Revista de las Españas
Madrid, enero-febrero de 1927
2ª época, número 5-6
páginas 32-39

Mario Méndez Bejarano

La casa del Océano

Cinco veces esta pobre España ha adoctrinado al mundo. La primera, en las aetas argentea de la literatura latina, con sus filósofos, geopónicos, poetas y geógrafos, casi únicas voces que animaron el crepúsculo de una gran civilización. La segunda, desde la archísede isidoriana, en la más bárbara etapa de la noche medioeval. La tercera, desde el jalifato cordobés. La cuarta, desde Sevilla, cuna del Algebra y «madre de los sabios», durante los gloriosos períodos de los abbaditas y los almuhades. La quinta, al pleno sol del Renacimiento y del siglo de oro, desde la casa llamada de la Contratación, aunque su denominación oficial era Casa y Audiencia de Indias.

Participaba esta institución de Tribunal, de Escuela, de Centro mercantil y de Ministerio de Indias. No comprendo cómo pueda historiarse la cultura española sin mencionar este único foco de ciencia positiva existente en nuestra Patria. Por tal concepto, las luminosas investigaciones de Olca Vedia, Latorre y Pulido merecen perenne reconocimiento de todos los buenos españoles. Y es tanto más útil consagrar justa atención a la célebre Casa, cuanto que apenas podemos defendernos de las inculpaciones que los extranjeros nos asestan, acusándonos de haber puesto toda nuestra alma en estudios inútiles, en amena literatura y, a lo sumo, en teología y ciencias morales, desdeñando el conocimiento de la naturaleza y de las artes de inmediata aplicación a las perentoriedades de la vida. Y tienen razón si sólo se mira el triste espectáculo de nuestras Universidades; pero si se dirigen los ojos a la Casa de Contratación, se verá que no andábamos rezagados del movimiento científico de los centros europeos y que en muchas disciplinas les igualamos y en no pocas les precedimos.

Además, el estudio de los trabajos geográficos realizados por el personal de la gloriosa institución, y las expediciones aprestadas por la misma, revisten tan alto interés, que, si prescindimos de su examen, la historia de los descubrimientos marítimos, como puntualiza el Sr. Puente, es incompleta o falsa, y su exposición carecería de toda claridad.

La Casa de Contratación, que Pedro Mártir de Anglería llamaba con más propiedad la Casa del Océano, fue creada por Real Cédula de 14 de Enero de 1503, disponiéndose su instalación en las Atarazanas, si bien por otra Cédula de Junio del mismo año se mandó establecer en el Alcázar de Sevilla. Los primeros jefes del complicado organismo de la Casa y primeros jefes de su Audiencia fueron el Dr. Sancho de Matienzo, perteneciente al cabildo catedral, Tesorero; Francisco Pinedo, Jurado de la ciudad, Factor, y Jimeno de Bribiesca, Contador de la Armada de Indias, es Escribano. Recuerdo del [33] abad Matienzo, queda un retrato que formó parte del grandioso retablo de la Casa, y del segundo, una lápida en la capilla del Pilar de la Catedral con el siguiente epitafio:

«Esta capilla es de los muy nobles
Señores Francisco Pinedo Ginovés
Jurado Fiel executor desta Ciudad:
primero Factor de la Casa
de la Contratación de las Indias
falleció á 21 de Marzo de M.
D. IX y de María de la torre
su mujer falleció á XXX de Octubre año
de M. D. XIII años: y del Reverendo
don Geronimo Pinedo Maestre Escuela
y canónigo desta santa Iglesia su
hijo: falleció a X de Setiembre año de M.
D. XX. años en la cual están enterrados
y es enterramiento para su linaje
cuyas animas ayan gloria amen.»

En la boca de la bóveda lucía esta expresiva inscripción :

O mors quam
Torribilis et potens
es: vitam claudis
Sepulcorum aperis.

