Parte tercera ❦ Edad moderna
Libro IV ❦ Reinado de Felipe IV
Capítulo XIV
Sumisión de Cataluña
Guerra con Francia
De 1648 a 1659
El mariscal Schomberg.– Toma por asalto a Tortosa.– Virreinato de don Juan de Garay.– Reemplaza a Schomberg el duque de Vendôme.– Recobra a Falcet.– Causas de la tibieza con que se hacía la guerra.– Espíritu público de Cataluña favorable a España.– Odio a los franceses.– Virreinato del marqués de Mortara.– Sitia a Barcelona.– Ayúdale don Juan de Austria por mar.– Defensa de Barcelona.– Ríndese la ciudad, y vuelve a la obediencia del rey.– Indulto general.– Concesión de privilegios.– Alegría en Cataluña.– Sométese casi todo el Principado.– Continúan la guerra los franceses en unión con algunos caudillos catalanes.– Sitio de Gerona.– Virreinato de don Juan de Austria.– Cerco de Rosas.– Puigcerdá.– Va don Juan de Austria a Flandes.– Arrástrase flojamente la guerra.– Segundo virreinato de Mortara.– Arroja a los franceses del Ampurdán.– Sucesos varios.– Batalla gloriosa a las márgenes del Ter, última de esta guerra.
Dejamos en el capítulo XI al joven marqués de Aytona forzado a retirarse a Aragón por las tropas francesas que mandaba el príncipe de Condé, el mismo que después fue destinado por la corte de Francia a hacer la guerra de Flandes, y el mismo a quien acabamos de ver militando allí en favor de los españoles por vengar sus resentimientos con el cardenal Mazarino y los de su parcialidad. También dejamos allí apuntado que comenzaba a observarse en Cataluña un cambio en el espíritu de aquellos naturales, bastantes síntomas de cansancio y de disgusto hacia los franceses, y ciertas tendencias a volver a formar parte de la gran familia española, de que nunca debieron separarse, ni por parte de la corte dar lugar a que se separaran.
Mas no por eso dejaba de proseguir la guerra, y nada favorablemente en aquella sazón a la causa del rey. Porque habiendo sucedido al príncipe de Condé en el virreinato el mariscal Schomberg{1}, que inmediatamente se dirigió contra Tortosa (junio, 1648), sitiada ya por Marsin, y la tomó por asalto, cometiendo la soldadesca los desmanes y horrores de costumbre en tales entradas, sin que el marqués de Torrelaguna don Francisco de Melo, que quiso socorrer la plaza, fuera allí más feliz que lo había sido últimamente en Flandes.
Era cuando la corte de Madrid desengañada de la inutilidad de los tratos de paz que traía con Francia por las irritantes condiciones que esta ponía, determinó dar grande impulso a la guerra en todas partes. Para el mando de la de Cataluña destinó en reemplazo del marqués de Aytona al valeroso maestre de campo don Juan de Garay, sacándole del retiro en que estaba. Luego que Garay se puso al frente del ejército, emprendió una atrevida incursión por el interior de Cataluña hasta cerca de Barcelona (1649), más con objeto de dar a los naturales una muestra del poderío que aún tenía el rey y de influir en su espíritu, que de intentar nada contra aquella ciudad. Así fue que no tardó en volverse a Lérida, después de haber escarmentado algunos cuerpos franceses que le salieron al encuentro. Desde Lérida pasó a sitiar a Castelló, que vino a su poder. Ya el francés Schomberg había sido sustituido por el duque de Vendôme, el cual, no obstante haber sufrido un descalabro por la gente de Garay, recobró a Falcet, que se había dado espontáneamente a los españoles.
La especie de tibieza con que observamos se hacía por este tiempo la guerra en el territorio catalán, pasándose dos o tres años sin que apenas ocurriera un suceso de importancia, consistía principalmente, lo uno, en que lo más fuerte y empeñado de la lucha entre Francia y España estaba entonces en los Países Bajos, y lo otro, en que ya mucha parte de los catalanes, no mejor tratados por los franceses que lo habían sido por los castellanos, iban aborreciendo a aquellos y pensando cómo volver a unirse a estos, reconociendo al cabo que de su separación no habían recogido otro fruto que perder en el cambio de señores; porque pérdida era tener que sufrir de extraños lo que no habían podido tolerar de los propios. Escarmientos que casi infaliblemente experimentan los pueblos que para librarse de los males que sufren de un monarca o de un gobierno injusto, pero legítimo, invocan a los extraños y se entregan a ellos, como muchas veces lo hemos hecho notar en nuestra historia. Los franceses, que veían ya este desvío y esta mal querencia de los catalanes, oprimíanlos más y los vejaban con tributos, ya por vía de castigo, ya para dejar explotado el país si tenían que abandonarlo. Esto acababa de irritar aquella gente de suyo indómita y dura, amante de su libertad y enemiga de la tiranía y servidumbre, que por otra parte había tenido tiempo de reflexionar sobre los inconvenientes de estar en pugna hermanos con hermanos.
