Parte tercera ❦ Edad moderna
Libro VIII ❦ Reinado de Carlos III
Capítulo XVIII
Fomento de la agricultura,
de la industria y del comercio
De 1770 a 1787
Canales de navegación y de riego.– El Imperial de Aragón.– El Real de Tauste. Los pantanos de Lorca.– El canal de Tortosa.– Los de Manzanares y Guadarrama.– Escuela práctica de agricultura.–Medidas para el fomento de este ramo.– Ejemplo del rey y de los príncipes.– Ideas y providencias sobre vinculaciones.– Escritos sobre economía.– El Tratado de la Regalía de Amortización de Campomanes.– Informe sobre la Ley Agraria de Jovellanos.– Industria, artes, ciencias exactas.– Observatorio astronómico.– Museo de ciencias naturales.– Libre ejercicio de las nobles artes.– Fabricación.– Caminos públicos.– Reglamento de carreteras.– Postas: coches-diligencias.– Auxilios que encontraba el gobierno.– Celo y desinterés de corporaciones y particulares.– Obras públicas de utilidad y de ornato, en Madrid y provincias.– Comercio exterior e interior.– Libre comercio de Indias y su resultado.– La Compañía de Filipinas.– Reforma de aduanas y aranceles.– Aumento de rentas.– Creación de vales reales.– Descrédito del papel: conflictos.– Erección del Banco nacional de San Carlos.– Su objeto, organización y gobierno.– Cabarrús.– Impugnaciones que se hicieron al establecimiento y a su fundador.– Primeros efectos de la institución del Banco.
«V. M. previó desde luego, decía Floridablanca al rey en su célebre Memorial, que no bastaba socorrer los pobres y perseguir los ociosos, si no procuraba ocupaciones y trabajos útiles a los que la necesidad, la virtud o las providencias de su gobierno hiciesen aplicados. Para lograrlo se ha esmerado V. M. en promover la agricultura, las artes, el tráfico interior y el comercio exterior, ayudando mucho a la ejecución de estas ideas las Sociedades Patrióticas, y otros muchos cuerpos y miembros distinguidos del Estado.»
Y procedía el ministro en aquel importantísimo documento, precioso resumen de la historia administrativa de este reinado, a recordar al monarca lo que en cada uno de los ramos se había adelantado o procurado adelantar. Dejó el ilustre conde en aquella Memoria un indicador excelente e inapreciable, que guía al historiador y le facilita y allana el camino para trazar la marcha del gobierno interior del reino, en que él mismo tuvo la parte más principal en el último tercio del reinado que nos ocupa. Seguímosle pues, añadiendo a sus interesantes noticias las que otras fuentes históricas nos han proporcionado.
País esencialmente agrícola la España, y siendo la agricultura el manantial más seguro de la riqueza y prosperidad de un pueblo, a su fomento, protección y desarrollo consagraron no pocos esfuerzos y desvelos así el celoso monarca como sus sabios y laboriosos ministros. En su lugar hemos dado ya cuenta de varias medidas que a este fin habían sido dictadas. Pero era necesario vencer en lo posible los obstáculos que a la fertilidad general de nuestra península opone frecuentemente el clima ardoroso y seco de muchas de las provincias, y la escasez de las lluvias que esteriliza muchas veces su suelo y burla las esperanzas del labrador y le impide recoger el fruto de sus sudores. A suplir esta contrariedad de la naturaleza con canales de riego, de que más que otras regiones tiene necesidad la España, se dirigió la solicitud de Carlos III y sus ministros. Por eso pusieron tanto conato en continuar y mejorar las inmortales obras del Canal Imperial de Aragón comenzadas por el emperador Carlos V, y puede decirse que suspensas en los reinados siguientes, no obstante los intentos, proyectos, memorias y planos que para su continuación se escribieron, levantaron y presentaron en algunos de ellos. Reservada estaba a Carlos III la gloria de adelantar tan grande y útil empresa con esfuerzos y gastos, que nunca para tales obras economizaba ni encontraba excesivos. Idea feliz fue la de confiar la dirección de las nuevas obras, con el título de protector, al aragonés don Ramón de Pignatelli, canónigo de Zaragoza, cuyo talento, inteligencia, laboriosidad y amor al bien público le hacían acreedor a tan señalada honra e inspiraban confianza de buen éxito. Así fue que al través de mil dificultades y obstáculos logró el ilustre Pignatelli a fuerza de ingenio y de constancia llevar el canal hasta Torrero, a la inmediación de Zaragoza, sujetando el caudaloso Ebro por medio de obras colosales que admiran los inteligentes y harán eterna su memoria{1}. Los nuevos terrenos que fertilizó este canal, que lo es al propio tiempo de navegación y de riego, los plantíos, molinos y otros artefactos que se construyeron, fueron otros tantos beneficios de aquellos que los pueblos agradecen siempre y no olvidan nunca{2}.
Incorporose entonces al canal imperial de Aragón la antigua acequia, o sea real canal de Tauste, que corriendo paralelo al Ebro por espacio de ocho leguas riega y fertiliza varios pueblos y comarcas de los confines de Navarra y Aragón; bien que la agregación al canal imperial no dejó de producir graves altercados y aun asonadas en Tauste, considerándose lastimados en sus derechos los pueblos que habían contribuido con sacrificios grandes a su construcción, derechos que por fin han reivindicado hace algunos años{3}.
