Filosofía en español 
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[ José Laín Entralgo ]

El fracaso de la táctica comunista

Se está celebrando actualmente la Conferencia del Desarme. Conferencia que en sí no despierta en nosotros gran interés por ir de antemano envuelta en el fracaso. No es necesario que expliquemos el porqué de la ineficacia congénita que la Conferencia presenta. Basta examinar que entre los países concurrentes no figura Alemania. La dictadura de los barones prusianos representada por von Papen-Schleicher, renovando el antiguo canto de sirena de la igualdad en los armamentos –¿y por qué no igualdad en el desarme?–, se ha negado a enviar sus delegados a Ginebra, imposibilitando con ello que las escasas probabilidades que había para llegar a un acuerdo vinieran a feliz término.

Sin embargo, no es éste el aspecto que nos interesa destacar de la Conferencia del Desarme que en la ciudad suiza se celebra. No hace falta que Alemania se niegue oficialmente a acudir a la llamada para que la vida de este organismo sea lánguida, sin efectos tangibles que se traduzcan en disminuciones de los presupuestos de guerra. Otro punto ofrece, a juicio nuestro, más importancia no por su interés intrínseco, sino como síntoma; no es el suceso en sí lo que nos atrae. Si hemos fijado en él la atención es porque obra a modo de barómetro que nos señala el tiempo en un territorio que merece ser examinado escrupulosamente: en la U. R. S. S.

El hecho es el siguiente: Litvinof, delegado de la Rusia soviética en la Conferencia del Desarme, ha propuesto, sin que su tesis se viera aceptada, la reducción en un tercio del total de los armamentos. Hasta aquí el hecho. Ahora bien; ¿qué significa esto? Nada menos que el abandono, por parte de la III Internacional y, por tanto de los Soviets, de lo que hasta aquí ha constituido su política internacional en materia de armamentos. Reconocen palmariamente su error y enfilan la proa hacia rutas antes consideradas indignas para un comunista, o, mejor dicho, para un leninista.

La U. R. S. S. ha reconocido, pues, su error, y sobre la misma liza de anteriores combates ha rectificado. Pero es que, como decíamos, este error y esta rectificación son sintomáticos. Haríamos mal si circunscribiéramos su significación a la esfera de los armamentos. Tiene esto un alcance mucho mayor. Representa el fracaso de toda la táctica de la III Internacional en orden a la revolución y en orden a las relaciones internacionales, como vamos a ver.

El partido comunista ha tenido siempre por norma táctica revolucionaria el lanzar consignas totalizadoras; es decir, consignas que encierran en sí el deseo de llegar o a la completa realización de sus propósitos o al fracaso total. Esto representa su consigna : «Todo el Poder para los Soviets» de la revolución de octubre. Es el equivalente del «tot o res» de los ridículos nacionalistas catalanes, una reacción primaria, infantil. Prefieren la total ruina del proletariado a remediar su situación con paliativos que al mismo tiempo le permitan situarse mejor para el momento revolucionario. Prefieren los actuales latifundios a la reforma agraria, si ésta no lleva aparejada la total nacionalización de la tierra, y aun así la rechazarían si no eran ellos los que la llevaban a la práctica. Y es que juegan para sus fines con la desesperación del proletariado. Ya el mismo Stalin lo dijo en el XVI Congreso del partido comunista: «¿Queréis evitar el avance del comunismo? Haced una reforma agraria bien hecha. El comunismo viene a evitar la injusticia; pero si la injusticia se evita no avanza el comunismo.» El comunismo, en suma, basa su táctica sobre la desesperación del proletariado.

Por el contrario, la II Internacional sostiene criterio táctico opuesto. Tiene como fin, sí, la revolución socialista; pero utiliza los medios de manera distinta. Se trata de derruir un edificio y de levantar sobre el mismo solar otro. ¿Hemos de desaprovechar para esta tarea constructiva los materiales útiles procedentes del derribo anterior? ¿No representaría esto un criterio económico absurdo? Es una labor la nuestra de posibilidades. De ir conquistando poco a poco, en la lucha diaria, posiciones que nos permitan, cuando llegue la fecha del salto definitivo de la revolución, asegurarnos la victoria.

Son, pues, la socialista y la comunista dos tácticas opuestas que se aplican, naturalmente, en todos los órdenes de la lucha. Por esto ofrece una mayor importancia el gesto de Litvinof abandonando de golpe lo que hasta la fecha había sido esencial a la táctica comunista y patrocinando, en cambio, una política de posibilidades. Ya no pide el desarme total e inmediato; se conforma con la reducción en un tercio. Más tarde se acogerá a las discusiones bizantinas sobre el calibre de los cañones o sobre la distinción de armas ofensivas y defensivas y demás argucias de los técnicos al servicio de los países burgueses.

Y mientras tanto, siguen y seguirán los periódicos y masas comunistas su lucha fratricida contra el proletariado socialista. Pero bueno será ir destacando a los primeros planos estos detalles que nos hacen ver cómo la ortodoxia leninista se ajusta a las circunstancias, a pesar de su aparente rigidez y del orgullo con que los afiliados a la III Internacional la exhiben.

José Laín