Tan irritados tenían ya a los naturales las injusticias y demasías de los franceses, que el gobernador de Castell de Arens fue procesado por sus arbitrariedades, y probados los cargos y convicto de sus crímenes fue degollado en la plaza de Barcelona (28 de noviembre, 1648). Y el mismo don José de Viure y Margarit, el más ardiente y tenaz partidario de la Francia, se vio en la precisión de arrestar al teniente general francés Marsin, al intendente y algunos oficiales (27 diciembre, 1649), acusados de excesos harto graves, y de conducirlos a Francia y entregarlos en Perpiñán a merced del rey{2}. Y no pudiendo ya sufrir los catalanes tantas iniquidades y desafueros, que el de Vendôme alentaba o consentía en vez de corregir, coligáronse algunos y se entendían en secreto para ver de sacudir el yugo francés con el gobernador de Lérida don Baltasar de Pantoja, sucesor del portugués Brito.
Con estas noticias el rey y don Luis de Haro resolvieron hacer un esfuerzo más en Cataluña; y nombrado virrey el marqués de Mortara, ya práctico de aquella guerra, por última vez retirado don Juan de Garay, abrió aquél la campaña (1650) con un ejército de doce mil hombres, apoderándose de Flix y de Miravet. Puso después sitio a Tortosa, ayudándole por mar el duque de Alburquerque, y rescató aquella plaza (27 de noviembre), malamente perdida hacía más de dos años. El de Vendôme mal recibido en Barcelona, se retiró a Francia despechado. Animados con esta conquista los catalanes, daban ya mayor expansión a sus ánimos, hasta el punto de oírse aquí y allá gritos, aunque todavía aislados, de «¡mueran los franceses! y ¡viva España!» Pasquines que de tiempo en tiempo aparecían en este sentido iban poniendo en cuidado a los franceses y a los más comprometidos en la revolución, así como alentaban a nuestras tropas, antes allí tan odiadas y perseguidas. Resolviose ya el de Mortara a emprender el sitio de Barcelona, y para ayudarle por mar diose orden a don Juan de Austria que viniese con las galeras de Sicilia y con la gente que de allí y de Alemania pudiera recoger, como lo ejecutó. Salió, pues, Mortara de Lérida (junio, 1651), llevando once mil hombres, entre ellos no escaso número de voluntarios catalanes, que así se iban ya viniendo a nuestras banderas; prueba del grande cambio que se había obrado en el espíritu público del país.
Nada detuvo a nuestro ejército en su travesía, pero la fuerza era harto escasa para rendir tan populosa ciudad. Contábase, sí, con que las circunstancias eran otras que cuando la sitió el marqués de los Vélez. Mas si bien es cierto que había dentro bastantes partidarios de España, y los magistrados mismos abrigaban harto favorables disposiciones{3}, los franceses pusieron el mayor conato en no perder a Barcelona, y mandaba además las armas de la plaza aquel famoso capitán de almogávares don José de Viure Margarit, tan furioso enemigo de Castilla desde el principio de la insurrección. Colocó el marqués de Mortara sus cuarteles desde San Andrés al Mar, y diseminó la caballería por el llano a fin de impedir la entrada de bastimentos; mas no pudiendo lograrlo, dividió su ejército en dos trozos, de los cuales uno dejó en San Andrés, y otro puso en Sans hasta la torre de Novell, dejando la caballería correr por la falda de la montaña. Don Juan de Austria, nombrado por su padre generalísimo del ejército sitiador, acudió con las naves de Nápoles, y cerraba el puerto con veinte galeras. Pareció fortuna que el general francés encargado de sostener la plaza se fuera a Francia por particulares disgustos que había tenido. Pero Margarit y sus soldados no desanimaron por eso, y se aprestaron a la defensa con igual valor siendo solos que si estuvieran ayudados de franceses, y construyeron fuertes para conservar la comunicación con Monjuich, y levantaron otras fortificaciones, y embistieron desde el castillo el campamento de Sans, y rechazaron a la vez algún asalto que los nuestros intentaron, y no se veía medio de entrar por la fuerza ni el castillo ni la ciudad. El genio catalán, tenaz o inflexible, se veía en aquellos hombres obstinados y valerosos{4}.
