Filosofía en español 
Filosofía en español


Parte primera Edad antigua

Libro I España primitiva

Capítulo V
Escipión el Grande
Desde 211 antes de C. hasta 205

Es nombrado Publio Cornelio Escipión procónsul de España.– Desembarca en Tarragona.– Toma a Cartagena.– Generosidad de Escipión con los españoles.– Noble y galante conducta del romano con una joven española.– Acción de Bécula.– Gánala Escipión.– Logra Asdrúbal pasar a Italia.– Nuevos triunfos de los romanos en España.– Los cartagineses reducidos a Cádiz.– Enfermedad de Escipión.– Propágase la falsa voz de su muerte, y se rebelan de nuevo Indíbil y Mandonio.– Sublévase una parte del ejército romano.– Somételos a todos Escipión.– Tratos con Masinisa para la entrega de Cádiz.– Conducta del gobernador Magón.– Los cartagineses son expulsados de España.
 

Tratábase en la asamblea del pueblo romano de nombrar un general que reemplazase a Claudio Nerón en España. Viose con sorpresa que nadie aspiraba a recibir este honor. La suerte desastrosa de los dos Escipiones y las noticias que Nerón les daba de la astuta falsía de los de Cartago hacían que se esquivara como peligroso el mando de las armas romanas en la península española. La república no sabía a quién enviar. Un joven de veinte y cuatro años se levanta, y con arrogante acento: «Yo soy Escipión, exclama: pido que se me nombre procónsul: Quiero ser el vengador de mi familia y del nombre romano. Entre las tumbas de mi padre y de mi tío sabré ganar victorias. Tengo todo lo que se necesita para vencer.» El joven Publio Cornelio Escipión fue nombrado procónsul.

Diez y nueve años tenía cuando su padre Publio fue herido en la batalla del Tesino peleando contra Aníbal, y ya entonces salvó la vida a su padre. Cuando las legiones derrotadas en Cannas se desbandaron por Italia, una de ellas nombró su jefe al joven Publio Cornelio. Duraba el pavor a los soldados, y no trataban sino de huir. Escipión se presentó en medio de los fugitivos con su espada desnuda: «Juro aquí solemnemente, les dijo, que con esta espada atravesaré el corazón a todo el que pretenda tomar el camino de Roma. Juro por Júpiter no hacer jamás traición a la república. Tú, Cecilio, y vosotros todos los que os halláis aquí presentes, prestad el mismo juramento.» Tan enérgico lenguaje usado por un joven, contuvo y realentó las tropas.

Especies misteriosas circulaban por el vulgo acerca de su nacimiento. Decían que nueve meses antes de venir al mundo se había visto un enorme dragón en casa de su madre. Veíasele subir diariamente al Capitolio, y él hacia creer que conversaba horas enteras con Júpiter. Teníasele por hombre recto. Aunque joven, concebía grandes pensamientos, y los ejecutaba con madurez. Respetaba o se reía de las leyes, de la religión y de los tratados, según cumplía más a su propósito. Era un digno rival de Aníbal.

Partió, pues, Publio Cornelio Escipión a España con diez mil infantes y mil caballos: se embarcó en Ostia y desembarcó en Tarragona.

Su primer pensamiento fue apoderarse de Cartagena, el principal baluarte de los cartagineses. Llegada la primavera, y aprovechando la ocasión en que los generales enemigos se hallaban lejos de la plaza, Magón cerca de Cádiz, Asdrúbal Gisgón a la boca del Guadiana, y el otro Asdrúbal en el país de los carpetanos, ordenó a Lelio que con la armada siguiese la costa, y él sin perderla de vista pasó el Ebro con veinticinco mil infantes y dos mil quinientos caballos. A los siete días la escuadra y el ejército se hallaban a la vista de Cartagena. Guarnecíanla solos mil hombres: creíasela por su gran fortaleza al abrigo de todo ataque. Después de intentados varios asaltos, rechazados con bizarría por los españoles que presidiaban la ciudad, fue avisado Escipión de que había un sitio que en las mareas bajas quedaba casi seco, y por el cual podía llegarse a pie hasta la muralla. Sirvióle la noticia para persuadir a sus soldados que Neptuno favorecía su empresa, y les dejaría atravesar el mar sin peligro. Así sucedió. Neptuno retiró las aguas a la hora que de costumbre tenia, y mientras Escipión daba el asalto por la parte del Norte, una compañía escogida atravesó el vado hasta tocar en el muro. Echáronse las escalas, y abriendo la puerta más cercana, pronto estuvo la plaza en poder de los romanos (210). Las crueles leyes de la guerra fueron al principio seguidas, y no cesó la matanza hasta haberse entregado la ciudadela, donde se había retirado el gobernador Magón. Lelio entretanto se apoderó de la flota cartaginesa, quedando así los romanos dueños también y señores del mar.

