Filosofía en español 
Filosofía en español


El discurso de Prieto por la minoría socialista

«Nuestro deber es ir a la revolución con todos los sacrificios»

ratificación

Lo que nos importa del debate

Ayer se planteó el debate político. Podemos economizarnos muchas palabras remitiendo a nuestros lectores al texto del discurso pronunciado por Prieto, que publicamos en otro lugar de este número. Es una ratificación gallarda de los compromisos contraídos por nuestro Partido con la clase trabajadora, sitiada, con la complacencia del Gobierno, por los patronos y la fuerza pública. Resultaba pueril escuchar la demanda que formulaba el Gobierno: «Veremos si se atreven a sostener sus palabras ante el Parlamento.» ¿Y por qué no? ¿Qué riesgo ni qué dificultad podía haber en ello? Ninguno. Lo que nuestro Partido ha dicho ante las masas lo ha repetido ante el Parlamento. Pero no atribuimos a la reiteración precio ninguno. Hace tiempo que en nuestra estimativa no cuenta el actual Parlamento. En cambio, cuenta, y por manera definitiva, la calle. Es de cara a las muchedumbres que la pueblan cuando nuestra responsabilidad se alquitara y nuestra palabra se carga de sobriedad y precisión. Ni una de cuantas ha pronunciado el presidente de nuestro Partido –¡ni una sola!– admite rectificación ni enmienda. ¿Qué inconveniente podía haber en que las repitiéramos en el Congreso? Ninguno. Repetidas están. El Gobierno puede darse por notificado oficialmente de nuestros propósitos. Si esperaba, para proceder en consecuencia, esa ratificación formal, ya la tiene en su poder. Haga lo que le cumple, que nada de cuanto haga descaminará nuestra voluntad ni enfriará nuestro ánimo. Los votos que le han ratificado la confianza dicen hasta qué punto es razonable nuestra posición. Sobra con atender al resultado del debate para justificar el anhelo apremiante de las masas trabajadoras.

Pero para quienes el resultado de la votación no sea bastante, nos obligamos a retener un detalle del debate mismo. El señor Martínez Barrio pudo asegurar, refiriéndose a varias minorías de derecha, que la apelación a la violencia no la hacían exclusivamente los socialistas. Y bien: en su intervención, el presidente del Gobierno olvidó esa afirmación y admitió que las minorías tradicionalista, Renovación española y fascista guardasen un prudente silencio. Lerroux no quiso que las amenazas del Poder fuesen contra ellas; se limitó a enfocarlas contra los socialistas. El detalle califica toda la política gubernamental de mano maestra. Pero es igual: la cosa no es nueva para nosotros. Y, porque no lo es, tampoco es de hoy nuestra posición francamente revolucionaria. ¿Cuándo es legal y cuándo es ilegal una revolución? El señor Lerroux ha disertado alguna vez sobre el caso. ¿Es legal cuando en la revolución figura él y no lo es cuando deja de figurar? El debate no ha puesto en claro otra cosa que ésta: que el Gobierno sigue viviendo de la consideración que le disciernen las derechas y que esa consideración se retribuye a expensas de la clase trabajadora. ¿Quién puede sorprenderse de que los trabajadores se insolidaricen con la República? El señor Maura admitirá que le digamos que es tarde para toda suerte de apelaciones cordiales. Se ha perdido la confianza en la confianza. Resueltamente: estamos del otro lado.

Y estamos del otro lado así: firmes, resueltos, decididos

El discurso de Prieto

El camarada PRIETO: Los señores diputados comprenderán que palabras reiteradísimas pronunciadas por el señor presidente del Consejo de Ministros, y dirigidas de modo exclusivo a la representación política en cuyo nombre hablo, justifican sobradamente esta intervención mía para responder a una invitación que, en uso de un derecho indiscutible, el jefe del Gobierno nos ha dirigido, y nos ha dirigido con una exclusividad que subrayo, y acerca de la cual habré de deslizar en el curso de mis palabras algún que otro comentario.

Los cimientos de nuestra posición radican en la situación de los pueblos.

No estaba yo presente cuando se ha iniciado este debate; pero he tenido ocasión de escuchar las palabras finales del señor diputado a quien ha correspondido promoverlo en apoyo de no sé qué proposición incidental, hablando de la situación política y social en la provincia de Jaén; y habiendo fallado el intento que perseguía el señor presidente del Consejo de que representaciones de otras provincias extendieran esa visión panorámica del estado político y social que el señor diputado a que me refiero expuso con relación a Jaén, interesa al fundamento de mi disertación recoger las palabras de ese señor diputado, porque, precisamente, aun siendo punto de vista totalmente contrario el de las quejas que nosotros tenemos con respecto a la conducta de las autoridades y de los elementos patronales, de modo singular en provincias genuinamente agrícolas, como la de Jaén, en eso radican gran parte de los cimientos de esta nuestra actitud, que tanta alarma produce al señor presidente del Consejo de Ministros.

Lo que ocurre en la provincia de Jaén.

Da la casualidad, señores diputados, de que pocos minutos antes de comenzar esta sesión, representación autorizada de mi Partido me entregaba unas notas concernientes a lo que ocurre en la provincia de Jaén. En estas notas hay datos para nosotros tan interesantes como los siguientes: «Existen en la cárcel de Jaén desde el mes de noviembre pasado, según informes recogidos en la Federación Provincial Socialista, más de cuatrocientos presos, obreros casi en su totalidad. Han sido amenazados por la guardia civil de Cazorla de ser abofeteados, si persisten en sus campañas socialistas, el concejal de dicho pueblo Cesáreo Plaza Lorente, y el de La Iruela, Gabino López. Dichas amenazas se realizaron en presencia de los alcaldes respectivos, afiliados a las derechas. En algunos pueblos, como Valdepeñas de Jaén, se han pagado este año en la recolección de la aceituna dos pesetas el hombre y 1,75 a la mujer, siendo los jornales concertados en las bases de trabajo para la tierra de seis pesetas al hombre y cuatro a la mujer.

