Filosofía en español 
Filosofía en español


Parte tercera Edad moderna

Libro VII Reinado de Fernando VI

Capítulo IV
Carvajal y Ensenada
De 1753 a 1755

Síntomas y anuncios de rompimiento entre Francia e Inglaterra.– Sus causas.– Procuran ambas cortes atraer la de España a su partido.– Proposición de un pacto de familia entre los Borbones.– Recházale muy políticamente el ministro Carvajal.– Instancias del embajador inglés.– Resístelas Carvajal.– Integridad y pureza de este ministro.– Su muerte.– Partidos inglés y francés en Madrid.– Sistema de neutralidad de los reyes.– El marqués de la Ensenada: el duque de Huéscar: el conde de Valparaíso.– Notable abnegación y desinterés de algunos de estos personajes.– El ministro Wall.– Cómo se preparó la caída de Ensenada.– El tratado de las colonias con Portugal.– Protesta del rey de Nápoles por instigación de Ensenada.– Negocia Ensenada secretamente una alianza indisoluble entre los Borbones.– Plan de ataque de los enemigos de aquel ministro.– Logran su caída.– Prisión y destierro de Ensenada.– Ensáñanse contra él sus adversarios.– Le amparan la reina y Farinelli.– Sátiras y papeles contra el ministro caído.– Cargos que le hacían.– Reseña de los actos de su ministerio.– Proyectos y medidas útiles de administración.– Lo que fomentó las ciencias, la industria y las artes.– Obras y establecimientos literarios.– Protección a la agricultura.– Caminos.– Canales.– Restauración, aumento y prosperidad de la marina española.– Sistema político de Ensenada.– Capacidad, talento y actividad de este ministro, confesada por sus mismos adversarios.
 

Las rivalidades entre Francia e Inglaterra, más o menos abiertas o por algún tiempo disimuladas, comenzaron a mostrarse a las claras y a tomar cuerpo por disputas y altercados sobre los límites de la Acadia o Nueva Escocia en la América Septentrional, país cedido por Francia a Inglaterra en los tratados de Utrecht y de Aquisgrán, pero cuya demarcación no se había hecho, o con deliberado propósito, o por salir de las dificultades del momento. Esta falta dio ocasión a pretensiones encontradas, quejas y discordias, pugnando unos por ensanchar y extender los términos, otros por reducirlos y estrecharlos. De usurpación de una parte del territorio francés acusaban los de esta nación a los ingleses, y estas disputas llegaron a producir algunos choques sangrientos. Había al propio tiempo reclamaciones mutuas de ambas naciones sobre varias islas de las posesiones americanas, y la tenacidad de dos pueblos rivales, ambos activos e intrépidos, hacía improbable toda avenencia, y uno y otro se preparaban a una lucha que parecía inevitable procurando robustecerse con alianzas de otras naciones.

Fue precisamente la corte de España la que ambos gabinetes con más empeño intentaron traer a su partido. Quería el de Francia convertir en amistad nacional el afecto y las relaciones de familia: eludía el ministro Carvajal los proyectos de alianza y de comercio que le proponía el gobierno de Luis XV, y cuando llegó el caso de presentar formalmente el embajador francés las bases de un convenio entre los dos monarcas de la casa de Borbón para la mutua conservación y defensa de sus respectivas posesiones en América y Europa, exigiendo una contestación en un brevísimo plazo, el ministro español, que veía envuelto en aquel convenio un verdadero Pacto de familia, respondió muy políticamente, que sobre no ver por el momento la necesidad de una alianza que podría provocar los peligrosos celos de otras naciones, podía estar seguro Su Majestad Cristianísima de que el rey Católico su primo no le abandonaría si viera peligrar sus Estados, como el monarca español lo estaba de que el soberano francés tampoco le desampararía en igual caso, sin más tratados que los vínculos de la sangre que los unían. Y como en la respuesta concluyese anunciando que el rey su amo se proponía vivir en paz con todos, dedicado a promover el bienestar interior de su reino, irritado el embajador francés: «Ofenderá, le dijo, al rey mi amo vuestra parcialidad;» a lo que contestó fríamente el ministro español: «Mi deber es servir a Su Majestad Católica, no al rey de Francia.{1}»

Continuaron no obstante las notas y las instancias del gabinete de Versalles; y entre otros atractivos con que se procuró halagar y tentar a los ministros españoles fue uno el de significar que el rey Cristianísimo se proponía enviar tres grandes placas o cruces de la Orden del Espíritu-Santo, las cuales se destinaban, una para Ensenada, otra para Carvajal, y otra se suponía que para el duque de Medinaceli, grande amigo de Ensenada. Carvajal resistió a esta tentación con su severa dignidad, manifestando a la reina que esperaba le dispensaría de aceptar aquella distinción, como no había aceptado la de la orden de San Genaro con que había querido honrarle el rey de Nápoles, estando muy satisfecho con la del Toisón de Oro, que era la mayor honra que había podido recibir de su propio soberano.

