Filosofía en español 
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Parte tercera Edad moderna

Libro I Reinado de Carlos I de España

Capítulo XXXIII
Carlos V en Yuste
1557-1558

Refiérense las inexactitudes, invenciones y falsedades que nos han trasmitido los historiadores acerca de la vida de Carlos V en Yuste.– Demuéstrase que no vivió abstraído de la política y de los negocios del mundo.– Que era consultado en todo y lo dirigía todo desde su retiro.– Pruébase que no vivió tan sobria y pobremente como han dicho los historiadores.– Número de sus criados y sirvientes.– Valor de su ajuar y menaje.– Otras especies inverosímiles que han corrido acerca de su vida claustral.– Es cierto que se ejercitaba en actos de devoción y de piedad, y que recibía con frecuencia los sacramentos.– No lo es la famosa anécdota de los funerales en vida.– Causa verdadera de su última enfermedad, y de su fallecimiento.– Muerte cristiana y ejemplar de Carlos V.– Circunstancias de su entierro.– Su testamento y codicilo.– Exequias en Yuste, en Valladolid y en Roma.– Célebres honras que le hizo su hijo en Bruselas.
 

Túvose por tan singular y extraordinaria determinación y por tan señalado acontecimiento el de la retirada del emperador Carlos V al monasterio de Yuste, y es tanto y tan inexacto lo que acerca del género de vida de tan célebre personaje en aquel retiro han dicho y estampado escritores nacionales y extranjeros, que parece hasta cierto punto inconcebible, que existiendo tantos documentos, no se haya conocido todavía la vida verdadera del emperador en Yuste, y hayan corrido sin contradicción las invenciones que los doctos han escrito o copiado y los ignorantes repiten a coro. Desearíamos ser nosotros los equivocados, especialmente en algunos puntos; pero siendo para nosotros lo más sagrado la verdad histórica, la expondremos tal como a nuestros ojos aparece a la luz de documentos auténticos y originales, y el lector juzgará desapasionadamente entre nosotros y los escritores que nos han precedido.

Unánimemente han consignado los más autorizados entre ellos, que Carlos V desde su entrada en Yuste vivió completamente abstraído de los negocios públicos, sin querer que le hablaran de ellos, y sin tomar la más pequeña parte en la política del mundo: que se consagró enteramente a Dios, haciendo una vida de oración, de meditación y de penitencia como el monje más austero, y que dio el mayor ejemplo de humildad religiosa que pudiera imaginarse, haciéndose sus propias exequias en vida.

«Retirose tanto, dice uno de sus más acreditados historiadores, de los negocios del reino y cosas del gobierno, como si jamás hubiera tenido parte en ellos{1}.» Y le pinta entregado exclusivamente a ejercicios espirituales, a actos de devoción y de piedad, de tal manera que no había monje que le igualara, y él daba ejemplo a todos, confundiendo aún a los más perfectos del monasterio.

Represéntale el historiador general de la orden de San Gerónimo completamente retirado de todo género de negocios externos, tratando solo los de su alma. Y en la descripción de su vida ordinaria le hace invertir todas las horas de cada día y de cada noche, desde antes de levantarse hasta después de acostado, en una ocupación no interrumpida de oraciones, misas, sermones, pláticas doctrinales y religiosas, procesiones, confesiones y penitencias, que no era posible le quedara vagar para ninguna especie ni de distracciones ni de negocios. Macerábase, dice, el cuerpo, y se azotaba hasta el punto «de gastar los ramales de las disciplinas que heredó su hijo.»

Cuenta este mismo historiador, que con motivo de haber hecho Carlos celebrar exequias por sus padres y por la emperatriz su esposa, concluidas que fueron, manifestó a su confesor Fr. Juan Regla, el pensamiento y deseo de celebrar las suyas propias, «para que vea yo, le dijo, lo que tan presto ha de pasar por mí.» Y preguntándole si le aprovecharían, le respondió el confesor que sí, y aún más que si se hicieran después de muerto. Que en su virtud, aquella misma tarde se construyó un gran túmulo en la capilla mayor, que concurrieron todos los criados de S. M. de luto, y el mismo monarca asistió con su vela en la mano a la ceremonia fúnebre, y que en la misa ofreció su vela en manos del sacerdote, como indicando que así ofrecía en las de Dios su alma, de cuyo acto se mostró al día siguiente (31 de agosto) al confesor muy satisfecho y consolado{2}.

Uno de los más notables biógrafos de Carlos V y de Felipe II afirma del modo más absoluto, que Carlos desde que se encerró en su soledad no quiso que le hablaran ya más «ni de sus tesoros de la India, ni del estrépito de las guerras que bajo sus enseñas y con sus capitanes se hacían en toda Europa por tierra y por mar.» Y con tono de seguridad y con aire de magisterio niega que después de su renuncia pensara ni en la guerra ni en la paz, ni en nada de lo que hiciesen los príncipes cristianos; y concluye aseverando muy formalmente, «que de tal manera se deshumanó, que no quiso saber ni dónde se hallaba su hijo, ni cuál fuese su comportamiento con los príncipes, ni su conducta con los pueblos, ni su fortuna en la guerra, ni sus prosperidades en la paz, y que en cuanto a consejos particulares se abstuvo completamente de dárselos{3}

El jesuita historiador de las guerras de Flandes no se ha contentado con esto y dice: «Verdaderamente cosa admirable fue, el que Carlos abstraído de aquella soledad y olvido de cuidados… se desnudase tanto de las antiguas costumbres, y totalmente de la naturaleza; que ni el oro que en gran copia trajo para él en esta sazón la flota española de las Indias, ni el estruendo de las guerras que con armas y capitanes suyos se hacían por mar y tierra en Europa, pudiesen hacer la menor mella en aquel ánimo acostumbrado tantos años al sonido de las armas, ni interrumpirle un punto su tranquilidad el oír tan varios sucesos. Gastaba este augusto morador de las selvas la vida cotidiana de suerte, que daba parte al cuerpo, cada día más enfermo y cansado, parte a Dios y a su alma… Muchas veces se ocupaba en hacer relojes… teniendo por maestro a Juanelo Turriano, Archimedes de aquel tiempo… Este fue quien se esmeró mas, con nuevas máquinas cada día, en deleitar en aquel retiro de San Gerónimo el ánimo del César deseoso de tales cosas. Porque muchas veces después de comer sacó a la mesa imagencillas armadas de hombres y caballos, unas tocando caxas de guerra, otras resonando con clarines, y algunas de ellas chocando feroces entre sí con las lanzas enristradas. Algunas veces echó desde el aposento unos pajarillos de madera, que iban y volvían volando, pensando el prior del convento, que acaso se halló presente, algún mágico artificio. También hizo unos molinos de hierro que se movían por sí, de tanta sutileza y pequeñez, que llevaba un monje ocultos en la manga, siendo así que molían la cantidad de trigo que podía sustentar asaz a ocho hombres cada día. Pero estos entretenimientos al principio fueron más frecuentes. Mas después se moderaron con los avisos de la enfermedad… Porque desde este tiempo su primer cuidado fue asistir a los divinos oficios de los monjes, leer a menudo en los libros de los santos, y tratar en las conversaciones de asuntos piadosos; confesarse con más frecuencia y repararse con el manjar del cielo; y esto tal vez habiéndose desayunado con dispensa que ya de antes tenía para esto del romano pontífice por la flaqueza del estómago. También comenzó a castigarse por la vida pasada con unas disciplinas de cordeles retorcidos… Estos cordeles que con gran reverencia guardó después el rey Philipo, cercano a su muerte mandó que se los traxesen, y así como estaban salpicados con la sangre de Carlos su padre los entregó a su hijo Philippo III y dicen se conservan entre los monumentos de la piedad austriaca.»

Pasando luego a referir lo de la ruidosa anécdota de los funerales en vida, lo hace con los siguientes pormenores: «Últimamente con ocasión de un aniversario que hizo a su madre, deseó celebrarse a sí las obsequias, si era lícito: y comunicado el caso con Fr. Juan Regla su confesor, como éste le hubiese respondido que sería cosa desusada e inaudita, pero piadosa y saludable, mandó que cuanto antes le previniesen los funerales. Veis aquí que en el templo se levanta la mole del túmulo, encienden en él hachas, cércanle con luto los criados, celébrase la misa de difuntos con el triste canto de los monjes: él, vivo en su entierro, miraba en aquellos oficios imaginarios las verdaderas lágrimas de los suyos; oía el lamentable canto de los que imploraban para él plácido descanso en las felices moradas, y pedía él mismo para sí sufragios mezclados con los cantores. Hasta que llegándose al que sacrificaba, y entregándole la hacha encendida que él tenía, levantados los ojos al cielo: «Yo, dice, oh árbitro de la vida y de la muerte, te ruego y suplico, que como el sacerdote toma esta cera que ofrezco, así tú recojas benignamente en tu seno y brazos esta alma encomendada en tus manos siempre que quieras.» Entonces, cubierto como estaba con un largo luto, se tendió en el suelo, y renovándose las lágrimas de todos los presentes, le lloraron como a enterrado, con el último lamento. Mas con este ensayo hacía Carlos los preludios a la cercana muerte. Porque al otro día después de estas exequias le vino una fiebre, de la cual poco a poco consumido &c.{4}»