No sólo tuvo esta Audiencia en su jurisdicción los asuntos americanos, aun los de índole administrativa, sino que, después de ampliadas las atribuciones del Consejo Supremo de Indias, todavía conservó la Casa su antigua jurisdicción sobre la nación oceánica, y reemplazaba en ciertas ocasiones a los Almirantes de Castilla y al Tribunal del Almirantazgo, establecido en Sevilla desde el tiempo de Alfonso X, según Antonio de Herrera en su «Historia de las Indias», y más especialmente don José de Veitia y Linaje en su «Norte de la Contratación de las Indias», jurisdicción que abrazaba hasta el nombramiento de generales de las flotas y de los ministros. Institución –dice Veitia– que mereció veces de Consejo de Indias y que lo fue, no sólo para este efecto, sino de Guerra y Hacienda; Tribunal –añade– que no ha podido haber otro en la Europa que le compita, y de tan grande autoridad, dice Rodrigo Caro, que sin su licencia no puede navegar ningún navío para las Indias, por cuya razón llaman justamente los autores a Sevilla «Reino del Océano». Magistrados de tal categoría, que juzgan, sin que ninguna persona ni justicia, como añade Solórzano, se pueda entrometer en cosa que a ellos toque; Casa, en fin, escribe Mosquera, la más importante que tiene el mundo.

Para la instalación de la Casa en la parte conocida por «quarto de los Almirantes», se aplicaron las rentas de Canarias, ascendiendo el costo a cerca de 400.000 maravedís.

La sala del Tesoro encerró fabulosas riquezas desde que en 1577 se dispuso que la Casa fuese el Erario de todos los caudales traídos de Indias y de todas las rentas que la corona sacaba de Andalucía.

La sala de Audiencia ostentaba en su testero, separado del resto de la estancia por artística verja, trabajada en madera blanca, según algunos de procedencia americana, el Retablo de la Capilla, cuyos restos halló el Sr. Puente, donde figuraban, con extraordinario parecido, los retratos de Colón, de Fernando el Católico, de Pinzón y otras excelsas figuras que aún pueden admirarse en el Alcázar. Las paredes lucían pinturas de Cristóbal de Morales.

La sala de Lectura de Cosmografía se trasladó, después de la construcción de la Lonja o Consulado, a este grandioso edificio para que aprovechase también las clases de Universidad de Mareantes.

Disfrutaba la Casa de la Capilla Real, en donde se celebraban las exequias de los personajes reales y todo genero de solemnidades, interesándose mucho Felipe II por el acrecentamiento del culto. También poseía un reloj para reglamentar sus trabajos, circunstancia que no podía faltar en Sevilla, la primera ciudad de España que tuvo reloj.

En 1604 se quemó la mayor parte del edificio, siendo su Presidente D. Bernardino de Avellaneda. Este D. Bernardino fue el bárbaro Asistente que llevó al patíbulo al joven poeta Alonso Álvarez de Soria a pretexto de que le había puesto un apodo, sin que ablandaran su corazón de tigre los innumerables ruegos que en prosa y verso le dirigieron Juan [34] de la Cueva y casi todas las más distinguidas personalidades de la capital.

Cuando en 1605 se reedificó lo destruido por el voraz incendio, se añadió en los cuartos de la fachada todo lo que se reconoce de obra moderna, desde la puerta principal, que se cerraba, hasta el principio del zaguán, cuya entrada carecía de puerta.

Otro incendio de mayor importancia se inició el jueves 3 de Mayo de 1691, a las dos de la madrugada. Empezó el fuego por una caballeriza que le habían permitido al Conde de Montellano, Asistente de Sevilla. Las caballerizas se hallaban instaladas frente a la puerta principal de los cuartos reales, donde el Asistente vivía, e inmediatas a la puerta del Alcázar que sale al patio de la Montería, entrada principal del aula regia. Una muchacha, sirviente en casa de un pobre zapatero, llamado Jean de Carmona, vio fuego y dio voces, que despertaron a los criados del Asistente y soldados de su guardia. De aquí fue prendiendo con tanta actividad, hallando materia bien dispuesta en la madera o tablado del contiguo teatro de la Montería; la llama subió a lo alto y pegó de forma que en breve tiempo abrasó todo el coliseo, hasta alcanzar otro pequeño patio, donde solamente respetó el sitio que servía de cárcel, otro cuarto de enfrente y el situado encima de la puerta que sale a la Lonja o Iglesia mayor. El Asistente y su familia, recogidos y en lo mejor del sueño, despertaron al ruido que hacían los soldados para extinguir el fuego; Dª Luisa de Gante, nuera del Conde, que dormía en el cuarto sobre la puerta principal, se asomó a la ventana para decir a los soldados de la guardia que se sosegasen y les dejasen reposar; ellos la informaron del siniestro, y la sorprendida joven avisó a su suegro, que al punto se levantó, para acudir al incendio, como Gobernador de la ciudad.

