Cayetano Alcázar
Carlos V y América. Universalidad e Imperio
La idea y concepto del “IMPERIO” ha producido una extensa y moderna bibliografía, que refleja, a través de las diferentes nacionalidades de los diversos autores que se han ocupado del tema los más opuestos caracteres. Sin embargo, se observa la preocupación de tipo que pudiéramos llamar europeo; la concepción del sentido imperial por sus antecedentes y su pasado histórico. Evocación desde Alejandro Magno a la Historia de Roma; desde el mundo medieval a las ideas políticas del Renacimiento; influencias germánicas y españolas. El tema es demasiado amplio para ser tratado, ni siquiera comentado en un artículo de revista. Queremos señalar un aspecto menos conocido en la concepción imperial de Carlos V, y es su relación con América. La influencia de los descubrimientos de las nuevas tierras en la psicología y en la idea imperial. La necesidad de incorporar los valores de sensibilidad y de cultura, que despertaron en la España del Emperador, las acciones heroicas y extraordinarias de los conquistadores a la idea europea del Imperio. De la suma de ambos conceptos –el europeo y el americano– puede surgir una aproximada idea del significado imperial de aquella centuria, tan plena de hazañas increíbles y de realidades insuperables.
A primeros del mes de marzo de 1518, Carlos V recibió un memorial de Magallanes, memorial que tendría incalculables consecuencias en la Historia Universal. Fijémonos en la fecha en relación con la Historia de España. Es a comienzos del reinado, cuando Carlos V tiene dieciocho años, y apenas lleva unos meses de gobierno en territorio español. Y sin duda alguna en su infancia y en su educación, escucharía muchas veces el relato de las empresas iniciadas en 1492; sus maestros españoles no olvidarían, como un bello cuento –que era realidad–, el milagro de las conquistas y descubrimientos realizados durante el reinado de sus abuelos los Reyes Católicos. En ese ambiente, Carlos V, en Valladolid, el 22 de marzo de 1518, aceptó la “capitulación y asiento” de Magallanes para su navegación en busca de las islas de las Especias. Era la continuación de la política gloriosa de sus antepasados, y también la realización del plan de los cosmógrafos, que pensaban que era posible llegar, por el camino del Oeste, a las islas tan famosas como misteriosas. Magallanes pensaba llegar a las islas Molucas por la ruta opuesta a la que tradicionalmente se seguía por África y El Cabo; si llegaba a realizarse su proyecto atrevido y heroico, se llegaría –bajo el gobierno del Emperador– a realizar una de las hazañas más portentosas de todos los siglos, la empresa más universal de su reinado; la vuelta al mundo. No hemos de detallar la expedición de Magallanes, tan dramática y desventurada; únicamente nos interesa observar la colaboración española en la magnífica aportación que significan los nuevos descubrimientos para la idea y la realidad del Imperio de Carlos V. Desde el 10 de agosto de 1519 en que la flota salió de Sevilla, hasta el 8 de septiembre de 1522, en que regresó la “Victoria” con los supervivientes mandados por su capitán Sebastián Elcano, la colaboración española en la obra del Imperio dejó imborrable recuerdo. La fecha es memorable, 1522.
Carlos V ha regresado a España, ya obtenida la corona imperial, y sigue con todo interés cuanto se refiere a los descubrimientos y mundos visitados por Elcano y sus compañeros, que son recibidos en la Corte. A Elcano se le concede una pensión anual de 500 ducados y una cota de armas, y Carlos V escribe una carta a su tía Margarita relatándole –31 de octubre de 1522,– la impresión que en su imperial ánimo había producido la llegada de los expedicionarios; y el Emperador sabe valorar perfectamente cuanto significa el éxito obtenido para su imperio, no sólo por el “Primus Me Circumdedisti”, sino también por todo un nuevo mundo, mundo de posibilidades económicas, que se le ofrecían con aquellas especias, tan codiciadas, que le habían traído de las Molucas y cuyo valor superaba a los gastos de la expedición.
