Filosofía en español 
Filosofía en español


Parte tercera Edad moderna

Libro X Guerra de la independencia de España

Apéndice
Sobre el incendio y saqueo de San Sebastián

Hízose tan ruidoso, y adquirió tan triste celebridad el suceso que sirve de epígrafe a este Apéndice; se habló y se escribió tanto sobre los causadores de aquella calamidad, y hemos visto en escritores graves, y que deberían estar bien informados, tan extraño juicio, o por mejor decir, tan extraña duda acerca de esto mismo, que nos ha parecido deber aclarar e ilustrar este punto, más de lo que en el texto hemos podido hacerlo, con documentos auténticos y originales, que hemos tenido la fortuna de adquirir y tener a la vista, y se conservan en el archivo municipal de la ciudad que sufrió la catástrofe.

Tan luego como se difundió por España la noticia de aquella horrible devastación, la opinión pública, así en las conversaciones como en los periódicos que entonces veían la luz, culpó de tan abominables excesos a las mismas tropas anglo-portuguesas que habían entrado en la ciudad como libertadoras, y no eximía de culpa y de responsabilidad al general inglés que las mandaba. La Regencia del reino, movida por este universal clamor, al cual no podía ser indiferente, se dirigió por medio del ministro de la Guerra al mismo duque de Ciudad-Rodrigo para que la informase sobre el particular. El generalísimo contestó remitiéndose a lo que, como súbdito de la Gran Bretaña, informaba al embajador de su nación, con quien la Regencia debería entenderse.

Trató, como era natural, lord Wellington de justificar en este informe a sir Thomas Graham y a sus oficiales de la inculpación de incendiarios que se les hacía, y del designio que se les atribuía de querer vengarse de aquella población por su comercio con los franceses en desventaja de los intereses de la Gran Bretaña. Aseguraba haber hecho lo posible por conservar la ciudad, negándose a bombardearla como le proponían. Afirmaba que el 30 de agosto, cuando él estuvo en el sitio, ardía ya la ciudad, y que era preciso que el fuego le hubiese puesto el enemigo: que en las calles había sido terrible el choque entre los sitiadores y la guarnición, y que habían hecho explosión muchos combustibles atravesados en ellas, ocasionando la muerte de muchas personas y el incendio de varios edificios. «En cuanto al saqueo por los soldados, decía, soy el primero a confesarlo, porque sé que ha sido cierto. Me ha tocado la suerte de tomar muchas ciudades por asalto, y siento añadir que nunca he visto ni he oído de ninguna tomada de este modo por ningunas tropas sin ser saqueada. Es una de las perniciosas consecuencias que acompañan a la necesidad de un asalto…»– Que en orden a los daños causados a los habitantes por los soldados con armas de fuego y bayonetas en recompensa de sus aplausos y vivas, serían por accidente durante el choque en las calles con el enemigo, y no deliberadamente.– Que en cuanto a la benignidad para con la guarnición enemiga, era muy fundada, y que sería dificultoso conseguir de los oficiales y soldados británicos que no traten bien al enemigo cuando se rinde prisionero.– Que se había hecho lo posible por las tropas británicas para apagar el fuego; y por último, que en el parte del general Rey al gobierno francés se decía que cuando se comenzó el asalto ardía la ciudad en seis parajes distintos, lo que probaba que no había sido puesto el fuego por los soldados ingleses.

Tanta importancia dio la Regencia a esta manifestación del duque de Ciudad-Rodrigo, y tanta necesidad veía de aplacar los ánimos irritados, que la hizo publicar por suplemento extraordinario a la Gaceta de Madrid.

Veamos ahora los documentos y testimonios que en contra de esta justificación y en sentido enteramente opuesto se levantaron.

Ardiendo todavía la ciudad, y a la vista del humo y de las llamas, algunos individuos del ayuntamiento y otros vecinos de los que andaban fugitivos y dispersos tomaron la resolución heroica de juntarse en la comunidad de Zubieta, con el fin que se verá por las célebres sesiones, dignas de inmortal memoria, y de que ahora daremos cuenta. El acta de la primera sesión, que merece bien ser conocida, decía a la letra así:

«En la comunidad de Zubieta y su casa solar de Aizpurúa, jurisdicción de la M. N. y M. L. C. de San Sebastián, a 8 de setiembre de 1813, se juntaron y congregaron previo mutuo aviso y acuerdo, viniendo desde Pasajes, Orio, Usurbil e Igueldo, donde se hallan provisionalmente con sus familias, los señores don Miguel Antonio de Bengoechea y don Manuel de Gogorza, alcaldes y jueces ordinarios, don José Santiago de Claeseno, don José María de Ezeiza y don Joaquín Antonio de Aramburu, prior del ilustre cabildo eclesiástico, don Joaquín Santiago de Larreandi y don Joaquín Pío de Armendáriz, presbíteros beneficiados, don Joaquín Luis de Bermingham, don Bartolomé de Olózaga, prior y cónsul del ilustre consulado, don José María de Soroa y Soroa, don Evaristo de Echague, don José Elices de Legarda, don José Ignacio de Sagasti, don Sebastián Ignacio de Alzate, don Francisco Antonio de Barandiarán, don Rafael de Bengoechea, don Manuel de Riera y don Domingo de Galardi, todos vecinos de dicha ciudad, a una conmigo el infrascrito secretario de ayuntamiento de la misma, no habiendo asistido otros muchos por no habérseles pasado aviso a causa de ignorarse su paradero por la total dispersión del vecindario y después de un gran rato de un triste y profundo silencio, interrumpido por los sollozos y lágrimas excitadas al verse reunidos los señores concurrentes, pálidos, macilentos, traspasados de dolor y desarropados los más, hablaron alternativamente los dos señores alcaldes, aplaudiendo el celo patriótico que manifestaban todos estos señores con haberse reunido aquí, abandonando sus familias y olvidando sus particulares desgracias, a tratar del partido que debía tomarse en estas tristes circunstancias a favor de todo el vecindario, y agradeciendo los parabienes que con lágrimas y con la efusión más sincera de sus corazones, les dieron los que no habían estado dentro de la plaza durante el sitio, por haber salido con vida dichos señores alcaldes, síndico y presbítero beneficiado don Joaquín Santiago de Larreandi, pidieron que se ocupase desde luego el congreso acerca de los medios que debían adoptarse para reunir el vecindario y tratar de reparar sus pérdidas, si es que podían repararse tantas muertes, heridas, violaciones de mujeres de todas edades, saqueo total de cuanto encerraban las casas, tiendas y almacenes, y por último el incendio general de toda la ciudad, que aun en este día y en este momento continúa desde el anochecer del 31 de agosto en que principió, siendo lo más sensible y doloroso que todas estas muertes, heridas, violaciones, saqueo total e incendio, hayan sido causados por las tropas que tomaron por asalto la plaza, por los ingleses y portugueses nuestros aliados, que habiendo sido recibidos cuando ganaron la brecha, por los habitantes de la ciudad con vivas y aclamaciones, correspondieron bárbaramente con fusilazos, y se entregaron en seguida la noche del 31, y en todo el día siguiente a los mayores desórdenes y horrores, de modo que todo el vecindario tuvo que huir y salir del pueblo el 1.º y 2.º del corriente, despavorido y medio desnudo: y aun los dos señores alcaldes hubieron de hacer lo mismo por salvar sus vidas, viendo que cuantos esfuerzos hicieron con los ingleses y portugueses para contener las muertes, violaciones, pillaje y fuego de alas casas, eran inútiles e infructuosos. El congreso sin embargo de hallarse atónito, asombrado y fuera de sí con la horrorosa catástrofe que ha presenciado y con la vista de la desnudez y figura cadavérica en que han salido cuantos se hallaban dentro de la plaza por el atroz y bárbaro trato de los ingleses y portugueses, y a pesar de la miseria en que se hallan todos los que lo componen, por haber perdido cuantos bienes poseían a resulta del saqueo y subsiguiente incendio, olvidando en este momento sus particulares infortunios, recordó que en diversas épocas anteriores se ha abrasado la ciudad de San Sebastián enteramente por incendios, aunque casuales, y que no obstante por la constancia y amor de los habitantes a su nativo suelo, ha vuelto a repoblarse hasta el punto de opulencia y esplendor que la hicieron ya famosa en ambos hemisferios, utilísima al Estado y muy amada de los reyes por sus distinguidos servicios. Convino en que imitando la magnanimidad de sus antepasados, sin abatirse por la espantosa calamidad presente, se debían poner todos los medios imaginables para la más pronta repoblación de la ciudad; y considerando que el medio más eficaz de que no se disperse y emigre a otras provincias la parte del vecindario que se ha salvado de la furia de los anglo-lusitanos, de conservar siquiera los templos y algunas casas, atraer los habitantes, reedificar la ciudad y conseguir del Gobierno algunos auxilios, es la creación de un ayuntamiento que reúna la voz, representación y derechos de todos los vecinos, y lleve el nombre de la ciudad de San Sebastián para que suene su existencia política, ya que ha desaparecido la física por su quema total, resolvió de común conformidad y ante todas cosas escribir con propio a la Diputación provincial que reside en Tolosa, la carta siguiente firmada por todos los que componen el congreso (no se copia porque se limita a pedir la indicada rehabilitación). Después de escrita, firmada y despachada, continúa el acta, la precedente carta, se volvió a tratar sobre las atroces circunstancias con que ha sido tomada la plaza por los sitiadores, tratando a los habitantes de una ciudad tan patriótica, fiel, adicta a la gloriosa causa de la nación, mucho peor que si fuera enemiga; mas todos los individuos del congreso sofocaron sus resentimientos particulares, conociendo importaba mucho conservar la reputación de los aliados en un tiempo en que iban a entrar en el territorio enemigo, y que perjudicaría a la causa de la nación publicar en estas circunstancias su atroz y bárbara conducta. Sacrificando, pues, todo el congreso unánimemente en favor del bien general toda reclamación sentida, fijó su atención y esperanza en el invencible lord duque de Ciudad-Rodrigo, para quien se dispuso y aprobó con entusiasmo la representación siguiente; que se encargó a los señores don José Ignacio de Sagasti, don José María de Soroa y Soroa y don Joaquín Luis de Bermingham, la pusieran en limpio y dirigiesen al lord duque, firmándola los tres a nombre de la junta.»