Era Cartagena como la metrópoli de la España cartaginesa, el mejor puerto del Mediterráneo, la plaza más fortalecida, el emporio del comercio, el almacén y arsenal de las provisiones y de las armas, el depósito de los rehenes y el centro de las riquezas. Inmensas fueron las que allí recogió el vencedor. El oro y la plata se depositaron en manos del cuestor, especie de cajero de la república. El resto del botín, hecha la competente valoración por los tribunos militares, se distribuyó según costumbre entre los soldados: ramo era este que los romanos tenían perfectamente organizado: los soldados hacían juramento antes de entrar en campaña de no retirar nada del botín, y los romanos guardaban entonces sus juramentos.

Pasados los primeros excesos de la soldadesca, comenzó Escipión a mostrarse generoso. La ley hacía esclavos a los prisioneros: Escipión dio libertad a todos los españoles, y lo que es más, les restituyó todos sus bienes, aun a aquellos que aliados antes de Roma habían pasado a las filas contrarias. Otro acto de generosidad, más noble todavía, levantó más allá la fama de las virtudes del insigne caudillo. Por una inveterada y horrible costumbre las prisioneras quedaban de derecho a merced del vencedor. Hallábanse entre ellas la esposa de Mandonio y las hijas de Indíbil, jóvenes y hermosas, dice Livio{1}. Escipión respetó la esposa y las hijas de sus enemigos. Esto fue poco todavía. Como el presente que más podía halagarle le presentaron los soldados una joven española notable por su rara y singular belleza. Era Escipión hombre de pasiones vivas y fogosas. Sabedor no obstante de que aquella joven se hallaba desposada con un príncipe celtíbero llamado Allucio, hizo llamar a sus padres y a Allucio mismo, y entregósela con todo el oro que para su rescate habían traído. «Recibidla de mis manos, les dijo, tan pura como si saliese de la casa paterna. No os pido en recompensa de este don sino vuestra amistad hacia el pueblo romano.» Allucio supo corresponder al beneficio: sirvió a Roma e hizo grabar aquella memorable acción en un escudo de plata que regaló al valeroso romano{2}. Con semejante moderación granjeose más partido Escipión en España que con multiplicadas victorias.

Lelio fue enviado a Roma con cartas para el senado anunciándole la toma de Cartagena. Como testimonio de la conquista llevó éste en sus naves al gobernador Magón con algunos consejeros y senadores cartagineses. Hecho esto, y dejada la suficiente guarnición en Cartagena, volvióse a invernar en Tarragona.

La política de Escipión le atrajo, como era de esperar, la amistad y afecto de los pueblos y de los caudillos españoles. Además de Edesco o Edecón, varón muy principal entre ellos, pusiéronse a su devoción aquellos dos famosos régulos Indíbil y Mandonio, que le debían la restitución de sus familias. Admitiólos Escipión a su gracia, sin tener en cuenta su anterior enemistad, ni la parte que uno de ellos tuvo en la derrota y en la muerte de su padre. A tal punto rayaba o la política o la magnanimidad del vencedor romano.

Todavía el infatigable Asdrúbal tentó vengar el infortunio de Cartagena, y salió de nuevo a campaña. Fuele Escipión al encuentro, llevando consigo a Lelio, que ya era vuelto de Roma, y al español Indíbil que le guiaba. Halló al cartaginés cerca de Bécula, no lejos de Castulón. Allí también vencieron las águilas romanas; allí también se vio la política de Escipión. Los prisioneros cartagineses fueron vendidos como esclavos; los españoles enviados libres y sin rescate. Entre los africanos destinados a la venta llamó su atención un joven númida, cuyo garbo y gentileza le distinguían de los demás esclavos. Supo que era sobrino de Masinisa, y nieto del rey Gala. Mandó Escipión que fuese tratado como un príncipe, y llamándole luego a su tienda y dándole un anillo de oro, un traje militar español y un caballo ricamente enjaezado, le envió con buena escolta de caballería a los reales de Masinisa. Galante generosidad que Masinisa no olvido jamás (209).