Instábale por otro lado el embajador inglés Keene, para que intimara la amistad y unión con la Gran Bretaña, pintándola como la única medida capaz de colocar a España en posición de no temer las amenazas de los franceses y de ocupar el puesto que le correspondía entre las naciones de Europa. Y estas gestiones, hechas con toda la habilidad de un antiguo diplomático, ponían a Carvajal en mayor apuro, por lo mismo que el ministro inglés era su íntimo amigo, y que él sentía cierta inclinación a la amistad de Inglaterra y de Austria. Pero él se desentendía no menos diestramente, alegando por una parte que después de haber rechazado tan abiertamente las proposiciones de Francia se veía precisado a no poder admitir por algún tiempo las de Inglaterra, y pretextando por otra su escaso poder e influjo, máxime teniendo al frente a Ensenada tan adicto a los franceses.

Ocurrió en esto la muerte inesperada de Carvajal (8 de abril, 1754), «ministro, decía el embajador inglés al anunciarlo a su nación, el más digno y más íntegro que jamás ha existido:» «el mundo, decía luego, no producirá jamás un hombre más sincero, más honrado, ni que abrigue sentimientos más nobles.{2}» Los reyes demostraron con lágrimas el dolor que sentían por su pérdida{3}.

La muerte de Carvajal alarmó al partido inglés, tanto como alentó a los adictos a la alianza francesa, y mucho más con la voz que corrió de que se encargaría Ensenada interinamente del ministerio vacante, o de que le obtendría para su secretario Ordeñana. Pero el rey dio muy diferente giro al asunto, consultándolo con el duque de Huéscar, después duque de Alba, primer gentil-hombre de su cámara, y con el conde de Valparaíso, caballerizo de la reina. Había sido el de Huéscar embajador en París, pero lejos de haber cobrado afición a los franceses en el ejercicio de aquel cargo, había tomado y conservaba una conocida aversión y antipatía a la Francia. No les era más aficionado el de Valparaíso; y así anduvieron ambos perfectamente acordes en aconsejar a los reyes que no se desviaran del sistema hasta entonces seguido, como el más seguro y el más honroso, y en representarles el grande inconveniente de dar el ministerio vacante, aunque fuese interinamente, a Ensenada o a alguna de sus hechuras, que sería el de una inmediata dependencia de Francia; idea que hacía estremecer a los soberanos, cuyo constante sistema era tener siempre en el gabinete hombres que simbolizaran los dos partidos opuestos para mantener entre ellos la balanza.

Ordenaron pues a Valparaíso que se encargara del ministerio de Estado; y en esta ocasión se vieron rasgos de abnegación y de desinterés, que sentimos una verdadera complacencia en consignar, y de que no suelen dar frecuente ejemplo los hombres políticos. Valparaíso se echó a los pies de sus monarcas suplicándoles le dispensaran de admitir un puesto que consideraba muy difícil para él, y con tanta firmeza resistió a las instancias de SS. MM., que no pudiendo éstos vencerle le rogaron que les indicara la persona que le pareciese apropósito para aquel cargo. Designó entonces el conde al embajador de Inglaterra don Ricardo Wall, como el más apto por su capacidad, sus conocimientos y sus prendas diplomáticas. La proposición fue aceptada, y Wall fue llamado precipitadamente a Madrid, encargándose interinamente y hasta su llegada del ministerio de Estado el duque de Huéscar, accediendo a las vivas instancias del rey, y protestando que hacía aquel sacrificio por no dejar de obedecerle.

Hízose todo esto sin conocimiento de Ensenada, y por consecuencia sin darle tiempo para que se valiera del favor de Farinelli, ni del confesor Rábago, ni de nadie de los que tenían influjo con la reina. Cuando se supo esta novedad, cayó en manifiesto desaliento el partido francés, mientras el duque de Huéscar aprovechó aquellos momentos para reformar el personal del Consejo de Indias, en que Ensenada había dado entrada y colocación a los partidarios de Francia. El duque de Alburquerque fue llamado a la presidencia del Consejo: también este magnate se arrodilló ante el rey pidiéndole con el mayor encarecimiento le relevara de admitir aquel empleo, y costole a S. M. trabajar cerca de una hora para reducirle a que le aceptase. «Necesitamos también, añadió entonces el rey, un buen ministro de Hacienda: ¿dónde le encontraremos?» Valparaíso significó al de Huéscar que se abstuviese de proponerle a él para el ministerio, como tenía pensado: Huéscar tampoco le quería para sí, y se limitó a contestar al rey, que tenía muchos vasallos leales y capaces para su desempeño, pero que siendo una elección de tanta importancia necesitaba reflexionarse con detención. Acostumbrada como está nuestra pluma a estampar tantos actos de impaciente ambición de los hombres, goza extraordinariamente nuestro ánimo de emplearla en consignar estos rasgos de patriótico desprendimiento y desinterés de los consejeros y ministros de Fernando VI.