Tuvo, sin embargo, que ordenar Mazarino al conde de la Motte Houdencourt, aquel que años antes había sido separado del mando de las tropas francesas de Cataluña, que desde el Rosellón acudiese con cuatro mil infantes y dos mil quinientos caballos en socorro de los de Barcelona (1652). Este general, después de andar algunos días amagando a un punto y a otro, logró una noche abrirse paso por el centro del llano con tres regimientos y algunos escuadrones. La entrada de la Motte en Barcelona infundió más y más aliento a Margarit, y juntos hicieron varias salidas contra los reductos y cuarteles de los nuestros, tomándolos a veces, pero recobrándolos luego los de Mortara, y pasándose en estos combates bastante tiempo.
Pero ya la penuria y el hambre se hacían sentir en la ciudad. Una flota que llevaba bastimentos, al encontrarse con las naves que llamaban los barcos longos de don Juan de Austria tuvo por bien retroceder. Por tierra intentaron un día los almogávares de la montaña introducir un convoy de víveres, de acuerdo con los de la ciudad, que salían a recibirlos. Batiéronse aquellos feroces montañeses con su acostumbrado brío, y fue menester emplear una gran parte del ejército para poderlos rechazar. Con esto el hambre fue acosando a los de dentro, en términos que ni soldados ni vecinos podían ya vivir{5}. Y aun resistían aquellos hombres tenaces y duros los ataques que a los muros y a las puertas daba el de Mortara.
En tanto que de una y otra parte se daban recios ataques a los fuertes de Monjuich, San Ferriol, Santa Madrona, San Juan de los Reyes, San Bernardo, Santa Isabel y otros, y que mutuamente solían tomarse y recobrarse, y se volaban barriles de pólvora, y reventaban minas con horrible estruendo y estrago, y nuestra caballería talaba las mieses del contorno, y que al campo español llegaban refuerzos por tierra y por mar, los sitiados los aguardaban en vano de Holanda, de Provenza, de Francia y de los somatenes de la montaña. Balaguer volvía a la obediencia de su legítimo soberano; los excesos de los franceses en Vich inflamaban de ira los corazones de los habitantes de la comarca, y unidos con los de Manresa, donde residía la diputación, acordaron todos someterse al rey de España y prestarle homenaje en la persona de su hijo don Juan. Infructuosamente despachaban los de Barcelona emisarios a Francia y a Portugal para ver de interesar las cortes de ambos reinos, y que les dieran prontos socorros. Ni La Ferriére, ni don José de Pinós, ni ninguno de los enviados traía respuesta que pudiera satisfacer a los apurados barceloneses. Suscitábanse, como acontece siempre en tales casos, discordias entre la Motte, Margarit, Dardena y los demás que mandaban las armas en la ciudad, y amotinábanse contra Dardena los miqueletes, y aumentábase dentro cada día más la confusión.
La escasez de moneda que se experimentaba hizo duplicar el valor de cada pieza, y para acudir a las más urgentes necesidades tuvo que pedir el mariscal francés las alhajas de los templos y hasta el oro y la plata de los relicarios. Hubo sobre esto una junta de veinte y dos teólogos, de los cuales veinte volaron en favor de la petición. Llevado el asunto al cabildo, a pesar de los esfuerzos del doctor Peralta, el arcediano de Santa María y otros dos canónigos protestaron contra la medida. Por último, después de muchas contestaciones y disgustos, juntose un sínodo, en el cual llegó a prevalecer la opinión de la entrega, «con calidad que la ciudad se obligase a restituirla en tres años en la mesma forma, cantidad y calidad que se entregase y sin gasto alguno de la iglesia.» Hízose pues moneda de la plata sagrada, con la leyenda: Barcino civitas obsessa: y el mariscal la empleó en pagar las tropas y en comprar espadas a los soldados{6}.
