Filosofía en español 
Filosofía en español


Antonio Tovar

Preocupaciones sobre la enseñanza universitaria de la filología clásica

La labor filológica sólo puede realizarse como obra de grupo. Ni los más grandes cultivadores de la filología clásica pueden ser considerados como astros aislados que pasaron fugazmente.

Quizá nunca desde la desintegración de España en el siglo XVII, ha apuntado una tendencia a la formación de un grupo como ahora. La Universidad decayó a principios del siglo XVII, y nada ha podido en este sentido sustituirla. Ni las Academias del XVIII, ni las imitaciones europeas del XIX, pudieron reanimar nuestros estudios, prematuramente interrumpidos. Y precisamente sobre la Universidad puede organizarse de nuevo un grupo que rehaga su continuidad.

Salamanca es, sin duda, uno de los centros más indicados para que un grupo filológico desarrolle su actividad. De momento, no puede pensarse en España en que cada cátedra universitaria de estudios clásicos tenga un Seminario y Biblioteca completos. Por otra parte, la organización de las Facultades de Filosofía y Letras que en provincias dedican su actividad a la Historia y orientan a los alumnos en este sentido, no permitiría la formación de filólogos. Descartada también la Facultad de Granada, que, por situación y tradición se dedica a los estudios árabes, quedan Madrid, Barcelona y Salamanca para los nuestros.

En Madrid, la existencia del Instituto Nebrija, con su Biblioteca, su revista y publicaciones, impone la continuación de estos estudios y su continuo acercamiento a la Universidad. La misma organización centralista de nuestra enseñanza y el privilegio de Madrid para conceder el grado de Doctor, exigen que el centro de nuestros estudios sea en Madrid donde se mantenga. Por eso, las publicaciones del Instituto Nebrija son las que deben tener el carácter de centrales, de instrumentos de unión, donde converjan los esfuerzos para levantar en España nuestros estudios. Pero en este orden, a Barcelona y Salamanca les corresponde su papel. Barcelona, porque en los últimos lustros había desarrollado un gran esfuerzo, que no por mal encaminado, por equivocado en el orden político y por ligero en el científico, ha dejado de significar una ambición respetable. La colección Bernat Metge ha sido el índice de una actividad que, aunque no demasiado profunda, sino más bien dependiente de trabajos extranjeros, concretamente de la Colección Guillaume Budé, ha acostumbrado, en cierta medida, al público y al comercio de libros, a la presencia de los clásicos griegos y latinos. No creo yo viable una colección bilingüe como la Bernat Metge, no ya en catalán, sino en español mismo. Contra la misma modelo francesa, la Colección Budé, tengo reparos muy serios que hacer. Una colección bilingüe acostumbra a mirar la lectura de los clásicos con demasiada ligereza. La comodidad de la traducción al lado, les quita a los clásicos esa dificultad, que, a veces, es su mayor encanto, y que siempre es lo que exige el estudio de otros textos, que puedan explicar el punto difícil y la ampliación de conocimientos filológicos. La traducción al lado quita a los descubrimientos sus encantos, sin contar con que la inercia puede llevar al lector por el camino más fácil, que casi nunca puede ser lo bastante fiel, porque el texto griego o latino más sencillo, traducido, pierde siempre lo que le hace problema, es decir, cosa interesante.

Pero las publicaciones de Bernat Metge han creado, por reducido que sea, un ambiente, y lo que es más, unos instrumentos de trabajo y un material editorial cuya inutilidad sería desdoro de nuestra ciencia y de nuestro régimen consentir. La insuficiencia editorial que encontramos en Madrid y que nos hace tan difícil continuar nuestras publicaciones, podrá compensarse utilizando los medios que nos ofrece Barcelona.

Sería, además, poco conveniente que estos elementos materiales que existen en Barcelona, abandonados a sí mismos, fueran puestos en movimiento por iniciativas incompletas y parciales, que dividieran lo que debe ser un esfuerzo único para el resurgimiento español de los estudios clásicos.

Por lo que hace a Salamanca, no podemos menos de lamentar que la marcha política de España durante tres siglos la haya impedido mantener una tradición que la hubiera hecho equivalente a Oxford. Sin embargo, la Facultad de Filosofía y Letras posee una Biblioteca que puede ser una buena base de trabajo. Los inapreciables fondos antiguos, los manuscritos, que, aunque no muchos en número, pueden bastar a los alumnos en el estudio de la paleografía y la crítica textual, puede convertir a Salamanca, junto a Madrid y Barcelona, en nuestro tercer centro de estudios clásicos.