Atemorizada la señora, salió medio desnuda con sus hijos por el postigo de la calle del Agua, y allí se recogió en casa de una persona muy del asistente. Por las ventanas del teatro penetró el fuego, quemó el cuarto alto y, por zaquizamíes atestados de maderos muy gruesos, se trasmitió a un mirador del propio cuarto, con tal rapidez, que, si no se ataja dando dos cortes, que se pudieron ejecutar por no correr viento, todo se hubiera reducido a cenizas.

Don Gaspar de la Cueva y Dávila, Teniente de alcaide de los Reales Alcázares y Juez oficial de la Real Audiencia de la Casa de la Contratación, distinto oficio uno de otro, aunque ambos después se aunaron en un mismo sujeto, y D. Pedro de Arce, Juez oficial también de la Casa, acudieron a remediar el daño, y todos los Ministros, así de la Contaduría como de la Factoría, sacaron todos los papeles de la Contaduría mayor, de los contadores de cuentas de la Averia y Contaduría de contadores Diputados de Averia y los depositaron en las casas vecinas con el cuidado que permitió la confusión del momento. Aquella madrugada se abrió la sala del Tesoro, se sacaron las arcas de la Real Hacienda y bienes de difuntos y se pasaron a la morada de don Pedro de Arce, donde estuvieron con guardia hasta bien entrado el día y, juntos los Jueces, hicieron sala y se trasladaron las arcas a la morada de don Juan de Galdona y Compañía, compradores de oro y plata, los que otorgaron depósito para la mayor seguridad. Habiendo cesado el fuego y reconocida la del Tesoro, se mandaron volver los valores a la sala.

A una y otra función asistieron los oficiales mayores de la Tesorería y Factoría con escribanos, alguacil y porteros. De todo se hicieron los autos y diligencias convenientes ante Juan García Rodríguez, escribano de cámara de la Casa, y también se sacaron los papeles y pleitos de los archivos de los escribanos de cámara y Escribanía mayor de Armadas. El asistente estuvo todo el día en la Contratación con mucho cuidado, acompañado de buen número de regidores, personas de la nobleza, sus tenientes y su guardia.

Duró el trabajo de extinción todo el día, mas, después de las Oraciones se manifestó el fuego en una chimenea que todavía humeaba y fue menester de nuevo llevar agua, renovándose el susto de la madrugada. La noche del Jueves y otras dos o tres siguientes se quedaron velando los maestros mayores y doce peones, sabia previsión, porque el sábado siguiente, a mediodía, no obstante el riego de los suelos enladrillados, una chispa, que debió de penetrar en la cabeza de una viga del cuarto del presidente, la fue requemando de suerte que salió el fuego por entre [35] la solaería y fue necesario desolar casi toda la habitación para reconocer las vigas.

El terrible terremoto de 1755 causó tan graves desperfectos en el edificio, que se impuso una restauración en 1756, según recuerda una pequeña lápida existente en un patio.

A mediados del siglo XIX, según González de León, estaba la Casa separada del Palacio y sólo se unía a éste abriendo una puerta de comunicación cuando residían los Reyes. Lo demás del tiempo se hallaba habitada por particulares, pues se habían convertido en viviendas que se arrendaban al que quería. En una de ellas se alojaban las oficinas de la administración militar. Adquirido el edificio a raíz del alzamiento nacional de 1668, por el conde de Aguiar, retornó al Real patrimonio en pos de la sublevación militar, que repuso en el trono a la dinastía de Borbón.

Figuran entre las expediciones debidas a la Casa, la accidentada dirigida por Juan de la Cosa para el reconocimiento de la costa de Venezuela, la de Alonso de Hojeda, la de Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís. La de Juan de la Cosa al continente, la trágica de Nicuesa, la organizada para Tierra Firme; la de Solís al Pacífico y a la Espieceria, el primer viaje alrededor del mundo bajo la dirección de Magallanes, asesorado por los pilotos de la Casa Rodríguez Mafra y Rodríguez Serrano; en fin, la enviada a las costas de Cumana llevando al frente al inmortal Bartolomé de las Casas, la cual, como capitaneada por aquel inmenso corazón, se componía sólo de labradores, y conducía en extraordinaria cantidad herramientas, semillas y plantas vivas, únicas armas que concebía el futuro dominico para colonizar.

