P. Venancio D. Carro, O. P.
Filosofía y filósofos españoles (1900 a 1928)
§ I Introducción
Requerido y comprometido, casi por sorpresa, a escribir sobre el movimiento filosófico español, en lo que llevamos de siglo, cumplo mi promesa, no sin experimentar grandes vacilaciones. Escribir sobre el momento actual es siempre delicado. El tema que se me ofrecía es, además, espinoso. Comprendí, desde el primer momento, lo difícil del intento. Enjuiciar el movimiento intelectual contemporáneo, bajo cualquiera de sus aspectos, es tarea que arredra a los más capacitados, pues debemos caminar casi solos, sin guías autorizados, y realizar un esfuerzo mental enorme, para atisbar algo de lo que el tamiz del tiempo dará hecho a los historiadores futuros.
Además, debemos juzgar una época, un movimiento intelectual, del que formamos parte, del que podemos ser parte interesada, ya sea con el anhelo intelectual de todo estudioso. El ambiente puede imponer juicios, al juzgar los valores filosóficos, que la historia no aceptará... El temor de herir susceptibilidades, de irritar a nuestros adversarios, puede detener nuestra pluma...
Todo esto pensamos al escribir este trabajo-ensayo de Historia contemporánea. En él pondremos la mayor sinceridad de que somos capaces. Quien nos conozca sabe con qué amplitud de criterio gustamos de juzgar teorías y tendencias. Nuestro mayor anhelo, como hombre de estudio, se cifra siempre en acortar distancias entre los diversos sectores intelectuales y facilitar la mutua comprensión, que trae el progreso científico y social.
§ II El siglo XIX y la Filosofía en España
El siglo XX en España lleva trazas de parecerse muy poco al siglo XIX. Yo creo que esto es una verdad para nosotros consoladora. Sin embargo, no faltarán espíritus rezagados, nacidos para vivir en el fango de luchas intestinas, pequeñas, que sigan añorando días pretéritos. Por mi parte, prefiero el espíritu comprensivo de nuestros días, tolerante y educador, al agreste impulso de nuestros luchadores de antaño. Lo único que lamentamos es que nuestro ideal vaya realizándose con excesiva lentitud. Las personas cambian con dificultad: la sociedad sufre menos las transformaciones bruscas y violentas.
En el terreno filosófico, la España actual no es la España del siglo XIX, pobre y desmedrada, como en el orden político. Mi hábito, mi educación, mi ideología, me separan, me alejan, a una distancia inmensa del materialismo y del positivismo. Siento aversión, repugnancia por esos sistemas que no saben estudiar al hombre sin negarle, sin arrebatarle lo que tiene de más noble y elevado. Con todo, guiado por la misma filosofía tomista, tan comprensiva y realista, no podemos negar las repercusiones de la materia en el espíritu. Cuando Santo Tomás defendió con denuedo, en el siglo XIII, contra la filosofía de entonces, que el alma es forma{1} [96] del cuerpo, nos dio la clave para explicar muchos fenómenos psicológicos y sociales. Quiere esto decir que, sin llegar a la expresión brutal, «el hombre es lo que come»; de un Feuerbach concedemos, de buen grado, que la mentalidad de los hombres y sus trabajos de investigación están condicionados, con harta frecuencia, por causas materiales.
La España del siglo XIX no tenía la tranquilidad material, ni la prosperidad económica que facilitan la especulación serena y filosófica. Las continuas guerras, las luchas políticas robaban nuestros mejores ingenios. Sus escritos revelan las inquietudes materiales de su tiempo. Los pocos que pasarán con el nombre de filósofos, pagaron tributo a las exigencias de la lucha y del medio ambiente.
El siglo XX señala una era de paz, al menos relativa. España perdió sus colonias y se reconcentra en sí misma. Esta táctica, que debió ser siempre la norma de todos sus actos, se impone ahora por la fuerza de hechos dolorosos, pero preñados de venturas. Reconcentrándose, España restaña sus heridas. Hoy, que camina decidida, con paso firme, tras la prosperidad económica, resucita también a la vida intelectual.