Ahora bien, considero vital para la organización de éstos, que se mantenga la más estricta unidad y espíritu de colaboración. Incluso razones económicas nos obligan a ello, y las mismas compras de libros, hoy tan difíciles, deberán hacerse de acuerdo, para evitar repeticiones innecesarias.

Salamanca, por ello, habrá de trabajar en la más estrecha relación con Madrid. Los trabajos que salgan de aquella Universidad, será alrededor de Madrid, donde se centren y en las colecciones de Madrid donde se publiquen. Es verdad que ello privará, de momento, a aquella Biblioteca de las ventajas de intercambio; pero todavía no está en España el trabajo organizado de tal forma que podamos pensar en publicaciones nuevas.

La organización en Salamanca de un Seminario de Filología clásica tendrá la ventaja no sólo de darle a aquella Universidad algo de lo que, por tradición, le corresponde, sino de crear un núcleo que pueda servir a Madrid para suministrarle colaboradores. A Salamanca, por otra parte, es a la Universidad a que corresponde una cátedra de Latín, orientada hacia los estudios clásicos, que han tenido allí representantes como León de Castro, el Brocense y antes Nebrija y el Pinciano. Si hay un sitio donde la idea grecolatina y puramente clásica de una cátedra tenga su sede apropiada, es precisamente la Universidad de Salamanca. Sus propios Archivos y su Biblioteca son más bien propios para continuar la labor de aquellos sabios que para descubrir códices medievales y estudiar siglos que pueden entregarnos aún secretos nuevos, pero que lo humanistas salmantinos hubieran –injustamente– llamado “bárbaros”.

Así entendida la relación entre Salamanca y Madrid, la existencia de un sentido nacional, central, en la enseñanza, no elimina centros vivos en las Universidades de provincias, centros de gran interés para nuestra enseñanza y para la cultura nacional. La existencia de estos centros provinciales puede compensar la excesiva atracción que ejerce Madrid y favoreciendo la existencia de Bibliotecas que sean suficientes para el trabajo y la investigación científica, asentará establemente al profesorado en Universidades provincianas dignas de mejor suerte.

Por lo demás, es evidente que Emérita es la única revista de filología clásica que pueden editar las Universidades españolas. Se dirá que es algo heterogénea y que la filología propiamente dicha, la lingüística y las noticias críticas de libros, se mezclan, sin distinción ninguna. Incluso, a veces, ha recogido Emérita inscripciones y temas casi arqueológicos; pero no ha llegado el momento de especializarla. Para los españoles, tiene que ser juntamente Glotta y Hermes, y a la vez, Gnomon, reuniendo cosas que en otros países se separan. Nuestros mismos docentes han de ser menos especialistas que en otros países, ya que no podemos permitirnos el lujo de especializar a un profesor para una sola cosa, y más si tiene que marchar a desarrollar su actividad a una Universidad de provincias. Quizá esto tenga la ventaja de sacar a la filología de la especialización excesiva, que, por excesivo afán de perfección, impide la realización de grandes obras. Piénsese, por ejemplo, en la desesperante lentitud con que van apareciendo las Moralia de Plutarco, en la colección Teubner. Los nuevos métodos de crítica textual no se pueden aplicar con rigor, sino a obras de corta extensión. No hay ahora en el mundo, editor capaz de atreverse a la edición completa de Cicerón, por ejemplo. Los grandes corpus textuales tenemos que manejarlos en ediciones antiguas o resignarnos a irlos recibiendo en fascículos, que no llegan a completarse nunca. No es que esto sea una crítica negativa; el rendimiento de esta lenta meticulosidad es superior al del apresurado siglo XIX; pero no ha llegado la filología en España a poder permitirse el lujo de trabajar con esta lentitud.

Emérita, con su misma falta de especialización, representa muy bien la situación de nuestra filología. Sólo más adelante, después de unos años de actividad, cabrá pensar en alguna división.

Por ejemplo, separando de la revista la parte crítica y de vida diaria de nuestros estudios. A la manera como en Italia se reparten la Rivista di filología e di istruzione classica y el Bollettino, la actividad, podrá la parte crítica llegarse a separar de Emérita y constituir un pequeño boletín, de mayor frecuencia, que llevase a los centros de enseñanza española, con mayor vivacidad, noticias de nuestros estudios, y que fuese un órgano eficaz de mejora de la enseñanza y de modernización de la misma. Emérita, descargada de esta parte ligera, y de lectura momentánea, dedicaría sus dos fascículos anuales completos, a publicar trabajos de investigación, e incluso podría llegar a desdoblarse en una revista de lingüística indoeuropea y otra de filología e historia clásica.