Asalto a la Casa del Pueblo de Cazorla. El día 20 de noviembre último, al tenerse conocimiento del resultado electoral, don Mauricio Martínez, los hijos de Manrique y otros principales propietarios del pueblo, acompañados del alcalde y de veinte o treinta individuos, a cada uno de los cuales entregaron una pistola y cinco pesetas en el bar que posee el citado Manrique, y con la protección de la guardia civil, mandada por el sargento Inocencio Almirón, se dirigieron a la Casa del Pueblo sobre las diez y media de la noche. Rodearon el edificio, el sargento apaleó brutalmente con el fusil al portero de la Casa del Pueblo, Manuel Amador Alcolea, de sesenta y cuatro años de edad, y penetró con una o dos parejas en el salón de actos y en las Secretarías, en donde se encontraban una docena de afiliados. Registraron correspondencia y documentos y obligaron a firmar, bajo amenaza de ser maltratados, una acta en blanco. Los que se resistieron a ellos y exigieron mandamiento judicial al sargento fueron abofeteados y apaleados, resultando con lesiones Félix Martínez Hernández y José García Plaza. Los señoritos fascistas abuchearon con burlas y groserías a los que salían de la Casa del Pueblo arrojados por la guardia civil. Presentada denuncia en el Juzgado, no ha dado resultado alguno, por la parcialidad del secretario. (Al juez de Instrucción lo trasladaron hace un año y no se ha cubierto la vacante.) Dicho secretario es uno de los principales capitalistas del pueblo.

La oportunidad y la casualidad han querido que esté justificada la aportación de estos datos concretos frente a las acusaciones que el señor diputado firmante y defensor de la proposición incidental...

(Se producen varias interrupciones.)

El compañero PRIETO: Doy una explicación al señor diputado, porque parece ser que su queja proviene de que yo no cito su nombre, y esto no envuelve ningún desdén, sino que lo desconozco. En la misma, absolutamente en la misma dificultad en que yo me he hallado hasta ahora por desconocer el nombre de su señoría, estaba el señor presidente del Consejo de Ministros, y no creo que su señoría le imputara lo que a mí me imputa. Pero, en fin, por mí que graben el nombre de su señoría en mármoles. (Risas.)

El debate en su estricta significación.

Liquidado este episodio, vamos a quitar la pompa oratoria a este debate y a dejarlo reducido a su verdadera significación, tal cual yo lo he columbrado a través de las palabras del señor Gil Robles y de las palabras del señor presidente del Consejo de Ministros, que, en síntesis, puede ser esto: un requerimiento, por parte de las fuerzas que dirige el señor Gil Robles, para que el Gobierno extreme sus medidas de rigor contra la actuación del Partido Socialista, bajo el premio de mantener el apoyo y la confianza que ese Gobierno merece a las fuerzas dirigidas por el señor Gil Robles. (Rumores.) Tal ha sido francamente la intención descubierta en las palabras del señor Gil Robles: si el Gobierno no extrema su rigor para contener la propaganda que realiza el Partido Socialista –de la cual hemos de hablar, cediendo a la invitación de su señoría, con el necesario detenimiento–, quedará retirado el apoyo, quedará extinguida y anulada la confianza de las fuerzas derechistas. Y su señoría, con menos precaución y menos ponderación que el señor Martínez Barrio, no ha acertado a distinguir, para condenarlas, más violencias de expresión que las nuestras (Rumores. –El señor presidente del CONSEJO DE MINISTROS: No es verdad.), en tanto que están aún recientes, y son tan solemnes o más que las nuestras, las que predican esos señores. Y el resultado práctico de la actitud de su señoría puede ser, si no tienen esclarecimiento suficientemente rectificatorio sus palabras, que su señoría está dispuesto a aliarse con unos elementos amenazantes del régimen con tal de aplastar a otros elementos que constituyen también, a su juicio, otra amenaza que... (Rumores, que impiden oír al orador. El señor GIL ROBLES: Demasiada habilidad, señor Prieto. Se pasa de hábil su señoría.) Procuraré no mantener dialogo con su señoría para que no le aumente la fiebre. (Risas. El señor GIL ROBLES: Su señoría es para mí un tubo de aspirina.) No hago yo reclamos a fábricas de productos químicos extranjeras. (Risas.)

Una invocación a la fuerza de las derechas.

No tengo que remontarme a textos de los más antiguos –siquiera fuesen recientes– del propio señor Gil Robles, como el del discurso, ya citado por mí aquí, con que inició su propaganda electoral; tengo suficiente con acudir a un testimonio de órgano de publicidad tan autorizado en las derechas cómo el «A B C», en el que, recogiendo las manifestaciones hechas por el señor Gil Robles en su discurso del domingo último en Sevilla, las reproduce así: «Habrá quien diga: a las derechas no les darán nunca el Poder. Y eso, ¿qué quiere decir? Si nosotros nos colocamos en el camino de la legalidad y pedimos el Poder apoyados en la fuerza que nos da el país, sería peligroso escamotearlo, porque cerrarnos la legalidad sería enseñarnos otro camino y ponernos en el trance de tomarlo por la fuerza.» (Rumores.)

He dicho aquí, en ocasión anterior, que sería muy difícil encontrar una representación parlamentaria que no hubiese hecho invocaciones a la fuerza. Pero, en fin, no vamos a escamotear nuestra propia responsabilidad en la amplitud de los precedentes, buscando inculpación de faltas análogas en que pudieran haber incurrido casi todas las representaciones que tienen hoy asiento en esta Cámara; vamos a lo que pudiéramos considerar la parte medular de este debate.

Una invitación a terminar con los alcaldes socialistas.

En la invocación hecha por el señor Álvarez Lara, firmante y defensor de la proposición incidental, se invitaba al Gobierno a concluir con los alcaldes socialistas. Cuando un alcalde falte a la ley, el Gobierno está, no sólo en el derecho, sino en la obligación de corregir esa infracción estableciendo las sanciones legales en que ese alcalde haya incurrido. Pero eso dista mucho de estas excitaciones, gran parte de las cuales han sido oídas constantemente y atendidas por el Gobierno. (El señor ministro de la GOBERNACIÓN: Señale su señoría los casos, porque por muchas destituciones de alcaldes que yo firmara, estando en este cargo mucho tiempo, no llegarían a tantas como se firmaron cuando su señoría era ministro. Muy bien. –Rumores.) El señor ministro de la Gobernación nos hizo la invitación el otro día de que se le enumeraran casos concretos. Creo que han comenzado las entregas a su señoría de esas relaciones y está pendiente el ofrecimiento hecho por esta minoría de dar publicidad a todos los casos a que hicimos referencia de una manera sucinta.

Vemos la Constitución en peligro de ser vulnerada por el Gobierno.

Pues bien, señor presidente del Consejo de Ministros: el problema que se plantea y que, desde nuestro punto de vista, justifica nuestra actitud, no es ciertamente el de que nosotros pretendamos, por procedimientos de violencia, la reforma del régimen sin demostración de que esa actitud nuestra está cimentada en que vemos la Constitución en peligro de ser vulnerada por sus señorías. Y si nosotros quisiéramos fijar casos concretos, para fijar los compromisos de cada cual, señalaríamos en primer término, sin remarcarlo extraordinariamente, el incumplimiento del artículo 75 de la Constitución con motivo de la solución dada a la crisis que originó la dimisión de su señoría cuando por primera vez presidió el Gobierno. (Rumores.) Lamentaría mucho, señor presidente y señores diputados, que se desviara mi atención hacia ciertas interrupciones que pudieran acabar con la solemnidad del debate, que yo he de mantener hasta donde pueda.

