Ramón J. Sender
La F. A. I., Maciá, la revolución y la C. N. T.
Contestación a “EL SOL”
He aquí que un joven escritor español, querido y admirado en esta Casa, D. Ramón J. Sender, nos envía una defensa de la Confederación Nacional del Trabajo y de la Federación Anarquista Ibérica, replicando de ese modo a un editorial publicado hace pocos días por EL SOL. No es necesario decir hasta dónde discrepamos de la doctrina que el autor de Imán presenta en sus cuartillas. Es bien clara nuestra posición y terminante nuestro alejamiento de los extremismos que en este trabajo se celebran.
Tres razones nos mueven a publicar el artículo del Sr. Sender: la autoridad de su firma, su condición de redactor de EL SOL durante siete años y el hecho de que se soliciten nuestras columnas para contestar precisamente juicios, apreciaciones y actitudes de este periódico.
Dice el Sr. Sender:
En el artículo que días pasados publicaba EL SOL sobre el momento social y político de Cataluña se rozaban cuestiones fundamentales de la vida orgánica de la C. N. T., dejando en el aire afirmaciones ligeras. Es conveniente dar a esas afirmaciones su gravidez específica y dejarlas sentadas no en el aire ni en los escaños del Congreso –donde a la ligereza se le ha querido dar últimamente una consagración nacional–, sino en la tierra firme de los hechos.
Como consecuencia de la reunión de diputados de la izquierda catalana, ha sido preciso que la Prensa estableciera puntos de vista concretos –la Prensa se recrea ahora más que nunca con las vaguedades–, y los ha buscado por el camino del menor esfuerzo. En lugar de ver que la salvación de la República española es sólo posible llevándola al plano en que la izquierda catalana se mueve, porque fuera de ese plano todo es desorientación, vaguedad y liberalismo monárquico, se prefiere explicar el fenómeno político de Cataluña por la C. N. T. De paso procuran desprestigiarla con los mismos argumentos con que atacan a la izquierda catalana: el pacto con el sindicalismo. Un pacto que no existe, pero que si existiera sería a base de una separación absoluta de principios, con concesiones de la izquierda catalana que harían de la presión de la C. N. T. una influencia progresiva revolucionaria. Como se ve, esto sería precisamente lo contrario de lo que la U. G. T. ha hecho en su pacto con los republicanos. Un pacto en el que las concesiones de la República son privilegios personales contra todo principio de clase, e incorporar como por soborno al ritmo burgués y conservador de la República a un sector del proletariado. Esto tiene para las organizaciones obreras de la U. G. T. una significación bien neta, y lo interpretan con una palabra muy dura: traición.
Pero suponiendo que ese pacto existe entre la C. N. T. y la izquierda catalana –ya se ha demostrado oficial y taxativamente que no existe–, se arremete contra la Confederación afirmando el predominio de la F. A. I., Federación Anarquista no internacional, aunque de hecho lo sea, sino ibérica, hasta ejercer una dictadura en todos los sectores de la organización obrera revolucionaria. Con esa fórmula queda ya todo resuelto. Como EL SOL asegura que los elementos de la F. A. I. son irresponsables, esa irresponsabilidad cae de lleno sobre la C. N. T., y queda ya una opinión dispuesta para acomodarla a todas las actuaciones de la organización. Pero esa dictadura de la F. A. I. ni es cierta ni es posible. Los mismos militantes faístas lo rechazarían por su amor a la verdad y porque sus convicciones, a las cuales guardan fidelidad ejemplar, vedan ese género de coacción. También porque no existe ni puede existir en los Sindicatos la disposición al vasallaje. Si la F. A. I. tiene como unidad orgánica el “grupo”, la C. N. T. tiene el Sindicato. El grupo y el Sindicato son hermanos, pero discrepan siempre que hay que interpretar una realidad social inmediata y adoptar una actitud. Las discrepancias se resuelven en las asambleas de Sindicatos, y de ellas surge –lo hemos visto siempre– la interpretación revolucionaria más ajustada a la eficacia. La F. A. I. actúa en ellas de estimulante unas veces, y otras de revulsivo; pero siempre la última palabra la han pronunciado, con una lógica inapelable, las mayorías sindicales. Claro es que por encima de todo está la conciencia de clase, y que la solidaridad entre la F. A. I. y la C. N. T., en cuanto se plantea el hecho revolucionario, es perfecta.
