Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Rodolfo Obregón Chorot ]

Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas
Ensayo para una nueva estructuración de España

Todos los sistemas, dominaciones, regímenes políticos y hasta las dinastías que han actuado en nuestro suelo han tenido su peculiar estructuración administrativa, hecha al dictado de sus imperativos económicos y jurídicos. ¿La tendrá también la España socialista? ¿Le valdrá al Socialismo la división administrativa actual?

La división de España en cuarenta y nueve provincias, establecida por real decreto de 30 de noviembre de 1833, siendo aún niña Isabel II, sólo obedece a un criterio frío y artificial que ni siquiera en su tiempo respondió a ninguna exigencia de la producción, porque sólo se propuso fines burocráticos y administrativos. Sus raíces hay que buscarlas en las divisiones de la Edad Media, adaptadas a fines eclesiásticos, judiciales o militares, propios para economías domésticas precapitalistas. Por eso posiblemente no valdrá para una economía nacional dirigida, como será la socialista en su primera etapa.

Trazar de una manera muy tenue las bases de una estructuración adecuada es lo que me propongo yo en estas líneas para los lectores de Renovación.

Unitarismo y federalismo

La lucha entre estos dos principios, unitarismo y federalismo, es, tanto en la doctrina como en la Historia, la lucha entre el derecho francés y el germánico. La causa de esta distinción habrá que buscarla en la manera diferente como los dos pueblos salen del feudalismo; pero sus consecuencias están muy a la vista, porque han llegado hasta nosotros: Francia mantiene desde su monarquía absoluta, y culminando con Luis XIV, un sistema centrista en la Administración, que llega hasta la tercera República a través de la revolución. Alemania, más lenta en la incorporación de sus regiones, se acostumbra a discutir con ellas y llega a constituir una Federación de Estados autónomos que se mantiene incólume a través del imperio, de la República y del fascismo.

Estos dos sistemas se han manifestado también en España. En la Edad Media la unión de los reinos tuvo un carácter federal que se acusó sobre manera al unirse las dos coronas de Castilla y Aragón en las cabezas de los Reyes Católicos. Bajo los Austrias continúa la misma trayectoria, que cambia radicalmente de rumbo con los Borbones, por tradición a la vez familiar y francesa.

Y a partir de entonces el sistema español es tan centrista como el francés, hasta que la Constitución de 1931 posibilita la instauración de regiones autónomas vinculadas con el Poder central. Pero cuanto esto llegó ya ese principio centrista, excesivo e inútil, que sólo satisfacía el orgullo del trono, había producido sus males, dando lugar al «regionalismo», en cuyo seno se ocultan dos cosas: un sentimiento reaccionario y feudal que hay que combatir y un sentido federativo que será necesario aprovechar.

Nacionalismo al por menor

Los sentimientos regionalistas aparecidos en Galicia, Vasconia, Cataluña y Valencia tienen mucho de ese sentimiento feudal mencionado. Implican en una gran parte reacción y anarquía; por eso pueden, en esa parte, beneficiar a las derechas, aunque éstas no acierten a advertirlo. Más que regionalismo es algo así como un «nacionalismo al por menor», porque lleva consigo un deseo de independencia y de aislamiento. El propio Estatuto de Cataluña, de idéntico origen, pero con influencias más complejas, votado por todas las clases sociales, tal vez sólo sea en el fondo una medida de defensa del capitalismo catalán ante la perspectiva de una revolución social en el resto de la península.

Contra este «nacionalismo al por menor», tan peligroso como el fascismo, porque de él es célula, deben reaccionar siempre nuestras Secciones y afiliados. Un acuerdo del Congreso de nuestra Federación nacional lo ha dicho: «Los jóvenes socialistas debieran abstenerse de contribuir, directa o indirectamente, al desarrollo de los sentimientos regionalistas.» Y es lógico comprender que así sea. Un socialista es, ante todo, un espíritu universal: sabe que el mundo está dividido en parcelas, regiones y colonias, y lo único que le interesa es organizar a los trabajadores en clase para acabar en todas partes con la supremacía burguesa.