Con grave error, el escritor americano Harrise y otros autores extranjeros, suponen a Solís nacido en Portugal, e infaman su memoria, cuando Solís nació en Lebrija, todos sus contemporáneos, incluso Pedro Mártir de Angleria, Fernández de Oviedo y Pigafetta, lo tienen en concepto de varón docto y honrado, y el Rey Católico hubo de confiarle grandes cantidades de dinero, armas, provisiones y barcos.

Los expedicionarios, al regresar a Sevilla, debían, ante todo, rendir cuentas a la Casa de Contratación de los descubrimientos realizados y los éxitos conseguidos. La Casa consignaba en mapas, que fueron, no sólo los primeros, sino por largo tiempo los únicos, los resultados de las expediciones.

Además de estas empresas de exploración, se organizaron por la Casa otras, enderezadas a llevar a América lo más útil de la fauna y de la flora hispana. En sus naves envió el trigo, el centeno, la cebada y otros cereales; plantas aromáticas y medicinales; caña de azúcar; árboles frutales de Andalucía, como el naranjo, el limonero; numerosas estacas de olivo compradas en Olivares, y desde Sevilla, en la segunda mitad del siglo XVI, se mandaron a Italia algunos ejemplares de papas o patatas procedentes del Perú. «Mejor han sido pagadas, escribía el P. Acosta, las Indias que en otras mercaderías, porque las que han venido a España son pocas y danse mal; las que han pasado de España, son muchas y danse bien.»

No menos contribuyó la Institución a enriquecer la fauna americana, que carecía de animales mansos propios para rediles, establos o cuadras, con el envío de caballos, asnos, vacas, cabras, carneros, ovejas, y, por iniciativa del Tesorero de la Casa, se inició en La Española la aclimatación del gusano de seda.

Llegamos ya al punto de superior interés, al valor docente de la inmortal institución. En 1508 se creó el cargo de Piloto Mayor, conferido entonces a Américo Vespucio, acaso por ardid de los Reyes Católicos, queriendo sujetar en un cargo honrosísimo, pero sedentario, a aquel extranjero cuyas veleidades y servicios a Portugal justificaban el temor de los Monarcas a confiarle el mando de las expediciones. Por Cédula de 6 de Agosto del mismo año, se creó la enseñanza náutica, encomendada a Pilotos Mayores de la Casa. A mediados de siglo, se encargó la dicha enseñanza a Catedráticos de Cosmografía.

Las plazas de Piloto Mayor y de los profesores de Cosmografía se proveían mediante oposición. La misión peculiar del Piloto Mayor consistía en examinar e inspeccionar la enseñanza de la Cosmografía y la construcción de instrumentos, así como en aprobar las cartas de marear, función en que auxiliaban su labor los cosmógrafos de la Casa. [36]

Estableciéronse cátedras de Matemáticas, materia desdeñada en las Universidades; Cosmografía, Astronomía, Cartografía, Hidrografía y aun de Artillería, servidas por los más eminentes profesores españoles y, a veces, por extranjeros, como el inglés Sebastián Cabbott. Las clases eran teoricoprácticas y había de darse una lección cada día, siendo obligatoria la asistencia de los que solicitaban examen. La forma de enseñar Cosmografía ha sido tratada en luminoso trabajo presentado al Congreso de Historia y Geografía de Sevilla de 1914, por D. Germán Latorre. Los exámenes se celebraban con severa solemnidad, en día de fiesta, dentro de la amplia sala de la Audiencia, y una vez, el año 1525, bajo la Presidencia de D. Fernando Colón. Asistían en concepto de Jueces, el Piloto Mayor, bajo dosel, seis pilotos más, los Cosmógrafos y dos Diputados de la Universidad de Mareantes de Sevilla. Más adelante, el Consejo de Indias, queriendo darles mayor pompa, determinó que se efectuasen en la sala del Tribunal del Consulado. Para ser admitido a examen había que acreditar la edad de veinticuatro años, ser español, cristiano viejo, no beber vino, no decir mal de Dios, que trataba bien a los marineros, que había navegado durante seis años a las Indias y que el testigo llamado a deponer sobre este último extremo declarase que si él mismo necesitara piloto le confiaría su propia nave. El Piloto Mayor y los Cosmógrafos dirigían cuantas preguntas les placía. En cambio, los pilotos no podían formular sino tres, pero antes de hacerlas debían jurar ser las más difíciles que supieran. Hecho el juramento previo y preguntado el candidato por los examinadores, se votaba la censura con habas, que significaban la aprobación, y chochos o altramuces, que equivalían a la reprobación, considerándose adverso al examinando el caso de empate. Una vez reprobado un candidato, no podía ser admitido de nuevo a examen sin haber hecho otro viaje a las Indias. Continuó esta práctica y brillante enseñanza hasta que pasó al Colegio de Pilotos de San Telmo, gloriosa institución que ha llegado casi hasta nuestros días y que fue creado por la Universidad de Mareantes de Sevilla.