Ni la F. A. I. es irresponsable, ni aunque desde el punto de vista burgués lo fuera –posibilidad que todos los enterados rechazan– podría ampliarse esa calificación a los sindicatos. Pero según lo que por “responsable” y “responsabilidad” se entienda –aquí D. Miguel, el tozudo de las etimologías, el glorioso despistado–, nadie que mejor responda de sus actos y de los de sus compañeros que la F. A. I. En lo doctrinal y en la acción. Una prueba de la responsabilidad, de la conciencia de sus actos de las dos organizaciones la están dando en estos momentos, resistiendo la provocación sin perder la cabeza, refrenando su poder y su fuerza para no contestar al reclamo belicoso de la República de Maura. Y no es por temor a la derrota –ya va siendo hora de decir que no se puede destruir a la C. N. T. ni a la F. A. I. sin destruir a España–, sino para no interrumpir la oportunidad revolucionaria que el Gobierno de la República, ayudado por un Parlamento sin contenido y sin vértebras –la posición de todas las fracciones es, como ocurre siempre a los que carecen de fe y de capacidad de interpretación, la de “adherentes” y “congratulantes”–, está poniendo en sazón. El golpe de fuerza lo ha podido dar la C. N. T. y puede darlo en cualquier instante con garantías de éxito. Pero no se trata de asaltar el Poder para aprovechar el mismo sistema estatal, sino de sustituir este sistema vicioso y parasitario, fracasado en todas partes, verdadera cuña entre las clases sociales, que dificulta la armonía del trabajo y la producción, y hace imposible la justicia social por una nueva estructura a base no de instituciones falsas ni de organismos parasitarios, sino de organización y articulación de funciones sociales. La C. N. T. estudia y organiza el tránsito, evitando el colapso económico y la etapa de terror y de hambre. Lenin –recurramos a la autoridad que este nombre tiene incluso para los burgueses– dijo precisamente a un delegado español que se podían evitar las imperfecciones y las taras de la revolución rusa aprovechando su experiencia y yendo desde el primer momento a un sistema de convivencia social más avanzado y perfecto. Puede que al hablar así pensara en la diferencia de la psicología española y en la entraña doctrinal de la C. N. T., central sindical española perseguida a tiros, combatida a sangre y fuego, y sin embargo cada día más próspera, abarcando nuevos sectores de la producción y minando la vieja y decadente opinión pública española.
Es la verdad grávida –no ligera– y sencilla. Es la verdad henchida de fuerza, de realidad y porvenir. Puede el Gobierno de Maura seguir bombardeando casas. Eso preocupará, sin duda, a la Cámara de la Propiedad Urbana. Puede poner su fuerza represora al servicio del Wall-Street. El capitalismo colonial inglés saltará –como ha saltado ya en Riotinto bajando caprichosamente los jornales– en busca del mismo trato de favor del capitalismo rival de la U. S. La conducta del Estado con la Telefónica ha revelado de pronto a las potencias capitalistas que aquí hay mesa franca para el coloniaje y la explotación. Ya recibirán la lección por otro lado si no quieren aceptar la de las organizaciones de la C. N. T. Pueden seguir encargando la nueva reglamentación del trabajo a Largo Caballero, que es como encargar de reglamentar la libertad de cultos al obispo de Madrid-Alcalá. Lo que no podrá volver a hacer en este período constructivo de la C. N. T. es aplicar la “ley de fugas”, porque los que se solazan con la posibilidad de una guerra a muerte entre la F. A. I. y la C. N. T., de una guerra que inhabilite e incapacite a las dos organizaciones, se han de ver sorprendidos con su acuerdo absoluto frente a la verdadera y dañina irresponsabilidad. Puede seguir el Gobierno declarando que el capitalismo ha fracasado en todo el mundo, y asesinando al mismo tiempo a los obreros. Puede anunciar que va a abandonar Marruecos para afianzar al mismo tiempo un punto de vista imperialista. Puede seguir oponiendo a las realidades sociales más crudas el florilegio y el voto de confianza –¿de confianza de quién?–. Puede seguir jugando a las revoluciones. La respuesta a sus afirmaciones sobre el capitalismo se la darán las potencias capitalistas; a sus frivolidades sobre Marruecos responderá un hecho de fuerza en nuestra zona oriental organizado y fomentado tácitamente por Francia e Inglaterra para obligar a los republicanos españoles a definirse en ese aspecto internacional. A los discursos de ateneo provinciano contestarán pronto la exigüidad de las cosechas, la crisis industrial y la guerra de los Estados Unidos y de Inglaterra contra la peseta. A la labor de Largo Caballero está contestando todos los días de tal manera el proletariado español, que la República tendrá que poner detrás de cada decreto de Trabajo –si no se cambia de táctica– toda la Guardia civil y todo el Ejército, y jugarse la dignidad en testarudos y cruentos empeños de orden público. De esos juegos, de esas trágicas frivolidades, saldrá una sola víctima: el pueblo.
