[ José Laín Entralgo ]
Del momento
Bernstein y el revisionismo
A los ochenta y tres años ha muerto en Berlín el que fue líder del movimiento reformista alemán, Eduardo Bernstein. Magnífica ocasión, que no desaprovechamos, para enfrentarnos con esa figura y con su significación dentro del campo socialista.
A raíz de ser suprimidas las leyes de excepción prusianas que colocaban al Partido Socialdemócrata en la ilegalidad, comenzó el movimiento reformista o revisionista, siendo inaugurado hacia el año 1895 por Jorge von Wollmar. Siguió a poco sostenido por Bernstein, y, aunque derrotado en los Congresos del Partido, sobre todo en el de Dresde, en 1903, se introdujo en el organismo socialdemócrata, pudiendo decirse que es la causa remota del precario estado en que actualmente se encuentra. En su tarea de infiltrar el revisionismo dentro del Partido se vió ayudado Bernstein por Carlos Legien, Schmidt y algún otro dirigente, y si oficialmente no la vió triunfante fue gracias a la oposición ruda de Rosa Luxemburgo y Kautski. Este último la combatió en un libro, «La doctrina socialista», traducido al castellano precisamente por Iglesias.
La tesis de Bernstein y, en general, la de todo el movimiento revisionista por él caracterizado parte de una desconfianza inicial, una incredulidad más bien, de la capacidad revolucionaria del proletariado. No creen en la primera de las afirmaciones socialistas, en la que forma la base del movimiento marxista. Rechazan, o atenúan mucho, la posibilidad de que el proletariado triunfante pueda tomar el Poder, instaurando su dictadura como condición indispensable para conseguir el Socialismo. Para ellos, en suma, «el fin no es nada y el movimiento lo es todo». Por lo tanto, afirman la necesidad de que el Partido abandone lo que constituye la razón de todo el movimiento obrero, que recibe sus inspiraciones doctrinales en Marx y se conforma con las mejoras sociales que buenamente puedan ir arrancando a la burguesía. Con otras palabras, el revisionismo propugna porque los Partidos Socialistas, la Internacional Socialista, abandone el Socialismo, su razón de ser, que le da hasta el nombre, y se transforme en un partido de reformas sociales.
Ya hemos dicho más arriba que Bernstein, es decir, el revisionismo, a pesar da verse derrotado en los Congresos de la Socialdemocracia, se infiltró en sus organismos, transformándola, si no por completo, en gran parte, en un simple partido de mejoras sociales. No pretendernos adentrarnos en las causas; pero sí queremos estudiar en la Socialdemocracia alemana el desarrollo del revisionismo y, por tanto, de sus posibilidades, para deducir el crédito que ha de merecernos dentro de nuestros cuadros. A partir de la derogación de las leyes de excepción dadas por Bismark para reprimir el movimiento obrero, y que lograron un efecto diametralmente opuesto al que se proponía su autor, el desarrollo de los Sindicatos alemanes fue acelerado. Las elecciones en que intervinieron se contaron por triunfos, y el Partido Socialdemócrata llegó a ser el más potente del Reich. El éxito se vio coronado en las elecciones de 1912, donde lograron 4.250.000 votos, el 34,8 por 100 de la cifra total de votantes, con una representación de 110 diputados. ¡Magnífica ocasión para aprovechar una coyuntura que ofreciera posibilidades revolucionarias! Pero el revisionismo lo había minado, y se desaprovechó la declaración de la guerra mundial de 1914. Nueva oportunidad, todavía más marcada: en 1918 Alemania está ya derrotada y la revolución estalla irremisiblemente. Pues bien: en vez de encauzarla los directores socialdemócratas por los senderos a que estaban obligados por su programa, es decir, por los senderos sociales, se conformaron con realizar un acto político, cambiando el Imperio en República democrática. Perdieron, en resumen, su momento, por sufrir las consecuencias del revisionismo bernsteiniano, que no preveía, por considerarlo utópico, la toma del Poder por el proletariado.
Pero el revisionismo no es sólo un movimiento alemán. Puede decirse que todas las Secciones de la Internacional Socialista se han visto, en mayor o menor grado, afectadas por él. Por esto las censuras que hemos dirigido hacia esta tendencia en su localización alemana han de verse amplificadas y con un blanco de mayor cuantía. Nosotros no hemos disparado las flechas de nuestra crítica sólo contra la Socialdemocracia en particular, sino que en ella queríamos envolver a todo el movimiento revisionista. Y conste que no nos referimos exclusivamente a la participación en Gobiernos burgueses como muestra de revisionismo. A la mano tenemos el ejemplo de Francia, donde los socialistas mantienen aún, en toda su integridad, el principio que la Internacional dió ante la actitud de Millerand y Briand, expulsados por participar en las tareas ministeriales; pero que no ha bastado, ni mucho menos, para librar al Partido Socialista francés de la contaminación revisionista. Incluimos en nuestra diatriba contra el revisionismo a todos los que en mayor o menor grado aceptan el principio antes enunciado de que «el fin no es nada y el movimiento lo es todo», o, al contrario, que también hay revisionistas por el otro lado. No pretendemos, ni mucho menos, negar la importancia del movimiento en política, que constituye una base primordial para el triunfo de los principios; pero contra lo que nos revolvemos y lo que rechazamos enérgicamente es que se nieguen los principios, que se rechace el fin. Concedemos de buena gana su tanto a la necesidad de adaptarse a las circunstancias politicosociales peculiares a cada país; pero, por lo mismo, queremos que esta adecuación se haga teniendo por guía un fin, que en definitiva ha de ser el que ha de dar el rumbo a seguir dentro de las fluctuaciones de las políticas nacionales.
Hay que rechazar el revisionismo. Hay que destacar al primer plano el fin que el Socialismo se propone, que no es otro sino la toma del Poder por la clase proletaria, para llegar, por medio de un periodo de imperio suyo absoluto –dictadura proletaria–, a la abolición de las clases, liberando a los ahora oprimidos económicamente por medio de la socialización de los medios de producción y cambio.
Pero tengamos en cuenta que el marxismo se ha visto revisado no sólo por los situados a su derecha, sino también por algunos que se creen a su izquierda. No son los únicos revisionistas von Wollmar y Bernstein, sino también Lenin y Trotski. Contra todos nos alzamos conjuntamente. Sin embargo, hemos de distinguir entre el revisionismo de unos y el de otros. Los revisionistas de la derecha no tienen en cuenta el fin del Socialismo. Los de la izquierda lo han hipertrofiado hasta el punto de que desdeñan y olvidan el movimiento.
Creemos llegado el momento de que por encima de todos los continuadores y reformadores de Marx se alce su espíritu nuevamente, sin añadidos y sin faltas. Que el movimiento obrero sea simplemente marxista, dejándonos de otras sugestiones más o menos brillantes, que, en definitiva, tienden a restar al proletariado posibilidades de éxito por la división existente. No caigamos en el error de creer qua hemos agotado las enseñanzas que de Marx se desprenden, cuando ni siquiera se han podido entrever en su realización práctica.