Parte tercera ❦ Edad moderna
Libro I ❦ Reinado de Carlos I de España
Capítulo XXX
África
Dragut
De 1540 a 1555
Quién era Dragut.– Su carrera al servicio de Barbarroja.– Cae prisionero de Andrea Doria.– Recobra su libertad.– Sus progresos en la piratería.– Persíguenle los almirantes y generales del imperio.– Se apodera de la ciudad de África.– Empléase contra él todo el poder marítimo del emperador.– Sitio de África por los cristianos.– El virrey de Sicilia: el almirante Doria: don García de Toledo: el gobernador de la Goleta.– Combate con Dragut.– Llegan refuerzos de Italia a los imperiales.– Atacan reciamente la ciudad.– Heroica defensa de los turcos y moros.– Éntranla los cristianos.– Combates sangrientos en calles y plazas.– Dominan los imperiales la población.– Muertes de españoles ilustres.– Es asolada la ciudad.– Dragut en las costas de Italia.– Malta asaltada por los turcos: son rechazados.– Conquista el turco a Trípoli.– Sinan y Dragut en Córcega.– Conquista de Bonifacio.– Piérdese Bugía.– Fórmase proceso al gobernador de Bugía, y es decapitado en la plaza de Valladolid.
Como si fuera poco el movimiento y el tráfago que en toda la extensión y de uno a otro confín del continente europeo traía Carlos V, tampoco faltaba nunca quien distrajera su atención y sus fuerzas en los mares, quien inquietara sus posesiones de una y otra costa del Mediterráneo, y quien le disputara los dominios litorales de África y de Europa.
Parecía que después de haberse visto libre el emperador del famoso corsario Barbarroja, no debía esperarse que el ejercicio de la piratería produjera otro hombre y otro genio que se atreviera, como aquél, a desafiar el poder marítimo de quien dominaba la tierra y los mares de dos mundos. Y sin embargo fue así. Que en aquel siglo diríase que el mar disputaba a la tierra la producción de genios aventureros y osados en todas las clases y categorías sociales. Había, pues, dejado Barbarroja un sucesor y discípulo, educado en el ejercicio práctico de las campañas marítimas, que había de corresponder bien a las lecciones y al ejemplo de tan digno maestro. Este hombre se llamaba Dragut. Natural de una aldea de la Natolia, en el Asia Menor, e hijo de padres ni más ricos ni más nobles que el alfarero de Lesbos, salió de niño, como Haradín y su hermano, a correr el mar al servicio de un arráez de su tierra. Habiendo venido a poder de Barbarroja y empleádole éste en sus destructoras correrías, conoció su disposición y su destreza para el oficio, y cuando ya era hombre le dio una fusta y patente de capitán para que le obedeciesen como a él los corsarios turcos. Corrió Dragut el Adriático, apresó unas galeras mercantes venecianas, reuniéronsele a poco tiempo otros piratas, y los daños que hacía y la fama de su audacia y de su sagacidad no tardaron en hacer necesario emplear contra el nuevo Barbarroja las naves imperiales.
Despachó, pues, el príncipe Andrés Doria a su sobrino Joannetin con diez galeras la vía de Mesina, de cuyo puerto, uniéndose al general de las de Sicilia don Berenguer Dolmos, partieron los dos en busca y persecución de Dragut (31 de mayo, 1540). Sorprendiéronle en Cerdeña cerca de Bonifacio (15 de junio), acometieron reciamente sus naves, y deshecha su gente, hicieron prisionero a Dragut con otros de sus capitanes: y Joannetin Doria, después de dar libertad a los cautivos, regresó llevando consigo al jefe de los corsarios para presentarle a su tío el príncipe almirante.