Aquella especie de vacilación alentó a Ensenada y a los de su partido, que aprovechándose hábilmente de aquella perplejidad, y poniendo en acción el favor de que Farinelli gozaba con la reina, y el aprecio y consideración en que esta señora había tenido siempre a Ensenada, tuvieron momentos de sobreponerse al partido opuesto, y de hacer sospechoso a los reyes el excesivo ascendiente que iban dejando tomar al de Huéscar. En esta lucha de influencias, la reina, que hubiera querido conciliar y hacer compatible la existencia simultánea de estas opuestas capacidades en el gobierno para mejor mantener el fiel de la balanza, sufría mucho, y más de una vez hicieron asomar el llanto a sus ojos los sinsabores que estas rivalidades le producían. Tal vez habría prevalecido la política y el partido de Ensenada sin la llegada de don Ricardo Wall, que con su viveza y actividad, su talento, y su persuasiva y maravillosa elocuencia, ayudado de Huescar, de Valparaíso y de Keene, hizo inclinar la balanza en favor del partido anti-francés. Notose luego el abatimiento de Ensenada, de su servidor Ordeñana, y del confesor Rábago, y algunas palabras del rey indicaban ya estar amenazados de caída el ministro y el confesor.

Entre los motivos que dieron ocasión a su caída y la precipitaron fue uno el siguiente. Los ingleses, siempre atentos a sacar ventajas del comercio de América, habían persuadido al rey de Portugal a que so pretexto de quitar motivos de discordia y perpetuar la unión y amistad de ambas coronas, propusiera al monarca español cederle la colonia del Sacramento a la embocadura del río de la Plata, a trueque de otras siete colonias españolas situadas a la orilla septentrional del mismo río, y de la provincia de Tuy en Galicia, confinante con Portugal, exagerando las ventajas que de este cambio resultarían a España. Fernando consultó la propuesta con el gobernador de Montevideo, el cual informó a gusto del rey de Portugal y de la reina de España su hermana, según instrucciones que el ministro Carvajal había cuidado de enviarle al efecto. Pero el gobernador de Buenos Aires hizo ver que el cambio propuesto era un trato engañoso y contrario a los intereses y al decoro de la monarquía española. Por otra parte los jesuitas del Paraguay se congregaron y convinieron en representar al rey de España la desigualdad y la inconveniencia de semejante cambio, que sobre privar a S. M. de treinta mil súbditos equivalía a introducir los portugueses en la América Meridional, además del perjuicio de la desmembración de una provincia considerable de Galicia. La exposición había de ser entregada al rey por el procurador general de la Compañía en Madrid.

En tanto que los comisionados e ingenieros españoles, portugueses e ingleses se reunían en los confines del Brasil para hacer la demarcación de los lindes y términos de las posesiones que iban a cambiarse, alborotáronse los habitantes de las siete colonias españolas negándose a estar bajo la dependencia y el dominio portugués, y juntándose armados en número de quince mil en la colonia central de San Nicolás, y resueltos a resistir la nueva dominación, obligaron a los comisarios ingleses y portugueses a retirarse. En Madrid, aunque el procurador general de los jesuitas del Paraguay entregó al rey la representación de los consultores de la provincia, el ministro Carvajal y el consejo por él influido desvanecieron toda la impresión que pudo hacer en el ánimo del rey el papel de los padres de la Compañía, y concluyose el ajuste proyectado.

Habíase tratado este asunto sin intervención ni conocimiento del ministro Ensenada. Aunque le sorprendió la noticia de lo actuado, ocultó su resentimiento, disimuló, y otorgó su adhesión al convenio, pero dio conocimiento de todo al rey de Nápoles, como presunto heredero de la corona de Castilla, por medio de su secretario de embajada, mostrándole el detrimento y perjuicio que del concertado cambio de colonias se seguiría al reino de España. A consecuencia de este aviso el rey Carlos de Nápoles dirigió a su hermano Fernando una protesta formal y solemne contra el tratado de las colonias como dañoso y perjudicial a la monarquía. Gran sensación causó esta novedad al rey, a la reina y a los del Consejo. El tratado entre España y Portugal se suspendió; se sospechó y aún supuso que el marqués de la Ensenada era quien había revelado el secreto al rey de Nápoles, y el que había alentado la rebelión de los jesuitas del Paraguay, y se leyeron las cartas interceptadas, que se decían escritas por su confesor el padre Rávago, jesuita, dirigidas a los padres de la Compañía para animarlos a la resistencia{4}. Los ingleses que veían venirse a tierra las esperanzas y los planes fundados en el tratado de las colonias, prevaliéronse del disgusto que a los reyes produjo la conducta de Ensenada para intentar su caída, y consiguieron que la reina los autorizara para empezar sus ataques cuando quisiesen{5}.

