Filosofía en español 
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Blanco y Negro

Blanco y Negro, revista quincenal ilustrada (segunda época). El 14 de abril de 1938, en plena Guerra Civil española, comienza en Madrid la publicación de una segunda época de Blanco y Negro, la revista fundada en 1891 y predecesora del diario ABC. En la primera quincena de febrero de 1939 se publica el número 20. Al mes siguiente caía Madrid, terminaba la guerra, y tanto Blanco y Negro como ABC podían volver a caracterizarse por su defensa de la monarquía. En el primer número se presenta como Blanco y Negro, de guerra, y advierte que «al iniciar hoy una nueva etapa de su vida, no aspira a que se le señale como un alarde tipográfico, cosa que ahora, dadas las insuperables dificultades de tipo material, sería un intento vano. (...) Blanco y Negro quiere ser cartel y parapeto de esta ESPAÑA EN CONSTRUCCIÓN.» Abre sus páginas el primer número con el siguiente editorial:

portada Blanco y Negro, número 1, abril de 1938

«14 de abril 1931, 1938. Reaparece hoy Blanco y Negro. Nace hoy Blanco y Negro –podemos decir– al servicio de España. Y sólo hay una: la España independiente y libre que se defiende y reconstruye con la sangre de los españoles leales a su patria y a su destino; la España republicana, democráticamente organizada y regida. Afirmada y orientada, en fin, por la voluntad mayoritaria de los españoles. Y reaparece Blanco y Negro el día 14 de abril. ¿A título de conmemoración? No. Pero sin pasar indiferente –no podría hacerlo ningún español ni órgano alguno de expresión española– ante el recuerdo de la fecha histórica. Aunque tantas y tan heridas conmociones hayan hecho vibrar, desde entonces, la entraña misma de nuestro pueblo. Aunque haya descargado sobre España la tormenta de una guerra que dramatiza y reclama hoy toda su capacidad para la preocupación y el esfuerzo. Aunque sea su propia existencia –nada menos que su existencia– lo que está en litigio. A pesar de todo esto. Y por todo esto precisamente.
Tal valor tiene el caudal de experiencia atesorado por los españoles durante los siete años últimos, que nunca como ahora se hace posible examinar y comprender el 14 de abril de 1931, fecha y suceso claves en el futuro destino de España. Y ver y comprender el 14 de abril de 1931, cuando próximos estamos a cumplir el segundo año de guerra, no es lo mismo que haberlo visto y comprendido antes de iniciarse la insurrección fascista. Ver y comprender ahora un suceso de aquel volumen nacional, equivale a calar muy hondo en la conciencia de todos los españoles –de los que entonces fueron actores al manifestar su voluntad republicana o su adhesión a la permanencia del viejo régimen y de los que, inhibidos, quedaron en el refugio de la indiferencia– y desentrañar sus consecuencias tanto como las causas que impidieron su continuidad. Pero ¿han desnudado nunca su conciencia, unos y otros españoles; se les vio nunca tan prácticamente su fondo humano como durante los veintiún meses que acaban de transcurrir? ¿Quedó nunca tan evidenciada como en este período la fortaleza de la expresión popular que el 14 de abril de 1931 registra: la fortaleza de la República –y es uno de los factores cuyo contraste se hace más necesario ahora mismo– que abierta a todas las aspiraciones mayoritarias nació aquel día, o que con tal característica quiso el pueblo que naciera? Ninguna ocasión, pues, tan propicia como ésta para ver, comprender y aprender.
De la conciencia republicana española, de la certeza común sobre el enraizamiento de la República en la voluntad mayoritaria de España, dan fe sus propios enemigos. Tres veces se han alzado contra ella: el 10 de agosto de 1932, el 8 de octubre de 1934, el 18 de julio de 1936. Y nunca –¡nunca!– decidiéronse a atacarla sin disfraz. El 10 de agosto anunciaron batallas contra la «desmembración de España». El 8 de octubre proclamaron maneras de política española –orden, religión, familia– fuera de la cuestión República o antirrepública. El 18 de julio la República fue vitoreada por los que contra ella se alzaban y hasta conservaron éstos la bandera y el himno nacionales. Sólo el fracaso del equívoco, el no engañar a nadie con la hipocresía premeditada, les decidió a despojarse de su disfraz. Despojo simbólico, para gloria de la República, porque coincide con la invasión de España por ejércitos extranjeros.
El 14 de abril de 1931 –se ha dicho y escrito muchas veces– fue la expresión de candorosas ingenuidades: la del pueblo y la de los hombres que –no todos, sinceramente– le guiaron en aquella jornada. Y la afirmación es exacta en parte. Pero cabe preguntar hoy: ¿Podía ocurrir de otra manera? Iniciábase aquel día, con la derrota incruenta del viejo régimen –derrota real entonces–, la transformación de un Estado tradicional, multisecular y montado sobre un sistema de castas. ¿En apariencia? En realidad, sostenemos nosotros. La primera consecuencia práctica del 14 de abril de 1931 quedó manifiesta el 9 de diciembre. Al proclamarse la Constitución de la República. ¿Y acaso no contiene este documento básico –sean cualesquiera sus imperfecciones– todos los puntos de partida necesarios para la transformación del Estado español, aun cuando se examine el problema a estas alturas de la guerra y con los elementos de juicio que otorga su experiencia? ¿No los contiene también para la reforma política, económica y social de España? Nosotros creemos que sí. Que en el cuadro de la Constitución de la República –y esta es la justificación y la consecuencia del 14 de abril de 1931– están los puntos de partida aun para ejecutar todas las enseñanzas de la guerra que hoy ensangrienta a España.
Pero algo quebró, desde entonces, en la vida política española. El 18 de julio no es fenómeno que se produzca por generación espontánea, ni que pueda explicarse solamente analizando las posibilidades de acción de unos generales insurrectos. Y sobrepasando la maleza de las anécdotas y de los hechos accesorios, que con exceso cubren hoy nuestro campo visual, se observan dos motivos de quiebra: que los hombres de la República valorasen por defecto la potencia del enemigo, sobre todo aquella que podía darle su contextura moral (hoy le vemos dispuesto a entregar su patria al dominio extranjero antes que aceptarla gobernada por la voluntad mayoritaria del pueblo) y que no supieran oponerle, permanentemente, desde el mismo día 14 de abril, de manera compacta y unitaria toda la fuerza política disponible en sectores sinceramente coadyuvantes al advenimiento del nuevo régimen. Cuando así se hizo, se produjo el 16 de febrero. Y cuando así se hizo también, mientras sólo combatíamos españoles leales a la República contra españoles insurrectos, se produjeron las jornadas de julio de 1936, en Madrid, en Barcelona y en tantas otras capitales y pueblos de España. La invasión ulterior del territorio nacional por ejércitos extranjeros traídos en ayuda de la insurrección, para poder sostenerla en principio, como obra suya, sólo demuestra una cosa: que la rebelión era consciente de la superior fortaleza republicana, cuando la República movilizaba todos sus efectivos. Una movilización de este tipo produjo el 14 de abril de 1931. Otra, el 16 de febrero. Otra aún, las jornadas triunfales de julio de 1936. Es decir, que la victoria fue nuestra siempre que pensamos y sentimos en 12 y en 14 de abril. ¿Que fue demasiado alegre y confiada la fecha en que la República quedó instituida? ¿Acaso no lo fueron también algunas jornadas de julio y aun de agosto de 1936, cuando algunos creyeron tenerlo ganado todo sin mayor esfuerzo, a pesar de que el enemigo empezaba a mostrar ya toda su contextura física y moral?
Ver y comprender ahora el 14 de abril, con toda nuestra experiencia a cuestas, no es lo mismo que pararse a comentar, más o menos despectivamente, las ingenuas alegrías de entonces, sino medir la trascendencia y el poder de aquella movilización civil, que desembocó en un trabajo constructivo, el único que puede darnos la firmeza política interior y la consideración extranjera: la Constitución del 9 de diciembre. Medirla para hoy, mientras luchamos. Y medirla para mañana; para cuando caiga sobre nuestros hombros la ingente tarea de reconstruir un país que la guerra, y otros excesos, nos entregarán destrozado.» (páginas 3 y 4 de Blanco y Negro, revista quincenal ilustrada (segunda época), Año XLVIII, número 1 (2.349), Madrid, abril de 1938.)