De la misma manera se explica el más acreditado de los historiadores extranjeros de Carlos V. Retrátale igualmente ajeno a todos los acontecimientos políticos de Europa, sin que, ni siquiera por curiosidad, permitiera que le informaran de ellos; cultivando a veces con sus propias manos su jardín, entreteniendo mucho tiempo en la fabricación de relojes y otras obras curiosas de mecánica con que admiraba a los ignorantes monjes{5}, empleando el resto de las horas de cada día en oraciones, oficios y ejercicios piadosos, con una asiduidad y una austeridad enteramente monásticas, y repite lo de las maceraciones y las disciplinas teñidas en su propia sangre. «Y como si no fuesen bastantes, añade, estos actos de mortificación…. perturbando cada día más su espíritu la inquietud, la desconfianza y el temor que acompañan siempre a la superstición… concibió una de las ideas más originales y extrañas que haya podido inspirar jamás el fanatismo a una imaginación desordenada y débil. Resolvió celebrar sus funerales en vida. Al efecto hizo erigir un catafalco en la iglesia del convento, donde acudieron sus criados en procesión funeraria con cirios negros, siguiéndolos él envuelto en una mortaja. Tendido con mucha solemnidad en un féretro, se cantó el oficio de difuntos: Carlos unía su voz a los que oraban por el reposo de su alma. Púsose fin a la ceremonia rociando, según costumbre, el féretro con agua bendita, y retirándose todos, se cerraron las puertas de la iglesia. Entonces salió Carlos del ataúd, y regresó a su aposento lleno de las lúgubres ideas que necesariamente debió inspirarle tan solemne acto. Sea que le fatigase la larga duración de la ceremonia, sea que aquel espectáculo de muerte causase profunda impresión en su alma, acometiole al día siguiente una fiebre, a cuyo ataque no pudo resistir su extenuado cuerpo, &c.{6}

Tales son las noticias que acerca de la vida de Carlos V en Yuste nos han trasmitido los historiadores de más cuenta{7}, con tal uniformidad en algunos puntos, que justificaría el general asentimiento con que sin contradicción han sido recibidas, si los documentos que hemos visto y poseemos no echaran por tierra todo este edificio levantado sobre falsos cimientos por tantos autores.

Es para nosotros indudable, que lejos de haber vivido el emperador en Yuste en ese retraimiento de los negocios públicos, en esa sistemática ignorancia de los acontecimientos de Europa, de que dicen ni quería hablar, ni entender, ni consentir que le informaran, por dedicarse todo a Dios y a la vida contemplativa, mantenía desde su celda de Yuste correspondencia política con su hija la gobernadora de Castilla, con su hijo don Felipe que residía en Flandes, con los príncipes y ministros de otros reinos, intervenía en los negocios de Estado, de paz y de guerra, era en casi todo consultado, apenas se resolvía sin su beneplácito negocio alguno importante, y mandaba y decidía muchas veces como emperador y como rey. Es cierto que cuando desembarcó en España manifestaba venir animado de un propósito firme de buscar el sosiego en la soledad y el retiro del claustro y de no mezclarse más en los negocios e intereses del mundo; mas también lo es, que el genio, la costumbre de tantos años, los compromisos tal vez, no le permitieron cumplir aquel propósito, y que antes de entrar en el monasterio entendía ya y tomaba parte en los negocios públicos de España, de Italia y de Flandes{8}.

Apenas había puesto el pie en el claustro, cuando comenzó a recibir cartas y consultas apremiantes de su hijo el rey don Felipe sobre la guerra de Italia, sobre los rumores que corrían de la armada turca y sobre provisión de dinero, instándole a que tomara mano en ello con firmeza, y encargando le diera pronto aviso de lo que determinara{9}. En 29 de abril escribía el emperador a la princesa de Portugal su hija, sobre el asunto de la incorporación de la Navarra francesa a cambio del ducado de Milán, y otras negociaciones que el rey su hijo traía con el duque de Vendôme, hablando de ello con tanto conocimiento de todos los pormenores como si fuera él mismo el que hubiera entablado y siguiera los tratos{10}. En 12 de mayo escribía al secretario Juan Vázquez de Molina sobre envío de dinero a Italia, de la siguiente manera que demuestra cuán minuciosamente cuidaba de todo: «Juan Vázquez de Molina, del mi consejo y mi secretario: vi vuestra carta de 8 de este, y hame parecido bien que demás de los 500.000 ducados que llevó don Luis de Carvajal en la armada de su cargo, se envíen en la flota de los mercaderes, que ha de partir agora, otros 720.000 de contado y por letras de cambio, sin lo que se piensa sacar de los arbitrios de que se quedaba tratando, para que pueda llevar Ruy Gómez y proveer lo de Italia, demás de los 300.000 ducados que llevó don Juan de Mendoza en las galeras de su cargo. Pero porque, como sabéis, todo es poco para tan gran suma como el rey ha menester en esta coyuntura, conviene que por todas las vías y formas que ser pudiere se usen de los medios y remedios necesarios para que el rey sea proveído y con brevedad, pues veis cuánto le importa{11}.» E invitando al arzobispo de Sevilla a que contribuyera para los gastos de la guerra del modo que sus hijos el rey y la gobernadora de Castilla tenían derecho a esperar, le decía: «Porque demás de que cumpliréis con lo que debéis y sois obligado, me haréis en ello, y en que lo hagáis con brevedad, particular placer y servicio, porque de otra manera, ni el rey dejaría de mandallo proveer con demostración, ni yo de aconsejárselo{12}

Trataba en aquel tiempo el papa de excomulgar al rey Felipe y al emperador su padre, y aún implícitamente llegó a hacerlo: de ello protestó y apeló Felipe II{13}, y el penitente de Yuste le decía sobre esto a su secretario en 8 de agosto: «Hanos desplacido cuanto es razón de entender las cosas que el papa intenta, y que sea tan mal aconsejado; pero pues no se puede hacer otra cosa, y el rey se ha justificado en tantas maneras cumpliendo con Dios y el mundo, por escusar los daños que de ello se seguirán, forzado será usar del último remedio: y en lo que escribe del entredicho y lo demás, no tengo que decir sino que conforme a aquello se use en todo de la diligencia y prevención que conviene, &c.{14}

En 27 de setiembre del mismo año le decía el monarca cenobita al secretario Juan Vázquez: «Los del Consejo de Indias me han escrito avisándome de la quietud y términos en que quedaban las cosas del Perú y Nueva España, y enviádome relación del oro y plata que ha venido para el rey y mercaderes y particulares en las naos que han llegado de aquellas partes, con todo lo cual habemos holgado cuanto es razón, porque estábamos con cuidado por lo que los días pasados me escribieron; y así se lo diréis de mi parte; y avisársenos ha si la nao que faltaba de las once es llegada, porque pasaría peligro si encontrare con las cuatro de franceses que me escribe don Juan Hurtado de Mendoza se tenía aviso en Portugal andaban cerca de la isla de los Azores, y lo demás que veréis por un capítulo de su carta de que va con esta copia verse ha, para en caso que la dicha nao no fuere llegada lo que se debe proveer sobre ello{15}

La guerra de Felipe II con Francia se puede decir que la dirigía también desde su celda el coronado habitador del monasterio de San Gerónimo, y en 15 de noviembre dictaba a su hija la princesa gobernadora las medidas que deberían tomarse para contrarrestar el armamento y preparativos de los franceses, con tan exacto conocimiento de la situación de las plazas y de los ejércitos como si se hallara en el teatro de las operaciones{16}. Y en 14 de diciembre le consultaba la princesa gobernadora sobre el parecer del Consejo de Estado acerca de negociar la paz con Francia.

A 27 de agosto de 1558, tres semanas antes de morir, comunicábanle los negocios, y seguía entendiendo en ellos de la manera que testifican los siguientes párrafos de una larga carta a su hija, que a la vista tenemos: «Hija, estando para responder a vuestras cartas de 8 y 17 de éste, recibí las que Garcilaso me envió, y entendiendo por las que escribió a Luis Quijada que pasaba luego aquí, me pareció aguardar su venida para despachar el correo, por lo cual dejé de responder a ellas…»

Le habla de la rota y prisión de Mr. de Tremes, de la vuelta de la escuadra turca, y luego continúa:

»Por lo que Garcilaso me ha dicho de parte del rey y la larga cuenta que me ha dado de las cosas de allá, he entendido los términos y ser en que están, que me ha dado la pena y congoja que podéis pensar, y para que más cumplidamente lo podáis ver, y conocer la razón que para ello tengo, os envío copia de la carta que él me escribe de su mano, porque la original queda acá para responder a ella; y también va copia de la de la reina de Hungría, mi hermana, que con ella vino abierta, para que la veáis, y puesto que he mirado y considerado si habría otro remedio para atajar tan gran mal, no hallo ninguno sino el que el rey dice, que es la ida de la reina, a cuyo efecto envío a Garcilaso para que dándole las cartas que el rey y yo le escribimos le hable de parte de ambos y en vuestra presencia en la sustancia que lleva entendido, y con la instancia y erbor que veis que conviene, y lo mismo haréis vos por vuestra parte, &c.