Puesto ya en este camino el marqués, y resuelto a contrariar el poder y el influjo británico, sin comunicar sus pensamientos a los ministros sus colegas, ni al rey mismo, y valiéndose solo confidencialmente del embajador de España en París, negoció secretamente un proyecto de alianza indisoluble entre los dos ramas de la familia de Borbón; se procuró un informe de varios gobernadores de las colonias de América, en que se daban quejas, y se exponían los agravios recibidos de los ingleses en aquellas posesiones; hizo adelantos considerables de dinero a la Compañía francesa de Indias a fin de fomentar las hostilidades de Francia contra Inglaterra en el Nuevo Mundo, y por último concertó con la corte de Versalles un proyecto de ataque general contra los establecimientos ingleses en el golfo de Méjico{6}. Ni estos planes, ni las instrucciones ya dadas al virrey de Méjico para preparar una expedición a Campeche, se pudieron escapar a la activa vigilancia del embajador Keene, que avisó de todo a su gobierno para que sirviera de base a una queja formal contra la corte de España, y deparó oportuna ocasión al ministro británico para que en unión con el duque de Huéscar y don Ricardo Wall apresuraran el estallido de la mina que ya tenían bien preparada contra Ensenada y el confesor, y bastante bien dispuestos a la reina y al rey.

El plan de ataque fue hábilmente combinado y puesto en ejecución. Las órdenes hostiles enviadas a América por el ministro, y la presentación de papeles y documentos comprobantes sirvieron de acta de acusación contra Ensenada, de tal manera combinado todo por Keene que no le dejaba subterfugios con que poder eludir los cargos que le hacían; a los cuales añadió el embajador de la Gran Bretaña todos los datos que tenía, así escritos como confidenciales, que pudieran corroborar la acusación. Deseaba el rey, y manifestaba mucha curiosidad por saber los descargos que para su justificación daría Ensenada, y ambos monarcas quedaron sorprendidos de ver que todo lo que presentó para sincerar su conducta y sus medidas fueron unos informes sobre agravios recibidos de los ingleses, que sin duda distaban de ser bastante graves para autorizar el rompimiento entre dos naciones amigas, y mucho menos para la misteriosa y secreta expedición de aquellas órdenes y providencias de manifiesta hostilidad. Preguntó el rey a Wall su opinión, y entonces el nuevo ministro, apoyado por el de Huéscar, aprovechó la ocasión para dar el último golpe a Ensenada hasta hacer al rey tomar una resolución. Veamos cuál fue esta.

Había estado el ministro en su despacho hasta las once y media de la noche del sábado 20 de julio (1754), esperando que le llamara el rey. A aquella hora se retiró a su casa, cenó, y se acostó tranquilo. A poco de haberse dormido turbó su sueño y su reposo la voz de un exento de guardias, que acompañado de un oficial le intimó la orden que llevaba del rey para arrestarle, previniéndole que se preparara a marchar, para lo cual le esperaba un coche a la puerta de su casa, rodeada ya de una compañía de guardias españolas. «Vamos a obedecer al rey,» dijo con cierta aparente serenidad el caído ministro. Antes de amanecer el marqués de la Ensenada marchaba en compañía del exento camino de Granada, punto designado para su destierro. A aquella misma hora era arrestado en su casa don Agustín Pablo de Ordeñana, su secretario, y conducido por un teniente de guardias a Valladolid. Tres días después salió confinado a Burgos el abate don Facundo Mogrovejo, íntimo confidente de ambos, secretario de embajada que había sido del rey de Nápoles, al cual recogieron los papeles y tomaron declaraciones. El martes inmediato (23 de julio, 1754) se anunció en la Gaceta el destierro de Ensenada y la exoneración de sus cargos, así como el confinamiento de Ordeñana{7}. Los diversos empleos del ministro caído se repartieron entre varias personas. La secretaría de Marina e Indias se dio a don Julián de Arriaga, que era presidente e intendente de Marina; la de la Guerra a don Sebastián de Eslava; la de Hacienda al conde de Valparaíso, que al fin aceptó este empleo que en otra ocasión había rehusado. A la mayor parte de los amigos del marqués los jubilaron y pidieron estrecha cuenta de su conducta.