El señor PRESIDENTE: Está su señoría en su derecho y la Presidencia resuelta a mantenerle en él.

Por qué nos comprometimos a desencadenar la revolución.

El compañero PRIETO: Citado ese caso, que ya he dicho que no quiero hacer resaltar con exceso, nosotros nos encontramos con que el Gobierno presidido por su señoría trae a las Cortes un proyecto de ley por el cual se señalan haberes al clero, proyecto que, a nuestro entender, es una infracción manifiesta del artículo 26 de la Constitución. Y cuando nosotros vimos a un Gobierno presto a prescindir del texto constitucional, resuelto a vulnerarlo, aliado con quienes son enemigos fundamentales de toda la esencia constitucional (y me extraña que el asombro de sus señorías se produzca a estas horas), nos hubimos de levantar aquí a decir que, frente a transgresiones como ésas, que equivalgan a la destrucción de las conquistas obtenidas por la República, merced al apoyo y al auxilio de gentes declaradamente enemigas de la República, con quienes vosotros estáis aliados y con quienes ratificáis hoy esa alianza, ese pacto –que solemnizáis todavía más con vuestras palabras de hoy–, nosotros nos comprometíamos a desencadenar la revolución, porque no tenemos otras armas. (Aplausos en la minoría socialista. Rumores.)

Cómo se intentó aplastar la preponderancia socialista.

Su señoría ha hablado del resultado electoral como una expresión de la voluntad del país, y el rendimiento de su señoría a esa soberanía le hace plegar todas aquellas ambiciones idealistas que podían caracterizar al espíritu de su señoría, y ahí, señor Lerroux, estamos profundamente distantes.

Nosotros no discutimos la licitud constitucional de la disolución de las anteriores Cortes. Cuando todos los ataques de la opinión de derechas, auxiliados, es cierto, por nutridos sectores republicanos, principalmente por el que dirige su señoría, convergieron hacia nosotros, no por otra cosa que por creer que éramos el obstáculo más considerable en que tropezaban los afanes proselitistas que animaban la propaganda de las derechas, y nos vimos excluidos del Poder; cuando se constituyó un Gobierno, excluidos nosotros, en que estaban representadas todas las fracciones republicanas de la Cámara y, por consiguiente, tenía una mayoría desbordante y había, de nuestra parte, el ofrecimiento de realizar, frente a su labor, una oposición benévola, de la cual no surgieran dificultades para la consolidación de la República, nosotros dijimos particular, pública y solemnemente, en todos los tonos, que no veíamos conveniencia alguna, desde el punto de vista republicano, de disolver aquellas Cortes. No se atendió nuestro consejo, no se atendieron nuestras indicaciones; pero a cuenta de que no fueran atendidos no podernos, en el orden constitucional, formular queja alguna; aquella disolución, constitucionalmente, fue lícita. Lo que nosotros advertíamos eran los peligros que entrañaba esa disolución; y su señoría, con las fuerzas que acaudilla, fue a ella con estos designios, a nuestro entender, torpes: Primero, reducir; mejor, aplastar –si ello hubiese sido posible– la preponderancia que en el régimen pudieran tener las fuerzas socialistas. Segundo, aniquilar al resto de los partidos republicanos, fiado su señoría de la esperanza –que no ha podido lograr– de tener tras sí una mayoría republicana, tan fervorosa y personalmente adicta a su señoría, que sus normas de Gobierno y su programa, si lo tenía, para seguir la obra de consolidación de la República no quedaran estorbados, y su señoría (claro que me fijo principalmente en su señoría, aunque no presidiera aquel Gobierno, porque ni a mí ni a nadie se le puede ocultar el volumen considerabilísimo de la personalidad de su señoría) es ahora prisionero de su torpeza, de su error. Ha reducido nuestra representación –que ello no supondrá gran remordimiento en la conciencia de su señoría–, pero ha aniquilado al resto de las fuerzas republicanas y no ha conseguido acrecentar la potencia parlamentaria de su partido. En este sentido, justo es –y ello no va en justificación de nuestra actitud, de la cual hablaremos luego con más detalle–- lo que ahora padece y sufre, y siempre sería, desde un punto de vista estrictamente político, acreedora a un juicio duro y a una crítica severa la conducta que las fuerzas políticas dirigidas por su señoría observaron entonces.

Los pactos republicanos y derechistas.

Más esto no es para nosotros el quid del problema. Nosotros teníamos previsto –¿quién lo iba a ignorar?– que las fuerzas de derecha (yo lo dije públicamente con gran anterioridad a la convocatoria electoral) no estaban en las Cortes constituyentes ni cuantitativa ni cualitativamente representadas con aquella densidad y número que cumplen a la extensión de su área en la política española, y esperábamos que aquel menguado grupo que se batió desde esos bancos contra todas las pretensiones de la República Española en sus Cortes constituyentes, quedase ahí acrecido; no aguardábamos tanta extensión, como no la aguardaba tampoco su señoría, según nos acaba de confesar. Pero nosotros no tendríamos nada que objetar si esas fuerzas, en el juego libre de su influencia, de su poderío, en el aprovechamiento de sus masas y hasta utilizando aquella exacerbación de opinión adversa que se hubiera provocado en el ámbito nacional contra la política de los Gobiernos que presidió el señor Azaña, estuvieran ahí con esa proporción; lo que a nosotros nos aterró, lo que a nosotros nos desvinculó, lo que a nosotros nos arrancó de la raíz común en que queríamos vivir con sus señorías, fue el hecho de que sus señorías, pactando alianzas, que nunca podrán tener una justificación histórica, desde un punto de vista hondamente republicano, sus señorías se unieran a esos elementos en pactos públicos y confesados para traerlos aquí en mayor proporción que aquella que correspondía a sus propias fuerzas.