Rescatado a los cuatro años de cautiverio por Barbarroja (1544), y recibiendo de su libertador una galeota de guerra y patente de general de todos los corsarios moros y turcos que andaban por los mares, diose Dragut tan buena maña, y fue tan arrojado en sus correrías y tan afortunado en sus presas, que a los dos años mandaba catorce naves propias bien armadas, y con estas y con las de los corsarios turcos que se le agregaron juntó veinte y seis leños. Sintiose ya bastante fuerte para manejarse con independencia, se emancipó de Barbarroja, y pasó a la isla de los Gelbes, donde casó con la hija de un rico turco, con lo cual, acreciendo su fortuna y su armada, se hizo temible en las costas de los dominios cristianos. Los virreyes de Nápoles y de Sicilia, don García de Toledo y Juan de Vera, salieron con la armada imperial en su busca (1547), y anduvieron todo un verano sin poder encontrarle. Más sagaz que ellos Dragut, como supiese al año siguiente (1548), que todas las naves de Nápoles, de Sicilia y de Génova habían venido a España a trasportar al príncipe don Felipe a los Países Bajos, marchó sobre Nápoles, llegó cerca de Puzol, hizo muchos cautivos en Castellamare, apresó una galera de los caballeros de Malta que llevaba a Nápoles veinte mil ducados, y con estas y otras presas volvió en salvo a los Gelbes a gozar de sus despojos.
Muy arrepentido ya el príncipe Doria de haber dado libertad al corsario turco, partió él mismo en persona de Génova con buena armada y escogida gente (1549), y tomando más naves y más hombres en Nápoles y Sicilia, y dirigiéndose a la costa africana, arribó a Monastir, villa y castillo del reino de Túnez, y después de muchas diligencias y muchos rodeos tuvo que volver a Génova con el sentimiento de no haber podido dar alcance a Dragut. Conoció el corsario que no podía ya vivir seguro, habiendo concitado contra sí el poder naval de Carlos V, si no se hacía dueño de algún lugar fuerte. Éralo la ciudad llamada África (Turris Annibalis), a veinte y ocho leguas de Túnez, y a ello encaminó sus planes. Uno de los gobernadores, llamado Brambarac, a quien él había logrado seducir, le facilitó una noche la entrada en la ciudad por sorpresa con todos los suyos. La ciudad de África era de por sí fortísima por su posición, y Dragut la fortificó más. Tomó para mayor seguridad veinte y cinco principales moros en rehenes, y se embarcó de nuevo a hacer sus correrías de corsario (1550).
Sus progresos, y los daños que hacía ya a la cristiandad obligaron a que el almirante Doria saliera otra vez en persecución de Dragut con galeras de Génova, del papa, de Nápoles y de Sicilia, en número ya de cincuenta y tres. Arribó la armada a la costa del reino tunecino, y siguió navegando hasta la Goleta, que gobernaba entonces Luis Pérez de Vargas. Túvose allí consejo de generales, y aunque hubo encontrados pareceres, acordose poner sitio a la ciudad de África. Mas como, practicado un reconocimiento, aun con ayuda de un cuerpo de alárabes del país (junio 1550), se viese las dificultades que ofrecía la conquista, fue necesario aumentar la armada y reforzarla con naves, hombres, dinero, vituallas, artillería y municiones, que el mismo Doria vino a buscar a Italia. Todos quisieron cooperar, y aún concurrir personalmente a la empresa. El virrey de Sicilia, Juan de Vera; el hijo del de Nápoles, don García de Toledo; el duque de Florencia, Cosme de Médicis; el gobernador de la Goleta, Luis Pérez de Vargas, los mejores generales de la marina imperial, formaron empeño en acompañar a Doria a esta jornada, y con ellos y con gran refuerzo de hombres y navíos volvió a África llevando consigo al destronado rey de Túnez Muley Hacen y a su hijo, a quienes se proponía hacer reconocer. Viose, pues, otra vez casi todo el poder marítimo del emperador distraído de sus atenciones de Europa, y ocupado en ver de destruir un nido que un corsario se había hecho en una roca de la costa africana.