Empeñados los enemigos de Ensenada en completar su ruina, sacaron de entre sus papeles la correspondencia secreta con las cortes de Nápoles y de Versalles, y con la reina viuda que continuaba en San Ildefonso, y por las revelaciones de los secretos de Estado que de ella resultaban pretendían se le sometiera al juicio y fallo de un tribunal. Y como a esto se opusiera la reina, por temor de que produjera una sentencia y condenación grave, le acusaron de impureza, concusión y malversación, pidiendo por lo menos la confiscación de sus bienes. Fundábase esta acusación en su extraordinario lujo, en las inmensas riquezas que se le suponían, y en los cuantiosos regalos que se decía haber recibido de las cortes, y hecho él a su vez a la reina y a los embajadores. En su consecuencia se mandó inventariar y tasar sus bienes, cuya apreciación subió a una suma muy enorme{8}. Tampoco este inventario se concluyó, porque su amigo Farinelli intercedió con la reina con tanto interés y eficacia en favor suyo, que se dio una orden mandando suspenderle. La reina misma cooperó también secretamente con sus amigos a inclinar al rey a que le señalase, como lo hizo, una pensión de doce mil escudos, para que pudiera mantener la dignidad del Toisón de Oro. Pero el decreto en que se le hacia esta merced no era ciertamente honroso para Ensenada, puesto que se le concedía como una limosna, y sin hacer una sola indicación de sus antiguos servicios{9}.

El pueblo, siempre amigo de novedades, y enemigo de los que hacen gala y ostentación de una opulencia que, con fundamento o sin él, se persuaden que ha podido ser adquirida a su costa, celebró la ruidosa caída de Ensenada y de sus hechuras, y circularon por la corte multitud de papeles, de sátiras y poesías contra todos los caídos{10}. En un escrito de la época que tenemos a la vista se hacen a Ensenada hasta veinte y dos cargos o capítulos de acusación, formulados en otros tantos números, o por cosas malas que hizo a juicio del autor, o por lo que no hizo debiéndolo de hacer. Muy pocos de aquellos son fundados, y se reducen a tal cual abuso en la provisión de empleos, a su lujo y prodigalidad, al boato de su porte, de su casa y de su mesa, a los magníficos y costosos agasajos que hacía para ganar a los reyes, príncipes y embajadores, en una palabra, a aquella gran fortuna que no sin razón daba en ojos en un hombre que nada había heredado de su casa y familia. Pero en los más de los cargos se ve la enemiga del escritor, y se descubre su crasa ignorancia de los principios de administración.

Hácele, por ejemplo, un cargo de haber dado lugar a que salieran de España muchos millones, autorizando la extracción del dinero, cuando lo que hizo fue anular los absurdos decretos que prohibían, hasta con pena de la vida y confiscación, la exportación de los metales preciosos; y considerando el dinero como mercancía y estableciendo un derecho de extracción le convirtió en una renta del Estado{11}. De que a cambio del dinero que salía venían a España géneros extranjeros, como si pudiera desarrollarse de otro modo el comercio mutuo de las naciones. De haber hecho al rey comerciante, comprando con sus fondos las lanas que se exportaban para el consumo de Inglaterra y Holanda, y otras mercancías que se enviaban para el surtido de las colonias de América; especie de monopolio que no nos atrevemos a aplaudir, pero que tuvo acaso un objeto de interés nacional, y cuya utilidad fue por lo menos problemática. De haber intentado el sistema de la única contribución, o del solo impuesto sobre toda especie de renta o posesión, al modo de lo que se practicaba ya en Cataluña, a cuyo fin creó una junta en la corte para que hiciese la estadística de la riqueza; y si no realizó este gran pensamiento, por lo menos simplificó la cobranza de los impuestos, administró, siguiendo el sistema de Campillo, las rentas provinciales, aboliendo los fatales arriendos, y tuvo la buena idea de librar a Castilla de la contribución de millones y rentas provinciales que tanto dañaban a la agricultura.

Pero lo que da más triste idea de la grosera ignorancia del escritor a que nos referimos es la manera extravagante y ridículamente pueril con que hace a Ensenada un cargo de lo que constituye una de las principales glorias de este grande hombre de Estado. Hablamos del mérito que a los ojos de todo el mundo ilustrado ganó este célebre ministro, no solo trayendo a España los hombres sabios de otras naciones para que difundieran la ciencia y el saber en la nuestra, sino enviando a las cortes extranjeras multitud de jóvenes pensionados para que aprendieran las ciencias, las artes y la industria que florecían en otros países y las naturalizaran después en España. Así vinieron a nuestro suelo los ingenieros navales Briaut, Tournell y Sothuell; así el entendido arquitecto hidráulico y militar Lemaur; así el docto académico Luis Godin; así el sabio orientalista Casiri; así los naturalistas Bowles y Quer: al propio tiempo que los españoles Carmona, Cruzado, López, Cruz y otros de los que eran enviados con pensión a hacer estudios en las cortes y en las academias de otros reinos, regresaban enriquecidos con los conocimientos que allá adquirían, y merced a este sistema combinado de comercio intelectual se establecieron o fomentaron en España las escuelas de náutica, de agricultura, de física, de botánica, de pintura, de grabado, de matemáticas, de cirugía, y de otros diferentes ramos del saber.