Con todo, al juzgar filosóficamente el presente, debemos volver la vista al pasado. Nuestros hombres de hoy nacieron, y aun se educaron, en un ambiente muy distinto al nuestro. Sus escritos siguen influyendo. La generación derrotista del 98 no tendrá razón de ser; no se concibe el año 28 del siglo XX; pero su influencia, el ascendiente que algunos gozan, pesan sobre nuestra juventud. Como todo hombre de estudio, atento siempre al latir del momento actual, muchos de ellos han cambiado, evolucionado; pero pocos o ninguno de los educados en el siglo pasado se han despojado del lastre de su siglo. Derechas e izquierdas son deudoras del siglo XIX. En uno y otro campo hay inteligencias petrificadas; pero si hemos de ser sinceros, debemos decir que abundan más en las izquierdas. Parece que a muchos de nuestros intelectuales de izquierda les cuesta despojarse de los múltiples prejuicios que constituían el bagaje científico de muchos oradores de mitin. En las derechas nos encontramos también con espíritus agresivos, que perdonan menos a sus afines que a los contrarios; pero son pocos. Al hablar así, pensamos en los intelectuales; los indoctos, la turba, de uno y otro campo, no pesan en nuestra balanza.
A pesar de contarme entre los jóvenes he podido observar un gran cambio en el ambiente espiritual de nuestra patria. La España del año 28 es muy distinta a la del año 12. No ignoro, ni desconozco el grupo de escritores, reducido y sin gran prestigio, por fortuna, que se empeñan en conservar lo que debe desaparecer. Son los rezagados en la evolución espiritual de España. Los hay aquí como los hay en todas las naciones.
Si en el ambiente espiritual somos deudores, de algún modo, al siglo XIX, también lo somos en el aspecto filosófico. Con todo, ciego será quien no vea diferencias profundas. Los comienzos del siglo XX no representan solamente la obligada división cronológica. En el alma española se encubre algo de más alta significación espiritual.
En el siglo XIX, las teorías de Darwin, junto con el espíritu anticatólico de muchos de nuestros políticos, que pretendían redimir a España y restaurarla sobre un montón de ruinas artísticas, que hoy lloramos, dieron origen a diversas obras de polémica filosófico-apologética. Basta recordar al P. Cámara (O. S. A.), Mir y Arintero (O. P.), Comellas, Rubió y Orts, Ortí y Lara. En nuestro siglo aquellas polémicas quedaron enterradas. Los que sobrevivieron, cambiaron de rumbo.
Las controversias sociales y políticas fueron también causa de diversas obras, más o menos filosóficas, pero con matiz político y jurídico. Balmes, el P. Zeferino (O. P.), Alonso Martínez, Pidal (A.), Cánovas, Costa, Giner de los Ríos, Azcárate y otros muchos, nos dejaron escritos de esta índole. No es de nuestra incumbencia el hablar de ellos en estos momentos.
El hecho más culminante, acaecido en el siglo XIX, y que más puede influir en el movimiento filosófico español, dentro de la ortodoxia, es la publicación de la Encíclica «Aeterni Patris», el 4 de Agosto de 1879. La personalidad científica de León XIII, el prestigio que lleva consigo el Papado y la larga permanencia de este sabio y emprendedor Pontífice en la cátedra de San Pedro, contribuyó, más que cualquier otro hecho, a la restauración filosófica cristiana y tomista. Sus escritos, sus Encíclicas, sus Epístolas, serán siempre monumentos imperecederos. Europa escuchó la voz del Pontífice, y, por todas partes, surgieron sabios dispuestos a secundar los deseos del Vicario de Cristo. Roma, Lovaina y Friburgo de Suiza, son una prueba de la eficacia de los esfuerzos del Pontífice. Estas Universidades, unidas a otras que, en tiempos posteriores, nacieron, irradian su influencia por todo el mundo católico, pues son de carácter internacional.
España no podía ser una excepción. Nuestra patria puede gloriarse de haber dado a la Iglesia los más ilustres pensadores. No es Santo Tomás español; pero españoles son sus más autorizados intérpretes. De la Italia de un Cayetano no estaba ausente España, ni política ni intelectualmente. Por lo demás, el espíritu filosófico no había muerto en España, a pesar de las revueltas políticas. La figura de Balmes, muerto en plena juventud, es de las que honran a una raza, que no necesita más que dirección para surgir potente y vigorosa. Soy de los creyentes en el ingenio español, agudo, profundo, sutil, pronto, con frondas orientales, que su viveza sabe producir con fácil y graciosa espontaneidad. [97] Necesita, sí, la lucha, la emulación, airearse al contacto con otros climas, para que su innato poder dé todo el fruto de que es capaz. Mas esto no es defecto peculiar de España; pertenece por igual a todas las naciones.
