[ Dotación de Carnegie para la Paz Internacional ]
Paz
Dotación Carnegie, Year Book 1933. Carnegie Endowment for International Peace. Wáshington
Bien vale la pena un libro de 340 páginas, admirablemente editado, para registrar las actividades de un año fecundo de la Dotación Carnegie, que desde hace bastantes desarrolla incansable labor en pro de la paz y del entendimiento entre las gentes y entre las naciones. En los informes del presidente, el secretario y los directores aparecen condensados los acontecimientos más importantes del año. Informes desalentadores desde el punto de vista de las relaciones internacionales. Año de una serie ininterrumpida de tropiezos que amenazan seriamente la paz internacional, a cuyo servicio pone sus esfuerzos, su admirable organización y sus abundantes recursos la institución norteamericana, una de las más originales –si no es la más original– de su género, y a cuya labor constante se debe en gran parte la fuerza de los sentimientos de paz y cooperación internacional hoy tan difundidos. No es una paradoja, aunque parezca otra cosa, que al lado de las vigorosas corrientes nacionalistas que ponen en peligro la paz del mundo marche un avasallador movimiento pacifista en cuya orientación ha desempeñado un papel conspicuo la Dotación Carnegie.
Nació este organismo con una donación de diez millones de dólares, hecha por Andrew Carnegie en 1910. Desde entonces ha llenado sabiamente la misión y ha interpretado fielmente los pensamientos que su fundador se propuso. Quería Mr. Carnegie fundar una organización que “apresurase la abolición de la guerra”, la “lacra más detestable de nuestra civilización”. “Aunque ya no comemos a nuestros semejantes –escribía Mr. Carnegie–, ni torturamos a nuestros prisioneros, ni saqueamos ciudades, matando a sus moradores, todavía nos matamos unos a otros en la guerra como si fuésemos unos bárbaros.”
Alternaba Mr. Carnegie las horas entre la dirección de sus vastas empresas, en las que amasó una fortuna de varios centenares de millones de dólares, y la propaganda de los ideales pacifistas. En 1907, como presidente del Congreso de Paz que se celebró en Nueva York, afirmaba una cosa que está hoy de moda, aunque el sentido que se le da es todo lo contrario de lo que decía Mr. Carnegie. El “honor nacional” mancillado, ultrajado, corre de boca en boca y arrastra a las multitudes. “El honor –decía el gran pacifista– es la palabra más deshonrada de nuestra lengua. Ninguno ha tocado jamás el honor de otro hombre; ninguna nación ha deshonrado jamás a otra nación; todas las heridas de honor son infligidas por uno mismo.”
El objetivo principal de la Institución Carnegie es propagar los ideales de paz, poner en contacto a las gentes y enseñarles a comprenderse y a conocerse, con la seguridad de que así se llega más fácilmente a realizar su humanitario ideal de paz. Sus centros se hallan en todas las capitales del mundo; sus numerosas publicaciones –alcanzan ya varios millones– se encuentran en todas las bibliotecas del mundo; sus representantes se encuentran en todas partes. Conferencias, cursos universitarios, revistas, folletos y libros en varios idiomas, intercambio intelectual: estas y otras actividades caen de plano dentro de la órbita realmente universal de la Institución Carnegie.
Aquí en España, por ejemplo, se hallan colaboradores asiduos de la Dotación Carnegie, de hoy o de ayer: D. Rafael de Altamira, don Camilo Barcia Trelles y otros más. Y en las bibliotecas de Madrid –ministerio de Estado, Universidad Central, Biblioteca Nacional–, Barcelona, Sevilla, Granada, Oviedo, Zaragoza, Salamanca, Santiago, Valencia, se hallan sus numerosas publicaciones sobre Derecho Internacional, sobre problemas económicos y sociales, sobre negociaciones y arbitraje, sobre Tratados, sobre Historia, &c.
Actualmente, y gracias en gran parte al espíritu generoso del culto y sincero hispanista James Brown Scott, es la Institución Carnegie, a través de su departamento de Derecho internacional, la que asume la publicación, en lujosos y admirables volúmenes, de las obras de Vitoria y Suárez, en que aparecen los fundamentos y la exposición clásica del Derecho Internacional. Hasta hace muy pocos años, la obra de los dos grandes jesuitas{1} españoles era totalmente desconocida en España{2}. Era un holandés, Grotius, en cambio, quien figuraba como el clásico expositor de la doctrina del Derecho internacional. Hoy Grotius sigue siendo importante. Pero se ha restituido a su debida posición a los dos sabios españoles. Restitución merecida, que hace honor inmenso a España y a la institución norteamericana que los incorpora al grupo de los clásicos del Derecho Internacional, asignándoles un papel cuya importancia rebasa la más risueña esperanza de los que –insignificantes en número– esperaban hace pocos años esta labor de reconstrucción histórica.
Francisco Vitoria merece un lugar de honor en un volumen que sirve de introducción a la Biblioteca de los Clásicos del Derecho Internacional. El segundo volumen se dedica a Baltasar Ayala y a Francisco Suárez. Y dos volúmenes más compendian las exposiciones del padre Suárez sobre Derecho internacional y las selecciones más importantes de su famoso “Defensio fidei catholicae et apostolicae adversus anglicanae sectae errores”, en que hace una apasionada y enérgica exposición de los derechos del pueblo contra los tiranos, tomando como base el decreto de Jacobo I de Inglaterra sobre reforma religiosa.
Son la Institución Carnegie, James Brown Scott y sus colaboradores en España quienes dan a conocer al mundo de manera eficaz la enorme contribución de España a la formación del Derecho Internacional.
J. M.
Notas del editor
{1} El autor escribe de oídas: Francisco de Vitoria fue dominico y sus relecciones De Indis y De jure belli son de 1538 y 1539 (antes de que el Papa aprobase en 1540 la Compañía de Jesús).
{2} Afirmación extravagante dicha con tal rotundidad, y que sólo podría cobrar algún sentido referida a algunos gremios, o partes de ellos, de profesores de filosofía o de derecho. Es cierto, sin más, que José Ortega y Gasset ignora en sus obras a Francisco de Vitoria (no aparece mencionado ni una sola vez en el índice de nombres de las Obras Completas en seis tomos de 1947). Pero recuérdese, por ejemplo, el discurso de entrada de don Eduardo Hinojosa en la Real Academia de la Historia, el 10 de marzo de 1889, y la contestación (“Algunas consideraciones sobre Francisco de Vitoria y los orígenes del derecho de gentes”) de Marcelino Menéndez Pelayo.