Filosofía en español 
Filosofía en español


Fr. Justo Perez de Urbel

Las revistas infantiles y su poder educador

Solo el hecho de que se puedan encabezar estas páginas con un título semejante, basta para hacernos reflexionar sobre la vuelta que han dado las cosas desde hace algunos años. No se necesita ser muy perspicaz para descubrir que hasta ahora hemos tenido casi enteramente abandonada la cuestión delicadísima e importantísima que encierran las palabras de ese epígrafe. Y no solamente esa cuestión, sino todo lo que se refiere a la literatura infantil. En realidad, no tenemos literatura infantil, pues no se puede llamar tal a ese conjunto de cuentos traducidos del francés y el alemán, o esos otros que tal vez sean originales, pero cuyos autores no han tenido, al escribirlos, más que el pensamiento de vender muchos ejemplares y hacer mucho dinero.

Particularmente instructivo es el caso de la literatura periódica. Toda ella nació de la traducción o imitación servil de los periódicos y revistas extranjeros. Nada que oliese a español en ellos, nada original, nada nuestro; como si en España no hubiese ni vena artística, ni inspiración literaria, ni héroes, ni dibujantes, ni el menor motivo capaz de interesar a un niño. Recordemos únicamente los títulos de las revistas que hacían las delicias de la infancia española en los días que precedieron al Movimiento Salvador:

«Yumbo», «El Aventurero» y el más famoso de aquellos semanarios, el «Tebeo». Todo extranjero, francés, americano; traducciones, manipulaciones, copias farcituras de la «Opera mundi», de París, de Walt Disney y de todas las fábricas de chistes, historietas y relatos absurdos y extravagantes venidos del otro lado de los Pirineos o de allende el Atlántico. Los personajes, negros o americanos, como en la pantalla; los nombres, exóticos; la literatura, infame; las firmas, irreductibles a los labios de los niños españoles; los motivos, desmoralizadores o propios para extraviar el corazón o la imaginación infantiles: bandidos, convoyes, raptos, pieles rojas, trances policíacos y todo por el estilo.

Esta inmundicia debía barrerse por una reacción de espíritu nacional como la nuestra. Así se hizo. Pero ahora nos encontramos con el empeño de crear nuestras revistas infantiles. De fuera no puede venir nada o casi nada, y, aunque viniese, nos veríamos en la obligación de examinarlo y cribarlo escrupulosamente. La necesidad nos obliga a hacer algo nuevo; el deber nos exige que lo informemos y vivifiquemos con el espíritu de nuestro Movimiento.

El espíritu del Movimiento salvador de la España, que ha meditado sobre sí misma ante un millón de cadáveres y tiene el propósito decidido de renovarse, he aquí una fórmula que no debe perder nunca de vista cualquiera que intente formar a las generaciones nuevas, sea por la pluma, sea por la palabra, ora con la escuela, ora con la revista.

La revista infantil, ya que de ella tratamos aquí, no puede ya dejarse a la iniciativa individual, no puede ser un objeto de industria, un producto de explotación. Complemento de la escuela, debe también ella tener como finalidad primaria la formación, debe gozar de una situación oficial, que, al mismo tiempo, ha de ser una protección y una traba: una traba para impedir que jamás se desvíe de las normas fundamentales que han de llevarla a cumplir su misión; una protección que la ayude a extenderse por todas partes, a infiltrarse en todos los hogares, a llegar a todas las escuelas, a vivir prósperamente, poniéndose al alcance de los niños más pobres. Esta protección sería más necesaria en un régimen de libertad, pues una revista de este carácter nunca podría resistir la competencia de otra que no tuviese más finalidad que satisfacer el anhelo de aventuras grotescas e inverosímiles, tan despierto en el alma del niño.

La formación que se debe dar a la infancia a través de la revista puede ser completa: religiosa, moral, patriótica, científica, humana. Todo cabe dentro del marco de una revista infantil, con tal que se haga según un método auténticamente infantil, adaptado a la psicología y al alcance del niño. En sus páginas caben perfectamente secciones de dibujo y de física, lecciones de moral, nociones religiosas, elementos de geografía y astronomía, principios de lectura y ortografía, educación, historia, literatura y mecánica. Nada se debe excluir con tal de que se presente en la forma conveniente.

Portada
Portada de una revista infantil

dibujo
Dibujo humorístico de una revista infantil española

No hay que olvidar nunca la norma fundamental de Horacio: «Delectando pariterque docendo». Esto lo decía el poeta pensando en las personas mayores, pero debe seguirse con mayor razón tratándose de los niños. Una persona mayor puede formar el propósito de estudiar una cosa por el interés que encuentra en ella, porque le importa saber, porque le va a ser útil un conocimiento dado o porque de esa manera cumple un deber. En un niño, estos fines se encuentran difícilmente. El niño, generalmente, pedirá la revista porque se va a divertir un rato con ella. Lo que quiere, ante todo, son historietas, cuentos, relatos animados y llenos de dramatismo, acertijos, curiosidades, juegos de ingenio. El arte, porque un arte, y muy fino, es saber hablar a los niños, está en armonizar todas estas cosas con la misión sublime de la formación. Un cuento puede ir empapado de religión, el héroe de una historieta puede despertar sentimientos y sugerir ideas de moralidad, una curiosidad puede ser ciencia y un juego de ingenio puede enseñar mucho para la conducta y para la vida. Un niño aprenderá, buscará, leerá todas estas cosas, pero siempre que no vea un propósito deliberado de darle una lección desde lo alto de una cátedra. Es necesario que la misma lección se convierta para él en un juego donde se muevan las imágenes, donde todo tenga una realidad concreta, donde las mismas ideas sean visibles y palpables.