»En lo que toca a la provisión del dinero, por la carta del rey veréis lo que dice, y aunque sé, hija, que habéis tenido y tenéis el cuidado que él y yo confiamos de vos, todavía porque en esto consiste el principal remedio para todo hallándose sus cosas y persona en tantos trabajos y el rey de Francia tan alcanzado y necesitado, que según lo que Garcilaso ha podido entender y me ha dicho no tiene forma para sustentar su gente más de hasta el mes de mayo, como dél lo entenderéis, os ruego con el encarecimiento que puedo, que usando de todos los medios y arbitrios que paresciesen más convenientes, hagáis más de lo posible para que sea proveído de la cantidad de dinero y por el tiempo que os debe haber escrito o escribirá…

»A don Diego de Acuña mandaréis decir que pues Garcilaso que partió después dél me ha dado nuevas de la salud del rey, no había porqué él tome trabajo en venir…»

Y de su mano añadía: «Hija, por la copia de un capítulo de la carta que escribo a la reina mi hermana que va con esta, y por la que el rey mi hijo le escribe, veréis la instancia y amonestaciones que entrambos la hacemos sobre su vuelta a Flandes, y yo no uso de las razones y causas tan grandes que hay para ello, pues ella las sabe y entiende mejor que nadie las podía decir a vos, hija, conforme a lo escripto y a todo lo que para ello viere de convenir; instadle y amonestadle sobre ello, y principalmente sobre que ella vea la perdición, desonra y ruina del rey mi hijo y de nuestra casa o el remedio de ella: no sé mas que se le pueda decir, y cuanto conviene que mi hijo sea proveído de dinero y que la reina lo llevase consigo.– De vuestro buen padre.– Carlos{17}

Que desde que se encerró en aquella soledad, dicen los historiadores, no hizo ya caso ni quiso que le hablaran del oro que venía de Indias, y que en abundancia trajo aquel año una flota.– Es tan contrario este aserto a la verdad, que precisamente la gran remesa de oro, plata y perlas que entonces acababa de llegar de Nueva España, la Florida y otros puntos de América, fue el negocio que mereció al retirado en Yuste la atención más preferente, el que miró con el más vivo interés, y el que le traía más cuidadoso y desasosegado, según por muchos documentos que tenemos a la vista se infiere. El hecho, que es digno de consideración, fue como sigue:

Había llegado en efecto en 1556 una flota de Indias con una remesa de oro, plata y perlas, que representaba la enorme suma de mil quinientos cuarenta y nueve millones, doscientos noventa y seis mil setecientos dos maravedises{18}. De estas cantidades unas pertenecían al rey, otras eran de particulares, mercaderes y difuntos. El rey don Felipe, y en su nombre la princesa gobernadora, su hermana, habían mandado a los oficiales de la casa de Contratación de Indias de Sevilla que entregaran a su factor general íntegro y sin descuento todo lo que hubiese venido, fuese del rey, fuese de mercaderes y particulares, sin pagar ni cumplir libranzas de ninguna especie{19}. Aquellos funcionaros no cumplieron lo que en la real cédula tan explícita y absolutamente se les prevenía, sino que contra lo expresamente mandado entregaron a varios mercaderes y particulares cantidades que les pertenecían y eran suyas. Esta falta, si así puede llamarse, de los oficiales de la casa de Contratación, excitó el enojo del emperador a tal extremo y a tal punto, que no solo pidió muchas veces que se los procesara con todo rigor, sino que no cesaba de instar a que se los castigara con toda la dureza posible y sin consideración de ningún género. Toda la correspondencia de Carlos sobre este punto, que duró mucho tiempo, está escrita con una irritabilidad que nadie ha supuesto en el cenobita de Yuste, y que demuestra cuán al alma le había llegado que se tocara al oro venido de Indias.

«Hija, le decía a la princesa, cuando yo aquí supe que Rui Gómez era llegado allá, yo estaba para escribiros sobre esta negra suelta de este dinero que estaba en Sevilla, y dejelo de hacer hasta agora, así para saber dél si era posible que fuese verdad tan gran bellaquería como esta, como por ver si con el tiempo se me pasase la cólera que desde que lo supe he tenido, la cual por ser tan justa, no solamente no me pasa, mas cada día se me acrescienta más, y se me acrescentará hasta que yo sepa que los que tienen en ella lo remedien, de manera que el rey mi hijo no venga a recibir él afrenta que recibirá sino se remedia, y muy de veras, y de raíz y muy presto. En verdad si cuando lo supe yo tuviera salud, yo mesmo fuera a Sevilla a ser pesquisidor de dónde esta bellaquería procedía, y pusiera todos los de la contratación en parte, y los tratara de manera que yo sacara a luz este negocio, y no lo hiciera por tela ordinaria de justicia, sino por la que convenía por saber la verdad y después por la misma juzgara los culpados, porque al mismo instante les tomara toda su hacienda y la vendiera, y a ellos les pusiera en parte donde ayunaran y pagaran la falta que habían hecho. Digo esto con cólera y con mucha causa, porque estando yo en mis trabajos pasados con el agua hasta encima de la boca, los que acá estaban muy a su placer, cuando venía un buen golpe de dinero, nunca me avisaban de ello, que juntamente no me avisasen que ya él era suelto; y agora que ya de siete u ocho millones que eran llegados ya se habían venido a parar en cinco, hanlo hecho tan bien que de estos cinco millones han venido a parar en quinientos mil ducados, y no me quitarán de la cabeza que esto no se puede haber hecho sino con dar parte, y buena, de ello a los que lo han hecho soltar, y el juez que allá va ¿qué ha de hacer sino lo mesmo que los otros, y qué averiguará en ello sino lo que le ternán mandado?… Así, hija, que en esto no veo otro remedio sino averiguar esto y tornar a coger el dinero que han soltado, pues dicen que fue sobre fianzas, y sinó castigar muy bien en todas sus haciendas los de la contratación, y todos los que en esta bellaquería han tenido culpa; y si esto no se hace, yo certifico que lo escribiré al rey de manera que él mostrará más su cólera que hasta agora ha hecho, y le aconsejaré que no lo lleve por tela de justicia ordinaria, sino muy extraordinaria, y si por esto yo soy bueno para ello, aunque tenga la muerte entre los dientes holgaré de hacerlo &c.{20}»

»He visto, decía al secretario Vázquez en 12 de mayo, lo que decís del sentimiento que ha tenido el rey de la suelta del oro y plata de Sevilla, y que envía a mandar que se haga de los oficiales de la casa de la Contratación en caso que tengan culpa; y pues ésta consta claramente por la relación que habéis enviado, sacada de las informaciones que se han hecho hasta los 29 del pasado, será bien que si ya la princesa no lo ha proveído, envíe a mandar a los que en esto entienden que suspendan luego a los dichos oficiales y los prendan, y aherrojados, públicamente y a muy buen recaudo los saquen de aquella ciudad y traigan a Simancas, y pongan en una mazmorra, y les secuestren sus haciendas, y pongan en depósito a recaudo, hasta que el rey provea sobre ello lo que se debe hacer… Está bien lo que decís que os avisan de Sevilla, que se cumplirán los veinte mil ducados para mi gasto a sus tiempos, y así espero que será lo de los escudos; prevendréis desde luego que para mediado junio estén aquí los cinco mil ducados para los meses de julio, agosto y setiembre, porque así conviene, &c.{21}»

Iguales o semejantes negocios siguieron ocupando al emperador el segundo año de su permanencia en Yuste. Y cuando en este año (1558) se descubrió haberse infiltrado la herejía de Lutero en Castilla, «única provincia, decía el papa, que había estado libre de este contagio{22},» y cuando de sus resultas fueron presas varias personas de cuenta y entregadas al Santo Oficio, según en otro lugar diremos, el emperador desde el claustro de Yuste tomó en este asunto una parte muy activa, escribió al rey, a la gobernadora, a los del consejo de la Inquisición, a todo el mundo, excitando a que usaran de severidad y de rigor con los denunciados y presos; y el que tan indulgente y flojo se había mostrado en muchas ocasiones con los protestantes de Alemania, se mostró tan inexorable con los luteranos españoles, que no encontraba ni castigo bastante duro que imponerles, ni palabras bastante enérgicas para inculcar que no hubiera indulgencia con ellos. «Hijo, le escribía de su puño y letra al rey Felipe II, este negro negocio que acá se ha levantado me tiene tan escandalizado cuanto lo podéis pensar y juzgar. Vos veréis lo que escribo sobre ello a vuestra hermana: es menester que escribáis y que lo proveáis muy de raíz, y con mucho rigor y recio castigo; y porque sé que tenéis más voluntad, y habréis más hervor que yo lo sabría ni podría decir ni desear, no me alargaré más en esto. De vuestro buen padre.– Carlos{23}

Y a la princesa regente le decía: «Hija… Cuanto a lo que decís que habéis escrito al rey dándole razón de lo que pasa en lo de las personas que se han preso por luteranos, y los que cada día se descubren, y que mostrastes mi carta que sobre esto os escribí al arzobispo de Sevilla y a los del consejo de la Inquisición, y el favor que les habéis ofrecido, y las diligencias de que en todo usan, me ha parecido bien. Pero creed, hija, que este negocio me ha puesto y tiene en tan gran cuidado y dado tanta pena que no os lo podría significar, viendo que mientras el rey y yo habemos estado ausentes de estos reinos han estado en tanta quietud y libres de esta desventura, y que agora que he venido a retirarme y descansar a ellos sucede en mi presencia una tan gran desvergüenza y bellaquería, y incurrido en ello semejantes personas, sabiendo que sobre ello he sufrido y padecido en Alemania tantos trabajos y gastos y perdido tanta parte de mi salud; que ciertamente, si no fuese por la certidumbre que tengo de que vos y los de los Consejos que ahí están remediarán muy de raíz esta desventura, pues no es sino un principio sin fundamento y fuerzas, castigando los culpados muy de veras para atajar que no pase adelante, no sé si tuviera sufrimiento para no salir de aquí a remediallo…» Sigue aconsejándole y recomendándole que use de todo rigor; le recuerda el ejemplo de lo que él dejó ordenado y establecido en Flandes, que era «quemar vivos a los contumaces, y a los que se reconciliasen cortarles las cabezas;» la exhorta a que con el arzobispo y los del consejo de la Suprema ejecute una cosa semejante con los luteranos de España, «sin excepción de persona alguna;» la alienta a que haga en esto «más de lo posible,» y no contento con escribir, le anuncia que envía a Luis Quijada para que hable con ella e informe de su pensamiento a los inquisidores{24}.