Habido consejo entre los generales cartagineses después de la derrota de Bécula, acordaron que Magón pasara a Mallorca a reclutar honderos, que Masinisa con la caballería ligera molestara los pueblos confederados de Roma, y que Asdrúbal Barcino, recogiendo cuanta gente pudiese en la Bética y en la Lusitania, realizara el antiguo y tantas veces frustrado proyecto de pasar a Italia en ayuda de Aníbal. Esta vez logró dar cima al designio en que con tanto ahínco se había empeñado el senado cartaginés, el cual supo con regocijo que Asdrúbal, siguiendo el mismo camino que diez años antes había llevado su hermano Aníbal, había salvado los Pirineos, la Galia y los Alpes, y se hallaba en Italia (208); para mal suyo, como habremos de ver en la breve noticia que daremos de aquella famosa campaña, una de las más memorables de la antigüedad.

En España quedaban ya las costas del Mediterráneo y la parte Oriental de la Bética bajo la dominación romana. Sin embargo, mientras Escipión en Tarragona se dedicaba a arreglar el gobierno de la provincia, vino de Cartago Hannón en reemplazo de Asdrúbal Barcino, acompañado de Magón, el que había ido en busca de honderos baleares{3}. Metiéronse juntos por la Celtiberia con intento de hacer levas de gentes; pero a estos los venció Silano, lugar-teniente de Escipión, cayendo en su poder el mismo Hannón recién venido (207). Lucio, hermano de Escipión, se encargó de rendir a Oringis (Jaén), que tomó por asalto, después de lo cual fue enviado a Roma, llevándose consigo al prisionero Hannón y a trescientos cautivos nobles, según costumbre de los romanos.

Dos solos generales cartagineses quedaban ya en España, Asdrúbal Gisgón y Magón, reducidos a las últimas partes de la Bética, donde era más antiguo su dominio. Allí fue a buscarlos el mismo Escipión, y empeñado un recio combate entre Córdoba y Sevilla, obligó a Asdrúbal a guarecerse en Cádiz con los desbaratados restos de su ejército, de noche y por fragosos cerros y ásperas veredas. Ya no quedaba a los cartagineses más que Cádiz y algunas ciudades vecinas. Mantúvose observándolas Silano (206).

Acercábase a su término la dominación cartaginesa en España. El mismo Masinisa resolvió abandonar el partido de Cartago, y después de concertar secretamente con Escipión y Silano la manera de ejecutar aquel pensamiento, volvióse a Cádiz para mejor disimular y encubrir el designio. Pudo mover al terrible númida a obrar de este modo el ver cuán de caída iban las cosas de su patria, y pudo también Escipión ganar con su política el ánimo de un príncipe que le había visto portarse tan generosamente con su propio sobrino{4}.

Revolvía ya Escipión y traía en su cabeza la idea atrevida de apoderarse de la misma Cartago. Con este propósito partióse para África al intento de atraerse al viejo rey númida Siphax. Conseguido esto, regresó a Cartagena satisfecho de haber suscitado a los cartagineses un embarazo en su propio país.

A su vuelta se propuso castigar el agravio que las dos ciudades Illiturgo y Castulón habían hecho a los romanos. Encomendó a Marcio el escarmiento de Castulón; tomó sobre sí el de Illiturgo. Defendiéronse brava y heroicamente los de esta última ciudad viendo que no podían evitar el suplicio, pero tomáronla los romanos por asalto. Si horrible había sido el crimen y grande la deslealtad, grande y horrible fue también la expiación. Todos sus moradores sin distinción de sexo ni edad, hasta los niños de pecho fueron pasados a cuchillo; sus edificios incendiados; no quedó piedra sobre piedra; sembróse de sal el sitio en que habían estado las murallas. Negra mancha que echó Escipión a la fama de generoso y templado que antes tenía. Difícilmente los más moderados guerreros dejan de empañar el lustre de sus glorias con algún acto de inhumanidad y de fiereza. Parece llevarlo consigo el ejercicio de las armas y el hábito de derramar sangre. Castulón fue con menos dureza tratada, acaso porque había sido menos culpable{5}.