Esto es lo que el malhadado escritor de que hablamos quiso ridiculizar en Ensenada en los términos siguientes, que no pueden dejar de arrancar una sonrisa de compasión por su lamentable ignorancia: «Envió, dice, muchas gentes ociosas a cortes extranjeras y remotos países con crecidos sueldos y gratificaciones para que se divirtiesen, y nos trajesen de vuelta los vicios que nos faltan. Así lo hicieron, y así sucedió, porque se pasearon muy bien, consumieron mucha parte del Real erario, y el uno vino con la grande novedad del Código Prusiano para la brevedad de los pleitos, el otro con el nuevo ejercicio de la tropa, algunos de estos con la noticia de hospicios, y de loterías, con sus reglas de conservación para establecer en España: otros con el método de fábricas y manufacturas; otros con investigar medallas y otros monumentos de la antigüedad; otros para perfeccionarse en la cirugía pasaron a París; algunos otros reconocieron las cortes para la química, conocimientos de yerbas medicinales, y específicos; y los ingenios, para acabar de volverse locos con las construcciones de navíos, muelles de puertos, nuevas fortificaciones, canales para el riego y otras obras inútiles{12}. Y también fue destinado otro a corromper la generosidad de nuestros vinos en vinagre para imitar el de Champaña, paseándose por el reino y embargando sus bodegas; de manera que si danza de monos a viajeros no ha sido, o delirio del juicio humano, no sé que sea; la lástima fue que no viviese Cervantes para mejorar su libro y aventuras del Don Quijote, porque asunto más propio no podía encontrarle su grande ingenio.» Dejamos al buen juicio del lector discreto si podrían aplicarse al mismo desdichado censor estas sus últimas palabras.

Protector Ensenada de las letras y de los hombres ilustres, franqueaba a don Miguel Casiri todos los auxilios que necesitara para el examen y la formación del índice de los códigos arábigos de la biblioteca del Escorial. Hacía imprimir a costa del erario las Observaciones astronómicas de don Jorge Juan y la Relación del viaje de éste célebre marino, y bajo su dirección fundaba en Cádiz el observatorio astronómico de marina. Los eruditos Pérez Bayer, al agustiniano Flórez, el jesuita Burriel, el marqués de Valdeflores, recorrían por comisión suya la España recogiendo y copiando inscripciones, medallas, diplomas y otros documentos históricos esparcidos en varios archivos. Los sabios Feijoo, Campomanes, y otros doctos españoles hallaban en él protección y amparo. Este ministro propuso y representó al rey la conveniencia de que se formase un Código Fernandino, que simplificando las leyes abrazara solo las vigentes, y aclarara las complicadas y dudosas. No menos fomentador de las artes que de las ciencias, se instituyó y organizó en su ministerio la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando.

Conocedor de las verdaderas fuentes de la riqueza y de la prosperidad pública, hizo extraordinarios esfuerzos para reanimar la agricultura nacional abatida durante una serie de infelices reinados, y para abrir canales de riego y facilitar los medios de comunicación y de trasporte. Con tan laudables objetos abolió los derechos con que estaba gravada la conducción e introducción de granos de unas a otras provincias, proyectó el canal de Castilla la Vieja, que debía poner un día esta provincia interior en comunicación con el mar, y abrió por entre las sierras de Guadarrama el gran camino que une las dos Castillas.

Pero lo que mereció sobre todo a este ministro una atención privilegiada, y a lo que consagró con preferencia su celo fue al fomento de la marina española, de la cual fue el restaurador, y casi pudiera decirse el creador. Ya siendo intendente se había debido a él la cédula de formación de las matrículas de mar, la ordenanza general de arsenales, el reglamento de sueldos y gratificaciones, y otras instituciones para el régimen de los cuerpos de la armada. No solo se aprovechó Ensenada de los arsenales existentes ya, sino que construyó, o ensanchó, o enriqueció otros. A la erección de el de Cartagena había sido enviado el célebre don Antonio Ulloa, y bajo la dirección del entendido jefe de escuadra don Cosme Álvarez se comenzaron las obras del astillero del Ferrol, que se hizo uno de los mejores establecimientos navales del mundo. Levantó pues Ensenada el poder marítimo de España hasta un grado que nadie creía entonces verosímil, ni aún posible. Aunque la idea que preocupaba a este ministro y que formaba la base de su política era que nada había que temerse de Francia, y que por aquella parte estaba la España segura, sin embargo, creyó necesario y propuso aumentar el ejército de tierra; y para la defensa de la frontera hizo construir el famoso castillo de San Fernando de Figueras, uno de los más fuertes baluartes de Cataluña y que llegó a ser una obra maestra de arquitectura militar; pero a no dudar su mayor afán y conato le puso en que España rivalizara en poder marítimo con Inglaterra, que era la nación de quien él estaba receloso siempre. Así blasonaba de que no le faltaría nunca una escuadra de veinte navíos cerca del cabo de San Vicente, otra a la vista de Cádiz, y otra en el Mediterráneo, y de poseer España tantos buques de setenta y cuatro cañones como Inglaterra{13}.