Así atendía a todo, era consultado en todo, intervenía en todo, y todo lo manejaba y dirigía desde su soledad el hombre a quien nos han pintado, desde que se retiró al monasterio, totalmente abstraído de todo negocio mundano, ajeno a todos los acontecimientos de Europa, enteramente extraño a la política, tan desapegado a los intereses que no volvió a acordarse de los tesoros que venían de Indias, y tan de todo punto deshumanado que ni sabía ni quería siquiera saber ni qué hacía ni donde estaba su hijo{25}.

¿Han sido más exactos y más verídicos los que nos han representado al augusto huésped de Yuste como dechado de sobriedad, de penitencia y de austeridad, mortificando asiduamente su cuerpo con ayunos, disciplinas y maceraciones? No es esto ciertamente lo que arroja la inmensa correspondencia, auténtica y original, que tenemos a la vista, comprensiva de todo aquel período. Desde el lento itinerario que llevó el emperador del puerto de Laredo al monasterio de Yuste comenzó a demostrar que ni le eran de todo punto agradables las privaciones, ni del todo indiferentes los placeres de la mesa{26}.

Diríase que había querido como despedirse de los goces materiales del gusto para llevar mejor, cuando entrara en el retiro, las abstinencias y privaciones de la vida claustral con que pensara mortificarse, si los documentos no justificaran que aún después de su entrada en el monasterio, en medio de los padecimientos de la gota y de otros males que solían aquejarle, no guardó toda la frugalidad que hubiera convenido a su salud{27}.

Como impertinentes para la historia, hubiéramos omitido de buena gana tales pormenores y menudencias, si por una vez no los creyéramos necesarios, ya que nos toca a nosotros ser los primeros a desempeñar la ingrata tarea de rectificar lo que por espacio de trescientos años nos habían estado enseñando tantos, y entre ellos algunos tan respetables historiadores.

¿Es más conforme a la verdad lo que nos han dicho acerca de la pobreza con que vivía el emperador en la casa religiosa de San Gerónimo en punto a servidumbre y menaje? «Vivía tan pobremente, dice el venerable obispo Sandoval (en otras cosas tan veraz y tan exacto), que más parecían sus aposentos robados por soldados que adornados para un tan gran príncipe.» «Había, prosigue, una sola silla de caderas, que mas era media silla, tan vieja y ruin, que si se pusiera en venta no dieran por ella cuatro reales… &c.»

No se concibe fácilmente cómo un historiador tan ilustrado y docto, tan inmediato a los tiempos de que escribía, y que debió tener a su disposición tantos y tan apreciables elementos, haya aventurado tan inexactas noticias. Felizmente en este punto poseemos cuantos datos se pudieran apetecer. Conocemos el número, los oficios y hasta los nombres de los sirvientes y criados que conservó el emperador en Yuste, que eran cerca de sesenta; diferencia notable de los doce que le dan solamente los más de los historiadores{28}. Sabemos también el número, la calidad y el valor de las alhajas que constituían el menaje de sus aposentos, su joyería, las piezas de plata de la cámara, mesa y capilla, los cuadros y pinturas, los libros, los muebles y efectos todos que formaban el ajuar del guardarropa, de la panatería, de la despensa, de la cava y furriería. Y en verdad, si el menaje no era el de un palacio imperial, estaba muy lejos de ser tan humilde, tan pobre y miserable como le supone el obispo historiador, y con él los más de los escritores hasta nuestros días, puesto que se apreciaron los bienes muebles que el emperador llevó a Yuste en 3.615.294 maravedises{29}.

Tampoco hemos hallado, en la larga y minuciosa correspondencia que poseemos, el menor fundamento para poder admitir ni como cierta ni como verosímil la especie de que el emperador se entretuviera en la fabricación de relojes, ni menos en la construcción de soldados que tocaban clarines, de pajaritos de madera que volaban, de molinitos de hierro que hacían harina y se llevaban en un bolsillo, y de otras figuritas y juguetes mecánicos, con que algunos han pretendido se divertía la Majestad Cesárea de Carlos V y divertía y embaucaba a los monjes, que en su ignorancia atribuían a efecto mágico el movimiento de aquellos diminutos artefactos. Negocios y asuntos más graves ocupaban al ilustre morador de Yuste en su retiro. Especie tan peregrina solo puede explicarse por un espíritu de lisonja, aplicando al César lo que tal vez hacía el famoso relojero constructor, hábil ingeniero y diestro mecánico Juanelo Turriano, que Carlos había traído y tenía consigo.

Lo que hay de verdad es que Carlos se ejercitaba en oficios de devoción y de piedad todo el tiempo que sus padecimientos y los negocios de que hemos hecho mérito le permitían; que gustaba de asistir a los divinos oficios y a las solemnidades religiosas, que oía muchas misas y sermones, se deleitaba en tener pláticas doctrinales con su confesor Fr. Juan de Regla y con el predicador Fr. Francisco de Villalva, recibía con frecuencia los santos sacramentos, asistía a las procesiones, hacía limosnas, oraba y meditaba, acaso aplicó alguna vez a su cuerpo las disciplinas, y que su muerte fue tan cristiana y ejemplar como diremos luego. También lo es que tuvo diferentes conferencias con el P. Francisco de Borja, el antiguo duque de Gandía, religioso profeso en la Compañía de Jesús desde que resolvió renunciar al mundo afectado por el espectáculo del desfigurado rostro de su difunta emperatriz, según dejamos referido en otro lugar{30}.

Resuelto ya Carlos a desprenderse de las ligaduras que aún le ataban al mundo, y a renunciar totalmente a un poder de que si no estaba en ejercicio activo como antes, conservaba aún el derecho, y no pocas veces le hacía sentir con su consejo, con su influjo y con su nombre, determinó abdicar definitivamente el imperio (mayo, 1558). En su consecuencia ordenó que de allí en adelante se le tratara solamente como a un particular, y mandó se le enviaran nuevos sellos, sin coronas, águila, toisón ni otra insignia, bien que a pesar de su mandamiento la princesa y cuantos por escrito se le dirigían continuaron dándole los títulos de «Sacra Cesárea Católica Majestad.» Hizo Carlos esta renuncia contra la voluntad y deseo del rey don Felipe su hijo, en cuyo obsequio y a fuerza de gestiones de parte de éste la había diferido un año entero, a fin de que, como decía el rey don Felipe, no le faltara, en la situación crítica en que se hallaba, la sombra de su autoridad{31}.

Vengamos ya a lo de las exequias en vida.

Tal boga ha alcanzado la ruidosa anécdota de que el emperador Carlos V se hizo celebrar sus propios funerales en Yuste, asistiendo a ellos con las circunstancias antes referidas, que el mismo William Stirling, el postrero y el que con más datos ha escrito la vida de Carlos V en Yuste, no se ha atrevido a desechar como fabulosa y apócrifa la anécdota de los funerales. Y si bien niega lo de la mortaja y el ataúd, y otras absurdas circunstancias que se leen en Estrada, Robertson, Miñana y otros autores, no ha tenido valor para dejar de admitir la relación de las honras fúnebres según la hace el P. Sigüenza, y ha creído más al historiador de la orden de San Gerónimo que los documentos sobre que escribió su obra y la opinión explícita consignada por el archivero que con suma diligencia los recogió y se los proporcionó{32}.