Pero todo esto, que podría proporcionar, en el futuro, cada uno de los tres centros de Madrid, Salamanca y Barcelona, una publicación que sirviese de índice de actividad y de instrumento de intercambio, había de fundarse en la más estrecha colaboración e intercambio, ya que lo más inútil de todo sería que terminaran por aparecer, simultáneamente, dos o tres revistas concurrentes, con el mismo terreno mezclado y sin la debida separación.

Sin embargo, en unos cuantos años, no puede hablarse de esta separación, y, de momento, la colaboración entre los tres centros en que habrá de organizarse el estudio universitario de la filología clásica, habrá de ser exclusivamente alrededor de Emérita, en la que la primera tarea, después de mantenerla en vida, es publicar los tomos que no salieron por causa de la guerra, pero que se cuentan en la numeración de tomos corrientes.

Alrededor de Emérita habrán de agruparse distintos grupos de trabajos. En primer lugar, la colección de clásicos, ya iniciada. Después, los manuales, iniciados también y que pueden servir también para cubrir las faltas más urgentes en nuestra enseñanza universitaria. Otra misión de Emérita será la de publicar textos y documentos para la historia de nuestro humanismo, sección para la que hay anunciadas valiosas colaboraciones, entre ellas, la que hará volver a la luz una obra olvidada de Luis Vives, no incluida, hasta ahora, nunca en sus obras completas.

Queda fuera, y merecería una publicación, más o menos periódica, especial, todo el latín medieval, que en España es aun un campo que rendirá resultados sorprendentes, y que no puede mezclarse en la misma publicación, con la lingüística y filología clásica.

Por último, Emérita puede servir de núcleo a una publicación que es urgente en España y que es preciso emprender: una colección de manuales, que pongan al alcance de nuestros estudiantes universitarios y profesores de enseñanza media, lo más fundamental y preciso de nuestra ciencia. Aparte las ventajas de orden práctico y el inmediato levantamiento del nivel medio de nuestros estudiantes, la ordenación en una pequeña enciclopedia sistemática de los conocimientos filológicos modernos, tendría el inmenso valor de fijar las líneas en que, forzosamente, la filología española habría de moverse durante años. Es decir, que la publicación de esta enciclopedia, empresa que podría coronarse en unos años, debe ser realizada por el Instituto Nebrija y vigilada por Emérita cuidadosamente, si interesa a este organismo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, como moralmente debe interesarle, la dirección de estos estudios, que han estado en España postrados durante siglos, y que sólo por impulso dirigido por el Estado puede volver a tomar fuerza y hacerse dignos de su tradición.

La enciclopedia que se propugna para nuestros estudiantes, tiene que comprender las diversas secciones de nuestra ciencia con un criterio escolar, de resumen “aprendible”, que represente un mínimo de conocimientos exigibles en un examen final de Licenciatura. No es, precisamente, algo del estilo de la Einleitung in die Altertumswissenschaft de Gercke-Norden lo que se propugna: en esta magnífica publicación, a la que contribuyen los mayores especialistas de nuestro tiempo, predomina el tono de síntesis, de ojeada a los problemas, de orientación para sugerir temas de investigación; nuestra enciclopedia Emérita habrá de tener un tono, forzosamente, más modesto; quizá, a veces, hasta con más extensión; pero siempre escolar, práctico y de estudio: cada cuestión llevará bibliografía; poca, pero muy escogida; el autor se permitirá pocas opiniones personales de detalle; la ordenación de los asuntos será rigurosa.

La enciclopedia podría organizarse –y tómense estas notas como completamente rectificables– en diversas secciones. Por no hablar del Handbuch, de Iwan Müller-Otto, que es un modelo de sistema, ya en pequeños manuales, como en el tan conocido de Laurand (del que hubo traducción española) y los ingleses A companion to Greek studies y A companion to Latin studies, Cambridge, el sistema tiene precedentes. Ahora bien, podríamos aspirar a una cierta originalidad, en las líneas que me parecen hoy las más adecuadas para organizar nuestras estudios clásicos.