Volvió Escipión a Cartagena, donde quiso dar un ejemplo de piedad filial honrando los manes de su padre y de su tío con magníficos funerales. Asistieron a estas fiestas fúnebres los principales jefes españoles, y aprovechó aquella reunión el romano para afianzar más su amistad y tomar mayor ascendiente sobre los indígenas{6}.

Entretanto el intrépido Marcio iba subyugando el resto de las ciudades de la Bética. Solo Astapa (cerca de donde hoy está Estepa), recelando le estuviese reservado un castigo semejante al de Illiturgo por haber muchas veces maltratado los pueblos aliados de Roma, resolvió antes que rendirse perecer a ejemplo de Sagunto, y así lo cumplió. Sitiada por Marcio, y después de haber hecho esfuerzos desesperados de valor, determinaron sus habitantes morir todos antes que rendirse. También como los de Sagunto levantaron en la plaza pública una inmensa pira, y reuniendo sus mujeres, sus hijos, y todos sus efectos y alhajas, dieron orden a cincuenta jóvenes de los más determinados y resueltos para que en el caso de penetrar en la ciudad las cohortes romanas degollaran sus familias y aplicaran fuego a la leña. Ellos salieron como los saguntinos a atacar los atrincheramientos romanos; dejólos Marcio avanzar hasta tenerlos completamente envueltos; ciegos ellos de ardor, no ven el peligro, y perecen clavados por las lanzas romanas. Dirígense luego los vencedores a la ciudad… cadáveres solo y cenizas encontraron en ella. Lo que Sagunto había hecho por no someterse al yugo de Cartago lo repitió Astapa por no doblarse al yugo de Roma. Solo en España se vieron estos ejemplos de rudo heroísmo. ¿Por qué Astapa ha sido menos ensalzada que Sagunto? ¿Será porque la ciudad fuese de menos importancia, o porque los historiadores han sido romanos y no cartagineses?

Reducidos estaban ya los cartagineses al solo recinto de Cádiz. No faltó quien de esta ciudad saliera secretamente a ofrecer a Escipión la entrega de la plaza. Pero descubierta o traslucida la trama por el gobernador Magón, redobló la vigilancia y las guardias, y arrestados los jefes de la conspiración determinó trasportarlos a Cartago en una flota a las órdenes de Adherbal. Esta flota fue en su mayor parte destruida por la escuadra de Lelio, que en las aguas de Algeciras la aguardaba. Salvóse no obstante Adherbal en su galera. Lelio y Marcio, desesperando de poder tomar por entonces una ciudad tan defendida y vigilada, volviéronse con la flota y el ejército a Cartagena.

Faltó poco todavía para que un inopinado incidente diera al traste con todo el poder romano en España. Acometió a Escipión una enfermedad grave, y se difundió la voz de que había muerto. Los dos hermanos españoles Indíbil y Mandonio, que se habían unido a los romanos, no tanto acaso por gratitud a Escipión, como con la esperanza de expulsar con su ayuda a los cartagineses, creyendo en la muerte del caudillo romano, mudaron otra vez de partido y levantáronse en armas de nuevo. Sobre unos ocho mil romanos que acampaban a las márgenes del Ebro, creyendo también muerto a su general, amotináronse so pretexto de faltarles las pagas, y deponiendo a sus jefes y nombrando en su lugar a simples soldados, encamináronse a Cartagena y llegaron hasta las orillas del Júcar. Pero Escipión no había muerto; hallábase por el contrario restablecido ya a aquella sazón; y con su consumada prudencia dejó avanzar los rebeldes, los esperó y los hizo envolver por todo su ejército: mas no queriendo destruirlos ni diezmarlos, temiendo también la vecindad de Indíbil y Mandonio, les habla, les persuade, les ofrece que les pagará de los tesoros mismos de los dos españoles, a quienes juntos van a batir, los reduce a la obediencia, y por satisfacer a la disciplina militar castiga un corto número de los sublevados.