Nosotros que hemos invertido buena suma de tiempo en examinar con minuciosa prolijidad los documentos auténticos que pudieran darnos luz sobre un suceso que tanta celebridad ha adquirido, podemos asegurar que no hemos hallado uno solo, que indique siquiera ni dé ocasión a sospechar la certeza del hecho que se supone. Cabalmente es tan copiosa la correspondencia original que existe de las personas de más representación y autoridad que rodeaban a Carlos V en su retiro, la del mismo emperador con sus hijos don Felipe y doña Juana y con los ministros y secretarios de estos, que con dificultad habrá período alguno histórico que pueda ser más conocido, y de que puedan darse más exactas y minuciosas noticias. El curioso podría fácilmente saber las más menudas e insignificantes acciones de la vida de Carlos desde el día de su entrada en el monasterio hasta el de su muerte. El en que se supone con más visos de verosimilitud el famoso suceso de las exequias es el 30 de agosto de 1558. Nosotros hemos tenido la paciencia de examinar la correspondencia diaria de agosto y de setiembre; las cartas de Luis Quijada, el mayordomo, amigo, confidente y la persona más allegada al emperador; las del secretario Martín de Gaztelu; las de Juan Vázquez de Molina, a quien no se ocultaban ni aún los más íntimos secretos; las del médico Mathisio, las del prior y otros monjes del monasterio: por ellas hemos visto lo que el emperador hacía cada día y cada hora, desde que se levantaba hasta que se acostaba, y cómo pasaba cada noche. En ninguna de ellas se encuentra una palabra que directa ni indirectamente se refiera a tales honras fúnebres. ¿Será verosímil, será posible que quienes tan menudamente informaban cada día de todos los actos del imperial cenobita, sin omitir ni aun lo perteneciente a las funciones mas naturales de la vida, guardaran tan profundo silencio sobre una escena que tan notable hubiera sido entonces y tanto ruido ha hecho después? Acaso otro más afortunado halle algún día las pruebas que a nuestra exquisita diligencia se han escondido hasta ahora. Entonces nos someteremos gustosos a la verdad que siempre vamos buscando. Entretanto, y hasta que esto suceda, séanos lícito apartarnos de la opinión común de los historiadores respecto a los célebres funerales, bien lo hayan atribuido unos a recomendable piedad de Carlos, bien lo califiquen otros de vituperable fanatismo.

Es por consecuencia fuera de toda duda para nosotros que la impresión del lúgubre espectáculo que se ha supuesto no fue de modo alguno la causa de la enfermedad que acarreó la muerte al emperador Carlos V, como han asegurado muchos historiadores. La enfermedad provino de haber comido al sol en una azotea del monasterio la tarde del 30 de agosto. Todas las informaciones de los facultativos y de los testigos están contestes en este punto. «Con esta (le decía el mayordomo Luis Quijada a Juan Vázquez de Molina en carta de 1.° de setiembre) con esta va una relación del doctor, por la cual verá vuestra merced el accidente que a S. M. ha sucedido desde ayer a las tres después de medio día acá; y aunque es poco, como el doctor dirá, pónenos en cuidado, porque ha años que a S. M. no le ha acudido calentura con frío sin accidente de gota. El frío casi lo tuvo delante de mí todo, mas no fue grande, puesto que tembló algún tanto; duró casi tres horas la calentura; no es mucha; aunque en todo me remito al doctor, que escribirá más largo.– Yo temo que este accidente sobrevino de comer antier en un terrado cubierto, y hacía sol, y reverberaba allí mucho, y estuvo en él hasta las cuatro de la tarde, y de allí se levantó con un poco dolor de cabeza y aquella noche durmió mal; ansí que podría ser fuese aquello lo que hubiese causado este frío y calentura.– Con lo que sucediere se avisará desde aquí cada día, &c.» A última hora escribía que S. M. entendía en su testamento, para lo cual encargaba se enviase al secretario Gaztelu el título de notario{33}.

En el propio sentido y atribuyéndolo a la misma causa escribía el doctor Mathisio, médico del emperador, cuya larga carta creemos excusado copiar. El 2 se repitió la fiebre con el carácter periódico que conservó siempre después, y se envió a llamar al otro médico nombrado Cornelius. El 3 se le hicieron dos sangrías, y S. M. confesó, recibió el Viático y concluyó lo que le faltaba del codicilo. La correspondencia de los días siguientes da minuciosas noticias del carácter, síntomas, vicisitudes y marcha de la enfermedad, remedios que se le aplicaban, estado del augusto enfermo cada día y casi cada hora, personas que llegaban al monasterio, cuidado que se tenía de ocultarle las malas nuevas que pudieran alterarle, y otras de igual naturaleza, hasta el 21 de setiembre en que expiró. Nada puede darnos mejor y más exacto conocimiento de la manera ejemplar como se despidió de este mundo el hombre que por espacio de cerca de medio siglo había ejercido en él el mayor poder que se había conocido jamás, que las siguientes cartas en que su confidente y mayordomo anunció su fallecimiento.

A las cuatro de la madrugada del mismo día 21, a las dos horas de haber expirado el emperador, escribía Luis Quijada al secretario Juan Vázquez de Molina: «Ilustre señor.– A las dos después de media noche fue Nuestro Señor servido llevar para sí a S. M., tan como cristiano como siempre lo fue: jamás perdió la habla, ni el conocer, ni el sentido, hasta que dio el alma a Dios, y conhortádose con lo que él era servido hacer, y esto diciéndolo a todos y poniendo las manos y escuchando a los frailes que le hablaban las cosas que en tal tiempo se suele hacer, y pidiendo: «decidme tal salmo, y tal oración, y tal letanía:» y cuando quiso expirar lo conoció, y tomó el crucifijo en la mano, y se abrazó con él hasta llegallo a la boca, y pidió también que le tuviesen allí candelas benditas, y que las encendiesen, y estaba tan en sí que se tomaba el pulso, y meneaba la cabeza como a manera de decir: no hay remedio, &c.{34}

En la que con fecha 30 escribió, ya más despacio, al rey don Felipe, le decía lo siguiente: «S. C. R. M.– A los 21 de este al amanecer avisé a V. M. del fallecimiento de S. M. que está en el cielo, y pocos días antes había enviado la relación de lo sucedido hasta los 17 del mismo solo en sustancia, remitiéndome a la que los doctores Cornelio y Mathisio enviaban; ansí no tendré que decir más en el discurso de su enfermedad, salvo que el mal de S. M. siempre fue creciendo desde el primer día… y a mi parecer hasta que la terciana se le dobló nunca temió: desde allí adelante sí, porque casi vino a entender que nunca quedaba limpio de calentura. El mal llegó tan adelante que los médicos le quisieron dar la Unción el lunes a medio día, y pareciéndome que no era tiempo por tener gran sujeto y que no se alterase, no consentí que por entonces se la diesen, hasta que a las nueve de la noche casi me lo protestaron, y a aquella hora se le dio, y se la llevó su confesor, la cual rescibió con el juicio y entendimiento que siempre estuvo y con muy gran devoción. Desde aquella ora siempre estuvieron con él su confesor y Fr. Francisco de Villalva, predicador de esta casa, a quien S. M. oía de buena voluntad, los cuales le hablaban como se suele hacer en semejantes tiempos, y rezando oraciones y salmos, y S. M. les pedía: «decirme tal salmo o tal oración,» en las que más devoción tenía, las cuales se le rezaban y declaraban cuando llegaban a cosa que venía a aquel propósito, y también se le leía la Pasión declarándole en ella los pasos que convenían, a lo cual estaba S. M. con gran devoción y contrición, poniendo las manos juntas y mirando al cielo y a un crucifijo que allí tenía, y una imagen de Nuestra Señora, que eran las con que la emperatriz nuestra señora murió; el cual me había mostrado y mandado que las quería tener cuando en aquel paso se viese, ansí se estuvo toda la noche con grandísima devoción. El día adelante volvió a reconciliarse y a recibir el Santísimo Sacramento, y advirtiéndole que mirase que no podría pasallo, me respondió que sí haría, y pareciendo también a S. M. que podría ser tardar la misa para recibillo en ella, mandó que se le trujesen de la custodia, y así lo rescibió y se vio en trabajo al pasallo; pero estaba con tan buen juicio, que él mismo abría la boca para que se mirase si quedaba alguna cosa por pasar, y después oyó misa con grandísima devoción, hiriendo los pechos cuando decían los Agnus. De esta manera pasó aquel día como cristianísimo príncipe. Después de esto el mismo día a las doce llegó el arzobispo de Toledo y le habló como convenía para el tiempo en que estaba; y él oyendo a los unos y a los otros con grandísima devoción y con tanto juicio, que poco antes que anocheciese me pidió si tenía allí alguna candela bendita; yo le respondí que sí, y aunque algunas veces cerraba los ojos, hablándole en Dios los volvía a abrir, y estaba muy atento a lo que se le decía, y pareciéndome que iba muy al cabo, envié a llamar al arzobispo de Toledo que estaba en su cámara, el cual vino y le volvió a hablar, y S. M. a entender lo que decía, y de esta manera se estuvo hasta las dos de la noche que se le puso la candela en la mano derecha, la cual yo le tenía, y con la izquierda extendió el brazo para tomar el crucifijo diciendo: «ya es tiempo;» y diciendo Jesús dio el alma a Dios, sin hacer más que dar dos o tres bocadas, de lo cual S. M. debe dar muchas gracias a Dios; que cierto es de creer que jamás se vio persona morir con más juicio ni con mayor devoción y contrición y arrepentimiento. Creo como cristiano que se fue derecho al cielo. Yo vi morir a la reina de Francia, que acabó muy cristianamente, mas S. M. le hizo ventaja en todo, porque jamás le vi temer la muerte ni hacer caso della aunque algunas veces se le decía.

