Filosofía en español 
Filosofía en español


Pedro de Rocamora

Onésimo Redondo

Va a hacer casi cinco años. En un día de estos claros y ardientes de estío lo mataron –cuando más gozo y esperanza llevaba en su alma–, camino de Segovia. Tenía el gesto dulce de un niño. Y el carácter noble y la entereza de un varón fuerte. Pero unas balas cobardes lo esperaron en una encrucijada. Y allí quedó su cuerpo yerto, traspasado de flores de sangre, sobre el paisaje amarillo, que dibujaba un fondo de trigales castellanos. Y parecieron escritas para entonces aquellas palabras del poeta:

“No hay amapolas en Castilla
mejor que su herida abierta.”

Onésimo Redondo tenía entonces treinta y un años. Todo en él era promesa de frutos en sazón. Y cuando más cerca vio su hora de júbilo, se le quebró la vida, como un tallo en flor que se truncase por el azote del temporal.

Sus ideas

Le conocí en Madrid. En un rincón apartado de los ruidos de la ciudad. Allá en un piso alto que parecía –en cuerpo y alma– estar muy cerca del cielo.

La casa tenía una modesta capilla. Y yo recuerdo la figura de Onésimo reclinada ante aquel altarcito pobre, con la frente abatida, apoyada sobre las manos, y sintiendo cruzar por su imaginación todo el sombrío panorama de la tragedia que España entonces vivía.

Onésimo era fundamentalmente católico. El presagió la dura contienda universal de que iba a ser teatro Europa. Y la resumió con estas palabras: “Cristianismo contra comunismo. Civilización contra barbarie... Siempre la svástica, la cruz-hacha, símbolo de prehistoria, abrió los caminos de la cruz latina. Y donde se consagró la svástica como signo de pureza patriarcal, llenó luego la historia de la cruz de Cristo, penetrando en las entrañas de la familia y de la tierra, abriendo allí surcos de siglos... También aquí (en España) enarbolamos la cruz para redimir a un pueblo, explotado primero y engañado después, que desciende hasta perder la fe en todo, hasta entregarse a la desesperación y al crimen como ideal.”

Onésimo tenía fe en la juventud. Sabía que a ésta le estaba asignado el alto destino de alcanzar la unidad de todos los hombres de España.

“La unidad –dijo– es nuestro signo. Esta es la palabra que se nos deshace en la boca de gusto. Es la primera cosa en que debemos pensar, dormidos y despiertos: Restablecer la unidad de España...”

El tenía el espíritu puro de los claros varones de Castilla. Por eso, su voz se alzaba contra los egoístas que tenían el corazón de piedra y eran ciegos al espectáculo de pobreza y desolación de España.

“La inmoralidad continúa haciendo estragos –decía–, la paralización de la vida industrial es mayor que nunca, la agricultura no ha salido de su miseria, las escuelas públicas continúan sin Dios, los niños no conocen a España.” Y su lamento parecía una canción de angustia. Una canción de dolor humano, como aquélla que un poeta empezara con estas palabras:

Miré los muros de la Patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados.

Y Onésimo se impuso la tarea de reconstruir la raíz y el cimiento de nuestra historia profanada. Para devolverle su triunfo y su rango.

Historia de una vida

Pocas vidas, como la de este luchador incansable, tan llenas de ardor combativo y de emoción cristiana.

Era hijo de labradores castellanos, nacido en la ribera del Duero. Sus miradas de juventud se endurecen bajo el hiriente sol de Castilla. Hace sus estudios elementales en Valladolid. Milita en las filas de la Confederación de Estudiantes Católicos, en las que se manifiesta como trabajador infatigable. Y se doctora en leyes bajo el ámito de oro de la Universidad de Salamanca.

Le nacen alas al espíritu, y busca nuevo espacio donde extender sus ambiciones de cultura y de sabiduría. En Alemania pasa algunos años como lector de la Universidad de Manheim. La época de su estancia en tierra germánica no se borrará jamás de su mente. Descubre el fondo poético de aquellas organizaciones juveniles a que un día aludiera también José Antonio. Al final de la Dictadura, vuelve a España. A partir de junio de 1931, Onésimo trabaja con febril actividad. Entonces funda en Valladolid el semanario “Libertad”.

Al mes siguiente, organiza la “Junta Castellana de Actuación Hispánica”. Este grupo era el que, más tarde, unido con el de “La conquista del Estado”, que acaudillaba Ledesma Ramos, se integraría en un organismo hasta entonces desconocido: Las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista.

A partir de la fecha –romántica y heroica– del 10 de agosto, empieza a templarse, con más vigor que nunca, el espíritu de Onésimo Redondo en la adversidad de la persecución. Por temor a injustificadas represalias marxistas, se interna en Portugal. En su vuelta a España –año 1933–, se une con José Antonio, aceptando la misión de despertar en la juventud vibraciones de sacrificio y generosidad, que, bajo la influencia marxista corrían el riesgo de esterilizarse en la nada. Desde entonces, la voz de Onésimo es un alerta gritado a todos los aires y repetido por todas las regiones.

No se ha hecho la luz para esconderse debajo del celemín, y las luminosas palabras del esforzado luchador de Castilla repercuten en las plazas de las más recogidas aldeas, y se repiten fervorosamente por labios de labriegos, en los dulces descansos abiertos en lo duro de la tarea campesina.

Se combaten los viejos tópicos parlamentarios. La juventud se forma en un ambiente de fuertes realidades, escarmentada ya de huecas palabrerías parlamentarias. Y en el mes de julio de 1936, Onésimo Redondo es libertado de la cárcel de Ávila, donde la cobardía y maldad gubernamentales le habían recluido. Desde aquel momento, todo parecía sonreírle.

Y un día, cuando sus camaradas le esperaban, allá en las cumbres del Alto del León, en la primera trinchera de nuestra reconquista, al pasar por un pueblecito de Segovia como si saliese de un recodo del camino, la muerte se enfrentó con él cara a cara. Y le mataron, como al caballero de Olmedo, en una hora aciaga de verano. A él, que también era gala y decoro de la tierra.

Pedro de Rocamora