Este es, señor Lerroux, el primero y el más terrible cargo que tenemos que hacer a su señoría a cuenta de un yerro profundo, porque aun cuando estas fuerzas hubieran venido (respeto incluso su optimismo, antes revelado en una interrupción) con mayor fuerza numérica de la que actualmente tienen, a nosotros no nos tocaría más sino estrechar el tacto de codos con todos los elementos creadores y servidores de la República para contener este avance, para detenerlo, para destruirlo. Mas aunque su señoría quisiera apuntar hoy (que no lo ha apuntado, e incluso ha estado muy lejos de ello) propósito de enmienda, ¿con qué autoridad moral puede ya hacerlo su señoría? ¿Con qué capacidad? ¿Con qué títulos, si su señoría es un coautor de esta situación intensamente dramática por que atraviesa la República, en una gran parte como consecuencia directa de la torpe acción de su señoría? Su señoría y los amigos que a su señoría siguen con tanto fervor se enrolaron en un conglomerado electoral que se denominó frente antimarxista. ¿Por qué? Probablemente porque estos señores, cuyo sentido político no se puede negar, advertían que nosotros constituíamos uno de los cimientos más firmes de la República, uno de los pilares más sólidos de la República, y era explicable, desde su punto de vista, que sus embates fueran más directamente dirigidos hacia nosotros.

Pero pensad, reflexionad íntimamente, rindiendo a la intimidad la flor de la sinceridad; pensad si ahora nosotros, excluidos de estos bancos, desaparecidos de aquí, condenados a esa ilegalidad con que su señoría, más o menos difusamente, nos amenazaba, fuésemos extirpados en nuestra influencia de la vida pública española, ¿creéis que entonces ibais a tener el auxilio, el apoyo, la cooperación de estos señores? Cuando nosotros hayamos desaparecido de ese puesto de vanguardia, no limitándose, como no se limitan, las ambiciones políticas de las derechas, fieles a postulados de toda la vida, y que no se pueden enmascarar tan fácilmente como algunos, en la alegría juvenil de la inexperiencia, pretenden enmascarar, vean que vosotros representáis todavía soluciones, aunque más reducidas que las nuestras, contrarias a las que han anidado de por vida en lo más profundo de sus conciencias, entonces seréis vosotros los enemigos, seréis vosotros los adversarios, hacia los cuales converja toda la intensidad del ataque.

Arrogancias obligadas y temores transparentes.

Y sin que yo pida premio ni remuneración alguna en el orden de la consideración a la actitud y a la conducta nuestra, pensad conmigo en que al atraer nosotros los rayos que estos señores fulminan, os estamos sirviendo a vosotros de fuerte parapeto, construido con los materiales de nuestras organizaciones, no solamente con la representación numérica acomodada en estos bancos, sino con lo que está detrás de nosotros, que tiene –¡no lo ha de tener!– entidad infinitamente más considerable que aquella que pudiera reflejarse aquí por nuestro número y por nuestras voces. Cuando nosotros afirmamos nuestra actitud a favor del mantenimiento de unas modestas reformas sociales, que tiene ya todo el mundo civilizado incorporadas a su legislación, pero más aún a cuenta de la firmeza gubernativa de que ellas tuvieran positiva realidad en la vida del trabajo español, se levantaron los intereses heridos, clamaron, y entonces ese clamor encontró en vosotros un eco suicida, ¡un eco suicida!, creyendo que así atraíais núcleos sólidos y considerables hacia la República, cuando lo que hacíais era alimentar todo lo vivo que hay de protesta contra la República en hombres que no habían hecho abdicación de ideales sustentados a todo lo largo de su vida, y eso lo hacíais a costa nada menos que de divorciaros del proletariado. Ahora, lo mismo la voz dentro del recinto parlamentario que las ondas de la radiotelefonía, van recogiendo una preocupación: la preocupación por nuestra actitud, y he ahí cómo vosotros, los que pretendíais aplastarnos, los que creíais, sin duda, haberlo logrado, os sentís ahora temerosos, pese a todas las arrogancias de su señoría, hasta cierto punto muy obligadas desde ese puesto, porque parte de la doctrina que su señoría ha sustentado desde ahí no tengo yo en estos momentos por qué contradecirla; pero hoy vivís bajo la presión de que nuestras masas, que van siendo empujadas fuera del ámbito de la legalidad por vuestra propia acción, plasmen su deseo en actitudes revolucionarias que vosotros estimáis como una conminación insufrible.

El frente antimarxista ha creado el marxista.

Vosotros habéis predicado el frente antimarxista, lo habéis integrado, lo habéis favorecido, habéis figurado en candidaturas con esa denominación simplemente , por afán de aplastar nuestra acción, no de corregirla en aquellos excesos que pudiera haber en organismos subalternos, excesos que yo no tengo ahora por qué examinar, pero que, a efectos de la polémica, incluso reconozco su existencia en la medida que su señoría los denuncia; pero no era la corrección de esos abusos, no era el deseo de contener dentro de la órbita legal a aquellos hombres del pueblo que sin educación suficiente se hubieran incorporado a la vida política y la vida política los hubiera llevado tempranamente, sin preparación bastante, a puestos representativos en la Administración pública; vosotros no ibais a corregir eso; vosotros ibais a aplastar nuestras fuerzas, y por eso creasteis el frente antimarxista; y ahora, como una consecuencia inevitable, fatal, porque vosotros mismos le disteis la denominación, os asusta que pueda crearse o haya deseos de que se cree el frente marxista; pues ésta, en realidad, es vuestra propia obra; es la consecuencia de vuestra conducta. Pero cuando a nosotros llegan quejas tan terribles de los pueblos –yo no niego repito, el exceso inmoderado que pueda haber en gentes de nuestra filiación en el ejercicio de la autoridad, ejercicio que, al fin y al cabo, necesita estar dosificado por una serenidad augusta que no se adquiere repentinamente al incorporarse a la vida pública–; cuando nosotros recibimos esas quejas, no es que temamos que se nos derribe de ningún pedestal efímero levantado por la vanidad política. Su señoría no acierta todavía a calibrar el valor moral de ciertos hombres, porque cuando una convicción nuestra se opone profundamente a la de las masas que están detrás de nosotros, tenemos el mínimo de honradez política para oponernos resueltamente a esa actitud, si ella la encontramos injustificada; pero cuando esa actitud la encontramos justificada por la conducta vuestra, sería una villana cobardía y una traición desentenderse de esas quejas amargas y sangrientas para entregarnos aquí a diálogos versallescos. (Aplausos.)

Recuerdos del pasado lerrouxista.

Y no quiero hablar, señor Lerroux, de lo que en este debate, y singularmente, no ante los recursos polémicos de la discusión, sino ante la realidad trágica de los hechos, tenga de valor eso de la tradición del republicanismo histórico. No queremos, porque si la historia política de cada cual está formada por la serie de eslabones que constituyen todos nuestros actos, y su señoría acumula sobre nosotros el reproche y el vituperio de encender el ardimiento de conciencias poco preparadas para la actuación en la vida pública, ¡qué fácil sería ir recordando a don Alejandro Lerroux violentas y magníficas, desde el punto de vista literario, excitaciones en el orden religioso, como aquella de destapar el velo de las novicias y convertirlas en madres! (Fuertes y prolongados rumores.) ¿Es que renegáis de vuestra historia? ¡Y en el orden social, recordar también –porque el recuerdo es fácil– cuando su señoría predicaba el incendio de todos los Registros de la Propiedad y que fueran aventadas sus cenizas! No se extingue fácilmente el eco de palabras cuando las palabras descienden de alturas tan considerables como las que su señoría ha ocupado de modo constante en la vida pública española. ¡No se extingue tan fácilmente!