«El martes antes que recibiese el Santísimo Sacramento me llamó, y mandó salir fuera a su confesor y a los demás, y incádome de rodillas me dijo: Luis Quijada, yo veo que me voy acabando muy poco a poco, de que doy muchas gracias a Dios, pues es su voluntad. Diréis al rey mi hijo, que yo le pido que tenga cuenta con estos criados generalmente los que aquí me han servido hasta la muerte, y que se sirva de Gila Come Barbero en lo que le pareciere, y que mande que en esta casa no se deje entrar huéspedes; y en lo que sobre mí mandó decir no quiero hablar por ser parte. También me mandó que dijese a V. M. otras cosas, las cuales diré cuando Dios trujere con bien a V. M. Plega a Dios sea con la felicidad que todos deseamos: lo demás que toca al entierro y depósito y como se hizo, envío a Eraso para que de ello de razón a V. M.{35}»

Púsose el cuerpo del emperador en una caja de plomo, la cual se encerró en otra de madera de castaño, forrada de terciopelo negro. Hiciéronsele solemnes exequias por tres días, celebrando el arzobispo de Toledo Fr. Bartolomé de Carranza, a quien sirvieron de ministros el confesor del emperador Fray Juan Regla y el prior Fr. Martín de Angulo, y predicando sucesivamente el padre Villalva, y los priores de Granada y de Santa Engracia de Zaragoza.

Una de las cláusulas del codicilo de Carlos V era que se le enterrara debajo del altar mayor del monasterio, quedando fuera del ara la mitad del cuerpo del pecho a la cabeza, en el sitio que pisaba el sacerdote al decir la misa, de manera que pusiese los pies sobre él. Para cumplir del modo posible este mandato se derribó el altar mayor y se sacó hacia afuera con objeto de depositar detrás de él el cadáver, pues debajo no podía estar por ser lugar exclusivo de los santos que la iglesia tiene canonizados{36}. A los dos días de enterrado el cadáver se presentó el corregidor de Plasencia acompañado de escribano y alguaciles, reclamando el cuerpo como muerto en territorio de su jurisdicción. Aunque al fin accedió a que quedase en poder del prior en calidad de depósito, empeñose no obstante aquella autoridad en identificar la persona del difunto, para lo cual fue menester deshacer el tabique, sacar las cajas y abrirlas, y descoser la mortaja hasta reconocerle el rostro, de todo lo cual se tomó testimonio{37}.

Su testamento y codicilo respiran las ideas cristianas y religiosas en que había vivido y la piedad que señaló su muerte. En el primero dejaba una manda de 30.000 ducados para redención de cautivos, dotación de doncellas huérfanas y pobres vergonzantes, por iguales partes, y mandaba se dijeran treinta mil misas por su alma. Lo demás se reducía a determinar la sucesión de sus reinos y señoríos, al modo como habían de pagarse las deudas contraídas, y cómo habían de conservarse íntegros el patrimonio real y los dominios de la corona, refiriéndose a sucesos, tratos y enlaces de que hemos dado cuenta, y a consejos al rey su hijo sobre algunos asuntos de gobierno. Aunque el principal objeto del segundo fue señalar pensiones y ayudas de costa a sus servidores y criados, que va designando nominalmente, es muy de notar su primera cláusula, por la cual deja muy encarecidamente recomendado al rey don Felipe que use de todo rigor en el castigo de los herejes luteranos que habían sido presos y se hubieren de prender en España. «Y mando, decía, como padre que tanto le quiero, y como por la obediencia que tanto me debe, tenga de esto grandísimo cuidado, como cosa tan principal y que tanto le va, para que los herejes sean oprimidos y castigados con toda la demostración y rigor, conforme a sus culpas, y esto sin excepción de persona alguna, ni admitir ruegos, ni tener respeto a persona alguna: porque para el efecto de ello favorezca y mande favorecer al Santo Oficio de la Inquisición, por los muchos y grandes daños que por ella se quitan y castigan, como por mi testamento se lo dejo encargado…{38}

En otra parte hablaremos de la manda que la víspera de morir hizo en favor de la madre de un hijo natural suyo, que entonces se criaba oculta y misteriosamente en poder de su mayordomo Quijada, y que tan célebre se había de hacer no tardando en el mundo{39}.

Además de las honras que le hicieron en Yuste y en Valladolid, celebráronselas muy suntuosas en Roma; pero las que se distinguieron por lo vistosas y magníficas fueron las que Felipe II, su hijo, mandó hacerle en Bruselas, y de las cuales, por haber sido tan notables, damos por apéndice una relación auténtica{40}.

Al terminar los historiadores la vida del emperador Carlos V, deshácense generalmente en pomposos elogios de sus prendas y virtudes, ensalzándolas hasta donde alcanzan las palabras y frases laudatorias que cada cual ha podido discurrir en su alabanza. Nosotros, reconociendo haber adornado muy esclarecidas dotes a este excelso personaje, reservamos su juicio crítico para cuando hagamos el del espíritu, la marcha y la fisonomía del siglo XVI y consideremos la suma de bienes y de males que en nuestro sentir produjeron el poder, la influencia y la política de Carlos V en España, en Europa y en el mundo.




{1} Sandoval, Historia de la vida del Emperador en Yuste.

{2} Fray José de Sigüenza, Historia de la Orden de San Gerónimo, parte III, lib. I, cap. 36 y 38.

El obispo Sandoval refiere esto de las honras muy de otra manera. Cuenta éste, que afeitándole un día su barbero Nicolás, le dijo el emperador: «¿Sabes, Nicolás, lo que estoy pensando? Que tengo ahorradas dos mil coronas, y querría hacer mis honras con ellas.» Que el barbero le respondió: «No se cure V. M. de eso, que si se muriese, nosotros le haremos las honras.» A lo cual replicó el monarca: «¡Oh, cómo eres necio! Igual es llevar el hombre la candela delante que no detrás:» Como si profetizase su muerte; que luego cayó malo, &c. Pero el obispo de Pamplona no dice que se hicieran las honras en vida.

{3} «Non ci è dubbio alcuno che si fosse tanto dissumanato, che non volesse saper dove egli era, quali fossero i suo portamenti con Prencipi, quali le sue azzioni co Popoli, quali le sue fortune nella guerra, e qual le sue prosperità nella pace, e tutto cio in una manera generale,perche in quanto a consigli particolari non s’ingeri mai a dargliene, dopi i primi nel tempo della rinuncia.»– Gregorio Leti, llamado El Resucitado, Vita di Filippo II, parte prima, lib. X.– Id. Vita dell'invitísimo imp. Carlo V.

{4} Fr. Famiano Estrada, Guerras de Flandes, Década I, lib. I.

{5} De aquí nació la anécdota de que habiendo trabajado en vano por hacer marchar al menos dos relojes con entera igualdad y exactitud, reflexionó que había sido una locura pretender uniformar a los hombres en opiniones y creencias.

{6} Robertson, Hist. del emperador Carlos V, lib. XII.

{7} A estos nos hemos limitado; así es, que no hemos citado a Juan Antonio de Vera y Figueroa, conde de la Roca, y otros, que conocidamente han tomado sus noticias de Sandoval, Sigüenza y demás que hemos nombrado.

Réstanos advertir, que el monje Fr. Martín de Angulo, prior que fue en Yuste los últimos meses de 1558, escribió una relación de la vida del emperador en aquel monasterio, a gusto de la princesa doña Juana, regente de Castilla, que creemos fue uno de los principales fundamentos de las invenciones y falsedades históricas que hoy tenemos la ingrata tarea de combatir y rectificar.

{8} Cartas originales de Carlos V, escritas desde Jarandilla a su hija la princesa doña Juana, gobernadora de estos reinos, y Juan Vázquez de Molina, su secretario, sobre negocios de Estado, y sobre la venida de la infanta de Portugal a acompañar a su madre la reina de Francia. Archivo de Simancas, Estado, legs. números 514 y 515.– Cartas del secretario Martín de Gaztelu desde Jarandilla (31 de diciembre de 1556, 9 y 23 de enero y 1.° de febrero de 1557), sobre asuntos de Flandes y de Italia, sobre la tregua de Felipe II con el papa, rompimiento de ella, y manifestaciones de Carlos sobre estos asuntos.– Simancas, Estado, leg. 117.

{9} Carta autógrafa de Felipe II a Ruy Gomez, 11 de marzo de 1557.– Archivo de Simancas, Estado, leg. 119.

{10} Copiamos en prueba de ello una parte de esta larga carta: «Serenísima Princesa.– En esotra carta que va con esta respondo a dos que me habéis escrito a los 21 de este. Lo que demás de aquello hay que decir es que el de Ezcurra llegó aquí anteayer, y por ser tarde no le vi luego, pero hícelo ayer, y habiéndome dicho como después que partió de Jarandilla halló, llegado que hobo a Navarra, que la respuesta del rey mi hijo era venida, y que fue luego con ella adonde estaba Vandoma, el cual diz que qiiso que se le diese en presencia de un su médico y secretario y lo que sobre ella pasó, y demás de esto oí a la letra la respuesta que le dio por escrito, y también la copia que truxo firmada de la carta que el duque de Alburquerque escribió sobre ello al rey, que es en la misma sustancia de lo que me ha dicho, y de como había venido ahí, con lo demás que ha pasado, conforme a lo que me escribisteis; y habiéndolo todo entendido, le dije que si Vandoma estaba en este negocio con tan buen fin como siempre había dado a entender, y se debía esperar de él siendo quien es, que verdaderamente recibía grande engaño en pedir que se le entregue primero el estado de Milán que no el Reino de Navarra y las otras fuerzas, porque como quiera que las del uno y del otro están tan apartadas que no podría hacerse la entrega de ellas a vista de ojos, ni a un mesmo tiempo, ni en ninguna manera lo que él pide sin ser descubierto el negocio, por ser de la calidad que es; está claro que en tal caso el Rey de Francia le ocuparía y tomaría luego todo su estado, y que demás de esto le vendrían a faltar los mas de sus amigos y otras personas en quien pueda tener más esperanza, como se ha visto y ve cada día por experiencia; porque en cuanto toca a la confianza que se puede hacer de su persona, no solo la haría yo del estado de Milán, pero de Navarra y Castilla, pues no se ha de creer que él ha de hacer cosa que no deba. Hame parecido escribiros esto para que se mire así en ello como en los medios que Vandoma y el marqués de Mondejar dicen que declara, y los que más ocurriesen… Y si todavía sin embargo de lo sobredicho persistiese en lo que dijo el de Ezcurra, me parece que no tiene la gana que da a entender de concertarse, pues se ve tan a la clara que lo que pide es para su perdición, antes se podría sospechar lo contrario; y para en cualquier caso no puede dejar de aprovechar el entretener y continuar la plática, en especial si Vandoma hubiese fin de intentar algo este año por Navarra, estando el Rey mi hijo embarazado como sabéis; y avisarme ha de la última resolución que se tomará, para que, vista aquella, pueda avisar de lo que sobre ello me ocurre, y mira que haya en este negocio secreto, que se ponga en Navarra todo el buen recaudo que conviene. Serenísima Princesa, &c.»– Archivo de Simancas, Estado, leg. 119.

