Rafael Narbona
Ramiro Ledesma
Ramiro Ledesma es el precursor del Movimiento; el grito juvenil de la España eterna que se resiste a morir; la clara visión del futuro; la confianza en el porvenir; la fe en la desorientada juventud a la que sabe que ha de llegar, inexorablemente, su hora decisiva, en la que hallará de nuevo el camino de su grandeza; y es, también, la voz profética, que, adelantándose a su época, lanza el alerta de la catástrofe que se avecina, y hacia la que España se dirige con esa alegre inconsciencia, de la que ha dado tantas pruebas a través de su historia.
Ledesma Ramos poseía una inteligencia vigorosa, una sólida formación política y una madurez casi intuitiva, ya que esa serenidad, desde cuyo plano supo enjuiciar la realidad española, apenas tuvo tiempo de sazonar, porque los instantes dramáticos que España vivía, no se prestaban a meditar serenamente, sino a obrar con rapidez y energía, afrontando con decisión la trágica disyuntiva de nuestro momento histórico y aceptando, de antemano, con la entereza que requerían los acontecimientos, la tremenda responsabilidad de su destino.
España, empujada por la fatalidad de un largo proceso ideológico e impulsada por fuerzas ocultas de dentro y de más allá de las fronteras, abandonaba su tradición, en quiebra desde siglos antes, y se lanzaba a lo desconocido, para caer en el plano inclinado de los derroteros demagógicos.
En aquel momento caótico, lleno de incógnitas y de encendidas pasiones, era verdaderamente difícil conservar la serenidad para juzgar los acontecimientos; y he aquí que Ramiro Ledesma, en plena juventud –veinticinco años–, arroja el lastre de posibles influencias espirituales y, sobreponiéndose al ambiente intelectual que le rodeaba, lanza su primer manifiesto, henchido de hondo sentido nacional –antes de que el trono secular de España se derrumbara–, previendo los acontecimientos que se aproximaban y la trágica convulsión que iba a producirse.
«Nadie podrá eludir la afirmación de que España –escribía en su famoso manifiesto– atraviesa hoy una crisis política, social y económica, tan honda, que reclama ser afrontada y resuelta con el máximo coraje. Ni pesimismos ni fugas desertoras deben tolerarse ante ellas. Todo español que no consiga situarse, con la debida grandeza, ante los hechos que se avecinan, está obligado a desalojar las primeras líneas y permitir que las ocupen falanges animosas y firmes.»
Pero su voz y su gesto viril, apenas hallan resonancias; a fuerza de no pensar en nuestra Patria, diríase que la mayor parte de los españoles se han olvidado de ella; y las palabras angustiosas del fundador de las J. O. N. S., caen en el vacío. Es inútil que Ramiro Ledesma propugne, como Menéndez y Pelayo, la recuperación de la personalidad española, la vuelta a nuestro propio ser. “España –escribía el caudillo jonsista– vive, desde hace casi tres siglos, en perpetua fuga de sí misma”; pero el valor de su afirmación, cuando todavía la República no ha asestado a la Nación su golpe mortal, no adquirirá relieve hasta después, una vez que los hechos hayan venido a darle la razón.
Su voz, de momento, sólo encuentra el eco de una minoría; pero Ledesma Ramos no ignoraba que la semilla subversiva había fecundado en las Universidades y Centros de Enseñanza; que de las Cátedras partieron los primeros ataques de la revolución, y que toda una juventud, sobre la que pesaba el bagaje de la política desastrosa del siglo XIX, llena de ignominia y de baldón para nuestra historia, permanecía indecisa, desorientada, envenenada por una ideología deslumbradora y falaz, en la que el mito de la igualdad y de la redención humana, era el espejismo que servía de bandera a la rebelión.
A esta influencia se sumaban otras causas más hondas, con lejanía de siglos; pero la verdadera tragedia, radicaba en la ausencia absoluta de la idea nacional. Este concepto estaba desarraigado, aletargado en la conciencia de los españoles; y a conseguir que calase hondo en el espíritu nacional, dedica Ledesma sus esfuerzos, sus energías y su talento. No deja de ser sorprendente la serenidad crítica con que juzga la política de su tiempo.
Ledesma emprende su lucha en el momento mismo en que se produce la terrible encrucijada histórica de nuestro siglo. “La pugna estéril” de la centuria anterior, entre la España tradicional y el liberalismo, ha hecho que las nuevas generaciones, con las que el creador de las Juntas de Ofensiva va a enfrentare, carezcan de animosidad y de fe. Es una generación escéptica, cansada, sin afanes ni creencias, que asiste al drama de la disolución nacional, impasible, como si los destinos de la Patria le fueran ajenos. Esa es la tragedia y la grandeza de Ramiro Ledesma; porque, al propio tiempo que siente la angustia y el horror de ver cómo la juventud permanece insensible, llena de reservas, sin poner en la lucha toda la decisión y el ímpetu necesarios para evitar la catástrofe, él se lanza al combate solo, convencido de la eficacia de su gesto.