Por último, forzados del hambre, más que del cansancio o del desánimo, a los quince meses de sitio pidieron los barceloneses capitulación. Concedióseles con condiciones honrosas para la guarnición, y con una amnistía general para todos los catalanes, a excepción de Margarit, que huyó clandestinamente, y ofreciendo conservar a Cataluña sus constituciones y fueros{7}. Rindiose, pues, Barcelona, y se sometió de nuevo al rey Felipe IV (octubre, 1652), con satisfacción general de los catalanes, que al cabo de tantos años de cruda guerra deseaban ya con harta razón la paz. Y tanto más se celebró este suceso en Cataluña, cuanto que el rey concedió al Principado sus antiguos privilegios, partido que no habrían podido prometerse después de tan larga y tenaz rebelión. Con esto todo fue fiestas y alegría, y como era de esperar, muchos lugares, como los del llano de Vich, vinieron espontáneamente a la obediencia del gobierno español. La diputación misma congregó los brazos en Manresa, y todos de acuerdo ofrecieron al rey aquella villa, con Cardona, Solsona y otros lugares. Alguno hubo que rendir todavía por la fuerza. Pero pudo ya decirse que Cataluña había vuelto a pertenecer a España. Ganó el marqués de Mortara con este suceso la estimación y la gratitud de todos los españoles{8}.
Parecía que con esto debería haberse dado por terminada la guerra de Cataluña. Y no solo esto, sino que aquellos naturales, con la decisión que acostumbran en todas sus resoluciones, expusieron al rey que con tal que les diese tropas de caballería ellos solos bastaban para recobrar el Rosellón, cuyos habitantes deseaban también librarse de la dominación francesa y volver a la obediencia de España. Desgraciadamente ni la guerra se concluyó, ni el rey Felipe y sus ministros atendieron la proposición de los catalanes. Antes lo que hicieron fue destinar a Portugal muchas de las tropas de aquel ejército, y relevar del virreinato al marqués de Mortara, el único que había dado resultados felices, y conferirle a don Juan de Austria. Los franceses, aunque convencidos de que no podían aspirar ya a la posesión de Cataluña, tenían interés en conservar el Rosellón, y en entretener nuestras fuerzas en el Principado. Y lo que fue peor, aquel Margarit, con otros caudillos de la rebelión catalana, como Dardena, Aux, Segarra y algunos más, con una obstinación ya indisculpable, y siendo no ya solo rebeldes a España sino traidores a su propio país, prestáronse a ayudar a los franceses, si es que no los concitaron; y en julio siguiente (1653) se vio entrar en Cataluña por el Portús al mariscal francés Hocquincourt en unión con don José Margarit al frente de catorce mil infantes y cuatro mil caballos, creyendo que todo el país se iba a levantar de nuevo por ellos. Y aunque les salieron sus cálculos fallidos, porque solo se le adhirieron los forajidos, bandoleros y gente perdida, poniéndose por el contrario a las órdenes de don Juan de Austria tercios enteros de los que antes habían defendido a Barcelona, con todo lograron hacerse dueños de Castellón de Ampurias y de Figueras, y pusieron sitio a Gerona.
Guarnición y habitantes, hombres y mujeres, todos se defendieron con heroísmo por más de setenta días contra el francés. Su resistencia dio lugar a que don Juan de Austria acudiese a su socorro con un trozo de ejército, formado ya en su mayor parte de catalanes, y dándose oportunamente la mano los de dentro y los de fuera, obligaron al enemigo a levantar el cerco con alguna pérdida. Ripoll, San Feliú y algunos otros lugares volvieron al dominio de la Francia, que fue todo lo que en esta campaña pudo hacer Hocquincourt, llamado luego a Flandes, donde le hemos visto después adherirse al partido de los príncipes franceses, y pelear como aliado de las banderas españolas.
Sucedió a Hocquincourt en Cataluña el príncipe de Conti, hermano del de Condé, trayendo consigo alguna más gente de aquel reino{9}. Hallábase este general sobre Puigcerdá (julio, 1654), y para distraerle puso cerco don Juan de Austria a Rosas. Allá acudió en efecto el príncipe francés, y aunque las partidas de catalanes que ya se apostaban a los lados de los caminos le destrozaron buena parte de su gente, todavía le quedó bastante para hacer al de Austria retirarse levantando el cerco de Rosas. Volvieron los franceses más libres y desembarazados sobre Puigcerdá, defendiose la guarnición bravamente, pero habiendo muerto de un cañonazo el gobernador don Pedro Valenzuela, tuvo que entregarse capitulando. A la entrega de esta plaza siguió la de Villafranca, Urgel y algunas otras fortalezas interiores. Y en verdad, lo extraño es que no nos arrebataran más poblaciones y más aprisa, pues aunque el Principado ponía no poco de su parte, formando regulares cuerpos que incomodaban a los franceses, el mal era que distraído el nervio de nuestras tropas en otras partes, no arribaba don Juan a poder reunir un ejército que oponer al de Francia, y se limitaba a observar y contener al enemigo desde Barcelona y sus contornos. Sin embargo, al año siguiente (1655) tomó a Berga y Camprodón. El conde de Merinville, más activo que el de Conti a quien reemplazó, quiso socorrer a Solsona que tenían sitiada los nuestros, en combinación con la armada del marqués de Santa Cruz; mas por mucho que apresuró su marcha, hubo de retroceder con noticia que tuvo en el camino de hallarse ya asaltada y dada a saco (7 de diciembre, 1655). Lo demás de esta campaña se redujo a pérdidas recíprocas de algunas plazas y lugares, y a tal o cual porfiada defensa que de algunas hicieron, los caudillos catalanes sobre todo.