{11} Archivo de Simancas, Estado, leg. 119.

{12} Carta del emperador al arzobispo de Sevilla, de Yuste, a 18 de mayo de 1557.– Simancas, Estado, leg. cit.

{13} Cartas de Felipe II a la princesa su hermana, de 10 de junio y 2 de julio de 1557.– Archivo de Simancas, Estado, leg, 119.

{14} Carta de Carlos V a Juan Vázquez de Molina, en Yuste, a 8 de agosto.– En el cit. leg. del Archivo de Simancas.

{15} Archivo de Simancas, Estado, leg. 119.

{16} Curiosos por demás son algunos párrafos de esta carta. Después de mostrarse enterado de haberse ganado y estarse fortificando la plaza de Ham, del número de tropas alemanas y suizas que estaba levantando el rey de Francia, y de la situación de San Quintín para el caso que temía de que intentara recobrarla el francés, pasa a manifestar lo que sobre ello le ocurre, y dice: «Que estando aun en pie los doce mil infantes y mil caballos que he entendido había levantado Poliuter, conforme a las pláticas que los días pasados trataba por mi orden, y después del Rey, para ir la vuelta de León o Metz… y que el rey se hallará con menos gente de la necesaria para poder acudir a donde conviniere, podría mandar llamar al dicho Poliuter para que fuese a la parte de Metz o de Lorena para juntarse con él, pues que lo podría hacer con seguridad yendo por Luxembourg, y teniendo el rey aquella gente podría mas seguramente allegarse al enemigo, y contrastalle para estorvalle que no hiciese lo que podría pretender; y demás de esto se daría calor a las fuerzas y los que le hubieren menester, poniéndose donde conviniere, y tomando sitios fuertes y cómodos para con seguridad socorrer a los amigos y ofender a los enemigos, como se hizo en lo de Valenciennes, Namur y Renti: de lo cual he querido avisaros, para que luego sin perder punto de tiempo despachéis con ello correo por tierra al Rey con la más diligencia que ser pudiere, y también por mar, y que la cifra que se ha de escribir no sea la ordinaria, de que tienen noticia en Francia, según lo avisa el duque de Alburquerque, &c.»–Archivo de Simancas, Estado, leg. cit.

{17} Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Códice titulado: Libro de cosas curiosas de en tiempo del emperador Carlos V y del rey don Felipe nuestro Señor, escrito por don Antonio Cereceda para él mismo. C. 187. est. 35, grada 5.

En el mismo códice se hallan varias otras cartas del mismo género.

{18} «Relación de lo que se truxo de las Indias en dicho año 1556 en oro y plata:

Para S. M. …260 cuentos990.156 mrs.
Para mercaderes, particulares y difuntos …1.288 cuentos305.777 mrs.
Importa todo …1.549 cuentos 296.702 mrs.»

Archivo de Simancas, Estado, leg. núm. 120.– En el mismo legajo se hallan varias relaciones, algunas con expresión de lo que vino de cada punto y en cada nave, las cuales todas vienen a coincidir en la misma cantidad.

{19} Decía la real cédula: «Mis oficiales de la casa de la Contratación de las Indias en la ciudad de Sevilla.– Yo vos mando que luego que esta recibáis, sin que haya dilación alguna, deis y entreguéis a Hernán López del Campo, mi factor general, y a Francisco de Vega en su nombre, todo el oro e plata e barras, y tejuelos e monedas, que hubieren quedado y al presente estuvieren en esa casa, de lo que se truxo de las Indias el año pasado de 556 en las naos que llegaron de Tierra Firme e la Nueva España e Honduras e Isla Española e otras partes de las Indias, así para mí como para mercaderes y pasajeros e de bienes de difuntos, y de lo que se salvó y vino en orrio en las naos que se perdieron en la costa de la Florida, y en otra cualquier manera, sin descontar ni sacar cosa alguna para cumplir ni pagar cualesquiera cédulas y libranzas y otras cosas que os hayamos mandado pagar y cumplir por cualesquiera cédulas o libranzas firmadas de mi mano, o de la Serenísima Princesa de Portugal, mi muy cara y muy amada hermana, gobernadora de estos reinos, a cualesquiera personas por cualesquier causas que sean que tuviéredes que cumplir el día que esta recibiéredes… ni lo que decís que es menester para los empréstitos y depósitos que se han tomado, porque entrado todo en poder del dicho factor, yo mandaré proveer lo que se hobiere de hacer, &c. En Valladolid, 1.° de marzo de 1557 años.»– Archivo de Simancas, Estado, leg. 120.

{20} De Yuste, 1.° de abril. Archivo de Simancas, Estado, legajo 119.

{21} De Yuste, a 12 de mayo de 1557. Archivo de Simancas, Estado, legajo 119.

{22} Carta original del cardenal de Sigüenza a la princesa de Portugal desde Roma.– Archivo de Simancas, Estado, leg. 883.

{23} Párrafo adicionado de mano y letra del emperador (que poseemos autógrafo) a carta escrita a su hijo en 25 de mayo de 1558.– Todo lo que antecede en la carta es de letra del secretario Gaztelu.– Archivo de Simancas, Estado, leg. 128.

{24} Archivo de Simancas, Inquisición, fól. 42.– Es, pues, muy verosímil lo que sobre esta materia cuenta el obispo Sandoval haber dicho el emperador: «Errarse ha si los dejasen de quemar, como yo erré en no matar a Lutero; y si bien yo le dejé por no quebrantar el salvo-conducto y palabra que le tenía dada, pensando de remediar por otra vía aquella herejía, erré porque yo no era obligado a guardarle la palabra, por ser la culpa del hereje contra otro mayor Señor, que era Dios; y así yo no le había ni debía de guardar palabra, sino vengar la injuria hecha a Dios.» Vida del emperador en Yuste, pár. 9.

{25} Por no aglomerar documentos nos hemos limitado a citar, de entre los muchos que poseemos, los que hemos creído pueden bastar a desvanecer la idea que los historiadores nos habían dado de su género de vida en este punto.

{26} De Medina de Pomar escribía ya su secretario Gaztelu (9 de octubre, 1556) acusando el recibo de los regalos que le enviaba la princesa, añadiendo que las conservas habían gustado tanto a S. M., que mando guardarlas y que nadie las tocase; y que el alcalde Durango había logrado con mucho trabajo proporcionar frutas, aves y pescados. El 11 decía desde Burgos, que el día anterior había comido S. M. tanto pescado, que temían le hiciese daño. Quejábanse Gaztelu y Quijada en Palenzuela del mal estado en que habían llegado los bizcochos enviados al emperador, y en Torquemada agradecían el envío de aves y frutas hecho por el obispo de Palencia. De Medina del Campo escribía Luis Quijada (6 de noviembre) que el emperador había comido buen pan, anguilas, ranas y barbos, y encargaba que para el día siguiente le mandasen anchovas, de que gustaba mucho. El 14 desde Jarandilla acusaba el mismo mayordomo el recibo de las empanadas de anguilas, que decía gustar a S. M. más que las truchas, y que se escribiese a Perejón enviase unas aceitunillas de las que había regalado a S. M., porque se acababan. Decía el 20 que no se enviasen anguilas empanadas, porque hacían daño a S. M., y por ello estaba indispuesto; aunque para él lo atribuían al mal tiempo. Sin embargo, el 31 las volvió a comer, pues «por ser día de vigilia no había querido comer salchichón de ninguna especie, ni morcillas, ni cosa de puerco.» El 2 de diciembre quería saber S. M. cómo se hacia el adobo de las aceitunas; le decía a su mayordomo que en Gama, lugar del conde de Osorno, se hallaban las mejores perdices del mundo, y que le constaba que en Tordesillas, en casa del marqués de Denia, se hacían longanizas a estilo de las de Flandes, encargándole le proporcionase de todo. El 6 escribía el secretario Gaztelu, que las anchovas habían gustado mucho al emperador, pero que le eran nocivas, y que la duquesa de Frías le había enviado doce pares de guantes, aguas, pebetes y un perfumador. El 29 avisaba haber llegado las salchichas de la princesa y las de Tordesillas, y que el 28 había comido S. M. ostras frescas de Portugal y en escabeche, remitidas por don Sancho de Córdoba, y acedias y anchovas; que se había recibido la receta de las aceitunas regaladas por Perejón, y le habían gustado las enviadas por el presidente.– Archivo de Simancas, Estado, leg. 117. En todo este legajo se encuentran multitud de cartas del secretario y mayordomo del emperador, escritas en el propio sentido.