Evolución, responsabilidad y diferencia.

Yo sé que el espíritu de su señoría ha evolucionado lo suficiente para comprender que aquellas excitaciones de su señoría estaban fuera de toda ponderación. Sé más; sé que la responsabilidad del Poder, pesando ahora abrumadoramente sobre los hombros de su señoría, podrá conducirle, si no al arrepentimiento, al deseo de que un olvido misericordioso cubra el recuerdo de todas estas excitaciones de su señoría. Pero, ¿cómo hablar desde el campo del republicanismo histórico español, señores diputados, y condenando las violencias de lenguaje, cuando no ha tenido otro norte la oratoria del republicanismo histórico que el marcado por sendas demagógicas? Claro está que eso no quita peso a la inculpación que su señoría pueda hacernos en este instante por seguir una conducta hasta cierto punto similar con la de su señoría. Pero lo terrible del caso, confesemos la verdad, es que nuestras palabras hoy tienen infinitamente más peso que las de su señoría en la época a que me refiero, porque detrás de nosotros hay contingentes más numerosos que los que acaudillaba su señoría, más disciplinados, más potentes, más pujantes. De este reconocimiento induzco yo nuestra mayor responsabilidad en las palabras actuales nuestras, mucha mayor comparándola con la responsabilidad de palabras, por lo gráficas, inolvidables, de su señoría. (Rumores.) Por lo visto han entendido algunos señores diputados que he pronunciado la palabra «pornográfica»; he dicho «por lo gráficas».

Una entrega servil y humillante de la República al caciquismo.

Es posible que su señoría, en la estimación que haya de dar a mis palabras su alto entendimiento, juzgue que las pronunciadas hasta ahora son meras digresiones. Es posible. Vamos, pues, a aquello que pudiéramos reputar sustancial.

Yo he dicho que las masas proletarias no sentirían tan profunda desvinculación con los elementos rectores del régimen republicano si otra hubiese sido la conducta en lo político y en lo social de esos elementos rectores. Deseche su señoría el supuesto, que no creo que haya respondido exactamente a su convencimiento, de que nosotros nos movemos, aquí o fuera de aquí; a virtud de impulsos del despecho y de una apetencia exagerada e ilícita del Poder. Mal lo puede decir su señoría a hombres que, como yo, examinando con gran preocupación su espíritu, sometiendo a ese examen esclavamente su inteligencia, llega a la conclusión, como yo llegué, de no haber pasado por un período de más dolorosa incertidumbre que por el que paso en estos momentos, hasta el punto de moverme a declarar que los factores políticos y sociales constituyen hoy verdadero turbión.

No puede sostener su señoría –y sé que su talento desdeña semejante recurso– que nuestra actitud obedece a móviles tan mezquinos y, si permitís la palabra, tan desventurados. No; es que el Gobierno que preside su señoría y los que precedieron a éste que su señoría dirige desde que cayó el de que nosotros formábamos parte, han consentido que el Poder público, en los reflejos provinciales y locales, el poderío de la alta majestad del Gobierno, hayan sido entregados servilmente, humillantemente, en forma casi esclavizadora, a aquellos hombres que constituían el tejido infecto del caciquismo español, contra el cual incluso sectores muy considerables dentro del campo de la monarquía quisieron luchar para desmontarlo y destruirlo.

Y cuando nosotros vemos entregando hoy el poderío del Poder público –valga la redundancia si lo dicho es tal– a los miembros de una organización que la sanidad política del país –no la que nosotros representemos en nuestro sector, sino la de todos, absolutamente todos– exige que se extirpe y que, sin embargo, vuelve a retoñar y a triunfar con una esplendidez insolente que no tiene ejemplo en ningún período anterior, ni siquiera –hagamos esa justicia– en los últimos tiempos de la monarquía, ¿que podemos decir nosotros a nuestras masas cuando nos refieren, como en ese testimonio de Jaén –y lo mismo sucede en Granada, en Córdoba y en otras provincias–, que los salarios legales, cifrados en el «Boletín Oficial» de la provincia en seis y siete pesetas, caen perpendicularmente y se truecan por salarios de hambre anticristianos, inhumanos, afrentadores de la civilidad, y vemos que esa regresión social, que nos llena de oprobio como españoles, la ampara, la protege, la defiende el Gobierno o con su complacencia, o con su satisfacción, o con su complicidad? ¿Qué valor moral vamos a tener nosotros para negar esta realidad sangrante y entregarnos aquí a una comedia de colaboración, cuando a su señoría le sobran ahí (Señalando a las derechas.) colaboradores que ha traído alegremente de la mano? ¿Es que vamos a escarnecer con la traición a los hermanos del terruño cuyo corazón late, en su desgracia, al unísono del nuestro? (Aplausos en la minoría socialista y risas en los bancos de la derecha.)

El momento obliga a la máxima sinceridad.

Usando uno de esos cómodos ardides parlamentarios podía fácilmente su señoría, o cualquier miembro del Gobierno, buscar la excusa, sencilla y simple, de desconocer estos hechos y de prometer su corrección y su enmienda; pero debemos hablar aquí en estos momentos, que yo reputo históricos, con absoluta sinceridad, y esta sinceridad me obliga a decir que la conducta del Gobierno en sus más altas cumbres es exactamente la misma: resuelta y decidida contra las leyes sociales, contra esas leyes que su señoría prometió interpretar, dando al verbo un subrayado propicio a toda clase de recelos y desconfianzas. Y voy a citar, ahora que la ocasión se me depara, un hecho por el cual puede también medir la Cámara el respeto que a este Gobierno le merecen las conquistas sociales.

