Filosofía en español 
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Historia del Partido Comunista de España1960


 
Capítulo primero ☭ El nacimiento del Partido Comunista y su lucha contra la Monarquía

En vísperas de la crisis revolucionaria

La acción de las contradicciones internas que corroían a la dictadura empezó a agrietar la base sobre la que se levantaba.

La más seria debilidad de Primo de Rivera era que nontaba con una base de masas en qué apoyarse. Sus intentos de transformar la «Unión Patriótica» en un Partido fascista de masas fracasaron rotundamente.

Se produjeron varios «complots» militares y civiles. Pero la lucha fundamental por el derrocamiento de la dictadura y de la Monarquía la libraban la clase obrera y los campesinos con huelgas y acciones poderosas.

En 1927 volvía a iniciarse un ascenso del movimiento obrero. A partir de entonces y hasta la caída de la dictadura, se sucedieron importantes huelgas económicas y políticas en Asturias, el País Vasco, Cataluña y Andalucía. En el campo andaluz, en donde la influencia comunista empezaba a extenderse, surgieron comités de braceros; los obreros agrícolas y campesinos pobres llegaron en su lucha hasta la ocupación de algunos cortijos.

Se reorganizaron los sindicatos, los obreros prescindían de los comités paritarios y luchaban directamente por sus reivindicaciones y contra el odiado régimen.

En el año 1929, la oposición contra la dictadura fue tomando mayor amplitud y vigor. Se levantaba por todo el [48] país una oleada popular incontenible, antidictatorial y antimonárquica.

En esa situación, en agosto de 1929, se reunió el III Congreso del Partido Comunista de España. Debido a represión de la dictadura, el Congreso tuvo que celebrarse en París.

Todos los hechos de la vida nacional demostraban que España estaba en vísperas de una revolución. Pero, ¿cuál sería su carácter? ¿Qué papel correspondía desempeñar en ella a la clase obrera y al Partido Comunista? Tales eran las grandes cuestiones con las que se enfrentaba el Partido en el momento de su III Congreso.

Este definió acertadamente el carácter de la revolución que se gestaba en España como una revolución democrático-burguesa. Y reafirmó la tesis leninista de que

«Sólo el proletariado podía conducir consecuentemente a las restantes capas trabajadoras hasta la victoria definitiva de la revolución democrático-burquesa.»

Se basaba esta posición en una apreciación acertada de la realidad económica, social y política de España, y en la aplicación a esa realidad de los principios marxistas leninistas.

El Partido Comunista consideraba que España sólo podría llegar al socialismo a través de la etapa de la revolución democrático-burguesa, la cual, en esencia, se presentaba como una revolución agraria antifeudal en lo económico y antimonárquica en lo político.

La etapa de la revolución democrático-burguesa era insoslayable y sólo a través de ella podía forjarse una alianza de la clase obrera, los campesinos y otras capas populares, capaz de derrotar al sector más reaccionario de la sociedad española –la aristocracia latifundista–, destruir los fundamentos de su poderío económico –la gran propiedad territorial–, y privarle de su instrumento de dominación –el Estado monárquico–.

Las fuerzas motrices de la revolución democrático-burguesa [49] eran la clase obrera y los campesinos, clases interesadas en romper resueltamente con el viejo régimen, en arrebatar el Poder político a las clases caducas y en tomarlo ellas en sus manos, para asegurar la victoria definitiva de la revolución.

Lenin, partiendo de las ideas de Carlos Marx sobre «la revolución ininterrumpida» y sobre la necesidad de fundir la revolución proletaria con la revolución campesina, había llegado a la conclusión –confirmada por el triunfo de la revolución en Rusia– de que en aquellos países capitalistas donde subsisten restos semifeudales y en los que está aún pendiente la revolución burguesa, la dirección de esta revolución corresponde, no a la burguesía, sino al proletariado.

En esa gran enseñanza leninista se basaba la resolución política del III Congreso del Partido Comunista. Este destacaba, como eje de toda su estrategia política, la necesidad de asegurar el papel dirigente del proletariado en la revolución democrático-burguesa.

Si la clase obrera actuaba como fuerza dirigente, el triunfo de la revolución democrática daría el Poder, no a la burguesía, sino a los obreros y a los campesinos. El Partido Comunista lanzó la consigna de un Gobierno Obrero y Campesino, cuya misión sería llevar hasta el fin las tareas de la revolución democrática, y despejar así el camino para el avance hacia el socialismo.

El III Congreso acordó que, en aquellos momentos de grandes responsabilidades para el Partido, era urgente robustecerlo política y orgánicamente, reforzar la disciplina en sus filas, restablecer el régimen de democracia interior, ampliar los órganos dirigentes, impulsar la actividad política de todo el Partido. Se decidió prestar una atención especial a las regiones industriales, para enraizar el Partido en los centros proletarios fundamentales del país.

Los acuerdos adoptados en el III Congreso sólo fueron aplicados muy parcialmente. La persecución policíaca creaba condiciones muy difíciles para el desarrollo del trabajo del Partido. Y el predominio del sectarismo en su dirección constituía un freno para el crecimiento del Partido, para su ligazón con las masas trabajadoras. [50]

Historia del Partido Comunista de España, París 1960, páginas 47-49.