (aunque no achacoso) había limado algo sus uñas, siquiera hasta la hora final siga siendo imagen del trabajo tormentoso, precipitado y de vértigo que ha tocado en lote a la generación presente. Casado, padre de familia, habitando su casita con jardín de la rue de l'Enfer, Proudhon vivía en la apacible vida del burgués y sus obras dejaron de ser folletos incendiarios para convertirse en tratados científicos. Seguía, sin embargo, despertando sospechas y temores: «Salgo poco y no veo a nadie, escribía a Bergmann: terra et agua interdictus sum.»

Poco antes de su muerte, acaecida en París, Enero de 1865, Proudhon fue juzgado con benevolencia hasta por imperialistas como, Saint-Beuve. Francia, niño grande de la Historia, como los pequeñuelos, se ríe del propio miedo luego que lo ha pasado, y restablecido el orden material, comenzó a hacer justicia y aun a idealizar al Titán del socialismo{1}. [396] Paradójica, en medio de su grandeza, la obra crítica y demoledora de Proudhon, contradictoria{2}, a pesar de lo genial, su personalidad, no puede formularse de la una y de la otra juicio en términos cerrados y escuetos. La conjetura, que anuncia las penumbras donde comienza la ciencia de nuestras ignorancias, habrá de consignar que la obra de Proudhon, aparte lo negativo, no queda delineada siquiera en sus primeros cimientos, y que su talento genial no demanda sólo admiración, sino respeto a la honradez austera de una vida laboriosa y cumplida pagando tributo al deber, tal como lo entendía el célebre revolucionario. De los dos fines de su obra, Destruam et aedificabo, la parte demoledora, la revolución como palanca del movimiento social y de la reivindicación de parte de los desheredados, es ola que apenas si contiene la repugnancia instintiva de las sociedades al suicidio, y la segunda, el aedificabo, pende de la primera y muestra nubes preñadas de peligros, que sólo disipará la prudente y sabia organización que acierte a garantir la seguridad de los que poseen por el bienestar de los que trabajan. Salvo el respeto que inspira por su amor a la justicia y a la verdad, Proudhon, terrible lógico, individualidad que se destaca luchando contra lo individual en apoteosis constante de lo colectivo, mezcla de insolencia aristocrática con audacia plebeya, enemigo de los grandes hombres, siéndolo él, semeja un soberbio que habla de modestia.

U. González Serrano

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{1} La Nouvelle Revue y la Revue Enciclopedique (1895), con un patriotismo exagerado, hablan de un ensayo dramático que dejó Proudhon, tomando por asunto el proceso de Galileo. Mr. Lepelletier dice que el manuscrito inédito, que posee la hija de Proudhon, pudo constituir un drama filosófico y humano, que dotara a la literatura francesa de un ¡Segundo Fausto!... quizá en la observación de la revancha, superior a los ojos de Mr. Lepetletier al del incomparable Goethe. No conocemos (ni el manuscrito lo esboza siquiera) el plan que hubiera concebido Proudhon para el desarrollo de su drama Galileo; pero, sin negar el proteísmo intelectual de Proudhon, reconociendo sus cualidades de polígrafo, filólogo, economista, filósofo, historiador, polemista y legislador, se puede inferir que ni el asunto elegido (Galileo, víctima de la intolerancia) condensa una acción sincrética y compleja como la del Fausto de la leyenda, ni lo que el sin par poema alemán tiene de épico podía haber sido igualado por Proudhon, que discurre siempre en línea recta, y menor lo que en aquél hay de dramático. La ictericia moral que como nube densa empaña el rudo batallar de la vida de Proudhon y la gimnástica dialéctica de su pensamiento nos parecen moldes estrechos e insuficientes para la concepción de una obra de los altos vuelos del Fausto goethiano.

{2} V. Psic. del Amor, 2ª edic., 1897, págs. 52 y 53, y Preocupaciones sociales, 2ª edic., 1899, págs. 56 y 57.

 


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Pedro José Proudhon
1900-1909
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