Para regar los fertilísimos campos de Lorca, tan fértiles que suelen dar la admirable producción de ciento por uno, pero que desgraciadamente esteriliza con demasiada frecuencia la falta de lluvias, se ideó y emprendió la obra de los dos célebres pantanos, inmensos diques para recogimiento y depósito de aguas, de ciento cincuenta varas de espesor, revestidos de sillería y abrazados con gruesísimas barras de hierro, y que a la altura de treinta y cinco varas, mitad solamente de la que se pensaba darles, llegaron a embalsar cerca de veinte y cuatro millones de varas cúbicas de agua. A muchos millones ascendieron los productos que estas magníficas obras proporcionaron a la agricultura y al Estado, y no es fácil calcular los beneficios que habrían reportado sin el infortunio que a los pocos años sobrevino{4}. Para la cómoda salida de los frutos del país se ejecutó un magnífico camino al puerto de San Juan de las Águilas, haciendo también conducir a aquella nueva población aguas abundantes de algunas leguas de distancia por medio de un gran acueducto. Fue prodigiosa la brevedad con que se pobló aquel nuevo lugar, contándose ya en él más de cuatrocientos vecinos en los últimos años de Carlos III{5}.
Utilísimo fue también el canal de Tortosa, que lo era igualmente de navegación y de riego para muchas tierras que antes eran eriales, emprendido para facilitar la comunicación del Ebro desde las inmediaciones de Amposta hasta el puerto de los Alfaques, evitando el rodeo y los peligros que había para salir al mar por aquel río. Fue el puerto de los Alfaques uno de los objetos que promovió con más solicitud e interés el conde de Floridablanca{6}, y así progresó con tan admirable rapidez la nueva población de San Carlos de la Rápita, fundada en aquella costa, y en cuya construcción se consumieron grandes sumas, como que se pretendía hacer una gran ciudad, que sin duda lo habría sido a no ocurrir la muerte del soberano, y después la separación de Floridablanca. El pensamiento de aquel ministro era abrir comunicación al Océano desde Tudela.
Promovíanse en varias otras partes canales de regadío para fomento de la agricultura y del tráfico. Se continuaban los de Manzanares y Guadarrama: se proseguía el de Castilla; se proyectaba uno en los campos de Urgel, y se trataba de aprovechamiento de terrenos pantanosos y de desecación de lagunas en varias provincias, en que se estaban perdiendo lastimosamente tierras que podían ser de labrantío: Fundábase y se construía con calles y casas alineadas la población de Almuradiel a la entrada del puerto de Despeñaperros y camino real de Andalucía, con que al propio tiempo que hallaban amparo los caminantes contra los peligros de los salteadores, se lograba ver cultivado por la mano del hombre y cubierto de plantíos y frutos de todas clases lo que antes era solo infructíferas y espantosas selvas. Creose además una especie de escuela práctica de agricultura y ganadería en el real sitio de Aranjuez, destinando las tierras al cultivo de aquellas producciones que eran más acomodadas a su calidad, y haciendo venir semillas de todas partes. Pronto se conocieron y experimentaron los efectos de tan útil institución, plantándose y cultivándose a la vez el olivo y la vid, la morera y el roble, el trigo y el maíz, el cáñamo y el lino, y todo género de frutas y hortalizas, enseñándose también los mejores métodos que se conocían de criar, conservar y mejorar toda especie de ganados{7}.
Varias otras providencias se dictaron encaminadas a proteger la clase agrícola. Cuando se trató del arreglo de las rentas provinciales, no se permitió hacer novedad en los arrendamientos de las tierras hasta tanto que aquél se pusiese en ejecución, evitando así los abusos que intentaban los propietarios{8}. Y la facultad que a consulta del Consejo se dio más adelante{9} a los dueños de tierras para plantar en sus posesiones lo que quisiesen, y para cercarlas o cerrarlas del modo que tuvieran por conveniente, sin necesidad de solicitar concesiones especiales como hasta entonces se había hecho, alentó sobremanera a los terratenientes, y preparó un aumento considerable de frutos y riquezas a los labradores.
El ejemplo del rey, que parecía aspirar al título de primer agricultor de España, fue imitado y seguido por el príncipe de Asturias, y por los infantes don Gabriel y don Antonio, los cuales convirtieron en fecundas huertas y deliciosos jardines terrenos antes incultos, así en los sitios reales, como en las encomiendas y prioratos que a cada uno pertenecían, «trabajando con sus propias manos (decía el ministro autor de la Memoria que seguimos), ennobleciendo el arado y el azadón, y enseñando con su ejemplo a los poderosos cuál debe ser el objeto, la aplicación y el aprecio del labrador y sus trabajos.»
Tres puntos recordaba el conde de Floridablanca al rey como de urgente resolución para el aumento y prosperidad de la agricultura, entre los muchos que comprendía su Instrucción reservada para la dirección de la Junta de Estado, obra del mismo ministro{10}. Estos tres puntos eran: 1.º declarar a todo poseedor de bienes vinculados el derecho de deducir las mejoras de plantaciones, roturaciones o regadíos hechos en sus predios con autoridad judicial, derogando cualesquiera leyes en contrario, lo cual serviría de poderoso estímulo a los poseedores para mejorar sus bienes: 2.º permitir la enajenación de todo solar o terreno erial abandonado, previa tasación, aunque perteneciera a mayorazgo, patronato o capellanía, depositando su importe a beneficio del dueño, para que pudiera imponerle en juros, censos, acciones del banco, &c.: 3.º prohibir que las mejoras en tercio y quinto se pudieran vincular perpetuamente, así como otras especies de bienes sin real autorización. El mal no estaba en las mejoras, que podían ser muy justas y muy útiles, sino en el empeño de vincularlas, aunque fuesen en cantidades cortísimas; resultando de aquí que ni los pobres las podían cultivar, ni venderlas a los ricos que pudieran beneficiarlas. Y respecto a otras vinculaciones, decía el ministro: «Haya mayorazgos y fundaciones perpetuas, pero todas sujetas a la facultad real... y véase si la calidad del fundador, de la renta que se destina es tal, que el Estado pueda sacar provecho de dotar perpetuamente una familia, y aumentar en ella el número de los buenos servidores del rey y de la patria. Mayorazgo o vinculación que no llegase a cuatro mil ducados de renta, y ésta situada principalmente en réditos civiles, no debería permitirse en estos tiempos{11}.
