Junta general en el Ateneo de Madrid
Don Miguel de Unamuno, socio de honor
Ayer tarde, ante extraordinaria animación, se celebró la junta general anunciada. Sentáronse a la mesa presidencial, con el doctor Marañón, los Sres. Dubols, Tapia, Jiménez de Asúa y Bonilla.
Marañón dió en frases sencillas las gracias de corazón a todos por elevarle a este cargo. Dijo que iba a exponer un programa de orientaciones en nombre de la Junta.
Comenzó diciendo que sería pueril disimular que el Ateneo de Madrid ha adquirido en sus últimos años un relieve definido, se dice que político, que constituye una parte importante de nuestra personalidad corporativa, y que no cabe negar que es también objeto de críticas y de enconos. Por lo que requiere unas palabras de aclaración y un intento de definición para lo futuro.
«Todos sabemos bien que esta casa es, como reza su epígrafe oficial, un centro de cultura artística y científica. Y nada más, se apresuran a decir algunos, y el Ateneo, añaden, ha hecho últimamente política de un modo reiterado. Está bien. Pero diferimos en el modo de entender lo que se llama cultura y lo que se llama política; y acaso en esta divergencia, más que en ninguna otra cosa, incluso las filiaciones confesionales y políticas, estribe la disparidad –disparidad fecunda– que nos separa a unos españoles de otros. Para nosotros, cultura no es ni puede ser otra cosa que ejercicio de la inteligencia y ensayo de la voluntad para la acción ciudadana, sin ninguna limitación. Así, pues, la política, para nosotros, no será nunca profesión, sino la voluntad y la inteligencia de cada ciudadano, concertadas en el sentimiento de servir al país y a la Humanidad.
Los mismos que abominan lo que se llama política, todos esos españoles que se presentan exhibiendo la cédula de su apoliticismo como salvoconducto para circular por la vida, son los mismos que a todas horas se lamentan de la falta de preparación de nuestro pueblo para todo progreso; los mismos que justifican la actitud de dejarlo todo como está ante el temor de que no podamos soportar la sacudida social más insignificante. En el fondo, esto es miedo a la acción y, lo que es más grave, miedo al pensamiento.
Hoy día no se puede defender el mito de la cultura esquemática y pura separada de una necesidad primitiva y enérgica de ciudadanía.
El Ateneo es la única cátedra libre del pensamiento nacional. Hasta el auxilio material que le concede el Estado se funda en el carácter de sede de la libertad del pensamiento. Todos los matices del espíritu caben dentro de sus paredes. Nuestro deber es continuar esta santa tradición.
Sobre todo, dedicaremos todo nuestro afán a la biblioteca, cerebro y corazón del Ateneo, puesta en grave trance por aquellos que vinieron a sustituirnos a título de que hacíamos poca ciencia y mucha política. La política nuestra brotará libremente de nuestro progreso cultural. La de ellos, la de aquellos a quienes representaban, se basa, bajo la capa de no hacer política, en la ignorancia de todos.»
Termina diciendo que, tras los años de vergonzoso sueño del espíritu, debe ser el Ateneo el crisol donde se fundiese todo lo viejo y lo nuevo que llevamos encima y se remozase nuestra curiosidad, nuestro saber y nuestra ciudadanía. “Queremos continuar nuestra propia historia, es decir, seguir en las avanzadas del pensamiento con la máxima tolerancia, pero con la máxima inquietud.” (Grandes aplausos acogieron esta elocuente declaración de la Junta de gobierno.)
A continuación se puso a votación la concesión, como homenaje a D. Miguel de Unamuno, del nombramiento de socio de honor, máxima distinción del Ateneo. La propuesta causó tan gran entusiasmo, que se acordó en un principio por aclamación; pero levantóse la señora doña Julia Peguero de Trallero, y no estando conforme, se aprobó este justo homenaje con el voto en contra de dicha señora.
Una gran ovación acogió el nombramiento de socio de honor de D. Miguel de Unamuno, levantándose la sesión.