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Feminismo Socialista
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Conrado de Anteyo

La conquista del pan

Ganado con dignidad, con honra, por esta conquista es por lo que yo entiendo que luchan las famosas sufragistas inglesas, y éste es el objetivo que yo creo tiene, en general, todo el movimiento emancipador de la mujer llamado feminismo.

Usando de una frase vulgar, concreto mi pensamiento diciendo que estas heroicas feministas luchan con ardor tanto por el huevo como por el fuero.

Porque examinando la situación de la mujer como trabajadora en la grande y pequeña industria, y aun en ciertos trabajos de escritorio, encontraremos que se halla, respecto al hombre, compañero de labor en los mismos establecimientos, en un plano muy inferior en cuanto se refiere a la remuneración por el trabajo que realiza, y aun cuando su capacidad productora sea la misma, o a veces mayor que la que el hombre posee.

Del trabajo en la pequeña industria (del vestido, lavado, planchado, &c.), todos sabéis mejor que yo la manera cómo se remunera y se trata a las operarias que a estos oficios se dedican.

Si nos referimos a la gran industria, hallaremos que las mujeres que se ocupan en las grandes fábricas, talleres, minas y las que se dedican a las groseras faenas, impropias del sexo, de carga y descarga de buques, sufren también sobre los horrores de su extenuador trabajo una explotación inicua que no puede sostenerse más que por efecto de la ignorancia y de la miseria sumas en que se hallan estas desgraciadas mujeres.

Y si examinamos después la situación de la afortunada señorita que trabaja en el comercio, en la oficina, en el gran hotel o en la escuela, veremos que estas jóvenes, que se han impuesto sacrificios imponderables para adquirir la cultura necesaria para desempeñar la teneduría de libros, el despacho de correspondencia en varios idiomas o la instrucción primaria de los niños, ven premiados sus afanes con la mitad del sueldo que se asigna a los hombres que realizan la misma labor que ellas ejecutan.

Y precisamente, a mi juicio, en esto consiste el que nuestra burguesía, siempre apegada a la tradición y a la rutina, se haya decidido a admitir a la mujer como empleada en sus escritorios y despachos.

A cualquier hombre empleado en estas labores se le remunera con un sueldo que oscila entre 100 y 150 pesetas, y, en cambio, a la mujer se la paga con cantidades de 50 a 75 pesetas como máximum.

Esta ha sido una adquisición para nuestra aprovechada burguesía, porque además de encontrar una economía empleando mujeres han visto los patronos que éstas producían más labor que el hombre, por carecer de vicios que los hombres poseemos y porque la mujer no distrae su atención del trabajo que le está encomendado y suele ejecutarlo con cierto gusto y paciencia. Pues bien, a estas mujeres se les exige además que vistan con cierta elegancia, que resulta un sacrificio para ellas, dado lo exiguo del haber y lo costoso de las modas. Y, sin embargo, estas son verdaderamente dichosas en su posición, relativamente a las demás explotadas.

Claro es que a los trabajadores les resulta imposible educar a sus hijas de manera que sean aptas para tales ocupaciones, por lo costosa que es una educación de esta índole.

Y aparte de éstas que he reseñado, ¿cuántas no han caído en la prostitución infamante empujadas por la miseria, por el hambre?

Pues esto es lo que yo creo que pretenden remediar las sufragistas inglesas en su obstinada campaña por la conquista de los derechos políticos iguales a los que disfrutan los hombres.

Los hombres, en general, creo que casi todos, miramos con recelo esta campaña, porque vemos en ella la aspiración de la mujer de colocarse a la misma altura social que el hombre. Y nuestra vanidad y nuestro orgullo se sienten ofendidos por esta pretensión de la mujer, a la que a ratos, muy pocos, mimamos, y a la que hemos considerado nuestra esclava desde hace muchos siglos.

Y nuestra fanfarria no nos deja ver que en este movimiento reivindicador se lucha tanto más que por el romántico derecho político, por la prosaica necesidad de dar satisfacción a las exigencias del estómago.

Carezco de cultura para conocer la situación de la mujer inglesa en lo que respecta a su instrucción y a su capacidad. Pero creo no pecar de ligero al presumir que se encuentra ya en condiciones de representar un lucido papel en la dirección y administración de los negocios públicos, que es lo que pretenden al pedir el derecho electoral y de de ser elegidas para representantes en los Municipios y en las Cámaras parlamentarias.

Y ved que conseguido esto, ellas habrían de trabajar con éxito por mejorar la situación de la mujer y elevarla al nivel social que es de justicia que ocupe. Entonces sería cuando la mujer entraría de lleno a ocupar puestos que hoy disfrutan los hombres, y las veríamos ya en toda clase de ocupaciones intelectuales, como cátedras, carreras universitarias, oficinas del Estado, etcétera, y en aquellas otras manuales de fácil desempeño que hoy monopoliza el hombre.

Y a esto van empujadas las sufragistas por las leyes económicas del sistema capitalista, que las envilece cuando las obliga a prostituirse y hasta ha logrado arrebatarlas la esperanza del matrimonio, que era el refugio de la mujer, adonde se acogía para hacer frente a las necesidades de la vida y dar satisfacción a las exigencias de la naturaleza.

Porque el obrero ha rehuido del matrimonio en cuanto se ha dado cuenta de que su salario era insuficiente para atender al sostenimiento de una familia, y por egoísmo ha preferido permanecer soltero, ya que le es muy fácil dar satisfacción a los instintos sexuales.

Y por esto lucha la mujer digna, por conseguir derechos políticos, de los que ha de obtener positivas ventajas materiales; por elevar su instrucción, que ha de capacitarla para el desempeño de honrosas profesiones y redimirla de denigrantes comercios, y por lograr, en fin, la conquista del pan.

Conrado de Anteyo

Madrid, mayo de 1913.