Porque el señor Lerroux no se ha dado cuenta de que no se ha situado en posición genuina y netamente conservadora; no se ha colocado en aquel punto en que se colocan todos los Gobiernos conservadores, en que se han colocado aquí y se colocan fuera de aquí, de contención de un avance, si el avance se estima excesivo, pero también de su conservación. Su misma denominación lo dice: conservador. Han pasado representaciones socialistas, con mayor o menor densidad, por otros Gobiernos europeos: han pasado por Bélgica, han pasado por Inglaterra, y cayeron estas representaciones del Socialismo, totalitarias o parciales, pero a los Gobiernos que las sucedieron no se les ocurrió el anárquico proceder, que viene observando su señoría –y que es el factor principal del estado de cosas que angustia a su señoría, pero que no angustia menos a los que aquí nos sentamos–, sino que mantuvieron lo conquistado como una prenda, como una garantía, y a veces –¿por qué no hacer este reconocimiento?; si lo quisiéramos negar, lo desmentiría la Historia–, acuciados por un sentimiento de justicia social, el cual, si queréis, es una nueva forma del cristianismo, que va invadiendo todas las conciencias e incluso lo han acentuado. En cambio, sus señorías, en el afán ciego de ir contra nosotros, van a destruirlo, lo están destruyendo. Y allá va el caso cuya evocación había yo prometido a los señores diputados.

Una prueba: cuatro expulsiones del Banco de España y la disolución del Jurado mixto.

A raíz de salir nosotros del Gobierno, tres funcionarios del Banco de España, funcionarios cuyo mérito profesional nadie puede poner en duda, sólo por ser elementos directivos del Sindicato de la Banca oficial, fueron trasladados del Centro de Contratación de Moneda, adonde sus propios méritos los habían conducido y donde, como los demás, gozaban de una gratificación. Se publicó un manifiesto del Sindicato de la Banca oficial protestando contra estos traslados, que quedaron limitados exclusivamente a los directivos del Sindicato de la Banca; y el Jurado mixto, al conocer la suspensión de empleo y sueldo por dos meses, decretada por el Banco de España, de cuatro funcionarios firmantes de ese manifiesto, reconociendo, como era evidentísimo, que el reglamento anterior del Banco de España era inaplicable desde la fecha en que se promulgó la ley del Contrato de trabajo, por falta de bilateralidad, anuló la corrección ilegal impuesta por el Banco de España, que está bajo la dirección inmediata de un miembro del Gobierno, el señor ministro de Hacienda, con una representación tan directa como la del gobernador; y cuando estos funcionarios, sumisos a la ley, dentro de ella, creen que será lealmente cumplido el compromiso que para con la ley tiene una entidad oficial como el Banco de España, se encuentran con que reciben, no la orden de ese cumplimiento, sino la orden de su separación total del servicio, que afecta a cuatro hombres, de los cuales uno lleva al servicio del Banco treinta y cinco años; otro, veinte; otro, diez, y otro, siete.

Mas no se manifiesta aun así ningún movimiento de rebeldía, y esos empleados acuden otra vez a la vía legal, al Jurado mixto, para que repare el daño causado; y, ¿sabéis la respuesta que esto tiene en el Gobierno? La disolución del Jurado mixto. ,Y estos hombres, que se mantenían dentro de la legalidad, que defendían al amparo de ella sus intereses de funcionarios y sus derechos de ciudadanos, se encuentran con que el Banco de España los expulsa y con que el órgano oficial que puede y debe reparar el daño es suprimido por una orden del ministerio de Trabajo; con circunstancias tan alevosas cual la de que a estos funcionarios no se les priva únicamente de su destino, sino que se les niegan sus derechos pasivos, creados no solamente con la aportación del Banco de España, sino con la continuos descuentos en sus haberes; llega el Banco de España, en la represalia, a negar estos derechos pasivos, que no ha negado a nadie, ni a los funcionarios que han sido expulsados por desfalcos, a nadie. No hay en la historia del Banco de España ningún castigo como éste que ha sancionado brutal e inicuamente el Gobierno, impidiendo su reparación legal.

Lo que representamos aquí.

Y cuando hay hechos como éstos, que proceden de la cumbre del Poder, y nuestras organizaciones los sufren tan de cerca, ¿qué les decimos nosotros a esas organizaciones? ¿Queréis vosotros ahora, os lo agradeceríamos, dictarnos la lección que les vamos a dar? Porque nosotros no estamos aquí a virtud de ningún capricho político; somos meramente delegaciones movidas en una área de disciplina, cuya estrechez y solidez no voy ahora a examinar porque todos vosotros las conocéis y algunas veces en vuestro liberalismo un tanto «demodé», arrumbado ya por la moda, las habéis criticado, las habéis censurado y las habéis hecho objeto de chanzas, creyéndonos simples monigotes de las multitudes que están detrás de nosotros. Nos sentimos muy honrados representándolas; somos expresión de su voluntad, voceros de su criterio, no podemos movernos a nuestro capricho; y cuando su señoría invoca unas veces, colmándonos de elogios, que yo agradezco a su señoría; cuando su señoría invoca la conciencia de nuestra responsabilidad, su señoría olvida que nosotros somos mandatarios de una fuerza, expresión de su voluntad, que cuando la creemos desviada oponemos nuestra opinión a la suya; pero cuando nuestro criterio personal coincide con el de las masas al apreciar las causas del divorcio con todo lo que representáis vosotros, nosotros no tenemos ninguna fuerza moral para contenerlas y para desviarlas, y os decimos más, nos sentimos profundamente compenetrados con ellas, unimos nuestra voz a las suyas de protesta. ¡Ah! Y cuando ya lo vemos todo en el sector de lo irremediable, porque en vosotros no hay propósito de enmienda, voluntad de rectificación, y además os vemos prisioneros de vuestras propias culpas, nosotros, si ese movimiento se produce, sumando como habría de sumar, sectores fundamentales en la vida pública española: conociendo, como conocemos la tensión de ánimo, la ira que en la conciencia del proletariado español ha producido vuestro torpe y, desde el punto de vista republicano, vuestra deshonesta conducta (Rumores.), nosotros, repito, adquirimos esta difícil misión: la de procurar encauzar el movimiento y dejarlo reducido dentro de límites de posibilidad, que vosotros creeréis que desbordan en los campos utópicos de la ilusión política y social, pero que nosotros más metidos dentro de la masa del proletariado, creemos factibles, y a las muchedumbres obreras vamos y les decimos: Vuestras ilusiones, que son las nuestras, resultan, hasta cierto punto, incompatibles con la realidad española.

La revolución con todos los sacrificios.