Conforme a este concepto, la enciclopedia constaría, básicamente, de dos gramáticas completas, pero de estudio, del latín y del griego. En extensión y orientación, un modelo excelente podría ser la Historische griechische Grammatik, de Kieckers, que se compone de cuatro pequeños volúmenes de la colección Göschen. Como complemento de estas gramáticas, y con extensión no mayor, una introducción a la gramática comparada de las lenguas indoeuropeas sería de la mayor utilidad. Por último, criterio a seguir en esta introducción, o bien materia para un trabajo de orientación en estos problema, sería el de una continua atención hacia las cuestiones de sustrato mediterráneo, de toponimia, de lenguas prehistóricas de la Península y África, invitaciones al vascuence, bereber; campo donde caben descubrimientos y ampliaciones a la filología de un siglo de indoeuropeísmo.

Con estos tres o cuatro manuales, quedaría completa la base lingüística para nuestros estudiantes. Manuales de literatura griega y latina, de Historia griega y romana y del Imperio romano, de Arqueología, Numismática, Epigrafía, Geografía antigua del Mediterráneo, Religión y Mitología, Derecho, serían base de estudio, sin la que nuestros estudiantes sólo pueden conseguir una preparación deficiente.

La paleografía, orientada hacia los textos, habría de ofrecer, en dos atlas, un mínimum de facsímiles, que sirviesen de base a un estudio de iniciación, por desgracia aún alejado de nuestra enseñanza universitaria.

En España existe, sin duda, el núcleo de personas dispuestas a realizar este trabajo. No podemos aspirar, naturalmente, a ofrecer obras de suprema síntesis, resultado de toda una existencia dedicada a una especialidad, como son, por ejemplo, die Griechische Sprache de Kretschmer, en la Einl. de Gercke-Norden, o la Literatura Griega de Wilamowitz, en la colección Die Kultur der Gegenwart. Pero sí estamos en condiciones de ir preparando, al lado mismo de la enseñanza universitaria, y como resultado de ella, manuales de estudio, resúmenes que recojan la problemática de una rama de nuestra ciencia, las indicaciones bibliográficas indispensables, el esqueleto de conocimientos precisos y exigibles a un licenciado.

En lo posible, habrán de utilizarse algunos libros ya existentes, remozándoles y poniéndoles al día. Así se puede hacer, y puede hacerse en un curso universitario, con la Literatura Latina del que fue catedrático de Madrid, González Garbín. Es una obra anticuada, pero susceptible de utilización: en extensión y contenido coincide exactamente con lo conveniente para la enciclopedia, y se podría publicar rápidamente, con lo que sería un modelo para los siguientes volúmenes.

Pero existen en España personas capaces de realizar la empresa. Ha sido ya posible recoger ofertas numerosas de colaboración. Con esta colaboración sería posible ofrecer, en unos años, a nuestros estudiantes, el material de estudio que necesitan. La enciclopedia tendría unas anchas perspectivas, tanto en el orden cultural, como en el económico, pues conquistarían los centros docentes de habla española, donde se estudia la cultura clásica.

Tal vez pueda sonar a pretencioso el exponer, en un simple ensayo, un plan aún absolutamente por realizar, y al que la aportación de una sola persona es insuficiente; pero el problema de los libros de estudio es el primero con que, en las actuales circunstancias de la economía nacional, se tropieza en la enseñanza, y, por ello, no debe faltar esto en las preocupaciones de todos los catedráticos. Y el problema del texto no puede estudiarse aisladamente, sino en conjunto, con la ambiciosa idea de que la filología clásica es una unidad en la que hay especialidades, pero no ramas separadas. Por eso, el problema de los libros de estudio es de conjunto, y sólo con una idea de enciclopedia puede ser afrontado. Como todo lo planeado, en la realización, este plan de enciclopedia puede ser modificado y corregido. No es una idea nacida, ya armada, como Minerva.

Para concluir, expresaré mi esperanza en la terminación de un diccionario latino-español, que modernice el de Raimundo Miguel y dote a nuestra lengua de un instrumento de trabajo comparable al diccionario inglés de Lewis-Short, en el que la parte etimológica no sea abandonada tampoco, y se utilicen los resultados conseguidos por Ernout & Meillet y por Walde. Es de lamentar que el intento que se hizo de adquirir los derechos del viejo de Miguel, para remozarle y darle continuidad, fracasara. Esta modernización de diccionarios y manuales de estudio, debería hacerse frecuente en España, en vez de seguir una rutina invariable o condenar al olvido cosas estimables: la utilización de todo lo no caducado, es la única salida del dilema.

Antonio Tovar