No con más energía, antes mucho más flojamente continuó haciéndose en las campañas siguientes la guerra, no contando ni uno ni otro ejército con fuerzas bastantes ni para acometer empresa de consideración, ni para tomar una superioridad decisiva sobre su enemigo, empeñadas las fuerzas principales y empleados los generales de más nombre y reputación, así de España como de Francia, en las guerras de Italia, y más especialmente de Flandes, y no poco distraídas además las nuestras en Portugal. A Flandes fue también destinado por este tiempo don Juan de Austria, como en el anterior capítulo hemos visto: nueva razón para que en Cataluña aflojaran las operaciones militares, hasta que por último, vuelto el cargo del virreinato al ilustre marqués de Mortara, tomaron aquellas más animación, conociéndose las manos en que el gobierno de las armas había nuevamente entrado.
Ahuyentó, pues, el de Mortara del Ampurdán a los franceses, y dominó todo aquel país a excepción de Rosas (1657). En cambio el general francés duque de Candale y don José Margarit entraron en Blanes y en muchos lugares de aquella comarca, y se corrieron con no poca audacia al llano de Barcelona. Pero Blanes fue recobrada por un golpe de catalanes de los que militaban en las banderas de Castilla, y el fuerte de Castellfollit fue comprado por dinero al gobernador francés. Quiso recobrarle el de Candale y castigar al infiel gobernador, pero el intento le costó mucha gente, porque al paso del Fluviá le arremetió el de Mortara con el grueso de la suya, obligándole además a arrojar al río algunos cañones. Otro recio combate hubo a una legua de Camprodón, entre españoles y franceses, en que fueron estos derrotados, cayendo de sus resultas Camprodón en poder del caudillo español don Próspero de Tuttavilla (1658). Sitiada a su vez esta plaza por los franceses, y marchando a socorrerla el marqués de Mortara, se empeñó una reñidísima batalla a las orillas del Ter, en la cual el maestre de campo don Diego Caballero de Illescas, esguazando al río, y cogiendo al enemigo por la espalda, y arremetiéndole espada en mano y entrando en sus cuarteles a degüello, hizo en él tal destrozo, que bien puede decirse se le debió a él una de las acciones más gloriosas que se dieron en el Principado. Y también puede contarse la última que merezca mención en aquella guerra.
Porque ya ni la Francia ponía gran conato en dominar aquel país, desesperanzada de conseguirlo teniendo contra sí los naturales, ni España temía ya perderle teniéndolos en su favor, y en lugar de enviar más refuerzos sacaba de allí los que podía para destinarlos a Portugal, que era entonces donde andaba más comprometido el honor de Castilla. Y así ambas naciones se limitaron a pequeños encuentros en aquellas partes, arrastrándose aquella larga y pesada guerra, hasta el grande acontecimiento que a la sazón se preparaba, y que había de decidir de la suerte futura de todos los países por ellas disputados.
{1} En rigor no le sucedió inmediatamente, porque antes de Schomberg estuvo un poco de tiempo de virrey el cardenal de Santa Cecilia, arzobispo de Aix (de febrero a junio de 1648). Pero habiéndose retirado sin hacer nada por una querella que sobre distinción personal tuvo con la ciudad, apenas merece contarse entre los virreyes franceses de Cataluña.
{2} Tió: Guerra de Cataluña, lib. VIII.
{3} Cuéntase que habiéndose quejado algunos síndicos de los lugares de la comarca a los magistrados de Barcelona de los excesos que cometían los franceses, aquellos les respondieron con desenfado: «¿Y por qué no los degolláis a todos?»