Quien conozca la accidentada historia de España, en el siglo XIX, que empieza con una guerra de la Independencia y termina con otra colonial, no se sorprenderá de que contemos con tan pocos filósofos en este siglo. Con todo, aún podríamos formar una no pequeña lista de nombres, entre los cuales hay varios de los que gozarían de fama mundial, a no ser españoles, por el olvido que suelen tener a nuestra patria muchos historiadores extranjeros. El P. Puigcerver (O. P.), Amat, Alvarado (O. P.), conocido por el pseudónimo del «Filósofo Rancio», y Balmes, representan la filosofía tradicional en la primera mitad del siglo, frente a otros católicos que, como el P. Muñoz (O. S. A.), Andrés y Eximeno (S. J.), dieron cabida a las ideas sensualistas de Condillac. No faltaron a Cousin, a Gall y demás entusiastas defensores del empirismo frenológico, adeptos, de más o menos notoriedad, en nuestra patria. La filosofía escocesa tuvo admiradores y secuaces en filósofos, de uno y otro campo. Hegel y Krause, sobre todo este último, absorbió la atención de un grupo de intelectuales, que por sus extravagancias literarias, bien pronto fueron donosamente ridiculizados por escritores de más talla, bien avenidos con la tradición. Las críticas de Valera y Menéndez Pelayo son como para avergonzarse de haber concedido beligerancia a un Pi y Margall y a un Sanz del Río en sus extravíos filosóficos.
§ III La Filosofía del siglo XIX al XX
1. Mas, dejando a un lado figuras de menor relieve, los que verdaderamente se salvarán del olvido, en el correr de los tiempos, y pasarán con derecho a la historia, son, además de Balmes, el dominico P. Zeferino González, Arzobispo de Sevilla, Cardenal de Toledo y gran propulsor de la filosofía tomista; Orti y Lara, Llorens, Sanz del Río, Fajarnés, Urráburu (S. J.), Arnau e Ibáñez, Salmerón, G. de los Ríos, Donoso Cortés y Menéndez Pelayo, que, si no es filósofo, hizo más por la filosofía española que otros filósofos de profesión, y, además, revela en sus escritos un conocimiento del movimiento filosófico contemporáneo que ya lo quisieran para sí muchos que presumen de agudos pensadores. A cierta distancia podíamos colocar al P. Mendive (S. J.) y a Polo y Peyrolón, P. Cuevas (O. S. A.), Moreno Nieto y Letamendi.{1 bis}
2. Algunos de éstos han muerto en nuestro siglo, y otros están tan próximos y tan vivo aún su recuerdo, que, en justicia, debemos empezar por ellos nuestra reseña. La figura del P. Zeferino, gloria de la Orden Dominicana y del Episcopado español, es de las que se destacan por su personalidad bien definida. Hombre de inmensa lectura, con una facilidad de asimilación asombrosa y con una retentiva nada común, se constituyó en el paladín de la filosofía tomista en España. Es verdad que fue filósofo tomista de pura cepa, pero con un tomismo que tiene abiertas todas sus ventanas a las diversas corrientes del pensamiento contemporáneo. La polémica le atrajo y escribió «La Geología y la Biblia», aparte de otros de carácter político-social. Sus obras principales, donde se revela como verdadero filósofo, son los «Estudios sobre la Filosofía de Santo Tomás» y la «Historia de la Filosofía». Algún escritor, muerto hace poco, aludió a ella en forma poco digna. A nuestro juicio, se muestra más filósofo el P. Zeferino que su censor en las obras históricas. De él podríamos dudar alguna vez si entiende lo que escribe; del P. Zeferino, jamás puede sospecharse esto. El mayor defecto de su Historia nace precisamente de su talento disciplinado, hecho a las grandes síntesis escolásticas, a las concepciones arquitectónicas, donde nada falta, como en obra acabada. Esta educación le lleva, a mi ver, a ser poco objetivo, algunas veces, pues al encasillar los sistemas, para exponerlos ordenadamente, les regala una esbeltez y armonía que no tienen. El «Curso Filosófico», como obra de divulgación, es de menor mérito.
