Juan de Dios de la Rada y Delgado
Importancia de la Instrucción Pública, con relación al Estado
Dedicado nuestro periódico a la instrucción pública, parece lo más lógico que antes de todo se ocupe de su importancia, sino negada por todos a lo menos mirada con una punible indiferencia por la generalidad. Vamos por lo tanto a comenzar los trabajos de esta sección, ocupándonos del objeto que sirve de epígrafe a este artículo más grave que parece a primera vista, en cualquier terreno que se le examine.
Dichosos si consiguiéramos indicar al menos todos los múltiples aspectos bajo los cuales considerada la instrucción, es la primera y más segura base de la felicidad de los pueblos. Dichosos, si aunque con mal cortada pluma, nuestros escritos fuesen la señal de alarma, que hiciesen descender a la arena más dignos campeones, que tomasen parte en esta liza de la ciencia y del hombre. Aunque concluyésemos por retirarnos avergonzados de nuestra impotencia, reconoceríamos satisfechos nuestra debilidad. No a todos está concedido hacer el bien. Nos consolaríamos con intentarlo.
Las mejores instituciones, como dice muy acertadamente un escritor contemporáneo, cuando la instrucción de un pueblo no está bien cimentada, no está bien generalizada para poder desenvolver el germen de aquellas, no son más que elementos de perturbación arrojados en la sociedad.
Al desarrollarse crean multitud de necesidades que no pueden satisfacer: aumentan los derechos y por consecuencia los deberes: [2] como la asociación que recibe este aumento no está preparada para ello, tienen los gobernantes que suplir esta falta, pensando por los gobernados: para lograrlo, es indispensable multiplicar los preceptos, multiplicar las leyes, que por su misma multiplicidad quedan sin posible aplicación; y el resultado que de tal estado de cosas viene a producirse, es la pérdida de fuerza moral de los gobiernos, y la concentración en algunos pocos cerebros volcánicos, de los mal esparcidos conocimientos, que debieran haber sido repartidos en todos los individuos de la asociación entera. Encerrada en un tan corto espacio la semilla de la ilustración que debiera haberse esparcido por un dilatadísimo campo, fermenta, estalla, y a veces en su explosión convierte en cráter el Estado entero, cubriendo con su lava, más abrasadora cuanto más activo y concentrado ha sido el fuego que la produjo, las mal cultivadas llanuras de la naciente civilización.
No es, pues, tan de poca monta la instrucción pública para los gobernantes que quieran, sino completarlo, llevar al menos su piedra al monumento de la felicidad de las naciones que hubiéronle encomendado su destino. Es la base principal, es el objeto primero que debe llamar su atención: y cuantos esfuerzos hagan en el camino de la prosperidad pública, quedarán infructuosos si antes no le han procurado preparar con la ilustración generalizada y bien entendida.
La senda de la ventura de los pueblos es árida, escabrosa, y llena de malezas y de espinas: sembrad en sus lindes semilla de instrucción bien repartida, y en breve tantas serán las flores y los frutos, que cayendo en la difícil senda cubrirán las espinas y la maleza. Con tan rica alfombra ya podéis lanzar a los pueblos en medio de la vía, y no temáis entonces marchar delante de ellos, que no ha de haber una sola aspereza que os desgarre los pies.
Antes de todo es necesario que la constitución de un pueblo se encuentre en armonía con su instrucción.
Pero ya aquí parece que tropezamos con un escollo.
La instrucción no podemos tenerla preparada de antemano porque generalmente las sociedades, vienen viejas a manos de sus regeneradores. Esto es exacto; pero justamente por lo mismo, es menester ir preparando el día, en que rectamente ilustrado el pueblo, pueda comprender los derechos que se le habían declarado, si antes los ejercieron sin comprenderlos.
Las modernas sociedades tienen su fisonomía particular, que las caracteriza y las distingue de las antiguas: su principal rasgo es el conocimiento que de sus derechos se ha dado a todos los hombres. Por eso desde el momento en que se les desveló el misterio de su importancia, es necesario instruirles e instruirles bien. Mejor hubieran hecho al tratar de regenerarlos en empezar por esta parte el glorioso trabajo... Pero nos alejamos de nuestro propósito.
Es necesario, pues, si hoy que la civilización se quiere elevar a un tan alto grado, hoy que tanto se proclaman los derechos del hombre en sociedad, el establecimiento de un vasto sistema de instrucción, general, graduado, especial y profesional, que desenvuelva la llama activa de la inteligencia, y que sea la que asigne a cada hombre su lugar, en la masa común que se llama estado.
Por eso hemos repetido que la instrucción es la base de la felicidad de las naciones; pero que es necesario que se dé, bien y convenientemente, porque de otro modo vendría a producir más males que beneficios. ¿Y cuáles son las bases en que estriba esa buena instrucción? Tres, según nuestro modo de entender, de inmensas ramificaciones todas ellas.
Instrucción primaria y elemental generalizada a todas las clases, y dignamente considerada. Instrucción especial, teniendo en cuenta al establecerla, las disposiciones particulares de los puntos donde se fije, su clima, su situación, sus producciones, el carácter de sus habitantes y su actividad intelectual. Instrucción universitaria complementada y perfeccionada, atendiendo a la importancia de sus estudios.