Sentimos también España muy dentro del alma, tan dentro como pueda gravitar dentro del alma de sus señorías, que, aunque internacionalistas, aunque aspiramos a que lazos de fraternidad unan a todos los hombres, no es egoísmo execrable el amor preferente a la tierra donde se ha nacido, y entre la cual se pulverizarán nuestros huesos, como los vuestros (Rumores.); y queremos atajar y contener las demasías, centrarlas, y, claro es, si constantes las amenazas de la derecha, tan constantes como las nuestras o más –que no suenan con tanta percusión en vuestros oídos, sin duda porque al fin os habéis dado cuenta de que, positivamente, aquí hay más fuerza que ahí enfrente–, viendo lo que esas amenazas tienen de peligro, no por la propia fuerza de los elementos amenazantes, sino por vuestra debilidad, que os va conduciendo a caminos de defección, nosotros nos alzamos y decimos: Hubo en una gran parte de la voluntad nacional, no diré que en toda, expresada en los comicios el 12 de abril, el deseo de realizar una revolución honda en España; no la hemos hecho, no la hemos realizado (yo no voy a decir aquí si porque no supimos, porque no pudimos o porque no quisimos, limitándome a señalar el hecho), y a la hora actual, suprimidos unos elementos representativos de la izquierda republicana, en los cuales pudiera haber tenido aún alguna esperanza el proletariado español, en orden a ciertas consecuciones inmediatas y el mantenimiento de lo logrado; viendo aplastado y deshecho el republicanismo; enfrente, amenazador, ese sector derechista, con una pujanza a cuya insolencia yo no pondré reproches porque muchas veces la fuerza tiene esas naturales y explicables jactancias; viendo que tras de la amenaza de las derechas se levanta esta tarde su señoría a ensanchar a su favor el portillo de la fortaleza y a decir –que eso es, en síntesis, lo que su señoría dijo– que basta con que esos señores se pongan un apelativo de republicanos para que tengan perfecto derecho a gobernar al país (Rumores.), para que su señoría no sienta resquebrajadura alguna en su alma de republicano por tener que cederles el paso al Poder.

Viendo todo esto, digo, y que en la izquierda –perdonen su señoría y la Cámara la jactancia– somos la única fuerza combatiente posible con eficacia, sin desdeñar, que no las desdeñamos, y en último término quizá lleguemos a requerir, aquellas asistente de quienes vean que en el ensanche de los moldes jurídicos de la República española están también cifradas sus aspiraciones, o, cuando menos, preferentemente encajados sus ideales, si los han de comparar con la significación política de las derechas, nosotros advertimos: si el golpe de mano, el golpe audaz, el asalto al Poder, la vulneración de la Constitución, la destrucción de las esencias constitucionales por las cuales hemos peleado nos ponen en pie, nos lanzan a la lucha, ¡ah!, entonces, nosotros, como nunca nos hemos contentado, y, en todo caso, si ese contento hubiese existido estaba ya logrado con la secularización de los cementerios y con otras leves reformas de orden político que a nosotros nos han interesado y nos interesan, pero que no son vitales en nuestro programa, ahora, al levantarse el proletariado, exigimos a la victoria, no la plenitud de sus ideales –sin renunciar a ellos–, sino en tal medida que el mínimo de justicia social pendiente de los enunciados de la Constitución sea una realidad inconmovible, y como base de esa realidad es dejar extirpada para siempre la raíz del caciquismo bárbaro que se extendió por los campos de Castilla, por las planicies extremeños y por las vegas andaluzas (Rumores.), territorios en los cuales, si hay algún exceso en los hombres que circunstancialmente han asumido cargos de autoridad, su exceso no es más que el reflejo de una educación deplorable de despotismo, de tiranía y de esclavitud, que sumió a los obreros en una vida verdaderamente miserable, nosotros queremos hacer imposible la resurrección de eso suprimiendo la propiedad de la tierra, entregando la tierra al Estado, estructurando su explotación en forma que sea dueño de la tierra quien la labra (Rumores y protestas.); que se suprima aquel elemento parasitario en la vida social del país que, no contento con deshonrar a la República sometiendo de nuevo al labriego a la esclavitud económica que suponen sus jornales de hambre, juega ahora trágicamente con ese imponente y angustioso marco de más de medio millón de hombres en paro para hacer la selección que les dicte su capricho y su afán de tiranía.

Y por eso nosotros dijimos aquí, desde este sitio y por mis propios labios, no como expresión de un criterio individual, cuyo valor sería nulo, sino por mandato de estos compañeros, que diseminados en sus representaciones por casi toda el área nacional, traen a las reuniones de nuestra minoría, día a día, destilándolas amargamente, las quejas angustiosas del proletariado español. Y entonces dijimos que frente a la dominación de los enemigos del régimen, al golpe de Estado, a la vulneración de la Constitución, a la destrucción de aquello que para nosotros es un mínimo, que aspiramos a ampliar, contra ese movimiento se encontrará la revolución; y las organizaciones políticas y sindicales nuestras han dicho a todos sus afiliados: ¡alerta!, ciudadanos, obreros; no consintamos que se extravasen los cauces constitucionales; y cuando los veamos extravasados o en vísperas de ser extravasados, no ya por la potencia de esos señores (Señalando a las derechas.), sino por la debilidad vuestra o por los dos factores en conjunto, el deber, sean cualesquiera los peligros con que su señoría amenace, con una arrogancia que estaba hoy fuera de los límites de aquellos deberes que, a mi juicio, imponía a su señoría la discreción en una tarde como la de hoy; sean cuales sean los riesgos, los peligros; sea la que sea la amplitud en el rigor con que su señoría nos amenace (después de oírle, menos que nunca podemos faltar a ese deber); frente al ímpetu y a la traición que destruyan o aniquilen las esencias constitucionales y que cierren al proletariado el camino de su redención, nuestro deber, repito, es la revolución, con todos los sacrificios, con toda la tristeza y amargura de los castigos con que su señoría nos conmina. (Aplausos.)

Rectificación de Prieto a un neófito republicano.

El camarada PRIETO: Pocas palabras, señores diputados, para justificar la explicación del voto de esta minoría, que, como es natural, ha de ser contrario a la proposición presentada por el señor Salazar Alonso; pero aprovecho la ocasión para recoger algunas manifestaciones de republicano tan neófito como el señor Ventosa, ex ministro de Hacienda de la monarquía. Con ese eclecticismo en cuyo desenfado nadie ha podido superar jamás a la hoy titulada Lliga catalana, el señor Ventosa se nos presenta en este momento como el más celoso guardador del ara en que se rinden todos los sacrificios a la legalidad, y al pronunciar sus primeras palabras, encaminadas a predicar la más absoluta sumisión al fallo electoral, ha olvidado –a pesar del recuerdo que una voz oportuna ha suscitado desde aquí– que precisamente como consecuencia de las últimas elecciones verificadas en Cataluña... (El señor VENTOSA CALVELL: Conoce su señoría poco la política de Cataluña.) Conozco de ella lo bastante para no ignorar que sus señorías se han retirado del Parlamento catalán. (Rumores.) De modo que, sin entrar en detalles, no hago más que poner de manifiesto la contradicción existente entre las correctísimas palabras del señor Ventosa, predicando la sumisión al fallo electoral, y la conducta de las huestes que, con el señor Cambó dirige, al separarse del Parlamento catalán. Y si tuviera que evocar otro recuerdo en cuanto al mantenimiento exquisito del respeto a la legalidad por parte de sus señorías, no tendría más que referirme a la Asamblea de parlamentarios del año 1917, que en el fondo fue un acto declarado subversivo por el Poder público, ante el cual se alzaron sus señorías ilegalmente. Estos son los comentarios que ofrecen las manifestaciones del señor Ventosa.