{27} Las cartas auténticas de su mayordomo nos informan de que el 5 de febrero (1557) comió de la cecina que le había enviado Juan de la Vega; que el 9 comía ostras crudas, y que Equino le había remitido por encargo suyo el vino que llamaban bastardo: que el 24 instaba por que le enviasen arenques frescos y salados; que el 4 de marzo pedía salmón y arenques frescos, y que tenía lampreas de Alcántara. Su mismo médico Mathisio en 14 de mayo nos dice que S. M. comía cerezas al principiar la comida, no reparando en tomar después «una escudilla de crema y nata,» luego «un pastel con especias,» además de otros manjares que va enumerando. En 9 de julio decía Luis Quijada que S. M. comía melones y otras frutas. Y aún en agosto del año siguiente (1558), menos de dos meses antes de morir, al anunciar el mayordomo que se habían perdido los melones del jardín, manifestaba el sentimiento que de ello tenía el emperador, porque solía decir S. M. «que valía más un ruin melón que un buen pepino.»– Arch. de Sim., ibid.

{28} Los que quedaron para el servicio del emperador en Yuste, fueron los siguientes:

Cámara

Morón, guardarropa y dos mozos.

Guillermo Malines y un mozo.

Charles y un mozo

Hugier y un mozo.

Matías y un mozo.

El doctor y dos mozos barberos.

Nicolás y un mozo.

Chirique y un mozo.

Gabriel y un mozo.

Boticario y dos mozos.

Furriera.

Franme.

Martín.

Juanelo, relojero, y un mozo.

Oficios.

Panatería. Andrés y su ayuda y un mozo.

Cava. Muñol y su ayuda y un mozo.

Salsería.Nicolás y su ayuda y un mozo.

Guardamange y su ayuda.

Cocina. Dos cocineros y dos mozos.

Pastelero y un mozo.

Dos panaderos sin mozos.

En Cuacos.

El secretario Gaztelu.

Los que hacían la cerveza.

El relojero y guardajoyas, y las mujeres.

Total de sirvientes, unos cincuenta.

(Archivo de Simancas, Estado, Castilla, leg. 121.)

{29} El inglés William Stirling publicó en el año próximo pasado de 1852 una Vida de Carlos V en Yuste (un tomo en 8.° de 270 páginas) con el título de The cloister life of the emperor Charles the Fifth. Como escrita sobre los documentos del Archivo de Simancas que había copiado y reunido el archivero don Tomás González, y que por los medios que en el Prefacio refiere, fueron a parar a sus manos, es ciertamente lo mejor y más completo que sobre esta materia se ha publicado hasta hoy, si bien, con mayor copia de documentos nosotros, tenemos todavía que rectificarle en algún otro punto.

Por apéndice a esta obrita pone Mr. Stirling el inventario que copió el archivero González de las joyas, alhajas, pinturas, libros, objetos de plata y oro, muebles y todo género de efectos y artículos que llevó Carlos V a Yuste. Nosotros, además de esto, tenemos la relación de los efectos que a la muerte del emperador mandó su hijo Felipe II que se le reservasen y no se vendiesen, con la tasación del valor de cada uno de ellos, cuyo conocimiento debemos al actual archivero nuestro amigo el señor don Manuel García González.

Al final de esta relación se halla la siguiente nota: «Suma todo lo que, como está dicho, S. M. ha mandado que se le guarde de los dichos bienes de Yuste, como arriba va dicho y declarado, un cuento novecientos y cuarenta y cinco mil y ducientos y doce maravedises, sin las cosas que va dicho que no están tasadas y otras que S. M. no ha pagado.

Y en seguida:

 «Todos los bienes que al presente hay en ser de los del dicho monasterio de Yuste, contando los que arriba están escriptos, montan3.615.294 ½
Y descontados dellos los dichos…1.945.212    
Que montan los bienes arriba contenidos que S. M. ha mandado guardar, restan líquidamente1.670.082 ½»

Archivo de Simancas, Descargos de personas reales, leg. número 13.– Carta de Luis Quijada de 3 de febrero de 1558.

{30} En algunos de estos coloquios intentó Carlos persuadir al P. Francisco a que dejara el hábito de jesuita, a cuya orden no se mostraba el emperador muy afecto, y tomara el de San Gerónimo a que tenía particular devoción, o de otra de las más antiguas y acreditadas; a lo cual se negó con respetuosas y graves razones el esclarecido magnate que tanto había de honrar después la nueva Compañía con sus virtudes y su santidad.

{31} «Mas lo que me cumpliría extrañamente (le decía Felipe II en marzo de 1557 a Ruy Gómez de Silva, encargado de esta negociación) es que S. M. no quisiere renunciar el imperio, pues todos le han dicho que no tiene conciencia en lo que se hace, pues él no lo sabe; y cierto para aquí y para Italia yo perderé mucho si S. M. lo renuncia, y más de lo que nadie piensa; y se ve ya bien cuánto pierdo en no tener la sombra de su autoridad. Vos le dad cuenta de esta vuelta del príncipe de Orange, y le suplicad con grandísima instancia, aunque sea volviendo al monasterio, que no quiera por agora, hasta ver qué término toman mis cosas, renunciar, y de lo que determinare me avisad luego por todas las vías que pudiéredes, porque si S. M. es servido de ello cese la ida del príncipe; y no os encarezco cuanto me va en esto, porque vos lo sabéis; y así quiero que le hagáis grandísima instancia en ello y le déis cuenta de lo de Italia, &c.»–Archivo de Simancas, Estado, leg. 119.– Ruy Gómez de Silva lo cumplió así, según consta de su carta al emperador, de Valladolid a 21 de abril del mismo año.

{32} Stirling, The cloister life of the Emperor Charles the Fifth, Chapter IX, pág. 194.

{33} Archivo de Simancas, Estado, leg. núm. 128.

{34} Archivo de Simancas, Estado, leg. 128.

{35} Archivo de Simancas, Estado, leg. 128.– Una relación semejante se encuentra en el tomo VI de la Colección de Documentos inéditos, sacada de los M. SS. de la Biblioteca de Salazar, hoy de la Academia de la Historia, letra M, tomo 209.

{36} El P. Sigüenza, Hist. de la Orden de San Gerónimo, pár. III, lib. I, cap. 36.

{37} Sandoval, Vida del emperador en Yuste, pár. 13.

No escasean los historiadores eclesiásticos sus relaciones de apariciones y prodigios que dicen haberse visto y observado a su muerte. Según el P. Sigüenza, uno o dos cometas anunciaron por espacio de muchos días su enfermedad y fallecimiento. La noche que murió brotó de repente el capullo de una azucena que había en el jardinillo junto a la ventana de su aposento, cuya flor se colocó después delante de la custodia. Un monje del Escorial avisó andando el tiempo a Felipe II que le había sido revelado como el alma de su padre había salido del purgatorio. Al decir del obispo Sandoval, un ave grande, mitad blanca mitad negra, vino por espacio de cinco noches de la parte de Oriente, y posándose sobre el tejado de la capilla daba cinco gritos con algún intervalo de uno a otro, y luego volaba hacia Poniente, con grande admiración de los padres del convento. Estos y otros semejantes prodigios han sido repetidos después por varios historiadores. El lector les dará la fe que le parezca puedan merecer.

El cuerpo del emperador permaneció en Yuste hasta que le trasladó al Escorial el rey don Felipe su hijo.

{38} Hállanse íntegros en Sandoval el testamento y codicilo, que nosotros no copiamos por su mucha extensión.

{39} Dejaba Carlos V al tiempo de morir tres hijos legítimos: el rey don Felipe, doña María, reina de Bohemia, y doña Juana, princesa de Portugal y gobernadora de España. Tuvo hijos naturales y bastardos que sepamos los siguientes: doña Margarita de Austria, que casó primero con el duque Alejandro de Médicis, y después con el duque de Castro, Octavio Farnesio: doña Tadea de la Peña, a quien tuvo de una señora llamada Ursolina de la Peña, de Peruja, conocida por la Bella Penina. (Archivo de Simancas, estado, leg. 137): y don Juan de Austria, que es este a quien nos referimos en el texto, cuya verdadera madre daremos a conocer de un modo que desvanecerá toda duda y toda sospecha que hayan hecho concebir mal informados historiadores.

Méndez Silva (Catálogo real de España, pág. 140), habla de otros dos hijos bastardos, a saber: Píramo Conrado de Austria, de quien no da más noticias, y doña Juana de Austria, que dice murió de 7 años el 1530, siendo novicia en el monasterio de Santa María, orden de San Agustín, en la villa de Madrigal, donde está sepultada, como lo afirma el padre maestro fray Tomás de Herrera en la historia del convento de San Agustín de Salamanca.

{40} Sandoval trae una descripción de ellas: la que nosotros damos, y no hemos visto publicada en ninguna parte, la hemos tomado del Archivo de Simancas, Estado, leg. 517, fol. 41.