La empresa no se presentaba más fácil que lo que había parecido en el primer reconocimiento. Los nuevos súbditos de Dragut juraron sobre el Corán defenderse hasta morir. La armada cristiana comenzó sus operaciones de sitio, empleando toda clase de armas, y cuanto el arte pudo sugerir a aquellos veteranos guerreros del imperio. Con fuego vivo respondía la plaza al del campamento cristiano, y entre los medios de defensa que emplearon los turcos, fue uno el de sembrar de clavos, puntas de maderos y abrojos las calles por donde los cristianos pudieran entrar. Algunos asaltos que estos intentaron no produjeron sino la muerte de varios de sus más bravos capitanes. Menester les fue al virrey de Sicilia y al príncipe Doria, jefes de la gente de tierra y de mar, enviar a pedir nuevos auxilios a Nápoles, a Sicilia y a la Goleta, y rogar al emperador les enviara más artillería y municiones, y aún más infantería; y Carlos V, que se hallaba a la sazón en la dieta de Augsburgo (julio, 1550), ordenó al gobernador de Milán, Fernando de Gonzaga, y avisó al duque de Florencia y a la señoría de Génova que de su cuenta suministrasen cuanto de África les fuese pedido. Llegó, pues, toda clase de socorros al sitio y campamento de África, y todo les parecía poco al virrey y al almirante{1}.
Un día (25 de julio), fueron avisados de haberse descubierto algunos moros en la montaña y a la parte de un olivar donde solían ir los soldados imperiales a proveerse de leña, y que sospechaban fuesen gente enviada por Dragut en socorro de la ciudad. Pero era el mismo Dragut en persona que había acudido allí con cuatro mil hombres. El famoso corsario no se hallaba en África cuando llegó la armada imperial ni cuando comenzó el sitio. Encontrábase entonces corriendo y molestando la costa española del reino de Valencia, llamado y auxiliado por algunos rebeldes moriscos valencianos. Su mujer fue la que le avisó desde los Gelbes de la novedad que ocurría en África. Lleno de pesadumbre y de enojo, tomó inmediatamente rumbo Dragut hacia los Gelbes a recoger cuanta gente y cuantas naves pudiera, y cuando hubo reunido por su cuenta cerca de cuatro mil moros, envió al gobernador de África Hessarraez un correo, que tuvo maña para entrar en la ciudad a nado, advirtiéndole que para el día 25 se hallaría con su hueste frente al campo de los cristianos, y ordenándole que cuando supiese que estaba ya peleando con los imperiales saliera de la ciudad con su gente y procurara juntarse con él.
Así lo cumplió Dragut, y era el movimiento que los imperiales habían sentido a la parte de la montaña y del olivar. Dispusieron pues el virrey y el almirante que los leñadores que habían de ir al monte fuesen reforzados con algunas compañías. Marchaban delante el gobernador de la Goleta, Luis Pérez de Vargas, y a la entrada del olivar se encontraron a tiro de arcabuz con la gente del terrible corsario. Adelantose Dragut, y dando un horrible grito arrojó su lanza al escuadrón de los imperiales, y a su ejemplo y en medio de una salvaje gritería dispararon los suyos flechas, piedras y partesanas. Contestaron los imperiales con sus arcabuces y se trabó una reñida refriega. Al ruido de la pelea, y prevenido ya el príncipe Doria, hizo jugar la artillería de las naves haciendo lo mismo con la de tierra don García de Toledo. Un tiro de los moros atravesó de parte a parte el cuerpo de Luis Pérez de Vargas, que quedó sin vida en el acto, y como Dragut conociese ser persona principal y mandara que le llevasen el cadáver, precipitáronse los españoles a arrebatársele de entre las manos y se hizo más reñida la batalla, combatiendo «espada contra alfanje, pica contra lanza y arcabuz contra escopeta». Envió don García de Toledo los mejores capitanes en socorro de los que allí peleaban; pero al propio tiempo el gobernador de África, Hessarraez, fue destacando banderas de turcos de la ciudad en auxilio de Dragut, de modo que se hizo general la pelea en las trincheras, en el campo, en el olivar, en todas partes, jugando unos y otros todo género de armas. Duró el combate más de cinco horas, y murieron muchos de uno y otro campo.
Cristianos y turcos se convencieron de que para vencer a sus contrarios necesitaban doblada gente de la que tenían, y pidiéronla los de África al rey de Túnez, los cristianos al emperador Carlos V, que otra vez hizo que contribuyeran con soldados, artillería, municiones y dinero las repúblicas de Génova y Luca, el duque de Florencia y el virrey de Lombardía. Con este nuevo refuerzo llegó al campo de los imperiales el ingeniero siciliano Andrónico de Espinosa (agosto, 1550), el cual activó y mejoró las obras de defensa y de ataque; desde una sola batería jugaron la mañana del 28 de agosto veinte y dos piezas de grueso calibre, que desplomaron una parte del muro, si bien lo ancho del foso hacía impracticable por allí la entrada; aumentó y fortificó las trincheras; desarboló tres grandes galeras, y juntándolas con maderos clavados, y circundándolas de botas embetunadas para que mejor pudieran sustentar el peso de la artillería, hizo de ellas unas grandes baterías movibles y por espacio de muchos días fue batida incesantemente la ciudad por mar y por tierra. Defendíanse bravamente los turcos, causando mucha admiración y no poco daño a los imperiales.