La instrucción primaria y elemental, privilegio de unos pocos y no obligación de todos, solo lleva consigo males y víctimas: la instrucción primaria sin la debida consideración y dignidad, hace caer en descrédito la enseñanza.– Y si queremos convencernos de lo primero, fijémonos en un hecho harto repetido por desgracia en nuestros días, y que apunta con notable verdad el escritor citado. Apenas el hijo de un pobre labrador conoce los primeros rudimentos de la instrucción, ya cree que la ocupación de su padre es incompatible con su ciencia; la vanidad que dormía bajo su modesto traje de labriego, alza su poderosa voz en el corazón del joven y le hace abandonar su ocupación primitiva; y de buen labrador que hubiera podido ser, viene ilusionado por sus mismos parientes a quienes [3] hizo sentir su contagioso orgullo, a aumentar el número de seres degradados, porque Ícaros de la civilización, quisieron lanzarse al inmenso espacio de la ciencia con alas de cera: en tanto la tierra falta de brazos, abandonada de sus mismos hijos, recibe por abono, las lágrimas de los pocos que no la abandonaron, y para quienes llega un día en que a veces no se encuentra preparado asiento en el banquete de la vida.
Por eso la instrucción primaria y elemental no puede estar dada con desigualdad, y a esto equivaldría el dejarla a la voluntad de los asociados: por eso sería necesario que fuese una obligación general, a fin de que en un día dado, según la expresión de un publicista, el saber leer y escribir dejase de ser un privilegio social para convertirse su ignorancia en una incapacidad política.
Y sin esto los males económicos no tendrían término.
Y sin la instrucción por especialidades aumentaría su número.
Y la sociedad acabaría por destruirse.
La industria agrícola quedaría estacionaria: el número de los consumidores aumentaría, sin que aumentase el número de los objetos de consumo: lo mismo sucedería en la industria fabril: las primeras materias no aumentarían, sino que más bien disminuirían; y ésta vive por ellas: y tal estado de cosas nos daría por resultado multitud de seres desgraciados, proletarios sin trabajo, y el pauperismo, en fin, con todos sus horrores, que en progresión geométrica habría de ir aumentando cada año, hasta que, cáncer del Estado, acabara por corroerlo y extinguirlo.
Y no es el cuadro que os presentamos el animado bosquejo que traza en el lienzo la mano a quien dirige una imaginación ardiente; meditad un poco, y veréis que no le ha dado fuerte colorido la exageración, sino severo dibujo el raciocinio…
Pero con el medio, de que acabamos de ocuparnos no lo habríamos conseguido todo: era necesario además regularizar y mejorar los métodos; una de las causas que más se oponen al desarrollo de la primera instrucción, y que es la que haría que fuese bien dada, segunda cualidad que les hemos asignado. Y no es esto tan insignificante, no: sin buenos métodos que tengan por base el filosófico estudio del hombre y el progresivo desarrollo de sus facultades intelectuales, la enseñanza se hace enfadosa y de aquí una de las principales causas de su olvido o de su descrédito.
Y si tan importante es este punto, si de tan trascendentales consecuencias, ¿por qué esa falta de consideración, a los que instrumentos primeros y principales de la grande obra de la regeneración, solo obtienen por lo general hasta el menosprecio público? ¿Queréis saberlo? Pues estudiad la sociedad que nos rodea; esa anciana coqueta que se obstina en ocultar con modernos adornos del día las huellas de los años, sin querer por eso desprenderse del todo de sus añejas vestiduras. Vivimos en una sociedad en la cual todavía vemos cuando se pregunta por uno de los encargados del magisterio de la enseñanza primaria, encoger los labios con despreciativo ademán y responder: «es un dómine, un maestro de escuela.»
¡Insensatos! ¿Y sabéis lo que es ese a quien con tan poca consideración denomináis? Pues es el primer sacerdote del templo de la inteligencia humana; de ese magnífico santuario que recibe espíritus e ideas por ofrendas, cuyo altar es la humanidad, y en cuyo tabernáculo se encierra el espíritu de los espíritus, el ser del ser, la unidad eterna, Dios...
Ese hombre desgraciado, a quien pensáis honrar alargándole una mano con orgullosa familiaridad, es el que ha de formar la inteligencia de vuestros hijos, es el labrador de su difícil campo, el que arroja en él la semilla que debe irse desarrollando en su juventud, para dar sus frutos en la virilidad, y de quien depende por lo tanto no solo la felicidad de vuestros hijos, sino la de toda vuestra descendencia y de la sociedad que componéis…
Pero en vano es todo: la tradición, lucha brazo a brazo con la razón, y desgraciadamente como acontece con frecuencia en los combates de la materia y el espíritu, vence aquella como vencería siempre el gladiador al sabio.
Es necesario por lo tanto vigorizar a la razón humana para que se forme el criterio social: es necesario que a esa instrucción se dé toda la importancia que en sí tiene, contribuyendo con los medios indirectos, únicos que pueden destruir de raíz las envejecidas tradiciones al fin apetecido. Es necesario que se la dé toda la consideración a que es acreedora, empezando por dársela a los encargados de ella. Y los medios de hacerlo no son por cierto muy difíciles. Elevad ese magisterio a la misma consideración que las más distinguidas carreras del Estado, sea su dotación digna, y escrupulosa la elección de los que la ejerzan, haciendo que ocupe el rango que le corresponde, y que [4] desvirtuándose poco a poco la tradición, se obtenga la reforma.
No nos detendremos más sobre este punto porque hoy no entramos en pormenores: estamos solo trazando el bosquejo del cuadro que presentaremos en los próximos números, al ocuparnos de la enseñanza especial y universitaria. Después de presentada en conjunto la exposición de las ideas que nos proponemos desarrollar, iremos examinando la multitud de pensamientos que estos estudios nos sugieren.
J. de Dios de la Rada y Delgado.