Sucedía en estas materias lo que en tantas otras que eran objeto de las reformas y mejoras administrativas; que si bien el monarca y el gobierno alcanzaban estas ideas y las reducían a práctica y ejecución, otros hombres ilustrados los ayudaban y abrían camino difundiéndolas en escritos y publicaciones sembradas de máximas útiles y de doctrinas económicas, preparando la opinión para recibirlas. Sobre agricultura y los medios de fomentarla, sobre economía política y otros ramos análogos habían escrito algunos años antes Romá y Rossell, Valcárcel, Arriquibar, Calvo y Julián, Cicilia y algunos otros{12}. Campomanes había publicado su célebre Tratado de la regalía de Amortización, y dilucidado importantes cuestiones económicas, principalmente sobre bienes eclesiásticos, y sobre mayorazgos y vinculaciones. A petición de este mismo docto magistrado pasó a la Sociedad Económica Matritense el expediente de Ley Agraria que se había mandado formar, y que produjo después el famoso y tan justamente celebrado Informe sobre la Ley Agraria de don Gaspar Melchor de Jovellanos, en que después de examinar el estado progresivo de nuestra agricultura, y la protección que las leyes debían dispensarla, señalaba los obstáculos políticos, morales y físicos que convenía remover para su fomento y desarrollo, exhortando al Consejo a que corrigiera aquellos errores de la legislación y aquellos abusos que condenaban a esterilidad perpetua tantas tierras comunes: escrito que inmortalizó a su autor, que extendió su reputación por Europa, y cuyas doctrinas económicas fueron una semilla fecunda que aún no ha acabado de producir todos sus frutos.
A la par que la agricultura, se fomentaba la industria y las artes. Hacíanse traer de fuera del reino artífices y constructores, máquinas, modelos y otros útiles para la fabricación, y crecido número de personas fueron enviadas a otros países con pensiones y ayudas de costa, para que viendo, observando y estudiando los adelantos que en ellos se hubiesen hecho en las ciencias naturales y exactas, en la mecánica y en la industria, los trajesen y planteasen en España. Debiose a esto la creación de un establecimiento provisional para los estudios de química y botánica, y la formación de un jardín de plantas para estos últimos. Desde el reinado de Fernando VI se había tratado de establecer un gabinete de historia natural bajo la dirección de don Guillermo Bowles, pero con más extensas miras Carlos III determinó construir un magnífico palacio a las ciencias, que constara de Observatorio astronómico, de Jardín Botánico, y de Museo, con gabinetes mineralógicos y zoológicos y sus cátedras correspondientes. Principiose pues, y al través de muchas dificultades se logró dar cima en su parte principal al suntuoso y elegante edificio del Museo del Prado, para cuyo enriquecimiento se adquirieron a gran costa colecciones de cuantas preciosidades y objetos se pudieron recoger dentro y fuera de la península{13}. Pero la muerte de aquel monarca y los trastornos que sobrevinieron impidieron su conclusión; y deteriorada la obra, mas por fortuna reparada y acabada después, se destinó, si bien a un objeto distinto de su instituto, a otro no menos noble y digno, y que honra igualmente a la nación.
Una real cédula (1.º de mayo, 1785) autorizó el libre ejercicio de las artes del dibujo, pintura, escultura, arquitectura y grabado, así a nacionales como a extranjeros, sin estorbo ni contribución alguna; cuya prescripción indica las trabas a que todavía se hallaba sujeta la profesión de estas nobles artes, no obstante la consideración, la importancia y el impulso que les había dado la creación de la Real Academia de San Fernando.
Había ya en las casas de la Florida pertenecientes al príncipe Pío una fábrica de máquinas a cargo de hábiles profesores extranjeros, y se estaba formando en otro local una colección, depósito o conservatorio de los mejores modelos que se conocían en los países más industriosos de Europa. Con el más laudable celo se dedicaba al fomento de la industria fabril el ministro de Hacienda don Pedro de Lerena, y mucho contribuyeron sus esfuerzos al impulso y adelantos que muchos artefactos recibieron, tales como la fabricación de panas y otras telas de algodón en Ávila, la de los excelentes curtidos a la inglesa en Sevilla, la de espejos de mayores dimensiones aún que los celebrados de Venecia en la fábrica de cristales de la Granja, las de loza, quincalla, relojería, encajería, cintería, abanicos, y otros artículos de gran consumo, en Madrid y en otras capitales, que hasta entonces habían estado extrayendo grandes sumas a otros países de donde había necesidad de importarlos.