3. En 1904 murió el sabio jesuita P. Urráburu,{2} autor de la monumental obra «Institutiones Philosophiae». En ella se revela como profundo conocedor de la antigua escolástica, y sorprende por su erudición. El P. Urráburu es de los que, en tiempos modernos, han querido emular a nuestros autores clásicos. Dentro de la misma Compañía, ha tenido Suárez un divulgador de mérito en el P. Iturria, que si no puede igualarse con el anterior, merece al menos mención honorífica entre los metafísícos suarezianos.{3} La filosofía moral y jurídica tuvo, entre los jesuitas, cultivadores como el [98] Padre Venancio Mintegniaga (1838-1911) y el ecuatoriano Proaño (1835-1916).
4. El tomismo, más obligado que ningún otro sistema a resurgir avasallador, ha penetrado en Seminarios y en las órdenes religiosas, trascendiendo al elemento secular. Hernández y Fajarnés, Norberto del Prado (O. P.), el P. Guillermo García (O. P.){4} figuran al frente de los escritores tomistas. El Sr. Fajarnés, sucesor de Orti y Lara en la cátedra de Madrid, «representa, dice el P. Arnáiz,{5} dentro del tomismo, un criterio distinto del anterior, y aun opuesto». Era Ortí y Lara escolástico más rígido. Fajarnés viene a reflejar las corrientes modernas de Lovaina, representadas en el Cardenal Mercier.{6} El P. del Prado, español, que pasó sus últimos años desempeñando la cátedra de Teología Dogmática en Friburgo (Suiza), donde murió, representa el tomismo puro y neto, que quiere enramarse más en los problemas tradicionales y de batalla.{7}
5. El racionalismo español estuvo representado, aparte de Giner de los Ríos, Pi y Margall, Salmerón, Azcárate, por Arnau e Ibáñez, autor de una Metafísica,{7 bis} y el Krausista Sanz del Río.
6. No le han faltado al escotismo representantes en España. El P. Casanova (O. F. M.) escribió un «Cursus Philosophicus», y el P. Fernández García dio a la imprenta ya el «Lexicon scotista», aparte de ser erudito editor de los «Disputationes Oxonienses».{8} También Lulio ha tenido admiradores entusiastas, reivindicadores de su memoria y doctrina, como veremos luego.
§ IV La Renovación Filosófica y las Revistas
1. En años posteriores, la renovación filosófica española se afianza, por lo que se refiere a la filosofía ortodoxa, es decir, dentro del ancho campo de la Iglesia católica. Todas las Órdenes religiosas están en franca renovación intelectual, inspirándose en un amplio criterio, que sabe aunar lo tradicional con lo moderno. La visita a centros extranjeros es frecuente. Estos viajes de la juventud y el profesorado, no siempre dan por resultado nueva ciencia, nuevos conocimientos; pero siempre darán al español más confianza en sí mismo y mayor aprecio de los valores nacionales. Nuestro temperamento meridional necesita esta visión inmediata de la realidad para no caer en el pesimismo enervante, ni en el optimismo estéril y confiado. Nuestra generosidad innata nos lleva a figurarnos lo extraño en un estado de perfección que no tiene. Por esto mismo, los desencantos, en el español que viaja por otras naciones, son harto frecuentes. Fundados en estos hechos, somos partidarios de la mayor comunicación internacional, seguros de que todas serán ventajas. La ignorancia de los extraños también enseña, y hasta es tónico saludable.
El clero secular cuenta hoy con figuras de relieve, que luego estudiaremos, aunque no sea en la proporción que podía esperarse y debía producir. El aislamiento en que vive, y hasta causas económicas, hacen que se malogren muchos talentos de jóvenes sacerdotes, que, después de felices éxitos en los Centros nacionales y extranjeros, se eclipsan y no producen nada.
El profesorado secular, los escritores españoles de muy diversas profesiones, no son ajenos a este movimiento [99] científico, dentro de la ortodoxia católica. Diré más aún: los que alardean de una independencia racionalista y hasta sectaria, en el fondo, no van tan allá como podía creerse, a juzgar por sus propias confesiones, hechas para la galería.