El pueblo está por eso al lado de la C. N. T. y de la F. A. I. Confía en sus cuadros sindicales, en su táctica. Y al pueblo debe decirle la Prensa burguesa la verdad. No hay dictadura irresponsable de la F. A. I. sobre la C. N. T.; ni hay dictadura ni hay un acuerdo perfecto. Pero no es esa una razón de optimismo para la reacción. Es el fenómeno natural de la discrepancia de los núcleos proletarios más fuertes ante la labor revolucionaria constructiva. Las revoluciones sociales comienzan entre las masas obreras. Con estas discrepancias entre la C. N. T. y F. A. I. la burguesía debiera más bien alarmarse. Vería el síntoma fatal en la lucha entre la C. N. T. y la U. G. T., en la discrepancia antes aludida con la F. A. I. En este último caso, la discrepancia no saldrá de la polémica doctrinal porque no hay razones para otra cosa, porque no puede ser, porque ni en la F. A. I. existen esquiroles ni en los Sindicatos ministros. En fin, resumiendo y volviendo de lo general a lo particular que ha motivado estas líneas, hay que dejar sentadas tres afirmaciones: ni los de la F. A. I. son irresponsables ni ejercen una dictadura responsable o no sobre la C. N. T., ni –y esto es esencialísimo– las diferencias de apreciación y de interpretación entre las dos organizaciones les han de impedir en ningún caso ir juntas a la lucha, que es lo que querría la burguesía monárquica y esta nueva burguesía socialfascista. Lo que ocurre desde que subió al Poder Berenguer es –repitámoslo– que ha comenzado la labor positiva, la labor constructiva, y que la interpretación del porvenir crea, como siempre, discusión y lucha. La revolución que empieza por abajo.