Abiertas al fin varias brechas, el virrey Juan de Vera, don García de Toledo y el almirante Doria, de acuerdo con el ingeniero Espinosa, resolvieron que se diese el asalto acometiendo la ciudad por tres partes, y por cada una de ellas cinco banderas. Para que no pudiese haber rivalidades de preferencia entre los capitanes y maestres de campo, se dispuso que en cada bandera fuesen indistintamente mezclados los diferentes tercios, dejando solo a los caballeros de Malta la libertad de unirse a la que quisieran elegir. Dadas las órdenes más rigurosas para que nadie faltara a su puesto, y hecha por el virrey de Sicilia la señal de arremeter (10 de setiembre), comenzó la acometida simultáneamente por los tres puntos, en medio del estruendo de tambores, trompetas y clarines en las galeras y en el campo. No cogieron desapercibido al terrible Hessarraez, que con sus turcos se defendía vigorosamente y hacía gran matanza en los cristianos; capitanes valerosos, como los españoles Fernando Lobo y Alonso Pimentel, caían mortalmente heridos; cuando la mortandad acobardaba ya a los soldados en las brechas de tierra, penetró Fernando de Silva con algunos de su compañía por uno de los portillos abiertos en la muralla de mar, y con las piedras de un pequeño parapeto de que se apoderaron, lanzándolas sobre los turcos los hicieron retroceder, tomáronles la batería y los persiguieron hasta una calle estrecha. Prodigios de valor hizo allí Fernando de Silva, hasta que cayó al suelo herido de dos balazos dos lanzadas.
Protegido por los caballeros de Malta penetró también en la ciudad el capitán Zumárraga con su gente, y atravesando estrechas calles se encontró en una pequeña plaza con el terrible Hessarraez. Travose allí una recia y sangrienta pelea. En el afán de tomar una casa grande que allí había, pereció el esforzado capitán Zumárraga, atravesadas de un balazo ambas sienes; mas tal era el furor de aquella gente, que heridos unos y muriendo otros, al fin los pocos que sobrevivieron ganaron la casa, matando los turcos y moros que la defendían. En esto entraron ya otras banderas imperiales, sin que Hessarraez pudiera impedirlo por más que animaba a los suyos y peleaba desesperadamente{2}. El ruido de arcabucería que se sentía dentro de la plaza hizo conocer al virrey Juan de Vera lo porfiado de la resistencia que aun oponían los turcos, y mandó entrar en la ciudad todos los arcabuceros del campo, quedando solo los piqueros y coseletes. Inundada así la población, los turcos se fueron retirando con sus mujeres y sus hijos a los torreones, hasta que muerto el intrépido Caydali, y hecho prisionero el bravo gobernador Hessarraez, sobrino de Dragut, quedaron los imperiales dueños de la población, si bien a costa de mucha y muy ilustre sangre.
Murieron en el sitio y conquista de África el gobernador de la Goleta Luis Pérez de Vargas, los capitanes Fernando de Toledo, Fernando Lobo, Moreruela, Zumárraga, Tristán de Urrea, los alféreces Alonso de Vega, Alonso Pimentel, Amador, Sedeño, el caballero Garci Lope de Ulloa, que recibió diez y seis lanzadas, el caballero de Malta Monroy, que cansado de pelear y sin recibir herida alguna cayó desalentado de la fatiga y el trabajo, con otros muchos bravos y distinguidos españoles. También sucumbieron los principales moros y turcos, que entre muertos y cautivos, hombres, niños y mujeres, pasaron de siete mil. Mandó el virrey enterrar los muertos, convirtió la mezquita en templo cristiano, entró Andrés Doria en la ciudad a gozar del triunfo, y descansaron todos, que bien lo habían menester. Dejó el virrey Juan de Vera en África a su hijo don Álvaro con mil españoles de guarnición, y él tomó la vuelta de los Gelbes a perseguir a Dragut. Hizo Carlos V de la fuertísima ciudad de África por algún tiempo otra segunda Goleta, para entretener a los turcos y corsarios, mas luego la mandó asolar llevando a Italia los soldados que estaban en ella de presidio{3}.
