Filosofía en español 
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Crónica
El barón de Rothschild y la ley de herencia

La gran guerra –el mundo seguirá llamándola así mientras no estalle otra guerra mayor– ha planteado a la humanidad varios problemas transcendentales. Unos son de carácter meramente político o de carácter esencialmente económico. Los hay también de carácter social y dándose la mano con éstos los de higiene.

Segó la guerra millares de existencias. Es natural que el mundo se cuide de la repoblación y se cuide de tal suerte que ponga los medios de librarse de todas las degeneraciones.

La corriente en tal sentido es general. En Oviedo, por iniciativa de un benemérito universitario, hemos empezado a debatir el tema y muy pronto, en conferencias públicas, considerarán varias distinguidas personalidades, desde sus puntos de vista respectivos, los problemas que pueden agruparse en el orden de los indicados.

Al mismo tiempo que por aquí pasa esta corriente, muy saludable, aparece en un escenario de París una comedia que está consagrada a abordar uno de los aspectos más graves de la serie de problemas que nos ocupan.

El hecho no constituye una novedad. El teatro moderno, reflejo de la vida como el teatro de todos los tiempos, ha considerado ya repetidas veces, desde puntos de vista muy diversos, tan graves cuestiones. Sin desparramar mucho la vista, ahí está “Espectros”, de Ibsen, en que la degeneración aparece llevada a sus más terribles consecuencias, y ahí están asimismo “Les remplaçantes” y “Les avariés”, de uno de los más ilustres dramaturgos de Francia, Eugenio Brieux, invitando a las madres a amamantar a sus hijos e invitando a ciertos "averiados" a huir de la procreación, porque no tienen derecho a engendrar criaturas fatalmente desgraciadas.

André Pascal se ha lanzado por el mismo camino en su comedia “Heritage”, hace cuatro días estrenada. André Pascal no es el verdadero nombre del autor. Es el pseudónimo tras el cual se oculta el barón Enrique de Rothschild, hombre de posición brillante –el apellido ya lo indica– y médico por añadidura. Viene a ser en Francia lo que el doctor Madrazo entre nosotros. Un médico adinerado que escribe comedias a ratos perdidos y puede darse el gusto, para representarlas, de formar una compañía y alquilar un teatro. Establecida la comparación, queda dicho de modo indirecto que así como el doctor Madrazo no es un Benavente, tampoco el barón Enrique de Rothschild es un Curel.

“Heritage” es una nueva ojeada a la ley de herencia.

Veamos, en síntesis, lo que en la obra ocurre, que es tanto como considerar de qué modo se plantea la cuestión y qué remedios le sugiere al dramaturgo el problema.

El conde Forestier, director del Banco de Francia, no se consagra exclusivamente, como sería lógico, a las cuestiones financieras. Se ha consagrado también al estudio de otra materia no menos grave: la regeneración de la raza. Un hijo suyo, Jacobo, se dispone a contraer matrimonio con la señorita Simona de Tréves. Del padre de esta señorita, el marqués de Tréves, se dice que murió en una cacería, a consecuencia de un accidente. Pero el director del Banco de Francia, de averiguación en averiguación, llega a saber que el padre de su futura nuera murió en una casa de salud, atacado de enajenación mental. Consecuente Con sus ideas, rompe el proyectado matrimonio. Los novios, que se amaban con pasión, se desesperan. La novia, sobre todo, se siente morir. No la salvará el médico, sino su propia madre. Esta, en una entrevista con el conde Forestier; declara secretamente –otra cosa sería pregonar el deshonor– que Simona no es hija del marqués de Tréves, sino de un amigo, que murió también, aunque de pneumonía infecciosa. Tal declaración basta para que Forestier consienta en la boda de su hijo con Simona.

Los críticos –¡son terribles los críticos!– han salido al paso del autor. Charles Méré pregunta por qué al director del Banco de Francia, tan escrupuloso, no se le ocurre indagar si el verdadero padre de Simona no estaba tísico. “¡Ah! –se contesta el propio Méré–; pero entonces la historia volvería a empezar, y con una basta.” Otro, Régis de Gignoux, apunta certeramente que a la perspicacia del conde Forestier se ha escapado un aspecto muy atendible de la ley de herencia: el que entraña la confesión de la marquesa viuda de Tréves, a quien todo el mundo creía una dama intachable.

El barón de Rothschild, como se ve, en el supuesto de que verdaderamente haya planteado un problema en su obra, no ha pensado en soluciones plausibles. Pero ha hecho más. Se ha recreado en la que podemos calificar de parte fisiológica del problema, desdeñando un aspecto importantísimo: él moral.

Tiene que ser la suya, por tanto, una apreciación incompleta. En cuestiones de esta índole, no es posible desentenderse de la Fisiología; pero no olvidemos que la Moral tiene más amplios fueros y ha de ejercer una influencia superior en los derroteros de la vida.

F. AZNAR NAVARRO




En el salón de los “Luises”
Una conferencia

Hoy, a las siete de la tarde y en el salón de actos de la Congregación de “Luises” dará una conferencia el joven abogado y congregante don Joaquín Mier y Vigil-Escalera, sobre el tema “Ligero esbozo doctrinal de la nueva ciencia jurídico-sociológica del urbanismo”.




De aquí y de allá
Especialistas del trabajo

Hojeando “Les Anuales” hemos quedado sorprendidos por la ingenuidad con que se queja del despótico servicio doméstico que hay en los Estados Unidos.

Parece que en Francia no han entendido aun las gentes de servicio, los criados, aquello de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, pues siguen siendo, como siempre han sido, fieles servidores de sus patronos.

Ello es que un caballero francés, M. Maurice Dekobra, que en su casa de París debe tener unos criados ejemplares, embarcó para Nueva York y allí se hospedó en casa de unos antiguos amigos.

Ignorando que en los Estados Unidos las sirvientas yanquis no tienen iguales deberes y derechos que en Francia, tocó el timbre llamando a la criada.

Él no sabía muy bien el inglés; así que, en cuanto la doméstica se presentó, mostrole los zapatos llenos de barro. Ella mirólos y miróle alternativamente, sonriéndose a la vez.

Viendo que no se movía, pronunció lo mejor que pudo la palabra “shoeshine”, haciendo a la vez ademán de cepillarlos.

Entonces la criada le tomó de un brazo, le llevó al balcón, y señalándole un salón de lustrar botas que había en frente, le replicó:

–¿Shoeshine?... Aquel negro se las limpiará por dos peniques.

Y con aires de señora, se retiró.

“Les Annales” se admira de que en el país del trabajo ocurra eso.

Si el autor del suelto se diese una vueltecita por España, ya encontraría que aquí lo del trabajo “especializado” también está implantado, y que el trabajo “en series” no es una novedad.

A. L.