Hay aún un punto sin aclarar de los que tocaba EL SOL: la supuesta influencia del “paternalismo humanitario” de Maciá en la C. N. T. Los que han escrito eso desconocen en absoluto la realidad social catalana, y al mismo tiempo creen conocerla demasiado. Hay que insistir en que la influencia es de abajo arriba, lo contrario de lo sucedido en Madrid con la U. G. T. En Cataluña, Maciá y los diputados de la izquierda se han acomodado, en lo que su educación burguesa les permite, a la realidad social de la C. N. T., y no pudiendo desconocerla, se proponen hacer concesiones de doctrina y de principios. Aquí, en Madrid, los republicanos conservadores –no conservadores del nuevo Estado republicano, sino de los viejos privilegios sociales de la Monarquía– han captado a los dirigentes socialistas y han logrado de ellos todo género de concesiones burguesas. ¿Está con ellos la U. G. T.? El tiempo lo dirá. El punto de vista del “paternalismo humanitario”, como el de la “dictadura de la F. A. I.”, son dos añagazas burguesas que ni llegan a la organización sindical ni ésta comprende. Para mediatizar a la C. N. T. creen que se puede hablar indistintamente –buscando el ataque por los dos flancos– de la F. A. I. y de Maciá. El juego es contraproducente. Buscar la disgregación aunque sea con la cautela con que se ha hecho es provocar las fuerzas de cohesión y hacer que la C. N. T. y la F. A. I. tiendan automáticamente a una unidad más compacta. Pero además resulta inconcebible que ante una organización cuya firmeza de doctrinas y cuya severa táctica le hacen chocar constantemente con el Estado, no ya sin debilitarse, sino sin dejar de crecer, se puede hablar de influencias desviatorias a base del paternalismo humanitario de un político. Los Sindicatos se nutren ideológica y tácticamente de sí mismos; conocen su fuerza y su ruta y pueden influir en otros sectores creando una opinión relativamente afín capaz de producir efectos de espejismo en la Prensa burguesa. De ningún modo pueden ser influidos ni siquiera en la superficie por un hombre ni por una consigna burgueses. Es una conciencia de clase, no una opinión política, lo que alienta en la C. N. T. Ante esa conciencia nada puede una lógica de premisas capitalistas, aunque la encarne no un político burgués, sino un hombre con los ojos y el espíritu neutrales. Es una discrepancia de orden social y también psicológico y temperamental. Pero además están los imperativos de los Congresos, de las Conferencias nacionales, de los Plenos. Hay una técnica que salvaguarda a la C. N. T. del confusionismo. Una técnica que surge del contraste de las consignas clásicas con las dificultades de cada día y que queda fijada en una disciplina sindical henchida de hechos y de realidades. Esa técnica es la que de momento ha aconsejado mantenerse a la expectativa mientras la República burguesa se hunde en el atolladero parlamentario dando gritos y palos histéricos –e históricos, que la histeria y la historia van juntas desde hace un año, don Miguel–. Contra esa técnica son inútiles las argucias escisionistas. La F. A. I. seguirá siendo el estimulante o el revulsivo y la Confederación la fuerza. Una fuerza que no depende de las promesas del compadrazgo en el Poder y que debe estar bien arraigada en la médula española cuando en un año es capaz de cohesionar a un millón de trabajadores mientras que la U. G. T. en cuarenta años y con todas las facilidades de la promiscuidad con el Estado y la autoridad apenas ha podido conciliar a trescientos mil.
Aclaradas estas cuestiones, que EL SOL rozaba, la aclaración sorprenderá a muchos intelectuales que cierran los ojos, creyendo así anular la realidad circundante, y que se creen con derecho a someter el mundo a su necesidad de interpretar originalmente y elegantemente lo que no tiene más que una interpretación. La filosofía y las matemáticas plantean hechos abstractos con una solución inmediata que asume ya todas las interpretaciones, y ante la cual se inhabilitan la elegancia y la originalidad. En lo social ocurre lo mismo. A los intelectuales que quieren urdir elegantes interpretaciones, dando a la República una consagración de frivolidad, una estabilidad en la retórica y la poética, habrá que decirles que esto de la C. N. T. no es sólo aquí en España. Que detrás de todas las alarmas, de los “craks” financieros, de las crisis bancarias, de la bancarrota actual de Alemania, de la próxima de Italia, de América del Sur, del temor precavido ingles contra Oriente, de China, y de Rusia, y de Portugal, y de España, están los Sindicatos esperando. Pero los intelectuales que no comprenden a la C. N. T. ni a la F. A. I., comprenden mucho menos lo que está ocurriendo fuera de España. Si se les explica con el punto de vista revolucionario no lo entenderán. “¿Cómo? ¿Qué es eso?” Lo mismo dirán ante estas cuartillas, sorprendidos o indignados. “¿Cómo? ¿Qué es eso?”. “Eso” no es nada, señores. Os lo explicaremos apelando a ese acento que tan bien entendéis y que os ha hecho delirar de gozo días pasados en el Congreso: no pasa nada. Es el planeta, que se cambia de camisa.
Ramón J. Sender
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→ Carlos Hernández Zancajo, El cretinismo teórico del anarcosindicalismo, Renovación, 10 agosto