El docto personal de la Casa organizaba y dirigía expediciones, prestando con sus conocimientos y estudios un inmenso servicio en tiempos en que aún no había mapas ni cartas marítimas de las regiones recién exploradas y los instrumentos de observación eran tan toscos e imperfectos. Por esto, como observa Olea, se requerían grandes conocimientos para el cargo de piloto, sobre todo en Astronomía y Cosmografía; así vemos al Sr. Rico y Sinobas, en su estudio de los Libros Alfonsíes, calificar de astrónomo práctico al Piloto de la Casa de Indias, Andrés de San Martín, y «astrónomo sevillano» lo denomina el italiano Pigafetta. A los profesores de la Casa se encomendó la formación de cartas marítimas. Allí se dibujó la primera Carta geográfica del Nuevo Mundo, y cuenta Angleria que él y el Arzobispo de Burgos visitaron la Casa y tuvieron «en la mano muchos Indicadores (Cartas-Mapas) de estas cosas; una esfera sólida del mundo con estos descubrimientos y muchos pergaminos que los marinos llaman Cartas de marear».

Entre los escritos de Alonso de Santa Cruz, quedaron los trabajos siguientes: un mapa de Cuba, una descripción de la Española, otra de la ciudad del Cuzco, un mapamundi de dos hemisferios, otro en cuatro obados o cuerterones, una descripción del Perú, otra de Méjico, un mapa en colores del viaje de Almagro a Chile, otro igual acerca del mismo asunto, 160 piezas de papel en colores figurando tierras de América y de otras partes, el Islario general, el Libro de las longitudines, un legajo de escrituras acerca de la gobernación de las regiones descubiertas, un mapa grande del Perú, Costa Firme y el Brasil, una descripción de estas tierras, otra muy extensa de las tierras desde el Panamá, hasta más allá de Yucatán y una descripción de Nueva España.

No menos se distinguieron Andrés Morales, Nuño García Torreño, Diego Rivero y Juan Díaz de Solís, de quien se decía en la Real Cédula de Diciembre de 1512 «que aprovechara mucho que estuviera acá Juan de Solís... por lo mucho que sabe del arte de marear».

Además, se conservan en Italia, y yo las he visto, dos hermosas cartas españolas, evidentemente sevillanas, del litoral atlántico del Nuevo Mundo y el Canal de Magallanes, fechada una de ellas en 1512, [37] las cuales pertenecieron, respectivamente, a los dos Cardenales, Juan de Salviati y Baltasar de Castiglione, que con los respectivos cargos de Legado y de Embajador de Clemente VII, asistieron el año de 1526 a las bodas de Carlos V, que en Sevilla se celebraron (Olea). También es sevillana la carta anónima de Turín, conservada en la Biblioteca Real. Son muy notables las de Chaves, de Zamorano y de Pedro de Medina, incluida la última en su obra «De las Grandezas y Cosas memorables de España» (Sevilla, 1548).

El de Torreño, pergamino de grandes dimensiones, con trazos en oro y colores, representando ciudades, bajeles y príncipes, se debe considerar el primer mapamundi algo completo que se haya dibujado. Aunque no se conserva entero, basta la parte subsistente para que Harrise, en sus «Estudios Geográficos», le haya llamado magnificent. Desde que Humboldt y Jamard conocieron estos trabajos, la historia de la ciencia les ha concedido primordial interés.

