Filosofía en español 
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José Moscardó

El poder educativo del Deporte

Pasaron ya los tiempos en que el Deporte era una ocupación de señoritos ociosos, para convertirse en una necesidad nacional, sentida de modo igual por todos los pueblos fuertes y jóvenes.

No es, en efecto, el deporte un medio arbitrario de gastar las energías producidas o acumuladas en la inactividad, sino el generador de dichas energías, educador de las en potencial que han de ser empleadas más tarde en las necesidades cada día mayores que la Patria siente y que su defensa en paz y en guerra exige. Por su poder extraordinariamente educativo, se ha convertido en la actualidad en arma de gobierno, que todos los pueblos esgrimen cuando piensan en la formación de sus juventudes, y ello es común a los pueblos grandes como a los pequeños, a los extensos como a los reducidos, a los de todas las morfologías, a todas las razas fuertes, a todos, en una palabra, los que quieren valerse por sí mismos para contar con un puesto en el concierto mundial, o quieren labrar y defender por sí su independencia.

Modelos de todos ellos, podemos contar con la simple recordación de los más recientes acontecimientos mundiales. Resalta la actividad, la difusión, la preparación deportiva de una Alemania o de una Italia cuya progresión en este orden, cuyo ascenso y cuya mejora deportiva ha seguido paso a paso el proceso y la regeneración como Potencia mundial hasta culminar en esa gran Alemania de hoy. Otro tanto puede decirse de Italia, cada vez más firme, más fuerte, más segura de sí, más grande, lo mismo en su potencialidad deportiva que en su poder militar, comercial o diplomático, exactamente a la inversa de Francia, cuyo nivel deportivo en todos los órdenes ha descendido de manera pareja a su descomposición interna. Y de la misma manera que aquellos cuatro mosqueteros (Lacoste, Cochet, Borotra y Brugnon) no han tenido sucesores que conservasen para Francia la Copa Davis que ellos supieron conquistar, de la misma manera que sus Geo André, Mourlon, Sera Martin, Ladoumegue, &c., y cuantos otros deportistas no fueron sucedidos y rebasados en cantidad y calidad, sino que en ellos se fue iniciando un ocaso deportivo de carácter general, asimismo se ha ido oscureciendo, falto de vitalidad, enclenque y amarillento, el poder moral y material de Francia.

Recordemos también el magnifico ejemplo que nos presentó la admirable Finlandia, ese pueblo de obreros y deportistas, con más gimnasios y campos de deportes que bares o tabernas y que supo extender su capacidad deportiva al más duro, al más sangriento, al más trágico de los deportes, pero también al más trascendental para la vida de los pueblos, para su ser o no ser: la guerra, haciendo sentir su pujanza, su resistencia y su vitalidad al potente ejército de la U. R. S. S., mil veces más numeroso, más dotado, más pertrechado y a pesar de la desproporción evidente de sus medios de combate.

Esto es evidente para quien haya meditado, siquiera sea someramente, en ello. El deporte, por su calidad, por su condición, tiene un poder educativo, un poder disciplinante, un poder higiénico, moral y materialmente hablando, que sería ciego o suicida negarlo o tan sólo despreciarlo. Es por este medio por el que se consigue que una sociedad que trabaja o estudia encamine sus pasos al campo de deportes, donde cultiva sus músculos, sus pulmones, su organismo en general, en lugar de encaminarse a lupanares. Es por este medio por el que una juventud se dirige los domingos a la sierra, cargada su espalda con un morral y sus hombros con un par de esquís, regresando henchida de oxígeno y de sol o después de luchar con la ventisca y con los elementos atmosféricos, sin rojeces de vino y de lujuria, groserías ni «chíbiris». Es por este medio por el que se ejercita una disciplina, una subordinación, el acatamiento a la autoridad de un arbitro, el sometimiento a unas reglas o leyes, la aceptación caballeresca de un revés, el ejercicio de una voluntad de vencer, la lucha noble, la resistencia a la fatiga, la tenacidad, la cohesión, el espíritu de lucha, la confianza en sí, en una palabra, todas esas virtudes morales que elevan al hombre y lo hacen más apto para cumplir sus fines, que no son sino laborar por la Patria, acercándose a Dios.

Y, sin embargo, cuando estas afirmaciones son axioma para tantos que no aspiran sino a verlas convertidas en hechos, en realidades, es lo cierto que aún quedan entre nosotros quienes las niegan, las entorpecen o, por lo menos, las olvidan, precisamente cuando su preparación, su labor o su fortuna les ha hecho alcanzar puestos desde los cuales podían y debían ejecutar y cumplir estos preceptos y esta misión, que se resume en aquel famoso lema olímpico: POR UNA JUVENTUD FUERTE Y SANA.

Y han de tener en cuenta los tales que este lema no preconiza solamente la fortaleza y la salud de cuerpo, sino de espíritu, de carácter, de costumbres, de moral de cuerpo y de alma, forma única de concebir la juventud que ha de imprimir el estilo y el modo a nuestro pueblo. Que no es admisible negar a esta juventud estos derechos que invoca con la fuerza de su razón, con la de sus aspiraciones legítimas y altruistas, con la fe puesta en hacerse fuertes y sanos para mejor servir a España y con más eficacia y alegría morir por ella, y que es precisamente por esta legitimidad de su aspiración por la que nosotros, los que por razón de nuestro empleo y cargo ejercemos funciones de mando y de dirección, por la que hemos de fomentar y facilitar la práctica de los deportes. La Patria y el Caudillo lo exigen, la juventud lo anhela y nosotros lo cumpliremos inexorablemente, y ¡ay del que quiera oponerse a esta formación de la juventud y a esta expansión de la Patria!

José Moscardó
Presidente del Comité Olímpico Español