Retóricas malsanas
Dionisio Pérez
El monólogo de nuestro hispanoamericanismo
“El 14 de mayo, en Florencia, en la Sala del Duecento del histórico Palazzo Vecchio, el alcalde de la luminosa ciudad del Dante, rodeado de delegados de todos los periódicos de Italia recibirá solemnemente a los representantes de setenta periódicos importantes de París, Madrid, Lisboa, Bucarest, Bruselas y de todas las ciudades ‘latinas’ –así entrecomillado para dar mayor expresión a la palabra– de América, desde Québec y la Habana basta Río y Buenos Aires...”
Por el tono, por la intención, por el preconcebido latinizamiento de lo más ibero que queda en América: Habana, Buenos Aires y Ríojaneiro, donde con la independencia no se interrumpió la corriente de influencia hispánica y lusitana, el lector avisado habrá advertido que procede ese párrafo de una pluma francesa... Una pluma francesa que predice la eficacia de la celebración del tercer Congreso de la Prensa latina... “Si nosotros no constituimos un bloque de pensamiento latino, seremos igualmente italianos, franceses y españoles, germanizados todos, eslavizados o britanizados... Y este bloque tiene ya un centro, un faro: ¡París!... ¿No vemos venir a nosotros a todos los latinos del globo?... Y ello se explica porque mañana, en Europa, será forzosa la elección de pensar en anglosajón, en germano, en eslavo o en latino...”
Se trata, según la oficina permanente que dirige desde París la supuesta latinización de América, de agrupar las cinco lenguas fraternales que se nutrieron de la misma leche en las mamas de la vieja loba romana, no para hacer la guerra a las otras lenguas, sino para defenderse y para que esta civilización común no se vea obligada a llevar algún día la librea de un pensamiento extranjero.
No dejaría todo esto de ser retórica hueca, sobre todo en un país que para satisfacer su necesidad de mano de obra y compensar su deficiente natalidad admite con predilección en sus campos y en sus hogares legiones de polacos, que serán antigermanos y antieslavos, pero que no son latinos de sangre, de pensamiento ni de idioma, si esta novedad del latinismo no se extendiera como un contagio entre los intelectuales americanos de similor y aun entre señaladas personas de España. Porque, además, esa retórica gala, no queda reducida, como la nuestra del hispanoamericanismo, a la vana pompa de la prosa periodística, de los discursos solemnes, de los brindis alcoholizados, de las exaltaciones sentimentales... Tras ella hay una acción política persistente, una labor financiera y diplomática, universitaria y literaria que va cada día a repetir en aquellos lugares donde quedan restos del esfuerzo titánico de la colonización americana –que nos debilitó aquí y nos redujo al mediatizamiento presente– que no hay raza hispánica ni pensamiento español... Y se quiere, y comienza a lograrse, que España coopere en esa obra...
Yo no soy antropólogo ni filólogo, ni hace falta para advertir que no existe un pensamiento latino. Si no hubieran borrado el común origen, la personalidad adquirida en veinte siglos por las tres naciones vecinas del mar Tirreno, y las inmigraciones sucesivas de otras razas invasoras, habría desaparecido en las contiendas mismas que estas naciones han mantenido, cayendo unas sobre otras cada vez que se creyeron con las garras suficientemente afiladas y adiestradas. La verdad es que un andaluz o un gallego no puede encontrar hermandad, ni afinidad siquiera en la contextura física ni mental de un belga o un rumano. A cambio de esa ficción se nos pide que renunciemos a estos posibles, lógicos y naturales ideales del iberismo y del hispanoamericanismo, colocando a nuestro pensamiento la librea gala, ante el temor de que andando los años o los siglos llegue a nosotros en forma más imperativa, acaso, la influencia germana, anglosajona o eslava.
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Lo malo es que América se nos va, so nos ha ido, y el hispanoamericanismo comienza a ser un monólogo, interrumpido sólo por las cortesías de quienes vienen de allá, camino de París, y creen cruel sacarnos tan prontamente del engaño. Esperó América demasiado tiempo que España convirtiera el ideal de raza y la comunidad de idioma en una acción política, en una eficacia comercial, en un mancomunamiento de grandes intereses, en aquella suerte de anfictionía en que pensara Bolívar. España tardó tiempo en querer borrar el encono de la guerra civil, recurrió tarde contra las injurias y las calumnias que hábiles extranjeros habían sembrado en la airada conciencia colonial y hasta última hora mantuvo su concepto imperialista de la dominación, siendo nosotros mismos quienes hicimos a los Estados Unidos árbitros de la liberación de los pueblos hispanoamericanos.
Y luego, cuánto tiempo adormecidos en el monótono repetir los manidos lugares históricos, sin ver cómo el tiempo los iba arrinconando, quitándoles toda realidad y toda ejemplaridad, y cómo el pueblo americano atendía otras propagandas, se sentía movido del estímulo de otras razas y consideraba de calidad inferior las afinidades hispanas. Ha sido preciso que Leopoldo Lugones viniera a decírnoslo con una franqueza misericordiosa, cuando ya hace tiempo este mismo poeta, tan amado y enaltecido de nuestros intelectuales, venía haciendo en la Argentina su campaña, si no antiespañola, negadora del hispanoamericanismo, como ideal serio y como realidad efectiva.
Desde que en 1912 se fundó en la Universidad de Buenos Aires la cátedra de Literatura argentina, se viene negando ante aquellos escolares la existencia de una raza hispanoamericana y afirmando la argentinidad que vivifica las letras del Plata desde su iniciación en las trovas y romances de los indios y los gauchescos, obras de un arte genuinamente nativo, engendrado en la poesía de la emoción territorial. No se puede negar el hecho histórico de que España fundó la civilización argentina; pero se agrega: “Italia ha acrecentado nuestras poblaciones, Inglaterra ha nutrido nuestra riqueza y Francia ha fecundado nuestra cultura intelectual”... Y por si esto fuera poco se dice al escolar argentino: “En cuatro siglos de evolución étnica, la raza argentina ha asimilado casi totalmente su denso concurso de sangre indígena, hasta definirse como un nuevo tipo de la raza blanca, diverso del progenitor español y muy semejante a sus cognados americanos...”{*}
Podrá esto negarse, discutirse –previviéndolo ya, acumula hechos, cifras y documentos este libro de texto, que es, por cierto, una obra admirable editada por una firma española de Buenos Aires–; pero la realidad es que nuestro ensueño, nuestro ideal, aparece negado por aquellos mismos que habían de sentirlo y profesarlo, y sin cuya aquiescencia y cooperación el hispanoamericanismo es un monólogo infecundo y una acción solitaria, en la que no debe confiar una nación como España, necesitada de definir apremiantemente la orientación de su porvenir.
Valdrá la pena de traer a esta información nuevos testimonios.
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{*} [Nota de Filosofía en español. La cita originaria precisa es: “Si es evidente que en cuatro siglos de evolución étnica, la raza argentina ha eliminado casi todo su antiguo aporte de sangre africana, es también evidente que en ese tiempo, ha asimilado casi totalmente su denso concurso de sangre indígena, hasta definirse como un nuevo tipo de la raza blanca, diverso del progenitor español y muy semejante a sus cognados americanos.” Ricardo Rojas, La literatura argentina: ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata, Coni Hermanos, Buenos Aires 1917, págs. 68-69.]
→ Un Congreso libre de trabajadores intelectuales · Leopoldo Lugones