Indíbil y Mandonio, noticiosos de esta novedad, repasan el Ebro en retirada. Escipión los persigue, los acosa, los bate y los destruye. Convencidos estos españoles de la imposibilidad de luchar contra el ascendiente de Escipión, imploran su clemencia, y disculpando su ligereza demandan humildemente perdón para ellos y para sus conciudadanos. El romano vuelve a mostrarse generoso, y después de reprenderles y asearles su perfidia, les otorga el perdón, y les deja sus armas y sus estados, condenándolos solo a una fuerte contribución para el pago de sus tropas. Si artera y fingida fue la sumisión, no fue menos política la indulgencia. Pero conveníale a Escipión dejar allí restablecida la paz, bien que fuese aparente, porque le urgía arrojar a los cartagineses de Cádiz.

Había vuelto de África Masinisa con un refuerzo de caballos númidas, como para socorrer a los suyos, pero ya hemos visto cuan inclinado estaba a hacer causa con los romanos. Escipión se había acercado también a Cádiz, y entonces fue cuando los dos caudillos celebraron la entrevista en que se pactó la amistad que había de durar toda la vida, y se concertó la entrega de la plaza.

Pero Magón mismo ya no pensaba en defenderla. El senado cartaginés había resuelto al fin abandonar la España, y con aquellas tropas tentar el último esfuerzo en Italia. Magón recibió orden de partir. Preparose a ello arrebañando cuanto oro y plata pudo, así del tesoro como de los particulares, sin respetar los templos de los dioses, que despojó también. Embarcose en seguida, dejando a Masinisa con sus númidas en Cádiz. Tomó rumbo hacia Cartagena, y acercose a su antigua metrópoli por si podía sorprenderla, pero rechazado vigorosamente por la guarnición romana, dio la vuelta hacia Cádiz, cuyas puertas halló cerradas ya, y abolida la autoridad de Cartago. Abordó entonces con su flota al pequeño puerto de Ambis, desde donde envió diputados a la plaza quejándose de aquella novedad; y como manifestase deseos de hablar con los magistrados acudieron estos cándidamente donde Magón estaba, el cual tan luego como los tuvo en su poder los hizo azotar y dar muerte de cruz. Así se despidieron de España los últimos cartagineses. Con una felonía se habían apoderado de Cádiz, y con un acto de traición le hicieron la última despedida (205).

Hízose de allí Magón a la vela para las Baleares. Tentó un desembarco en Mallorca, pero los honderos mallorquines le recibieron con una lluvia de piedras, que mal de su grado le obligaron a retirarse. Mejor recibido en la menor de aquellas islas, o por lo menos sin hallar la misma resistencia, detúvose a invernar en un puerto que de su nombre se llamó Portus-Magonis, después Puerto Mahón.

Quedaron, pues, los cartagineses expulsados de España, después de catorce años de porfiadas y sangrientas luchas, y al quinto de haberse encargado Escipión de la guerra y del gobierno de la Península{7}. Cádiz, la primera colonia fenicia, y la última ciudad cartaginesa, pasó a ser ciudad romana.




{1} Ætate et forma florentes.

{2} Liv. cap. 37.

{3} Esta identidad de nombres, tantos Hannón, tantos Magón, y tantos Asdrúbal, como asimismo la pluralidad de Escipiones, pueden fácilmente producir confusión no poniendo cuidado en distinguirlos, y dan a estas guerras cierta monotonía que el historiador no puede remediar.

{4} «Acordó, dice el gravísimo Mariana, de moverse al movimiento de la fortuna y bailar al son que ella le hacía.» Lib. II. c. 22.

{5} App. de Bell. Hisp.- Tit. Liv. lib. XXVIII.

{6} En estas fiestas se vio por primera vez en España (o por lo menos es el primer caso que hallamos consignado en la historia) dirimirse una cuestión de derecho por medio del duelo o combate personal. Dos ricos españoles, Corbis y Orsúa, o hermanos o primos, se disputaban el derecho al señorío de la ciudad de Iba, cuya situación hoy se ignora. Acordaron los dos contendientes terminar su querella por la vía de las armas en singular combate. Quiso el mismo Escipión intervenir en el negocio y reconciliarlos. Aceptó su mediación Corbis; no así Orsúa, que se obstinó en llevar adelante el duelo: cara le salió su obstinación, pues aceptado por Corbis y batidos los dos campeones pereció Orsúa en la demanda, quedando su victorioso rival dueño y señor de Iba. Antiguo ejemplo de los famosos juicios de Dios, tan comunes después en la edad media. Liv. lib. XXVIII.

{7} Liv. lib. XXVIII. cap. 18 y 19.