Por eso, en una revista de niños debe predominar siempre el dibujo, la fotografía, la figura. Cuando la revista caiga en sus manos, lo primero que hará será ojearla rápidamente para ver los santos. Después se detendrá en aquella página cuyas escenas le hallan parecido más movidas, más dramáticas, más brillantes. Un dibujo le animará a leer la letra que figura al pie o a los lados. Por eso, en una revista de niños no debe haber una sección, una sola página sin su dibujo correspondiente. La misma literatura tiene que ser pintura, descripción; pero si junto a ella puede ver la ilustración correspondiente, habréis asegurado el interés de vuestros lectores. No hagáis profundas reflexiones sobre la virtud de la generosidad; describid un hecho interesante en donde brille esa virtud; no escribáis largos períodos sobre las grandezas y bellezas admirables de España; presentad fotografías de sus paisajes más hermosos, reproducid sus más famosos monumentos, haced desfilar en una prosa amena y movida, profusamente ilustrada, sus héroes, sus sabios, sus políticos, sus santos, todos los que la hayan hecho grande y gloriosa, y habréis despertado en el niño el amor y la admiración, habréis conseguido que se sienta orgulloso de ser español. Todas las cosas pueden enseñarse en esta forma. En astronomía, dibujad los signos del Zodíaco o presentad a la vista la magnitud proporcionada de las estrellas; en religión, acudid a los símbolos tradicionales o imaginad representaciones nuevas que sean como clavos de oro para fijar en la mente las más altas verdades; en historia, echad mano de los retratos, de las estatuas y de los recuerdos plásticos; en ciencia, animad vuestras palabras con ejemplos de experiencias, hablad para los oídos y para los ojos a la vez; en moral, derramad los grandes principios en cuentos e historietas cuyos héroes sean los prototipos de la audacia, del valor, de la piedad, de la compasión, del amor a la patria, de los sentimientos nobles y generosos. Y a vueltas de todo esto, haz reír mucho, excita la curiosidad con peripecias llenas de vida y colorido, pon alma en la prosa y brillo en el color, derrama gracia y buen humor, prepara sorpresas, organiza concursos que sirvan de noble acicate a la emulación de los pequeños lectores, vive en comunicación continua con ellos por medio de la correspondencia o de las páginas de colaboración, toma interés por sus juegos, por sus deportes, por sus niñerías y hasta por sus gansadas, y habrás creado un órgano formidable de educación, con el cual podrás servir a tu Dios y a tu Patria, ser útil a tus conciudadanos y contribuir a moldear la generación que ha de hacer la historia del mañana. Si esa generación tuvo en la infancia como héroes a los bandoleros, a los piratas, a los asaltadores de convoyes, cuando llegue su hora será una generación frustrada o se entregará a las mañas indignas que llenaron sus primeros años; si se despertó a la vida, al ímpetu, a la hazaña, al honor del trabajo, recordando a los conquistadores de mundos, a los colonizadores insignes, a los sembradores de civilización y de luz, héroes gigantes, pero de carne y hueso, reales, nuestros, entonces esa generación tendrá, una fuerza, una riqueza interior, un hálito misterioso que la hará superior a todas las dificultades y a todos los peligros.

Pero así como sería una potencia beneficiosa, rectamente encauzada y dirigida, del mismo modo podrían traer perjuicios irremediables si se la descuida o se la deja en manos poco escrupulosas. El alma del niño es fácil a todas las impresiones; de ahí la eficacia que tiene sobre él cualquier forma de educación, lo mismo para el bien que para el mal. La persona mayor reacciona o puede reaccionar más fácilmente contra todo aquello que le presentan como verdad incontrovertible; el niño acepta sin vacilar lo que le dicen en letras de molde o desde lo alto de una cátedra. Un error o un mal ejemplo dirigidos a la infancia es una cosa criminal. Por eso decía Nuestro Señor que el que escandalizare a uno de los pequeñuelos le hubiera valido mejor ser colgado de una rueda de molino y arrojado al fondo del mar.

La consecuencia de todo esto es que si toda prensa debe estar, en un Estado bien ordenado, frenada y vigilada por la autoridad, esa vigilancia tendría que ser más estrecha con respecto a la prensa infantil. Es más, siendo la prensa infantil como un complemento de la enseñanza escolar, parece natural que su régimen esté sometido a unas normas semejantes. Lo que de ninguna manera puede hacerse es dejarla, como se ha hecho hasta hace poco en España, a la iniciativa particular, que es lo mismo que decir a la explotación económica y al envenenamiento moral de la infancia.

Fr. Justo Perez de Urbel