Fruto de este movimiento renovador, que se afianza, pero que aún no se manifiesta con la pujanza que en realidad tiene, por contar con mucho elemento joven que necesita del tiempo para madurar y salir a plena luz, son las diferentes revistas científicas, que se publican en España. Los Dominicos publican «La Ciencia Tomista», de carácter filosófico y teológico, que bien puede parangonarse con sus similares del extranjero. Hecha sobre el patrón adoptado comúnmente, publica artículos de fondo, boletines periódicos sobre diversas materias, hechos con más seriedad y detenimiento que en muchas extranjeras; crónicas científico-sociales, y la crítica aislada de libros. Algunos de sus colaboradores son bien conocidos en el extranjero, donde residen como profesores, gozando de gran prestigio. Fue su primer director el P. Getino, bien conocido por sus muchas obras, y alma del movimiento de reivindicación a favor de Vitoria, fundador del Derecho de Gentes, como ha sido proclamado recientemente por nacionales y extranjeros de todas las naciones. Con él figuraron, como colaboradores, el P. del Prado, de quien ya hablamos; el P. Marín-Sola, profesor en Friburgo desde la muerte del P. Prado, y reconocido como uno de los mejores teólogos de nuestro tiempo, de fama mundial, por su obra «La Evolución Homogénea del Dogma Católico», que vio la luz, en forma de artículos, en la misma revista; el P. Santiago Ramírez, profesor en Salamanca, en Roma y, ahora, desde hace cinco años, en Friburgo (Suiza); el P. Barbado, profesor de Psicología Experimental en el Colegio Universidad Internacional, que la Orden sostiene en Roma; el P. Luis Urbano, director de la «Biblioteca de Tomistas Españoles» y profesor en Valencia; el célebre P. Arintero, P. Beltrán de Heredia, Menéndez Reigada, Gómez Izquierdo (Pbro.), el P. Alberto Colunga, profesor en Salamanca y antes en Roma, y otros muchos que han destacado su personalidad por su colaboración asidua y original.
2. Los Padres Agustinos han fundido últimamente en una sola revista, que lleva el nombre de «Religión y Cultura», las dos que antes sostenían «La Ciudad de Dios» y «España y América». Es revista de gran porte, por su tamaño y contenido. Cuentan los Agustinos con muchos escritores, y aunque no es la filosofía lo que más han cultivado, pueden, sin embargo, presentarnos escritores bien conocidos de todos, como luego veremos. Pueden gloriarse de ser en España una de las Órdenes más cultas, y de haber convertido El Escorial, tan conocido por otros conceptos, en un verdadero centro universitario, que dio a su Orden hijos preclaros, y a España, sabios de nota en todos los ramos del saber.
3. Los Jesuitas sostienen «Razón y Fe», ya de larga vida, de carácter menos definido, pero de porte científico, y donde se publican, con frecuencia artículos de gran valor. Con el deseo, sin duda, de hacerla más popular y más asequible a mayor número de lectores, publica también muchos artículos de literatura, historia contemporánea, sociales, políticos, &c., &c. Con el propósito de hacer una revista más científica apareció «Estudios Eclesiásticos», que escriben los mismos Padres Jesuitas, y siguen sosteniendo, después de siete años, con el mismo éxito. Los principales colaboradores son: el P. Ugarte de Ercilla, Ibero, Marsuach, Domínguez, Noguer (en cuestiones sociales); Elorriaga, Pérez, Goyena, Hellin, Gar-Mar y otros que sentimos no recordar.
4. En Barcelona ve la luz la revista «Criterion», de carácter puramente filosófico, en el pensamiento de los fundadores, aunque de hecho publique artículos de otras materias, más o menos afines. Dirigida por el Padre Esplugues (O. F. Cap.), son sus principales colaboradores C. Monserrat, M. Bordoy, Tusquets Xiberta (O. Carm. C.), P. Puigdesens (C. M. F.) y Beltrán de Heredia (O. P.). Quiere reflejar esta revista el movimiento filosófico que alienta en la hermosa capital española del Mediterráneo. El tomismo y el escotismo están representados, y a una y otra tendencia pertenecen sus colaboradores. Como es un movimiento que quiere afianzarse, sin haber salido de la infancia, no es de extrañar que algunos se muestren demasiado inspirados y confiados en algún centro extranjero, con perjuicio de su propia personalidad. Ganaría en valor si se reconcentrase sobre sí mismo, oteando más en la tradición española y en todos los valores nacionales.