Para que esta protección a la agricultura y a la industria no fuera ineficaz y diera los resultados que se buscaban, era preciso facilitar los medios de comunicación y de trasporte, proporcionar salida a los frutos y artefactos de cada provincia, fomentar el mutuo cambio, el tráfico y comercio interior y exterior, lo cual no se consigue sin buenas vías públicas, que son como las arterias de circulación del cuerpo del Estado. Desde 1760 se había impuesto un arbitrio sobre la sal con destino a la construcción de carreteras; mas sobre haberse hecho solamente algunos trozos de pocas leguas en diferentes direcciones, aun los principales arrecifes abiertos en el reinado anterior se hallaban tan deteriorados que habían llegado a ponerse casi intransitables. No puede negarse el grande impulso que estas obras recibieron desde que la superintendencia general de caminos se puso a cargo del conde de Floridablanca. Así pudo él con justificada satisfacción decir al soberano: «En los nueve años que S. M. se ha servido poner a mi cuidado la superintendencia general de caminos se han reedificado y renovado todos los destruidos y deteriorados, ensanchándolos y mejorándolos con nuevos puentes, pretiles, alcantarillas de desagüe y otras cosas de que carecían. Además ha visto V. M. por el plan o resumen que he presentado pocos días ha, que sin comprender algunas obras, ni gran parte de lo trabajado en este año, se han construido más de 195 leguas, y habilitado en todas las provincias más de 200 de a 8.000 varas, teniendo cada legua cerca de una cuarta parte más de las comunes. Se han fabricado también 322 puentes nuevos, y habilitado 45, y se han ejecutado 1.049 alcantarillas, habilitando otras. Fuera de estas obras y otras que se especifican en el plan, se han ejecutado otras muchas que se citan en sus notas, de aberturas y desmontes, de puertos, murallones de sostenimiento, arrecifes, malecones, fuentes, pozos, lavaderos, plantíos y viveros de árboles y otras cosas que sería largo y molesto referir.»
Hiciéronse ya reglamentos formales para la conservación de los caminos, se crearon celadores facultativos, vigilantes y peones camineros, se construyeron de trecho en trecho casas que servían al propio tiempo de albergue a los vigilantes y de consuelo y recurso a los viajeros: se establecieron fondas y posadas, casas y paradas de posta y de administración para los portazgos. Corría ya una silla de posta de Madrid a Cádiz, las dos poblaciones a la sazón más importantes del reino: otra partía de Vitoria a Bayona, y en toda la carrera de Francia se cruzaban ya coches de diligencia que hacían sus expediciones periódicas, para lo que se habilitaron cómodas posadas que faltaban en el centro de Castilla. El gasto de todas estas obras no llegó a noventa millones de reales en los nueve años que desempeñó Floridablanca la superintendencia general de caminos, y como en ese tiempo el impuesto sobre la sal no hubiera producido sino veinte y siete{14}, resulta que más de sesenta salieron de los recursos que para ello arbitró aquel ministro, «sin que saliera dinero alguno de la tesorería general de S. M. ni de los caudales puestos a cargo del ministerio de Hacienda.» Los principales consistieron en el sobrante de la renta de correos, y en el producto de los bienes mostrencos que antes se perdían o menospreciaban, desde que se pusieron a cargo de las justicias ordinarias; aparte de lo que auxiliaron los pueblos, las sociedades patrióticas, los prelados y muchos particulares celosos y desprendidos, que acreditaron un laudable desinterés por el bien público.
A este desprendimiento, y a la probidad y desinteresado manejo, así de los directores generales, como de los magistrados y de otros personajes que en cada provincia tomaron sobre sí espontáneamente y con gusto la comisión de dirigir o de impulsar estas obras, abandonando sus negocios y el regalo y comodidad de sus casas, y sufriendo las fatigas y rigores de las estaciones para vigilar los trabajos y la buena inversión de los fondos, se debió en mucha parte la admirable economía con que se hicieron; pues regulándose en otro tiempo en un millón de reales el coste de cada legua de camino, apenas llegó durante esta administración a la tercera o cuarta parte de aquella cantidad{15}. Y acerca de los que criticaban que no se aplicasen estos fondos al pago de las deudas de la corona, decía el ministro: «¡Oh! y cómo olvidan las necesidades y los trabajos de los infelices vasallos atascados en esos caminos antiguos, ahogados en los ríos y torrentes, volcados y destrozados sus carruajes, con pérdida de sus vidas o de las de sus bestias de carga! ¡Cómo se olvida la escasez a que la misma corte y capitales se veían sujetas en los inviernos de nieves y lluviosos, hallándose cerrados los pasos, y faltando hasta el pan en Madrid y sitios reales, como ha sucedido más de una vez!»
Otras muchas obras, además de los caminos, se construían al mismo tiempo para utilidad, comodidad u ornato de las poblaciones. Empedrábanse y se mejoraban las calles de la corte; hacíanse cómodos y desahogados paseos; se levantaba la gran puerta de Alcalá, la de Atocha, el magnífico puente de Segovia, el arrecife o ronda que comunica estas puertas con la de Toledo, un lavadero cubierto en que más de quinientas mujeres hallaban alivio al rigor de las estaciones en su humilde y penosa faena, y otras obras que redundaban en beneficio del vecindario. Reparábanse y se decoraban con estatuas los antiguos y hermosos puentes de Toledo, ejecutábanse grandes murallones de sostenimiento, y se mejoraban los paseos y las salidas de la población. Enviábanse a Burgos estatuas de los más antiguos y célebres soberanos de Castilla. Se construía en Zaragoza un pretil para preservar la población de las avenidas de los ríos. Hacíase la limpia del puerto de Málaga, y se ejecutaba el desareno del Guadalmedina para libertar la ciudad de las inundaciones y desgracias que había sufrido. Sevilla, Barcelona, Pamplona, Murcia, Valladolid, Palencia, Zamora, Toro y otras poblaciones de diferentes provincias experimentaban los saludables efectos del sistema de policía general que el gobierno había adoptado, y al tiempo que las ciudades ganaban en ensanche, comodidad y ornato, se empleaban multitud de brazos, y se daba ocupación, y se habituaba al trabajo, y se proporcionaba sustento a la clase pobre y jornalera.
