Filosofía en español 
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Conferencia de Negrín

El Estado soviético ante la cultura

En el Círculo Socialista del Sur dio ayer tarde su anunciada conferencia sobre este tema el doctor Negrín, diputado a Cortes por Madrid, ante numerosa concurrencia que llenaba todos los salones del Círculo, y que pudo escuchar la disertación merced a los altavoces instalados.

Después de breves palabras del compañero Carvajal para presentar al orador, Negrín abordó el tema diciendo que los problemas y la situación de Rusia interesan a unos por lo que de ella tienen que aprender y a otros por lo que de ella tienen que temer. Los países capitalistas saben que el Estado soviético no puede ser arrollado, y pactan con él. Sólo gobernantes atrasados y tartufos se obstinan en no tener trato oficial con Rusia. Tal sucede con España.

Para los socialistas, la U.R.S.S. representa el gran experimento social.

Es verdad que una revolución de clase sólo puede consolidarse por una dictadura transitoria, y no es menos cierto que la impreparación del proletariado ruso, llamado a ejercerla; exigió que esa dictadura fuese tutelada por el Partido Comunista, que combatió y combate sin piedad cuanto contribuye a quebrantar la sujeción disciplinaria a los órganos directores.

El Comisariado de la Cultura persigue una formación moral anticapitalista. Su guía más destacado, Lunatcharski, salvó del destrozo, posible en toda revolución violenta, los tesoros de la antigua cultura rusa, en objetos y en personas. De los intelectuales rusos se tenía en el mundo un concepto equivocado, el que se forjaba en las versiones novelescas de estudiantes revolucionarios y profesores liberales. Pero allí, como en todas partes, el sabio tenía un espíritu conformista, inhibido de la cosa pública y encerrado en sus disciplinas.

Recuerda a este propósito que Federico II dijo que sólo le preocupaba el éxito, porque una vez logrado, ya encontraría profesores que le justificasen ante la Historia. Lenin, siquiera no faltasen técnicos saboteadores, aconsejó tolerancia para conservar los cuadros científicos mientras se creaban los que necesitaba afectos al nuevo régimen.

Primera tarea fue la de liquidar el analfabetismo. Y penosa. No era aprovechable el profesorado. Había, por otra parte, doscientos idiomas, algunos sin alfabeto, otros sin gramática, es decir, sin posibilidades de aplicación literaria. Ello ha sido vencido con una sin igual atención por el niño, incluso desde antes de nacer. El palacio de los zares es hoy el Palacio de los Niños. Hasta los diecisiete años es obligatoria la enseñanza. Si en 1910 daba Rusia una sensación de salvajismo, con un 70 por 100 de analfabetos, hoy no los hay en la población menor de cuarenta años.

En cuanto a la enseñanza superior, los alumnos que tienen aptitud y vocación disponen, además de numerosas Universidades, de estipendios económicos. Por lo que afecta al profesorado, Stalin acaba de recomendar no «tragarse» al especialista, sino atraerlo, sin perjuicio de que el Estado les vigile y limite sus actividades mientras los aprovecha. La capacidad, pues, incluso para los «sin partido», es en Rusia como un salvoconducto.

La U.R.S.S. cuida colosalmente la investigación científica. La ciencia y la técnica han de estar al servicio del progreso social. El organismo supremo, la Academia de Ciencias de Leningrado, no es un parnaso, sino un laboratorio eficacísimo. Cuando Lenin concibió la electrificación de Rusia, la Academia trazó el plan, llamando para realizarlo a los mejores técnicos de electrotecnia del mundo. Y así, hoy, desde Moscú puede hacerse el reparto de toda la energía eléctrica, y más del 80 por 100 de la fuerza motriz proviene de la electrificación. La colectivización de la agricultura ofreció múltiples inconvenientes. Otra institución cultural, el Instituto Lenin, logró resolver los problemas técnicos, incluso acortar para algunas plantas el período vegetativo, mediante fórmulas de Williams. El Instituto de Biología, doble que nuestra Ciudad Universitaria, tiene un presupuesto cuatro veces superior al de todas las instituciones culturales españolas de igual grado.

El artista es mimado, en cierto modo privilegiado. Bien es verdad que en Rusia se tiene del arte un concepto distinto al del mundo capitalista. El arte no es un lujo de minorías, sino un tributo a la colectividad. Así se explica que el Metro de Moscú sea en la ornamentación una obra artísticamente lujosa.

La posición del Estado soviético ante la cultura se caracteriza por su flexibilidad y por la autonomía de sus órganos de realización. No es verdad que el colectivismo mate el estímulo por la cultura, antes bien, lo acrecienta. La revolución rusa es eminentemente pragmatista. Marxismo y leninismo, ayer; stalinismo, hoy. Lucha porque la burocracia no anquilose una precisa autonomía vital, procurando que los organismos compitan hasta superarse. Sin ser esclavos de un dogmatismo estúpido, rectifican cuando hace falta, porque el espíritu revolucionario no puede reducirse a un papel demoledor.

No ignoremos, pues, el experimento soviético. Si se hace un balance de los hechos en Rusia desde Pedro I al último Romanoff y desde Lenin y Stalin, sería favorable a los Soviets. Nos satisface esa comprobación práctica de nuestros ideales. Como españoles, nos pesa que a nuestros gobernantes, aunque se intitulen patriotas, no los preocupe siquiera. El empuje soviético se debe a la fuerza de la idea, a la tenacidad, a una disciplina ejemplar, a un desprecio saludable por la bullanguería que a gritos quiere ahuyentar el miedo.

«Me daría por satisfecho –termina Negrín– si hubiera logrado una sola cosa: fortalecer nuestra fe socialista y el afán de lograr que siempre esté en primera línea el avance cultural del proletariado. La victoria se consolida con eso y se logra siempre con rígida disciplina para las jerarquías del Partido. Tomemos el ejemplo de Rusia, y esperemos caminando hacia el ideal común de justicia social.»

La concurrencia aplaudió calurosamente al conferenciante.