5. Aparte de estas Revistas, que son las más conocidas, todas las Órdenes religiosas, el clero secular y los profesores de nuestras Universidades cuentan con otras que revelan la creciente actividad de sus miembros en diversos ramos del saber. Por ser puramente históricas o puramente científicas no mencionaremos más que los «Estudios Franciscanos», que ve la luz en Cataluña, y que bien puede ir al lado de algunas de las mencionadas. La Universidad de Zaragoza publica otra revista, de gran porte, aunque de carácter menos definido, y en Madrid ve la luz la «Revista de Occidente», dirigida por Ortega y Gasset, reflejo de la mentalidad de los escritores que luego llamaremos Ensayistas. El año 1900 se trasladó a Madrid la «Revista de Aragón», que un grupo de entusiastas fundó en Zaragoza, y que, para vivir con más desahogo, acaso coincidiendo con la venida de sus fundadores, cambió su nombre por el de «Cultura Española».
Con esto queda demostrado, a mi juicio, el avance positivo que se nota en España en los estudios filosóficos y teológicos. Las revistas son el exponente de la [100] cultura de un pueblo, y su misma publicación periódica y constante exige una difusión de esa misma cultura, que ni se improvisa, ni se puede aparentar. La revista supone colaboradores hechos y lectores que gusten de sus escritos; de otro modo, morirían. En los comienzos del siglo no existía ninguna de esas revistas, y las que entonces se publicaban eran de muy distinto porte y carácter.
§ V Críticos y Metafísicos
1. Este juicio queda plenamente confirmado al recordar los escritores contemporáneos. Los estudios de alta especulación filosófica y metafísica están dignamente representados por el P. del Prado (O. P.) y el P. Marín-Sola (O. P.), Felipe Robles (Pbro.), Gómez Izquierdo (Pbro.), Loinaz, (S. J.), Zubiri (Pbro.), Ángel C. Vega (O. S. A.), el P. Ramírez (O. P.), Amor Ruibal (presbítero) y otros valores nuevos que empiezan a destacarse en las revistas. Los dos primeros, que fueron a llevar su ciencia española a la Universidad de Friburgo en Suiza,{9} son bien conocidos en el mundo, y no desmerecen de nuestros grandes pensadores medievales, tenidos por maestros en todos los centros universitarios católicos y, hoy ya, en los no católicos.{9 bis}
2. El presbítero Felipe Robles, profesor del Seminario de Ávila, es un sutil y profundo pensador, acaso con alardes de independencia excesivos y no siempre ponderados en el fondo y en la forma. La verdad, si está en nuestro campo, no necesita de ponderaciones pueriles para imponerse y abrirse camino. Sin prejuzgar las cuestiones por él debatidas, le reconocemos gustosos la capacidad y preparación filosófica, que son hijas del estudio personal y de la meditación constante.{10}
3. El docto profesor de la Universidad de Granada, Gómez Izquierdo, publicó, en 1908, en Zaragoza, la «Historia de la Filosofía del siglo XIX», excluida la parte española, a la que pensaba consagrar más atención. Ignoro si realizó sus propósitos. Aparte de diversos artículos en revistas, acabo de recibir su última obra: «Análisis del Pensamiento Lógico», donde el autor acrecienta su merecido prestigio de pensador profundo y original, dentro del tomismo. Como advierte el autor, este primer volumen no es un tratado de Lógica, aunque tenga por materia temas que suelen estudiarse en los manuales de Lógica. Son «Meditaciones y Comentarios» filosóficos, críticos si se quiere, sobre el concepto, la palabra, la definición y la división. La obra responde a una serie de estudios, cuya publicación ampara la Facultad de Filosofía y Letras de Granada, de la que es decano el autor. Bajo todos los aspectos es un nuevo indicio de la orientación que va predominando en nuestros centros universitarios, pues si, por un lado, vemos esa compenetración tan deseada entre los diversos sectores de opinión, por otro, se revela la cooperación que debe existir, para que el apostolado intelectual sea más eficaz y más visible.{11}
4. El P. Loinaz, (S. J.), profesor en Oña y en la Universidad Gregoriana de Roma, publicó una Teodicea, donde algunas cuestiones han sido estudiadas con una amplitud y novedad no ordinarias. Es un filósofo [101] que ha bebido en la pura fuente de los maestros de la Escolástica, sin perder la originalidad propia del que sabe pensar por sí mismo.