No podía ser desatendido por Carlos III y sus activos y celosos ministros el comercio exterior, uno de los más fecundos manantiales de la riqueza de las naciones cuando está bien dirigido y organizado. Novedades grandes se hicieron en esta materia, en que tomaron parte con Floridablanca otros ministros, y la tuvo muy principal el marqués de la Sonora. Fue una de las mayores la declaración del libre comercio de Indias, que triplicó el de España con sus colonias, y duplicó el producto de las aduanas. Reducido antes el comercio de Indias a la sola y estrecha garganta de Cádiz, acostumbrados los comerciantes de esta plaza al monopolio y a la exorbitante ganancia de un ciento o un doscientos por ciento, y a tener esclavizados a los indianos con precios insoportables, lo cual no podía menos de dar ocasión y provocar al contrabando extranjero, no dejaron de clamar y alzar el grito contra esta medida: pero sus clamores se estrellaron ante la firmeza y energía de los ministros, y ante el resultado de la baratura de los géneros de Europa y su abundancia en las Indias, y ante el crecimiento y desarrollo de los mercados de ambos mundos, el aumento considerable de las rentas del Estado, el fomento de la marina, de la agricultura y de la industria española{16}.
Impulso grande dio también al comercio de Indias el establecimiento de la Compañía de Filipinas, creado a costa de trabajo y de vencer contrariedades, especialmente de parte de Holanda, interesada en impedir la navegación directa de España por el cabo de Buena-Esperanza a las Indias Orientales y nuestro tráfico con ellas. Otras naciones que también parecían dispuestas a oponerse a aquella creación, guardaron silencio, acaso a consecuencia de una memoria que escribió Floridablanca combatiendo las ideas y las pretensiones de los holandeses. Otros españoles la defendieron también con valentía y con entusiasmo{17}. El rey, los príncipes e infantes, corporaciones y capitalistas particulares se interesaron en ella adquiriendo acciones; más de veinte millones de reales comprometió en sus operaciones el Banco (de cuya creación hablaremos luego), exponiendo tal vez su propia existencia: y esto, y el ser una empresa demasiado colosal son los defectos que algunos le han hallado. Veinte años fue el plazo que en el privilegio se fijó a sus especulaciones.
A la creación de aquellos establecimientos hubieron de preceder y seguir muchas providencias encaminadas a proteger el comercio y la industria nacional, ahogada con la introducción de géneros, mercancías y artefactos extranjeros. Para facilitar la concurrencia de los artículos manufacturados en el reino, y que alcanzasen la preferencia, si posible fuese, y para poder prohibir la entrada de efectos innecesarios y que solo servían para privar del trabajo a nuestros operarios y menestrales y convertirlos en mendigos, fue preciso hacer un arreglo en el sistema de aduanas, y modificar los aranceles, cortando abusos y derogando derechos inconvenientes y gracias excesivas que se habían concedido a varias naciones, para lo cual fue menester gran tesón y fortaleza de parte del rey y de sus ministros. Tuviéronla en efecto así Floridablanca como Lerena, y aquél hizo justicia a éste, ensalzando el valor y el esfuerzo que había necesitado para reformar la aduana de Cádiz y las demás del reino. De contado se uniformaron y nivelaron todas, igualándolas en derechos sin distinción de provincias; beneficio que refundió más directamente en el principado de Cataluña, donde los derechos para las mercancías extranjeras eran antes más bajos que en Castilla y Aragón, y con esta reforma progresó, como era natural, la fabricación del país, y se aumentaron los productos de su industria{18}.
Procurose en el nuevo arancel universal de entradas, como aconsejaban los buenos y más incuestionables principios económicos, o eximir o aliviar de derechos las primeras materias, los simples, las máquinas y demás artículos que pudieran ser útiles al fomento de nuestra industria, y gravar o recargar prudentemente los géneros, efectos o artefactos que pudieran arruinarla o perjudicarla, o dañar de cualquier modo a la agricultura, a la fabricación o al comercio nacional. Además, según iba aconsejando la conveniencia se dictaban disposiciones parciales, ya prohibiendo la introducción de ciertos o determinados artículos, ya alterando la tarifa de los derechos{19}. Sin que nosotros defendamos que presidiera siempre el mejor acierto en tales providencias, no hay duda que de su conjunto y del comercio libre de Indias resultó que en pocos años la renta de aduanas dio al erario el aumento de más de un duplo, pues de sesenta millones escasos que antes producían subieron a más de ciento treinta, según arrojaban los estados que anualmente presentaba el ministro de Hacienda{20}.
Otra de las creaciones que influyeron más en la vida mercantil de nuestra nación en esta época fue la del Banco nacional de San Carlos que indicamos poco ha. Nació este pensamiento de la necesidad de sostener la guerra de 1779 a 1783, sin tener que enajenar rentas de la corona, ni imponer nuevos y onerosos gravámenes, y sin desatender al servicio público. En la precisión de buscar quien anticipara crecidas sumas de dinero a un interés módico, se acudió a los Cinco Gremios mayores, con los cuales en efecto se contrató un empréstito de sesenta millones distribuidos en seis mensualidades. Mas pronto se vio aquella corporación en la imposibilidad de cumplir su empeño sin faltar a las obligaciones de su instituto, y como no encontrase entre los comerciantes de Génova y Holanda a quienes se dirigió el auxilio que solicitaba para llenar sus compromisos, faltáronle fondos para continuar los pagos. Apeló entonces el gobierno a un empréstito de diez millones de pesos, que le ofrecieron varias casas españolas y extranjeras, a reembolsar en billetes, que entonces se denominaban vales reales, con el interés de cuatro por ciento, los cuales habían de correr en el mercado y admitirse en el comercio como si fuese moneda metálica. Hízose pues la primera emisión de vales de a seiscientos pesos cada uno{21}.