{4} Historia de los hechos del Sermo. señor don Juan de Austria en Cataluña, por don Francisco Fabro Bremundan, lib. I.– En esta obra, impresa en Zaragoza en 1673, se refiere larga y minuciosamente todo lo relativo a este sitio y campaña. A nosotros ni nos toca, ni nos sería posible sin quebrantar las condiciones de nuestra historia, seguir a este autor en sus pormenores. Nos contentamos con indicar a los curiosos dónde pueden hallarlos. Allí encontrarán la irresolución y las vacilaciones del marqués de Mortara ante las dificultades de asediar formalmente la ciudad; las consultas que sobre lo mismo hizo don Juan al rey; las contestaciones ambiguas del monarca; las conferencias entre los enviados de la corte y los jefes del ejército; las consultas de estos al consejo de generales; la conformidad del virrey al dictamen del de Austria; la retirada de éste a Vinaroz para restablecerse de un ataque que sufrió de la epidemia entonces reinante, y su vuelta al ejército; la respuesta definitiva del rey aprobando el sitio y ataque de Barcelona; algunos sucesos parciales que entretanto acontecieron en Mongat, Mataró, Prades, Espluga y Ciurana, favorables a las armas de Castilla, y algunas disposiciones de las que dentro de Barcelona tomaba Margarit, así como el voto público que hizo la ciudad a la Virgen de la Concepción, y las embajadas que se enviaban a Francia para informar al rey de los apuros del Principado y pedirle con urgencia socorro: todo lo cual cuenta extensísimamente el citado autor en los tres primeros libros de su obra, y parte del cuarto.
{5} La cuartera de trigo se vendía a cuatrocientas libras, 4.266 rs. vellón; la carga de vino común a seiscientas libras, 6.400 reales; a este respecto todos los demás artículos; comíanse los animales más inmundos, y hubiera llegado mayor extremo el hambre sin el recurso de un pescado llamado amploya, que se cogía al pie de los muros de la ciudad.– Feliú de la Peña, Anales de Cataluña.– Este historiador, que tantas inexactitudes sembró en sus Anales, está generalmente exacto en los pormenores que da de este sitio.
{6} Los objetos que se entregaron fueron: catorce lámparas mayores del templo de Santa Eulalia; otras veinte y ocho menores de alrededor de la capilla; cinco de la capilla de San Oleagro; tres de la del Santísimo Sacramento; y una que ardía a las reliquias; seis candelabros grandes y cuatro menores: se despojó la catedral y otras iglesias, pero algunas, como la de Santa María del Mar lo resistieron. Se juntó el valor de 38.000 escudos de plata.– Bremundan: Hechos de don Juan de Austria en Cataluña, lib. VII.– Además muchos vecinos ofrecieron sus vajillas, y las autoridades empeñaron sus bienes.
{7} Edicto de don Juan de Austria en el campo de Barcelona, a 14 de octubre de 1652, copiado por Tió.– Bremundan: Historia de los hechos del príncipe don Juan, lib. X. Allí pueden verse los pormenores de todo lo que precedió y siguió a la capitulación: la salida de un trompeta del de la Motte para tratar de la rendición de la plaza; la de los diputados de la ciudad y del mar; el recibimiento que se les hizo; los reparos de don Juan de Austria a las cartas del mariscal y de Jaime Cortada; la salida del conseller en cap a rendir homenaje al príncipe; las seguridades que dio don Juan del cumplimiento de los puntos que se concedían; las órdenes a los gobernadores de Tarragona, Lérida y Tortosa para el canje de prisioneros, y por último, los despachos de don Juan de Austria al rey su padre dándole parte de estos sucesos.
{8} Aquí termina Fabro Bremundán su minuciosa historia sobre este período de la guerra de Cataluña, y acaba también Tió su continuación de la de Melo.
{9} Es de notar la frecuencia con que así la corte de Francia como la de España relevaban los virreyes y generales de Cataluña, lo mismo que los de otras partes en que se estaba haciendo la guerra. A cada paso ocurrían cambios y traslaciones, haciendo venir los de Flandes a Cataluña, mudando los de Cataluña a Flandes, a Italia o a Portugal, y viceversa. Creemos que no está de más hacer esta observación a nuestros lectores, ya para que ellos mismos no se confundan, ya para que no extrañen que en un brevísimo espacio de tiempo hablemos de un general o gobernador como obrando en puntos diferentes y muy apartados.