5. El sucesor de Bonilla San Martín en la cátedra de la Universidad de Madrid, Javier Zubiri Apalategui, goza ya de fama, como hombre sabio y profundo filósofo, a pesar de su juventud. Su triunfo en la oposición fue celebrado por parte de la Prensa, y nosotros celebraríamos que aquellos augurios se confirmasen, no descansando el joven profesor en los laureles conquistados, como con harta frecuencia sucede. Conocemos su tesis doctoral, que titula «Ensayo de una teoría fenómenológica del juicio»,{12} obra trabajada, aunque él no le da más importancia que a un mero ensayo, avance imperfecto de ulteriores investigaciones.
Según confiesa su autor, la obra «pertenece por su espíritu, a la serie de investigaciones emprendidas desde hace algunos años en Alemania y Austria, con ocasión de los trabajos de Husserl y Brentano».
Para Zubiri, la Filosofía es como la necesidad postrera del espíritu, después de haber agotado todas sus otras actividades...; es el conocimiento de toda ciencia; es la ciencia de las ciencias. Así será objetiva. La tendencia de Zubiri es realista, objetivista; pero con un realismo especial. Creemos descubrir su ideal cuando se pregunta: ¿No cabría volver a la Filosofía de la objetividad pura? La Escolástica contiene los más preciosos elementos de este programa, como reconoce Zubiri. Quisiéramos que sus investigaciones ahondasen en esas doctrinas buscando el contraste con las modernas de Husserl y Brentano. Mejor que Ortega y Gasset a quien llama Zubiri maestro suyo, por ser, sin duda, su discípulo y haber sido censor en su tesis doctoral, podría él aquilatar los verdaderos valores de la fenomenología de Husserl, pues tiene una preparación filosófica-escolástica que no tiene su maestro.
6. El P. Ángel Vega (O. S. A.), profesor en el Real Monasterio de El Escorial, y asiduo colaborador de las revistas agustinas, acaba de iniciar una serie de trabajos sobre San Agustín. Las fiestas centenarias que se preparen y los grandes premios ofrecidos contribuirán, sin duda, a dar más visible realidad a estos propósitos. El Agustinianismo quiere renacer y ocupar en España el puesto que merece. De ello debemos felicitarnos. Si San Agustín, por su autoridad y por su doctrina, está vinculado a la Iglesia, también lo está a España. Los primeros siglos de la Iglesia española no estaban lejos de la Iglesia africana y de sus grandes doctores. El Padre Vega ha publicado este año el primer volumen, que titula «Introducción a la Filosofía de San Agustín»,{13} donde estudia a San Agustín y su filosofía, en su aspecto externo y en líneas generales. Anuncia ya el segundo volumen sobre los «Problemas Epistemológicos» amén de algunas traducciones, que contribuirán a divulgarlo y ponerlo en manos de todos.
7. El P. Santiago Ramírez (O. P.), profesor en Roma, en Salamanca y ahora en Friburgo (Suiza), es uno de los valores más positivos de la España contemporánea.{14} Ni el hábito, ni el temor a disgustarlo, si llega a leer estas líneas, nos impedirá el que digamos sinceramente que consideramos a este joven profesor como el talento más agudo que conocemos. Dotado de una retentiva prodigiosa, de una facultad de asimilación extraordinaria, de un ingenio tan sutil y rápido, como el que más, favorecido con una inmensa lectura, sorprende y admira a todos cuantos le tratan. Los entusiasmos despertados entre nuestros estudiantes de Salamanca recuerda los de épocas gloriosas. Quien esto escribe pudo ver por sus ojos el crédito extraordinario de que goza entre los estudiantes y profesores de Friburgo. Mi juicio será de más valor, si se tiene en cuenta que casi iba prevenido en contra, pues aunque siempre quise como hermano y admiré como sabio al P. Ramírez, atribuía ciertas ponderaciones, que me parecían exageradas, a entusiasmos de jóvenes, siempre generosos, tratándose de un profesor querido. Después le vi yo mismo en la cátedra y pude comprobar que la realidad respondía con creces a los entusiasmos de sus discípulos.
Antes de tratarle de cerca, temía yo que su espíritu metafísico, que le gusta engolfarse en las más difíciles cuestiones, le llevase, como a otros muchos, a entregarse por completo en brazos de un escolasticismo rígido, cerrado a las modalidades del pensamiento moderno. Confieso que aquí rectifiqué más radicalmente que bajo [102] el otro aspecto, por lo mismo que me era menos conocido. No conozco a ninguno que sepa armonizar tan bien como el P. Ramírez; lo antiguo con lo moderno, y que lo conozca tan a fondo. Es frecuente encontrarnos con sabios especializados en la filosofía moderna; no es raro topar con historiadores filósofos y teólogos que conocen a fondo las corrientes del pensamiento medioeval; lo difícil es encontrar al hombre que pueda desenvolverse desembarazadamente en uno y otro campo. Nuestras facultades son limitadas, y el tiempo, con los quehaceres de la vida se encargan de cercenar más aún su potencialidad natural.