Regionalismo y sentido federativo

Pero al lado de ese «nacionalismo al por menor», célula del fascismo y defensor de privilegios, existe un regionalismo propiamente dicho, del cual emana una conciencia de región, en cuanto pieza o rueda de un conjunto, y ahí únicamente procede, lejos de combatirlo y extirparlo, definirlo y cuidarlo hasta darle plena capacidad.

Este regionalismo interesante por su sentido federativo, es progresivo y revolucionario. Doctrinalmente se corresponde con el principio germánico que hemos bosquejado; históricamente, con la tradición castellana de la Edad Media y del Renacimiento, que suspenden los Borbones.

El sentido federativo es lo que ha dado variedad y extensión a la cultura en Alemania, que no ha concretado su brillo en Berlín, como Francia en París, sino en muchos sitios a un tiempo. En España su falta ha secado, seguramente, muchas iniciativas bellas de Municipios y regiones.

Para la edificación del Socialismo en nuestro país habrá seguramente que aprovechar este aspecto federativo del regionalismo para que actúa hacia dentro con un sentido de miniaturista, de artífice, cincelando y puliendo con cariño la pieza-región, que ha de ajustarse de una manera matemática al gran conjunto nacional.

Los socialistas no podemos oponernos a este principio, porque es también uno de los más básicos entre los que asientan nuestras organizaciones. Por eso la bandera del Partido tiene entre sus medidas políticas: «La confederación republicana de las nacionalidades ibéricas, reconocidas a medida que vayan demostrando un desarrollo suficiente.» Rusia misma ha fomentado la autonomía de sus regiones por exigencias de la nueva economía y como respuesta a la política del zar.

Unidad peninsular socialista, su denominación

Los razonamientos que anteceden, mal clasificados y peor hilvanados, llevan, sin embargo, a una gran ilusión, relacionada con la actual situación política de nuestro país. Y ya cautivos de ella, cabe investigar, como si el hecho fuera ya inmediato, si la República social que anhelamos deberá ser unitaria o federativa, y cuál de estas dos formas será en la primera etapa la que determine las nuevas condiciones de producción.

Al someter un teme, bello a mi juicio, a los lectores de Renovación, no voy a resolver ningún problema; pero sí siento dos hipótesis:

Primera. La España socialista no podrá servirse de la división provincial centrista que la han dejado los Borbones.

Segunda. Tendrá que reconocer personalidad republicana a las distintas regiones y federarlas después estrechamente con miras económicas, inspirándose para ello en el principio de nuestras propias organizaciones, a la vez autónomas y unidas, que están siempre brotando, sin que por ello se disgreguen, merced a su elasticidad, educación y disciplina.

Este sistema permitiría también arrebatar banderas a los estatutistas y separatistas, que sólo pretenden salvar sus privilegios del movimiento general.

Aun permitirá más. El movimiento necesitará unidad geográfica, y hay que desencadernarlo a la vez en todos los puntos de la península ibérica, incluso en Portugal. Los trabajadores de ese pueblo hermano no deben soportar más dictaduras burguesas al solo servicio de Inglaterra. Portugal tiene un puesto a nuestro lado en la Revolución social de este extremo de Europa, y hay que ofrecérselo sin humillaciones ni regateos, para federarnos después todas las regiones y constituir una verdadera Unión socialista de la península, que para diferenciarse de la otra, y guardar al mismo tiempo con ella la oportuna y estratégica simetría, muy bien podría llamarse «Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas».

El esfuerzo es titánico, porque miles de intereses capitalistas se oponen a que se realice, pero, realizado, aun pudiera ser que dejara energías suficientes para hacer cruzarse dos chispas por encima de Europa y acabar con los campos de concentración.

Rodolfo Obregón