Mas como se viese que no bastaba esta operación a cubrir las necesidades ordinarias del servicio y las extraordinarias de la guerra, tomáronse a préstamo otros cinco millones de pesos, emitiendo para su pago vales de a trescientos, llamados medios vales por representar cada uno la mitad de la cantidad de los anteriores, lo cual se hizo para facilitar su circulación y empleo en los pequeños pagos, que era el inconveniente de los de a seiscientos. En vano representó Floridablanca que este aumento de papel moneda envilecería su valor y arruinaría el crédito, en tanto que a los tenedores no se les facilitase su reducción a metálico siempre que les conviniera o quisieran, para lo cual proponía la creación de una caja interina de reducción o descuento, que podía constituirse con los fondos que se habían negociado y hecho venir de Portugal. Mas con sorpresa suya, y cuando ya tenía redactadas en minuta las órdenes en este sentido, en una junta celebrada en las casas del gobernador del Consejo acordose la nueva creación de vales, sin adoptarse la de la caja interina de descuentos, y expidiose en su virtud el real decreto (20 de marzo, 1781), emitiendo los nuevos vales de a trescientos pesos, con el mismo interés de cuatro por ciento que los anteriores, y empezando su numeración desde el número 16.501 en que aquellos concluían{22}.
Sucedió lo que aquel sabio y previsor ministro había pronosticado. El papel comenzó a caer en descrédito, y el dinero a esconderse y disminuir. El gobierno mismo buscaba la moneda en especie para pagar al ejército, los empleados y la casa real, y los capitalistas lo regateaban ponderando los riesgos de los vales. Los mismos tenedores del papel andaban en busca del oro y la plata para hacer sus pagos en cantidades menores de los trescientos pesos, y aun ofrecían ya premio por el cambio. De esta manera, de depreciación en depreciación llegó a perder el papel más de un veinte y dos por ciento, y hasta se formaban pleitos para no admitir pagos en vales a pesar de la ley, o para que se abonase el premio del cambio corriente. En tal situación ocurrió al ministro de Estado la idea de la formación de un banco, al modo de los que ya existían en Inglaterra y Holanda, que facilitara las operaciones mercantiles y evitara o contuviera la ruina de nuestro crédito. Habló al efecto con el francés don Francisco Cabarrús, activo y hábil negociante, hombre de muy claro ingenio, que ya le había sido recomendado por don Miguel de Múzquiz para tratar de la creación de los primeros vales. Este fue el que extendió la exposición y proyecto del Banco, que examinado en junta de ministros y de otras personas escogidas que se reunieron en casa del gobernador del Consejo don Manuel Ventura Figueroa, y que se amplió después con el concurso de individuos de la nobleza, diputados del reino, de los Cinco Gremios mayores, de los Consejos, del ayuntamiento, y del comercio de Madrid y Cádiz, y aprobado el plan con algunas modificaciones, dio por resultado la real cédula de 2 de junio de 1782, por la cual se erigió el Banco nacional de San Carlos{23}.
Trescientos millones de reales constituían su fondo en ciento cincuenta mil acciones. Expresábanse en la real cédula los objetos de su instituto, que eran, formar una caja general de pagos y reducciones para satisfacer, anticipar y reducir a dinero efectivo todas las letras de cambio, vales de tesorería, y pagarés que voluntariamente se llevasen a él; administrar o tomar a su cargo los asientos del ejército y marina dentro y fuera del reino; y pagar todas las obligaciones del giro en los países extranjeros con la comisión de uno por ciento{24}. Adversarios e impugnadores tuvo el Banco desde su principio, así en el extranjero como en España. Combatiéronle los extractores de moneda, los cambistas usureros, y todos aquellos que resultaban perjudicados en sus intereses, para lo cual hacían valer los crecientes apuros de la guerra y las circunstancias nada propicias para poderse desenvolver y atender a todo un establecimiento nuevo. Dañábale también el nombre de Cabarrús, ya por emulación de unos a su talento, ya por envidia de otros a su posición, ya porque se observara que no se descuidaba en hacer su propio negocio{25}.