El P. Ramírez leyó y lee muchísimo, gusta de ir siempre a las fuentes directamente, retiene fácilmente cuanto lee, y sabe plasmar en claros y precisos pensamientos sus propias y ajenas concepciones. Hombre de un amplio criterio, gusta lo mismo de la lectura de un filósofo árabe o judío, como de un escolástico, de un griego o de un moderno, si sospecha puede encontrar allí algo de provecho. Su fino instinto crítico le lleva a descubrir fácilmente el filón de las cuestiones más debatidas, para situarlas en su verdadero ambiente, para explicarnos la génesis de las mismas, como el más avezado historiador.
«La Ciencia Tomista» ha publicado, desde hace años, pues empezó a colaborar muy luego, diferentes trabajos que pronto tuvieron eco en varios centros de enseñanza de Europa. En forma de folleto aparte, publicó «De Analogía» y «De Propia Indole Philosophiae Sancti Thomae Aquinatis».{15} En la «Biblioteca de Tomistas Españoles» se anuncia una obra de porte teológico. «De Quidditate Incarnationis». Aunque no es mucho lo publicado, sí es mucho lo que podemos esperar y que, en parte, tiene hecho. Por lo publicado, algún cardenal le comparó a Cayetano. Nosotros sólo pedimos a Dios que le dé salud y muchos años de vida, y estamos seguros de que la ciencia española estará de enhorabuena, pues la pluma del P. Ramírez es tan ágil como su pensamiento y su palabra.
8. Amor Ruibal es uno de los más sabios sacerdotes con que cuenta España. Recluido voluntariamente en Santiago de Galicia, parece rehuir la exhibición y el aplauso. Su obra cumbre es la titulada: «Los problemas fundamentales de la filosofía y el Dogma», en siete volúmenes, hasta ahora, pues está sin terminar.{15 bis}
§ VI Otros escritores filósofos
1. A estos escritores, de personalidad bien definida, bien podemos agregar otros que se han destacado en diferentes ramas de la filosofía. Merecen especial mención el P. Marcelo del Niño Jesús, por su curso filosófico, muy elogiado en algunos tratados, aunque deficiente en Psicología Experimental.{16} Carreras Artau, profesor de la Universidad de Barcelona, sagaz crítico de las teorías lulianas y escotistas, amén de colaborador en las traducciones de la colección «Labor», de Barcelona.{17}
2. Los agustinos P. Bruno Ibeas, Vélez, Seco, Alcalde, el presbítero Trusquets, los jesuitas Márquez y Marxuach, alargarían la lista de los cultivadores de las diversas ramas de la filosofía. El P. Ibeas, bien conocido en España por su actividad e intervención en cuestiones sociales, consagró también su pluma y su talento a materias filosóficas.{18} A la pluma del P. Vélez debemos un trabajillo sobre Bergson, y la obra que titula: «Humanismo Cristiano»;{19} al P. Alcalde, un «Diccionario manual filosófico», en colaboración con el P. Arnaiz, sin contar los artículos en revistas. Al lado de estos Padres agustinos, el agustinianismo español tiene entusiastas defensores y divulgadores en los conocidos [103] escritores P. Negrete, Garnelo, Marcos, Burgos, Capánaga, Rodríguez Prada, cuyos escritos llenan las páginas de las revistas «La Ciudad de Dios» y «España y América», durante varios años.
3. El jesuita P. Márquez publicó una «Ética», que ha merecido la reimpresión varias veces, y el P. Marxuach viene tremolando la bandera escolástica, con sus artículos filosóficos en «Razón y Fe», «Estudios Eclesiásticos», «Analecta Tarraconensia» y «Criterion», además de haber refundido, rejuveneciéndolo, el «Curso de Filosofía», del P. Ginebra. Es un curso excesivamente breve y elemental.{19 bis}
4. Del presbítero Tusquets conocemos solamente una obra sobre el Teosofismo, que ha dado origen a polémicas con los defensores de esas doctrinas.
(Continuará.)
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