¿Y qué antecedentes podían guiar a estos genios, y digo genios, porque casi todo lo extrajeron de su propia substancia, para imprimir tan ingente impulso a la cartografía? ¿Los toscos grabados que en los pórticos de las escuelas brindaban una falsa idea del planeta; los primeros mapas trabados por los árabes; los anglosajones de mediados del siglo XII; el de Marín Sañudo y el mapamundi catalán, ambos de principios del XIV, imitando a los árabes; los italianos de los siglos XIII y XIV, entre ellos el mural de Fra Mauro, o acaso el informe de fines del siglo XV, que lleva el nombre de Conrado Peutinger de Augsburgo? El atraso de la cartografía medieval sublima las figuras de estos colosos, aun en época en que lo gigantesco era lo normal.

Determinada por el Papa una línea meridiana para fijar los límites entre los dominios de España y Portugal, motivó el asunto serios trabajos de los cosmógrafos de la Casa de Sevilla, trabajos imperfectos; mas hay que tener en cuenta el estado de los conocimientos en el siglo XVI y recordar que en el XVIII todavía se hallaban en tal atraso, que Francia, Inglaterra y Holanda ofrecieron considerables recompensas a los que presentasen algún medio de resolver el problema de calcular las longitudes, siquiera con bastante aproximación.

Casi todas las obras compuestas por el personal de la Casa se traducían en el mismo año de su publicación al latín, francés, inglés, alemán y flamenco. Débese no menos a los profesores de la Casa trabajos científicos trascendentales, de los que señalaré algunos. El ilustre cosmógrafo Alonso de Santa Cruz, nacido en Sevilla, es autor de las Cartas esféricas, innovación que enmendó muchos de los errores cometidos en los anteriores mapas, y el Islario general del mundo, el primero en su género, que algunos, por indisculpable error, han atribuido a Andrés García de Céspedes. Tampoco se puede pasar en silencio el Libro de las Longitúdines, en que no sólo se exponen y examinan todos los sistemas conocidos, sino «otras cosas que yo oviese alcanzado a saber». Los trascendentales estudios astronómicos de Andrés San Martín, nacido también en Sevilla, han corrido por error de Barros, con el nombre de Ruy Falero. San Martín, con anterioridad a la expedición de Magallanes, había realizado observaciones astronómicas acerca de la longitud y había notado la imperfección de las Tablas en uso, encontrando en la conjunción de Júpiter con la Luna un error de diez horas treinta y tres minutos de más, y una hora cincuenta minutos de diferencia entre el meridiano de Sevilla y el de Ulma. «Además de éstos –añade el Sr. Navarrete– hizo en diferentes tiempos, y siempre para deducir la longitud, otras observaciones.» Barros cita una de oposición a la Luna y Venus, otra de la Luna y el Sol, un eclipse de éste y otra oposición con la Luna; y añade que, siendo muy repugnante a San Martín atribuir los malos resultados ni a las tablas de Regiomontano, ni a sus observaciones, decía en su diario: «Y me mantengo en que, quod vidimus loquimur, quod audivimus testamur, y que, toque a quien tocare, en el almanak están errados los movimientos celestes. Deducción cierta y que prueba su discernimiento y penetración...»

Al eminente cosmógrafo Andrés de Morales se debe el estudio de las corrientes del Atlántico, por él llamadas «torrentes de mar». Considera con razón el Sr. Fernández Duro que Morales es el fundador de la teoría de las corrientes pelásgicas. [38]

No es menos interesante la carta escrita por el médico Diego Álvarez Chanca, compañero de Colón, a la ciudad de Sevilla, su patria, dándole noticias de ciertas especies vegetales, según puede verse en la colección del Sr. Navarrete; carta coetánea del estudio de la fauna y la flora del Nuevo Mundo, compuesto por el insigne cosmógrafo Maese Rodrigo Fernández de Santaella, fundador de la Universidad hispalense. Todo esto sin llegar a la mitad del siglo XVI.