Tal había sido el ministro que acababa de desterrar Fernando VI, y que había desempeñado a un tiempo las secretarías del despacho de Guerra, Marina, Indias, Hacienda y Estado. Aunque esto solo bastaría para dar la pauta de su gran capacidad, concluiremos este capítulo con el juicio que acerca del talento e instrucción del célebre don Zenón de Somodevilla hace un historiador inglés, nada apasionado suyo, y con lo que después de su caída decía de él el mismo monarca. «Su penetración, sus vastos conocimientos, su exactitud y actividad en la dirección de los negocios no tenían límites, y rara vez habrán sido excedidos por nadie. El mismo Fernando, hablando de él, se burlaba de algunos de sus sucesores, a quienes causaba indisposiciones el trabajo, diciéndoles que había despedido a un ministro que había cumplido con todos sus deberes sin haberse quejado jamás de un dolor de cabeza.{14}»




{1} Despacho de Keene al conde de Holderness, febrero 1754.

{2} Keene a sir Tomas Robinson, y al duque de Newcastle.

{3} Carvajal había escrito en 1748 un Testamento político, que era el nombre que se daba entonces a las memorias, observaciones, y aún tratados sobre política, gobierno o administración, cuyo escrito se publicó en 1818 en el periódico titulado Frutos literarios.

{4} Esta rebelión de los colonos del Paraguay que se atribuyó a instigaciones de los jesuitas que dirigían aquellas reducciones, fue uno de los cargos que se les hicieron después para motivar y justificar la expulsión de aquellos religiosos de Portugal y de España. Que los jesuitas ejercían sobre aquellos neófitos una influencia eficaz y poderosa es incuestionable. También lo es que aquellos desgraciados, obligados a abandonar su patria y sus hogares y las tumbas en que reposaban sus abuelos, se mostraron muy dispuestos a perder la vida antes que desamparar el suelo natal, y que poco esfuerzo de los misioneros podía ser suficiente a producir la sublevación. Pero los partidarios de los jesuitas rechazan este cargo que se les hizo, suponiendo que instigaron a aquellos indios a proclamarse independientes; y por el contrario lamentan de que faltara valor en aquella ocasión a los jesuitas para oponerse resueltamente a la violencia y la arbitrariedad de las dos cortes, y los acusan de excesiva condescendencia en ayudar a ejecutar sus órdenes. Sus enemigos avanzaron a decir que tuvieron el plan de reunir todas aquellas provincias bajo el cetro de uno de los hermanos coadjutores, a quien habían de dar el título de Nicolás I.– Historia de la Compañía de Jesús.

{5} Manuscrito contemporáneo titulado: Otra relación de noticias y causa de la caída del marqués de la Ensenada, en un tomo de Varios.– Recopilación de noticias desde el año 1754 basta abril de 1759, tanto en orden a los sucesos del Paraguay, cuanto a la persecución de los padres de la Compañía de Jesús en Portugal, MS.

{6} Según se deduce de la correspondencia de Keene, dice William Coxe, hacía mucho tiempo que Ensenada abrigaba este designio. Una carta de 30 de junio de 1753 al conde de Holderness contiene la relación de su plan y la expulsión de los ingleses de la costa de Mosquitos que debía ejecutarse por don Pedro Flores de Silva: la muerte de éste, acaecida en el mes de febrero inmediato, suspendió la ejecución del proyecto.– Nota 262, al cap. 54.

{7} Relación de la prisión del marqués de la Ensenada, MS. Tomo de Varios de la biblioteca de la Real Academia de la Historia.– De la prisión y destierro acaecido al marqués de la Ensenada, &c. MS de otro tomo de Varios.– Gacetas de Madrid, julio, 1754.– Despacho de Keene a sir Tomás Robinson, 31 de julio 1754.

{8} «Razón de las alhajas, bienes, ropas y demás enseres que se inventariaron propios del marqués de la Ensenada.

