Crónicas
La Falange contra el comunismo
Hace exactamente cinco años, España había roto el fuego. Un espíritu asiático de destrucción y de barbarie conmovía hasta las más hondas raíces de la Patria. España caminaba, sin salvación, hacia su ruina. Y cuando parecía irremediable la crisis de su destino histórico, Franco supo proclamar, en un rincón de nuestro suelo, las consignas de reconquista espiritual y material de la Patria. La guerra de España tuvo así todo el valor de un símbolo. Representaba la lucha de dos concepciones distintas y antagónicas del mundo y de la vida. Se repetía la contienda bíblica de la luz y de las tinieblas. No era el triunfo de un concepto político lo que, a vida o muerte se ventilaba, sobre la geografía de la Península. La existencia de España –en toda la dramática dimensión de su significado histórico– era el problema único que se debatía en el diálogo solemne y decisivo de la metralla y de las bayonetas.
Europa se ha planteado ahora el mismo problema de su salvación, frente a fuerzas idénticas a las que España combatió un día, sin tasa de heroísmo. El comunismo ruso vuelve así, otra vez, a recuperar su odioso papel de factor de destrucción, sobre los grandes principios inmutables y universales de la Cristiandad. Pero la civilización europea no se resigna a morir bajo la garra de Moscú.
En este supremo trance –decisivo para la trayectoria de la Europa futura–, España se siente convocada otra vez, en el gran escenario de la guerra contra el comunismo. Y la Falange –que sabe valorar la muerte como un sencillo acto de servicio– se moviliza voluntariamente, para concurrir a un puesto de honor y de vanguardia en la gran cruzada de la civilización europea. Se ha planteado ya el “frente asiático, torvo y amenazador”, de que hablara José Antonio. Ante él surgió –hace ya cinco años– el “frente nacional de la generación nuestra en línea de combate”.
Ya en noviembre de 1935, el Fundador de la Falange había previsto esta contienda. “Concluye –dijo– una edad que fue de plenitud, y se anuncia una futura Edad Media, una nueva edad ascensional. Pero, entre las edades clásicas y las edades medias, ha sabido interponerse, y éste es el signo de Moscú, una catástrofe, una invasión de los bárbaros”.
Y contra esta invasión –calculada, cierta e inminente–, Alemania ha levantado la barrera infranqueable de sus ejércitos. Al lado de ellos, combatirán, desde ahora, los voluntarios de la Falange. Porque en la hora trágica de la época en que vivimos, nuestra generación no sólo acepta, sino que recaba ardientemente para sí, la responsabilidad del desenlace. Una vez más se han cumplido, así, las palabras de José Antonio. Y, por obra admirable de nuestro Caudillo, “la fe en un destino nacional colectivo y la voluntad resuelta de resurgimiento”, es ya, entre nosotros, una espléndida y gloriosa realidad.