Y en torno de la Casa, ¡qué grandioso movimiento científico impulsado por los hombres de la gloriosa institución! Arias Montano estudia antes que nadie en su Natural Historia los efectos de la presión atmosférica; Falero publica su Tratado de la esphera y del arte de marear; Cortés, su Breve compendio de la sphera (1551); Pedro Medina, su Regimiento de navegación; Andrés de Río y Riaño, inventa su instrumento para determinar la longitud y las variaciones de la aguja magnética; Vasco de Piña corrige las tablas de Copérnico, y García de Céspedes las Alfonsinas, y Martín Fernández de Enciso da a los tórculos la Suma de Geografía; Guillén, el boticario sevillano, inventó un instrumento para determinar las variaciones de la aguja en cada lugar, «instrumento, dice Santa Cruz, que hoy día anda muy común en Portugal entre hombres doctos». En el Libro de las Longitúdines se halla la descripción del ingenioso instrumento, que, como afirma Humboldt, fue el primer aparato destinado a medir las variaciones de la aguja imantada y sirvió para los primeros estudios realizados acerca de tan interesantes materias.

Rodrigo Zamorano, botánico y cosmógrafo, tuvo en Sevilla un gabinete de cosas naturales de América y escribió su Cronología y repertorio de la razón de los tiempos, «obra –dice el Sr. Colmeiro– todavía digna de ser consultada por los marinos, así como por los agrónomos y meteorologistas». El médico sevillano Simón de Tovar fundó un jardín botánico, donde cultivó las plantas que le remitían de América, teniendo el mérito, extraordinario en su tiempo, como hace resaltar el Dr. Barras, de redactar catálogos anuales de las especies cultivadas, de los cuales cita Clusio los correspondientes a 1595 y 96.

Al lado del Museo de Zamorano y antes que el de Tovar, levantó el suyo médico tan eminente como Nicolás Monardes, que estudió detenidamente los productos americanos en su admirable Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, de que se han tirado numerosas ediciones y traducciones a diversos idiomas, y enriqueció las aplicaciones de la flora americana con observaciones y experimentos personales. No menor celebridad adquirió la colección reunida por el insigne genealogista D. Gonzalo Argote de Molina.

Los resultados obtenidos por la inmortal institución geográfica pertenecen unos al orden teórico y otros al práctico. He aquí cómo los resume el Sr. Latorre en breves y oportunas palabras. Los teóricos son: el conocimiento del magnetismo terrestre y planteamiento del problema de su explicación; diferenciación del polo geográfico y del polo magnético localización del polo magnético; estudios en las variaciones de la aguja de marear y perfeccionamiento de ella; formación de cartas de magnetismo; orientación geográfica en sus problemas de latitudes y longitudes; métodos empleados en la determinación de longitudes; investigaciones del más exacto; concursos para premiar al inventor de un sistema preciso; estudio de corrientes atmosféricas y marítimas; el torrente de mar (Gulf Stream), su determinación y examen geográfico; cartografía más amplia y exacta del planeta; padrón general de la Casa y cartas de sus cosmógrafos; nuevos sistemas de proyección; cartas, planos y cartas esféricas; bibliografía de los países descubiertos, diarios de pilotos y obras de cronistas de Indias; botánica y zoología colonial; finalmente, perfeccionamiento del arte naval conforme a las nuevas necesidades de las travesías por los Océanos.

Y consisten los resultados prácticos en la evitación, por las enseñanzas y exámenes de pilotos y maestres, de muchas catástrofes en viajes por mares desconocidos y costas peligrosas, formando un excelente cuerpo de navegantes; el conocimiento de los grandes Océanos de la Tierra y descubrimiento de las islas y continentes, y la relación de las capitulaciones para salir a descubrir; aplicaciones prácticas de los conocimientos adquiridos en las cátedras de la Casa, rectificándose en ella, por el resultado experimental [39] aportado, el tesoro de su cultura geográfica y formando una sola unidad, de evidente existencia.

No puede calcularse la importancia que revistió en el siglo XVI un instituto científico, que, atento a la observación, puso los ojos en la realidad, rectificó la menguada y arcaica ciencia de las Universidades limitadas al Almagesto y las Tablas de Agatomedon y va corrigiendo la obra ptolemaica, ensanchando el concepto del Universo, apreciando las verdaderas dimensiones del planeta y expulsando al fin de la esfera científica toda la paupérrima concepción clásica, entronizando sobre la poética intuición de los antiguos, otra poesía más divina y vigorosa, nacida de la Verdad.

 

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