Valor de oro y peso de mano, cien mil pesos…100.000 pesos
Valor del peso de la plata…292.000   
El espadín de plata, guarnecido…7.000   
Alhajas…92.000   
El collar de la Orden…18.000   
Valor de la china…2.000.000   
Íd. de las pinturas…100.000   
Id. de los perniles de Galicia y Francia…14.000   

Una crecidísima porción de pescados en escabeche, aceite y garbanzos, cuyo valor es imponderable.
Un adorno preciosísimo, cuyo valor es difícil de calcular.
Cuarenta relojes de todas clases.
Quinientas arrobas de chocolate.
Cuarenta y ocho vestidos a cual más ricos.
Ciento cincuenta pares de calzoncillos.
Mil ciento setenta pares de medias de seda.
Seiscientos tercios de tabaco muy rico.
Ciento ochenta pares de calzones.»

M. S.– Tomo de Varios. Convenimos con William Coxe en considerar este cálculo exagerado, y en creerle hecho por algún enemigo del caído magnate.– Duró el destierro de Ensenada hasta el advenimiento de Carlos III.

{9} «Por mero acto de mi clemencia (decía el decreto) he venido en conceder al marqués de la Ensenada, para la manutención y debida decencia del Toisón de Oro que le tengo concedido, y por vía de limosna, doce mil escudos de vellón al año, dejando en su fuerza y vigor mi antecedente Real Decreto exonerándole de todos sus honores y empleos. Buen Retiro, 27 de setiembre de 1754.– Yo el Rey.»

{10} Consérvanse, y hemos visto bastantes de estas composiciones en verso, todas de escaso mérito, entre ellas una fingida confesión del marqués estando preso, y otra intitulada: Memorial de los pobres a S. M. que comienza:

Muy poderoso señor,
que depusiste a Ensenada,
si es de la misma emboscada,
siga el padre confesor…

{11} El derecho que se impuso fue de tres y medio por ciento a la plata de España, y de seis a la de América.

{12} Inverosímil parece que hubiera quien se expresara así por lo serio.

{13} En la Representación que este ministro hizo al rey en 1754, Proponiendo medios para el adelantamiento de la monarquía y buen gobierno de ella, se ve desenvuelto su pensamiento relativamente a las fuerzas de tierra y de mar que se proponía tuviera España. «Proponer (decía) que V. M. tenga iguales fuerzas de tierra que la Francia, y de mar que la Inglaterra, sería delirio, porque ni la población de España lo permite, ni el erario puede suplir tan formidables gastos; pero proponer que no se aumente ejército, y que no se haga una decente marina, sería querer que la España continuase subordinada a Francia por tierra, y a Inglaterra por mar.– Consta el ejército de V. M. de los 133 batallones (sin 8 de marina), y 68 escuadrones, que expresa la relación número 3, y por la número 4, la distribución en guarniciones, en plazas y costas que se hace de ella, de que resulta que solo vienen a quedar para campaña 59 batallones y 43 escuadrones. La Francia, como se ve en la relación número 5, tiene 367 batallones, y 235 escuadrones, de que se infiere que en el tiempo de paz se halla con 244 batallones, y 467 escuadrones más que V. M., y abundancia de gente inclinada a la milicia para levantar prontamente cantidad considerable de tropas, pues a principios del año 1748 llegaba su ejército a 435.000 infantes y 56.000 caballos.

«La armada naval de V. M. solo tiene presentemente los 18 navíos y 45 embarcaciones menores que menciona la relación número 6, y la Inglaterra los 100 navíos y 188 embarcaciones de la número 7.

«Yo estoy en el firme concepto de que no se podrá hacer valer V. M. de la Francia, si no tiene 100 batallones y 100 escuadrones libres para poner en campaña, ni de la Inglaterra, si no hay la armada de 60 navíos de línea y 63 fragatas y embarcaciones menores que expresa la relación número 8.»

Continúa exponiendo al rey las ventajas del aumento que proyectaba de las fuerzas marítimas y terrestres, atendida la respectiva posición de las tres naciones, y señalando los medios de realizar estos planes.

Esta Representación, que se publicó en el tomo XII del Semanario Erudito, comprende también el estado de la hacienda, y el sistema de administración que seguía y se proponía seguir Ensenada, y abraza otros varios puntos importantes de gobierno, que en este capítulo y en esta nota no hacemos sino indicar. Cuando hagamos la reseña crítica de los dos primeros reinados de la casa de Borbón, juzgaremos con alguna más latitud el gobierno y administración del marqués de la Ensenada, así en la parte económica y militar, como en la política y literaria, y en los demás conceptos, de que en este capítulo no hacemos sino ligeras indicaciones que pueden servir como de llamadas.

{14} Despachos de sir Benjamín Keene a sir Tomás Robinson.– Laborde, Sucinta relación de la desgracia del marqués de la Ensenada.– Vida y destierro del marqués de la Ensenada, M. S.– William Coxe, Reinado de Fernando VI, c. 54.– Historia de la Marina española.– Las historias de las artes y de la literatura española.