Quien trabajó principalmente por desacreditar el Banco de España, la creación de vales y la compañía de Filipinas, fue el francés Mirabeau, que tanta celebridad adquirió después en la revolución francesa. De propósito escribió una obra contra el establecimiento y contra su promovedor Cabarrús{26}, obra cuya introducción se creyó oportuno prohibir bajo las penas más rigurosas{27}. Acerca de ella decía el conde de Floridablanca al de Aranda: «En lo respectivo a Banco, nos ha hecho un buen servicio el extravagante, ridículo, falsario y venal Mirabeau, porque desacreditando las acciones de este ventajoso establecimiento, pone a los franceses, que las han negociado caras, en la necesidad de venderlas baratas, con lo que podrán comprarlas mejor nuestros nacionales. Sin embargo, como los pueblos, comunidades, mayorazgos y obras pías del reino tienen tomadas ciento y un mil y aún más acciones, que no pueden pasar al extranjero, y de las restantes hasta ciento cincuenta mil se han negociado veinte y cinco mil a precios crecidos a su creación entre nacionales, que no pueden venderlas por igual precio, puede V. E. colegir cuán poco debemos cuidarnos de lo que escribe, habla y ejecuta la ligereza galicana. En efecto, a no ser porque no corriesen impunemente las falsedades y equivocaciones del libro de Mirabeau, lo hubiésemos dejado correr: pero por decoro, y porque no se cause perjuicio a algunas casas acreditadas de Francia que empezaron a dar ejemplo, tomando acciones para que otros las buscasen, ha parecido prohibir la tal obra, y practicar otros medios prudentes que atajen aquel daño de tercero: bien que dentro de poco tiempo se tocarán los sofismas de esos economastros franceses, y que el Banco es otra cosa que el sistema de Law. Por esto no queremos que se escriba ni responda a tales folletos.{28}»
Sin que nosotros neguemos que la organización del Banco fuera defectuosa, que la dependencia del gobierno le fuera perjudicial, que sus directores ni fueran todo lo prudentes que debieran en las operaciones que emprendieron, ni correspondieran perfectamente a las esperanzas que del establecimiento se hicieron concebir, no puede a pesar de todo desconocerse que con la reducción de los vales a dinero y el descuento de letras, se aquietaron los tenedores, recobró su crédito el papel hasta el punto de ganar ya un premio, y la corona y la nación entera se libertaron de una quiebra vergonzosa. Y si bien escritores extranjeros posteriores a Mirabeau suponen que un gobierno tan honrado como el de Carlos III habría hallado dinero fácilmente sin los riesgos del Banco, convienen en que sirvió poderosamente a la causa del comercio, y afirman que Cabarrús hizo un gran bien, despertando a los españoles y fijando su atención en las teorías del crédito y en las ciencias económicas{29}.
{1} Lástima fue que este hombre insigne cometiera el inconcebible descuido de hacer sin el debido examen geológico del terreno las hermosas obras comprendidas desde la almenara de San Antonio hasta más abajo de las paradas; error que pagó muy caro, pues al ver que, echadas las aguas, el terreno en unas partes se rasgaba en profundas simas arrastrando tras sí lo fabricado en algunos puntos, y en otras se abría en anchurosas grietas, y no acertando a remediar este mal con los ensayos que hizo, alterose su salud, y vino a sucumbir víctima de su pundonor y delicadeza.
{2} En el Diccionario geográfico de Madoz, artículo Aragón, se dan curiosas y prolijas noticias de los proyectos y planos de ingenieros extranjeros y nacionales, obras que se ejecutaron en diferentes épocas, coste de cada una de ellas, alteraciones que hubo en la dirección y administración, pueblos y terrenos beneficiados, derechos y productos de la navegación, y finalmente de todas las vicisitudes de esta obra inmortal desde su principio hasta el estado en que se encuentra en nuestros días.
{3} En el Diccionario antes citado, artículo Canal de Tauste, se puede ver un resumen de su historia desde la concesión hecha por el rey de Navarra don Teobaldo I a las villas de Cabanillas y Fustiñana en 1252, hasta el Real decreto de 1848, por el que se devolvió la acequia a los pueblos de Tauste, Cabanillas, Fustiñana y Buñuel que la construyeron.
{4} En el año 1802 reventó el famoso pantano de Lorca por el centro de su muro, causando infinitos estragos en la población y en la comarca, en la circunferencia de muchas leguas.
{5} El pensamiento de esta nueva población, en el sitio en que se cree estuvo la antigua Ura de los Bastetanos, fue del conde de Aranda, en el tiempo que tuvo el cargo de capitán general de los reinos de Valencia y Murcia. Hoy cuenta más de 1.260 vecinos.
{6} Así se lo escribía al de Aranda en carta de 3 de setiembre de 1785.
{7} Memoria de Floridablanca.
{8} Circular de 6 de diciembre de 1785.
{9} Real cédula de 15 de junio de 1788.
{10} Titulábase este célebre documento: Instrucción reservada que la Junta de Estado, creada formalmente por mi decreto de este día (8 de julio de 1787), deberá observar en todos los puntos y ramos encargados a su conocimiento y examen.» Poseía original este manuscrito el sucesor del conde de Floridablanca, marqués de Miraflores, el cual proporcionó copia de él a don Andrés Muriel, que le dio a la estampa con una Introducción. Es un tomo en 8.º de 470 páginas.
{11} Floridablanca, Memorial al rey.
{12} Valcárcel, Agricultura general, y gobierno de la Casa de Campo.– Calvo y Julián, Discurso político, rústico y legal sobre las labores, ganados y plantíos.
{13} Cuando Floridablanca escribía su Memoria, estaba todavía en construcción este edificio, y decía de él: «En cuya obra se empieza ya a descubrir que competirán la generosidad con la solidez, y la utilidad con la elegancia y hermosura: más de 700 pies de línea ocupa este soberbio edificio, que se halla muy adelantado... &c.»
{14} Nueve millones dice, sin duda equivocadamente, Ferrer del Río. Veinte y siete dice la Memoria de Floridablanca que tenemos a la vista, y esto debe ser lo exacto.