Desesperado Dragut de no haber podido socorrer su ciudad de África, y después de haber andado pidiendo auxilios a los príncipes africanos, concluyó por ofrecerse al servicio del sultán de Turquía, siguiendo los mismos pasos que Barbarroja. Cuando al año siguiente (1551) se confederó Enrique II de Francia con Solimán de Turquía para defenderse del papa y del emperador conjurados contra él, Dragut que mandaba ya una armada turca, quiso vengar en Sicilia los daños que en África le había hecho el virrey Juan de Vera, y corrió y estragó aquellas costas. Perseguido otra vez por el príncipe Doria, y no socorrido por los franceses como esperaba, retirose a los dominios africanos. Alcanzado y estrechado por el almirante genovés en el canal de Cántara, y viéndose de todo punto perdido, salvose y dejó burlado a Doria, por medio de un ardid ingenioso. Mientras aparentaba defenderse todavía de la flota genovesa, ocupó su gente día y noche en abrir una zanja a espaldas del canal, y cuando la obra estuvo acabada, hizo arrastrar y deslizar por ella sus galeras, y las sacó por otro punto al mar, de que quedó no poco corrido el almirante cristiano. Sorprendió y tomó Dragut la galera patrona que venía de Sicilia; navegó hacia la Morea, despachó una galeota a Constantinopla dando aviso al sultán de lo que había pasado, y le pedía más naves ofreciéndole ganar con ellas a Malta.
Al saberse que Solimán había adoptado el proyecto de Dragut de acometer la empresa de Malta, toda la Italia imperial se puso otra vez en movimiento. Nápoles, Sicilia, Génova, Cerdeña, Córcega, los virreyes, los almirantes y generales de mar y tierra, los maestres, comendadores y caballeros de la orden, todos se apresuraron a acudir a la defensa de aquel baluarte de la cristiandad en Oriente, y a aumentar los presidios de las vecinas islas y a fortificar las plazas de una y otra costa del Mediterráneo. Aparejó en efecto el Gran Señor su armada contra Malta, de que hizo almirante a Sinan, dándole por asociados y consejeros a Salac y a Dragut. Llegó la flota otomana a Marco Mujeto (18 de julio, 1551), donde saltaron a tierra mil y quinientos genízaros, que tuvieron alguna escaramuza con los arcabuceros del gran maestre. Temblole a éste la barba, dice un historiador, cuando supo que Sinan iba resuelto a tomar a Malta, y eso que se hallaba fuerte y bien provista. Tanto, que cuando el almirante turco se acercó a reconocer el castillo, al encontrarle tan fuerte reconvino con aspereza a Dragut diciéndole que había engañado a Solimán. «Señor, respondió el corsario con entereza: quien no aventura, no ha ventura.» Con esto, y para que no se dijese que no aventuraba, mandó desembarcar cinco mil hombres que hicieron sus estancias en las puertas del arrabal del castillo; mas habiendo salido algunos comendadores con buen golpe de arcabuceros y hecho gran descalabro en los infieles, abandonó Sinan cobardemente la empresa de Malta, y, pasó con su ejército y sus naves a la vecina isla de Gozzo, de la cual se apoderó con muerte del comendador Sese, que la defendió con heroísmo. Hicieron allí los turcos seis mil cautivos, hombres y mujeres, y Dragut incendió la población y taló todos los árboles de la campiña.