La resonancia del viaje fue universal, como el Imperio de Carlos V. Por todas partes se publican relatos de las empresas de los españoles que, necesariamente, se asocian al nuevo poderío que en Europa significaba el Emperador. Al lado de las fuerzas europeas, surgen potentes, estas nuevas fuerzas de América y de los descubrimientos y conquistas. El tradicional Sacro Romano Imperio, la vieja divisa de los Habsburgos “Austriae est imperari orbi universo”, las antiguas ideas de dominio europeo van a encontrarse superadas gracias al esfuerzo de los españoles, y un Nuevo Mundo de posibilidades morales y materiales, de oro, de especias, de inquietudes y de problemas, van a incorporarse a la Historia Universal. La importancia de este año de 1522 en la vida de Carlos V, es extraordinaria; año decisivo y crítico. La tradición de Habsburgo se enlaza con la realización de los hechos memorables de los españoles.
Y eran los mismos españoles, que poco antes habían promovi4o la terrible guerra civil de las Comunidades, y había llegado, en Tordesillas, a apoderarse de su madre, la reina doña Juana. España se pacificaba y ofrecía el espectáculo de liquidar su guerra civil, con sus violencias y dolores, dedicando todas sus energías y sus fuerzas inagotables –el eterno gran milagro de España–, a una empresa superior y magnífica, que unía a los españoles y los enlazaba en la gloria del Emperador. La dispersión española se salvaba en gloriosa unidad, envuelta en todo un sentido cristiano y de reconquistar almas para la fe de Cristo, al mismo tiempo que Alemania ofrecía el cuadro amenazador de la rebeldía de Lutero. La cohesión del Imperio pasaba de Alemania a España, y ese mismo año de 1522, Hernán Cortés escribe a Carlos V, comunicándole la pacificación de Méjico, y le ofrece, al lado del Imperio de “Alemaña”, el de este otro mundo, el descubierto por Cortés y sus españoles. ¡Magnífica intuición de Hernán Cortés, que adivinaba todo el significado de la empresa imperial española en tierras americanas!
A los grandes descubrimientos de Magallanes y de Cortés, hay que sumar los de Pizarro y los colonizadores, que, durante el reinado de Carlos V, de modo incesante, laboraron por la gloria del Emperador. Al abdicar Carlos en Felipe II, el Imperio de América superaba en extensión y en unidad al Imperio de Europa. Ambos Imperios se compenetraban: España, por sus virreinatos, leyes y administración, llevaba a América los valores espirituales de Europa, y sobre todo, los religiosos, por medio de sus misioneros. Los españoles luchaban en tierras de América y en los campos de Europa por la gloria del Emperador; campañas de Italia o de Alemania; conquistas de Méjico o del Perú; soldados de Nueva España o de Nueva Castilla; victorias de Pavía o de Mühlberg. El ideal era el mismo; la empresa, idéntica; españoles todos, asociados a la gloria del Emperador. Universalidad e Imperio. Conciencia de un pasado histórico, que continuaba sus tradiciones y sus glorias. Y sobre todo, solidaridad de los españoles de Europa con los españoles de América; ambos defendían una misma causa y se cubrían bajo los pliegues de idéntica bandera. España vencía, por su fuerza extraordinaria, frente a las tradiciones de Borgoña y de los Habsburgo. El Imperio de América se enlazaba y vivía íntimamente con España, mientras las fuerzas de dispersión quebrantaban la unidad del Imperio europeo.
Carlos V supo consolidar la herencia de los Reyes Católicos en América. Su organización perduró durante tres siglos. Las vicisitudes del Imperio español se unieron a los destinos de América; se fundieron en sus alegrías y en sus dolores. En la gloriosa centuria de Carlos V –esfuerzo, heroísmo, catolicidad–, América sintetizó lo más puro y noble del impulso español.
Cayetano Alcázar