{15} El conde de Floridablanca, con una franqueza y una lealtad que le honra sobremanera, hace expresa y nominal mención de los que más principalmente le ayudaron en esta grande empresa, recomendando al rey su patriotismo y sus servicios; tales como los dos directores generales de caminos don Vicente Carrasco y don Joaquín de Iturbide, los presidentes de las chancillerías de Valladolid y Granada don Pedro Burriel y don Juan Mariño, en Córdoba el marqués de Cabriñana, en León el de Montevírgen, en Valencia el de Valeros, en Santander el Prior y los cónsules, en Navarra sus diputados, en Antequera el conde de la Camorra, en Málaga el coronel don Diego de Córdoba, en Murcia el regidor perpetuo don José Moñino, en Palencia don Cristóbal Ramírez, &c., &c.
{16} Ordenanza para el libre comercio con las colonias: 1778.– Real cédula extendiendo el comercio libre a Buenos-Aires, y puertos del Perú y Chile.– Sevilla, Cartagena, Alicante, Barcelona, Santander, la Coruña y Gijón, quedaron autorizadas a comerciar directamente con las islas de Borlovento, Cuba, Santo Domingo y Puerto-Rico, como asimismo con Yucatán, Campeche y la Luisiana, sin sujeción a las añejas fórmulas, y con solo tomar una guía en las aduanas y pagar el 6 por 100 de derechos del valor de las mercancías a su salida de España. Extendiose más tarde la misma autorización a otros cinco puertos de la península. Por fin, todas las provincias de España pudieron disfrutar de las ventajas del comercio libre con América, a excepción de las provincias Vascongadas, que prefirieron la conservación de sus fueros a las utilidades de aquella libertad.– Campomanes, Apéndice a la Educación popular.– De lo que don José de Gálvez, marqués de la Sonora, había hecho en favor del comercio entre las Américas españolas y la metrópoli, dijimos ya algo en el capítulo 3.º de este libro.
{17} Foronda, Utilidad de la Compañía de Filipinas.
{18} Ya antes se había abolido en Cataluña el gravosísimo derecho de la bolla. Era la bolla un tributo semejante al de la alcabala en Castilla, pero mucho más pesado y cruel, pues en Castilla no pasaba del seis a siete por ciento, y en Cataluña subía al quince. Cada fabricante al empezar, por ejemplo, el tejido de una tela tenía que avisar al recaudador del derecho para que pusiese un plomo, y al concluirla estaba obligado a dar nuevo aviso para que pusiese otro. Además cada vez que el comerciante o fabricante vendía una parte de la pieza, aunque fuese de un palmo, estaba obligado a avisar al bollero para que acudiese a poner un sello de cera, que era lo que llamaban bolla, y cobrar el quince por ciento de la venta. Fácilmente puede calcularse lo que tan monstruoso derecho entorpecía la prosperidad del comercio y la fabricación, y la favorable mudanza que produciría su extinción, y más cuando fue subrogada con el aumento de derechos a los géneros extranjeros, la igualación de las aduanas del Principado con las demás del reino.
{19} De estas podríamos citar muchas que se encuentran en la Colección de Pragmáticas, Cédulas, Reales órdenes, &c. del reinado de Carlos III, así como acerca de la prohibición de extraer algunas producciones del reino, como el esparto, la libertad de extracción de otros productos nacionales, la exención de toda especie de derecho o gabela a los pescados de las pesquerías del reino, las medidas acerca de la introducción de libros extranjeros, y otras que sería largo enumerar.
{20} En 1787 subieron a más de 171 millones, según los estados insertos en el Diccionario de Hacienda de Canga-Argüelles, artículo Aduanas.
{21} Real decreto de 30 de agosto, y Real Cédula de 20 de setiembre de 1780.
{22} Habían de empezar a correr desde 1.º de abril, y sus intereses a cobrarse desde 1782, al tiempo que se renovaran los de la primera creación.
{23} Floridablanca en su Memoria se lamenta mucho de que no hubiera sido atendida su proposición sobre la caja de descuentos, y del desorden y confusión que produjo la emisión de tanto papel moneda sin aquel establecimiento u otro semejante.
{24} Puede verse en dicha real cedula todo lo relativo a la organización y dirección del Banco. Siguieron a su instalación algunas aclaraciones, y ciertas providencias sobre el modo de hacerse las operaciones.– Pragmática de 2 de junio de 1782.– Reales cédulas de 20 de junio y 27 de agosto de ídem.
{25} No debía ser infundado este último cargo, cuando el mismo Floridablanca, que se valió de él, decía en su Memoria: «Ha sufrido Cabarrús una emulación sin límites, y un partido contrario y formidable que trabaja por destruirle y destruir todos sus proyectos. No niego que este hombre ha hecho su negocio con ventajas y grandes utilidades propias, y que la osadía de su elocuencia y su imaginación ardiente en los papeles que ha publicado y en todo lo que ha emprendido, ha chocado a muchas personas, y aumentado el número de sus contrarios. Pero tampoco puedo dejar de hacer la justicia de que le somos deudores de haber salido de gran parte de nuestros ahogos, y de muchos pensamientos útiles al Banco y a la nación entera.»
{26} De la Banque d' Espagne, dite de St. Charles, par le comte de Mirabeau.
{27} Provisión de 9 de julio de 1785.
{28} Carta de Floridablanca a Aranda, 18 de julio de 1785.
{29} William Coxe, España bajo los Borbones, Parte adicional, cap. 7.º– Sin embargo, es menester que se sepa que Cabarrús no fue el verdadero creador del Banco, sino el ejecutor del pensamiento de otros. En carta confidencial de Floridablanca a Aranda fecha 3 de setiembre de 1785, se lee lo siguiente: «La han tomado con Cabarrús, que no ha sido más que un instrumento activo de lo que pensamos otros, y trazamos en testa de fierro.»