De allí pasó Sinan a Trípoli con su armada, y desembarcando con más de seis mil hombres y cuarenta gruesas piezas de artillería, las asestó contra el castillo del puerto. Por traición de un francés que se descolgó de las almenas, supo que las torres más flacas eran las de Santa Bárbara y Santiago, y mudando las baterías combatió aquellas torres hasta demolerlas. En esto llegó al campo de Trípoli el embajador francés que iba a Constantinopla y había estado en Malta: conferenció con Sinan, habló también aparte con algunos comendadores de San Juan de los que defendían la plaza, les persuadió sin duda de que no pudiendo sostenerla debían rendirla, saliendo ellos libres y ofreciéndose a conducirlos a Malta en sus galeras, y merced a las intrigas del francés, como de público entonces se dijo, entregó el comendador Simón de Losa las llaves de la ciudad (14 de agosto, 1551), pasando de esta manera la ciudad de Trípoli a poder de turcos, al cabo de más de cuarenta años que la poseían los cristianos. Con esto regresó la armada turca a Constantinopla, llevando Sinan al Gran Turco su amo por fruto de su expedición la conquista de Trípoli, ya que no pudo llevarle la de Malta. Criminales debieron ser los comendadores de la orden que defendían a Trípoli, y a quienes habló el francés, cuando el gran maestre, instruido un proceso y oídas sus confesiones, con acuerdo del consejo mandó ahorcar los seglares y degradó a los eclesiásticos para ajusticiarlos también. Y el interés con que el rey de Francia intercedió por ellos para con el gran maestre, demostraba que no sin razón se había achacado a manejos del monarca francés la rendición de Trípoli al turco.
Entre las pérdidas que los infieles ocasionaron a Carlos V y que acibararon más los últimos tiempos de su reinado, fue una, y tal vez para él la más sensible, la de Bugía en la costa de África y reino de Tremecén. Esta antigua e importante ciudad, una de las más gloriosas conquistas del conde Pedro Navarro en tiempo de Fernando el Católico (1510), y que llevaba treinta y cinco años de pertenecer al dominio de España, fue acometida en 1555 por el gobernador moro de Argel con un ejército de más de cuarenta mil hombres, por tierra y por mar, con veinte y dos bajeles. Guarnecíala con quinientos españoles el capitán don Alonso de Peralta, natural de Medina del Campo. De los tres castillos que protegían la ciudad, el uno le abandonaron los cristianos no esperando poder defenderle: el otro costó a los moros cinco días de combate, a pesar de hallarse en él solamente cuarenta españoles; y el tercero, que era el mayor y el más fuerte, fue batido por espacio de veinte y dos días, hasta que a Peralta le faltó el ánimo más pronto que los medios de defensa, y le entregó al moro, bajo el seguro que éste le dio de dejarle ir libre, a él y todos los que con él estaban (27 de setiembre, 1555), y de trasportarlos a España en sus bajeles. Entregada así tan cobardemente la ciudad, y perdido por la flojedad o la perfidia de un hombre en un día lo que tantos años y con tanto trabajo se había estado conservando, el moro no cumplió lo ofrecido sino en cuanto a Peralta y otros veinte de sus más allegados, a quienes condujo a España, y a todos los demás los tomó por cautivos. En la indignación que causó a Carlos V tan sensible pérdida, no perdonó al mal defensor de Bugía. Acusado Peralta por el fiscal imperial, y condenado a muerte por el consejo, fue decapitado en la plaza de Valladolid, después de haberle hecho pasar por la afrenta de ser llevado públicamente por las calles con toda su armadura, y de irle despojando pieza por pieza a voz de pregón en cada plaza o paraje más público, hasta llegar al patíbulo.
Tal era el estado de las posesiones españolas e imperiales de una y otra costa del Mediterráneo, y tal el resultado de las guerras marítimas del emperador con el sultán y con los corsarios turcos y moros, cuando Carlos V anunciaba, según dejamos indicado en el anterior capítulo, su propósito de aliviar sus hombros de la pesada carga de tantos cuidados y de tan vastos dominios.
{1} En este tiempo murió de enfermedad en el campamento cristiano el destronado rey de Túnez Muley Hacen, cuyos dos hijos quedaban allí.
{2} Hacen mención las historias de un negro africano que antes de morir mató él solo quince o diez y seis soldados imperiales. Este y otros semejantes casos prueban la clase de enemigos con que tuvieron que habérselas los españoles e italianos en aquella empresa.– Puede verse a Sandoval, libro XXX, pár. 55 y 56.
{3} Nada dice Robertson de esta famosa jornada y conquista de África, a la cual dedica Sandoval casi todo su libro XXX.