Cuando, entre aquella vocinglería democrática, la juventud mira al exterior, deslumbrada, y se dispone a recibir, con gozosa inconsciencia, los aires revolucionarios que soplan por Europa, de Oriente a Occidente, Ledesma –que opina que hay que dar la batalla al marxismo, superándolo– vuelve sus ojos hacia nuestro pasado, “buscando, frente a las ausencias inmediatas, las presencias lejanas, rotundas y luminosas, del gran siglo imperial, y también de los años mismos en que aparecieron, por vez primera, nuestros haces, nuestras flechas enlazadas: la unidad nacional, la realidad histórica de España, los signos creadores y geniales de Isabel y de Fernando”. Símbolos de unidad y de grandeza que Ramiro Ledesma incorpora a su emblema.
El fundador de las J. O. N. S. no busca opiniones ni votos, ni es partidario de hacer frases, sino de la acción directa y combativa.
El 3 de octubre de 1931, ante los primeros desastres políticos con que la República inicia su gobierno, Ledesma Ramos crea en Madrid las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, como fuerzas “de choque contra la avalancha enemiga”. Es imprescindible enfrentarse abiertamente con “la momia liberal, que pretende arrancar de los designios de España los afanes de grandeza”. Y, frente a los elementos disolventes de la revolución, Ramiro Ledesma opone “el poder del Estado contra la anarquía; la afirmación de los valores hispánicos”: la unidad nacional, frente a toda autonomía separatista; el fortalecimiento del Estado y del Ejército, y “el sentido ecuménico y católico de nuestra raza”.
En aquella época de fiebre marxista, el movimiento ofensivo de las J. O. N. S., puede decirse que cayó en el vacío, ya que en 1932 apenas contaba con veinticinco afiliados; pero sus componentes, henchidos de esperanza, emprenden una lucha desigual y terrible, semejante, por su audacia y su fe, al episodio bíblico de David aceptando el reto del enemigo, ante la cobardía colectiva de su pueblo.
En mayo de 1933, Ramiro Ledesma saca a la luz su revista “J. O. N. S.”, de orientación y de combate. Se emprende una intensa propaganda en las Universidades, y se entabla una verdadera ofensiva contra las fuerzas demagógicas; ante el auge que adquieren rápidamente las J. O. N. S., el Gobierno republicano fija en aquellas falanges de intelectuales y obreros su atención, y se apresta a combatirlas denodadamente; se encarcela a sus jefes, se clausuran sus locales, se suspende su órgano de lucha; pero la persecución de una doctrina, cuando la mueven altos ideales, sólo contribuye a crear adeptos a su causa.
Pronto, el movimiento jonsista se propaga a Valladolid, a Barcelona, Bilbao, Zaragoza, Valencia, Galicia, y, al finalizar el año 33, Ledesma Ramos puede efectuar un balance satisfactorio, declarando que “las J. O. N. S. habían desarrollado, en toda España, una labor de presencia entre las juventudes, que colocaba a la organización en el plano de los mejores augurios para el porvenir”.
La actitud del precursor no se circunscribe al interior, sino que abarca las perspectivas exteriores y señala, con precisión, a los verdaderos responsables de nuestra decadencia, “empeñados en nuestra pobreza y debilidad”, atizando, para conseguirla, constantemente, la discordia interior, “con la esperanza de que no nos levantáramos jamás”.
España tiene que recabar, nuevamente, su verdadera soberanía, afirma Ledesma, sin mediatizaciones que detengan nuestro impulso; y previendo el futuro, marca a la juventud las rutas de nuestro Imperio y de nuestras reivindicaciones.
En 1935, cuando la tragedia española se vislumbraba cercana, presintiendo la magnitud de su lucha, se dirige a las juventudes de España en un tono decisivo:
«La situación de la Patria es concluyente. A toda velocidad se acerca el momento histórico en que le toque decidir bajo qué signo se operarán las transformaciones. Hay ya quien maneja los aldabonazos con cierta energía. Pues bien; nosotros, levantando la voz lo más que nos sea posible y rodeándola del máximun de emoción, decimos a las juventudes actuales de la Patria:
La subversión histórica que se avecina, debe ser realizada, ejecutada y nutrida por vosotros. Disputando metro a metro, a otros rivales, el designio de la revolución nacional.»
Y, llegado el momento, Ramiro Ledesma sella su doctrina con su sangre generosa, en plena juventud, cuando su inteligencia clara y luminosa hubiera dado, tal vez, sus mejores frutos.
Situado serenamente frente a la avalancha revolucionaria, su vida, llena de dinamismo, de fervor y de angustia, culmina en la tragedia de su alto destino histórico: el de encauzador de España.
Fue, a la vez, impulso, acción, voluntad creadora, capacidad fecunda, capitán precursor de la Cruzada, en cuya insignia borda el yugo y las flechas imperiales de Isabel y Fernando, como símbolo de resurrección patria.
Él es, realmente, el verdadero iniciador del Movimiento; el que tensa el arco para dar la batalla al enemigo común, y dispara sus flechas en haz, hacia el futuro próximo de nuestra grandeza.