Los veinte números (en 19 entregas, pues el número de enero de 1939 fue un extraordinario que fundió los números 18 y 19) publicados por Blanco y Negro en estas circunstancias, aunque van numerados del 1 al 20, ofrecen también entre paréntesis la numeración 2.349 a 2.368 (y hacen figuran 1938 como año XLVIII, y 1939 como año XLIX de publicación). Cada número suele estar formado por las cubiertas y 40 páginas, 16 de ellas correspondientes a un cuadernillo central en papel couché. Las portadas reproducen acuarelas, firmadas por Anibal Tejada, José Dhoy, Cristóbal G., Arcones, Boni Naval, Esplandán, Pérez Duríaz, M. Camarero, &c. La redacción, administración y talleres en la calle Serrano 61 de Madrid (teléfono 51710, apartado 43). El precio del número suelto se anuncia en el nº 1 a 1,50 pesetas en Cataluña y Valencia y una peseta en el resto de España. Desde el nº 7 sube el precio a 2,50 pesetas en Cataluña y Valencia y dos pesetas en el «resto de España». El número extraordinario de enero de 1939 salió al precio de siete y cinco pesetas respectivamente. En ese número se anuncia además que: «La subida ininterrumpida de las primeras materias que precisamos para la confección de nuestra Revista y la última elevación de jornales en todas las secciones de Artes Gráficas, nos obligan a aumentar el precio de Blanco y Negro a tres pesetas, a partir del número correspondiente al 1º de febrero próximo.» En efecto, el número 20 (que creemos fue el último que apareció en esta etapa) anuncia que el ejemplar cuesta: «Levante: 4 pts. Resto de España: 3 pts.»

La guerra cruza todos los contenidos de la revista, como es natural. Pero también se dedica bastante espacio a tratar de cine y teatro, a informar de actividades culturales, entrevistar a científicos y académicos que permanecen en Madrid, páginas dedicadas a la mujer, &c. Sorprende la presencia en varios números de cuentos y chistes de judíos. Y también la abundante publicidad de bebidas alcohólicas.

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