Formalización del frente antimarxista.

En cuanto a la proposición, nosotros, desde luego, emitiremos nuestros votos en contra. Deploramos su presentación, porque ahora, señor presidente del Consejo de Ministros, se va a dar el fenómeno de que se reitere, con solemnidad verdaderamente excesiva por lo extraordinaria, el frente antimarxista que sirvió de bandera para las elecciones. (Rumores.) Dicen por ahí voces de asentimiento: «¡Claro! ¡Claro!» Yo no hago más que subrayar, señores diputados, lo siguiente: ahora se van a unir a los votos del Gobierno los de la inmensa mayoría de la Cámara, sirviéndoles de centro de sustentación núcleos de esos votos, fuerzas parlamentarias que han hecho declaraciones de irrespetuosidad para el régimen, tan excesivas o más que aquellas que hayamos hecho nosotros, y sus señorías se van, no ya a consolar, sino a buscar fortalecimiento con los votos de quienes han dicho que si es necesario tomarán el Poder por la fuerza, con los votos de quienes han declarado que su misión es extirpar toda raíz liberal en España; con los votos de quienes han afirmado que, si cuando lleguen a gobernar, les estorba el Parlamento, prescindirán de él.

El fracaso de las profecías eufóricas de Lerroux.

Me interesa aclarar una cosa que antes ha quedado enredada. Nuestra actitud (la honradez de los señores diputados lo habrá de reconocer así) no tiene concomitancias, ni próximas ni lejanas, con esa criminalidad que se está dando ahora y a virtud de la cual los atentados que antes se registraban por unidades se cuentan hoy por decenas. Nosotros nada tenemos que ver con eso; lo condenamos como pueda hacerlo cualquier conciencia honrada, y lo único que lamentamos es el fracaso de aquellas profecías eufóricas del señor presidente del Consejo, a virtud de las cuales su señoría soñaba con que el solo hecho refulgente de la presencia de su señoría en ese sitial había de acabar con una enfermedad tan terriblemente endémica y tan desoladora como la que se está extendiendo por España. (El señor presidente del CONSEJO DE MINISTROS: Su señoría no me ha oído nunca decir semejante cosa.) Ni creo que lo piense su señoría; pero como algunas manifestaciones que se han hecho por ahí se han involucrado. (Grandes rumores.) Cuanto más general sea el rumor de desaprobación, más contento me produce. (Continúan los rumores.)

Señores diputados, yo registro este fenómeno: frente a los que han desarrollado las mayores violencias en España, frente a colectividades que han organizado el crimen, la violencia insensata e infecunda, frente al anarquismo, jamás de los Gobiernos de la República han partido conminaciones tan graves, tan severas como las que, ante la posibilidad de una actitud revolucionaria nuestra, ha pronunciado hoy el señor presidente del Consejo de Ministros. (Grandes rumores. Varios señores diputados pronuncian palabras que no se perciben.)

¡El 10 de agosto!

El presidente del CONSEJO: ¿Me permiten la Presidencia y el señor Prieto una interrupción? ¿Sabe su señoría que, enfrente de los Gobiernos que han precedido a éste, dentro del régimen, se levantara ningún partido, que tuviera aquí representación, a predicar la revolución? (Muy bien. Aplausos.– El compañero MENÉNDEZ (Teodomiro): Los amigos de su señoría de hoy, que son los del 10 de agosto.– Grandes rumores y protestas.– El compañero AGUILLAUME: A predicarla, no; a hacerla, que es peor.– El señor presidente reclama orden.)

El camarada PRIETO: Pero, señor presidente del Consejo de Ministros: al contestar antes a su señoría, unas veces por olvido involuntario y otras por voluntaria omisión, he dejado de recordar trazos de la conducta de su señoría, y entre aquello que pertenece a la omisión voluntaria figura el no haber querido recordar cómo su señoría dirigió, desde aquí, una obstrucción parlamentaria... (Un señor DIPUTADO: Con su derecho. El compañero MENÉNDEZ: Como vosotros.– El señor REY MORA: Que fue guillotinada dentro del reglamento.– El compañero MENÉNDEZ: Y el que quiera fusilar, que fusile; pero puede caer él también.– Grandes rumores.), obstrucción que redundaba en daño del prestigio de un régimen naciente; que era una actitud revolucionaria, profundamente insensata. (El compañero AGUILLAUME: La revolución es más gallarda.)

El silencio en el salón y la verbosidad escatológica en los pasillos.

Y cuando su señoría hablaba de aquel silencio, que administraba tan avaramente desde estos escaños, tampoco he querido recordar que ese silencio se trocaba en exceso de lenguaje en los pasillos, donde nos injuriaba de una manera que no quiero calificar (Rumores.). Y cuando su señoría aduce ahora títulos de respeto, títulos para guardarle esa consideración, yo he querido olvidar, unas veces involuntariamente y voluntariamente otras, trazos de la conducta de su señoría desde el advenimiento de la República. Pero, en fin, eso es cosa secundaria, insignificante, que no merece el aprecio de mayores comentarios.

Contra los socialistas.

Nosotros vemos en esa proposición el auxilio al Gobierno para proceder contra nosotros sin contemplaciones. (Varios señores DIPUTADOS: ¡Claro!– El señor presidente del CONSEJO DE MINISTROS: Con todo el que falte a la ley. No contra sus señorías; contra todo el que falte a la ley– El camarada MENÉNDEZ (Teodomiro): Eso lo ha dicho el señor Martínez Barrio, no su señoría.– Grandes protestas y rumores.– Entre varios señores diputados se cruzan palabras que no se entienden claramente.– La PRESIDENCIA reclama orden.) Señor presidente: Vista la actitud de la Cámara, y reconociendo singularmente el estado de excitación de mis amigos, renuncio a otras consideraciones que me sugiere la presentación de esa proposición. Me limito a anunciar lisa y llanamente que esta minoría socialista votará en contra de ella por las razones expuestas en mi discurso. Lamento su presentación, creo que al Gobierno no le era necesaria; lo deploro. Como fundamento de nuestra actitud, baste aquella exposición de motivos que, por lo visto, no ha oído el señor Ventosa, ya que ha estado discurriendo sobre apreciaciones que no se basaban ciertamente en afirmaciones mías. Nada más.