Filosofía en español 
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Crónicas

Evocando a Bergson

El pensamiento filosófico de Europa sufre en estos momentos la crisis que supone la pérdida de uno de sus más acusados valores. La muerte de Bergson representa en el ámbito de la filosofía contemporánea la terminación de un modo de pensar y de sentir, en el sector de esta disciplina científica, con una originalidad insospechada y difícilmente superable.

Henri Bergson había nacido en París el día 13 de octubre de 1859. En el Liceo Condorcet hizo sus estudios de segunda enseñanza. Allí obtuvo las más altas distinciones académicas. En la época donde debía decidirse su orientación profesional futura, Bergson, vaciló entre el camino de las ciencias y el de las artes. Decidióse, por fin, a opositar al ingreso en la Escuela Normal Superior en su Sección de Letras. Ingresó en el año 1878, y tres años más tarde obtuvo el título de Agregado de Filosofía. En el Liceo de Angers y en el de Clermont-Ferrand, profesó durante algunos años sus doctrinas. En la Universidad de esta ciudad pronunció sus primeras conferencias de carácter filosófico. Y en Clermont-Ferrand también compuso su tesis doctoral, titulada “Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia”.

En 1878 explicó filosofía en el Collège Rollin, de París, y más tarde en el Liceo Henri IV.

Dos años antes de ser nombrado profesor del más alto Instituto docente de su país, del Collège de France, Bergson explicaba en la Escuela Normal Superior de París. Desde esta fecha no dejó de profesar la filosofía. Lo más selecto de la intelectualidad francesa desfilaba por el Collège de France para escuchar sus lecciones.

La obra de Bergson fue de renovación total de lo que hasta entonces se tenía por tradicional concepto de la filosofía. “Esta –decía– se acerca más al arte que a la ciencia. La intuición es la base común de ambos conceptos. La filosofía es un género y las diferentes artes sus especies” (Interviú del “Paris Journal” del 11 de diciembre de 1910).

Las obras más importantes de Bergson son: “Materia y memoria” (Ensayo sobre la relación del cuerpo con el espíritu); “La evolución creadora”; “El esfuerzo intelectual” (Artículo publicado en la “Revue Philosophique”, enero 1902); “Introducción a la metafísica” (Artículo publicado en la “Revista de Metafísica y de Moral”, enero de 1903); “El paralogismo psico-fisiológico” (Comunicación al Congreso de Filosofía de Ginebra en 1904); “La intuición filosófica” (Comunicación al Congreso de Filosofía de Bolonia de 1911); “El alma y el cuerpo” (Conferencia dada en París en 1912).

En el año 1916 Henri Bergson visitó España. El día 1 de mayo pronunció en Madrid una breve conferencia. Esta iba dirigida a un grupo de estudiantes. Y el conferenciante dijo: “La filosofía, según yo la entiendo, exige que no se pierda nunca la disposición de espíritu en que estáis vosotros en la Universidad, que no se retroceda nunca ante el estudio de un nuevo objeto, y aun de una nueva ciencia. El filósofo, en mi concepto, ante todo, el hombre que está siempre dispuesto, cualquiera que sea su edad, a volver a ser estudiante”.

En nuestra Patria ha sido García Morente el principal difusor de las ideas del filósofo fallecido. En una serie de tres conferencias pronunciadas en el mes de abril del año 1916, el profesor García Morente supo diseccionar hasta en sus fibras más íntimas el nervio del pensamiento bergsoniano, haciendo de él una certera y luminosa exposición.

La filosofía de Bergson es una reacción contra el positivismo. Pero esta reacción ha seguido en la doctrina uno de estos dos caminos: O el objeto propio de la filosofía se ha concentrado en el conocimiento (lógica), en la moral (ética), en el arte (estética), o el objeto de la filosofía se ha encontrado en realidades que no son accesibles a los métodos positivos, como el alma (psicología), y, en general, el sentido y significación de la vida. La primera orientación es la típica del idealismo crítico. La segunda es concretamente la posición filosófica de Bergson. Para éste, hay realidades cuyo conocimiento no puede ser científico, sino exclusivamente filosófico. El alma, la vida interior del alma, no pueden analizarse sino al amparo del más rígido criterio filosófico. Una de las mayores originalidades de Bergson consiste en la demostración de que hay varias zonas de la realidad que son inabordables a los métodos positivos, es decir, donde no puede penetrar nunca la inteligencia discursiva.

El movimiento filosófico que caracteriza los finales del siglo XIX acusa una tendencia imprecisa y vacilante hacia la afirmación de que no todo pueda ser contable, medible y reducido a fórmulas. Hacía falta un auténtico metafísico que diese la batalla al positivismo. Y Bergson cargó sobre sus hombros la responsabilidad de no desfallecer en esta cruzada.

Los problemas que Bergson hizo objeto de una investigación detenida, fueron fundamentalmente el problema de la libertad, el de las relaciones entre el alma y el cuerpo y el de la vida. En el estudio de todos ellos preside un latente criterio de unidad. De los dos primeros, Bergson, llega al último mediante una evolución progresiva del pensamiento. La cuestión de la libertad, el más grande obstáculo que, según Kant, tenía la filosofía que franquear, requiere una psicología y engendra una metafísica. El primer libro de Bergson “Los datos inmediatos de la conciencia”, al plantear este problema en una forma original, tenía que presentarse como un bosquejo y al mismo tiempo como un atisbo de estas dos disciplinas. Los trabajos que siguieron a este primer libro, “Materia y memoria” y “La evolución creadora”, han sido el respectivo desarrollo de esa psicología y de esa metafísica. Este progresivo desarrollo, que es característico de los trabajos del filósofo francés, más que una señal de sistematismo es consecuencia de haber utilizado la intuición como unidad de su método filosófico. El primer libro de Bergson –ha dicho García Morente–, no es el plan abreviado de los posteriores; es el germen vivo de donde brotan nuevos gérmenes.

El pensamiento filosófico de Bergson será sin duda objeto de los juicios más contradictorios. Pero lo que nadie podrá negarle es haber representado el afán de una época que pretendía rebelarse contra la tiranía del positivismo. En el ocaso del siglo XIX, Bergson, es la llama viva que ilumina ese anhelo metafísico de espiritualidad.