La exposición decía:

«Excmo. Sr.–: El ayuntamiento de la ciudad de San Sebastián y una gran parte de sus principales vecinos se hallan reunidos en el barrio de Zubieta, jurisdicción de la misma ciudad, con el objeto de acudir a cuantos medios pueda sugerir la imaginación para el alivio de los desgraciados habitantes de ella.

»Por un movimiento espontáneo y unánime se ha fijado la vista de los miembros de esta junta en el héroe de la nación, en el restaurador de la independencia de España, en V. E. en fin, cuyas virtudes privadas dan tanto realce a su gloria militar. Nuestra confianza en la grandeza de alma de V. E. es ilimitada, y nuestro espíritu, aunque abatido, no nos conducirá a la desesperación, si V. E. se digna protegernos con la generosidad propia de su carácter.

»El congreso omitirá la relación detallada de los tristes acontecimientos de San Sebastián desde el 31 de agosto hasta el día de hoy, por no renovar el intenso dolor de los que han debido causar en un corazón tan sensible como el de V. E., y se limitará a la mención en grande de una espantosa catástrofe.

»San Sebastián, Sr. Excmo., ha padecido un saqueo horrible con los demás excesos anexos a él, y un incendio de cerca de seiscientas casas, en el cual han consumido las llamas el valor de 90.000.000 de reales. Este funesto accidente ha causado la ruina de más de mil quinientas familias, y ha reducido las siete octavas partes de ellas a la desnudez absoluta y a la mendicidad, en un país cuyos habitantes carecen de lo más preciso aun para su propia subsistencia, a resulta de haber sido ocupado por el enemigo durante cinco años.

»En medio de este caos de calamidades no se ha notado el menor síntoma de tibieza en el constitucional patriotismo que ha manifestado desde el año de 1808 esta infeliz ciudad. Si nuevos sacrificios fuesen posibles y necesarios, no se vacilaría un momento en resignarse a ellos. Finalmente, si la combinación de las operaciones militares o la seguridad del territorio español exigiese que renunciásemos por algún tiempo o para siempre a la dulce esperanza de ver reedificada y restablecida nuestra ciudad, nuestra conformidad sería unánime, mayormente si, como es justo, nuestras pérdidas fuesen soportadas a prorrata entre todos nuestros compatriotas de la península y ultramar.

»Moscú fue incendiada, y experimentó grandes pérdidas. La Europa entera conoce los felices efectos que produjo a la Rusia y a los aliados esta mágica resolución; pero las pérdidas de Moscú han sido indemnizadas por todo el imperio ruso y por la generosa nación británica. ¿Y la infeliz ciudad de San Sebastián, tan benemérita ciudad, será abandonada a su desgraciada suerte? No; San Sebastián no reclama en vano la protección del inmortal duque de Ciudad-Rodrigo; los justos clamores de los habitantes de esta ciudad serán trasmitidos por el órgano de V. E. a nuestra Regencia, al ministerio británico, y a los corazones piadosos de esta ilustre nación, y San Sebastián renacerá.

»Séanos permitido este presagio inspirado por el alto concepto que tiene formado el orbe de las bellas cualidades que adornan a V. E., y permítasenos también el reiterarle la triste situación de mil quinientas familias pobres de San Sebastián, que andan errantes sin asilo y sin pan. Somos con la más alta consideración de V. E. muy rendidos servidores. Zubieta 8 de setiembre de 1813.»

«Concluida la lectura, sigue el acta, de la representación precedente, se ocupó la junta en formar una memoria de todo lo ocurrido al tiempo del asalto y después que se apoderaron de la plaza los aliados, con lo que informaron extensamente los dos señores alcaldes, síndico, presbítero beneficiado don Joaquín Santiago de Larreandi y otros varios vecinos que estaban dentro de la plaza, y hallándose extendiendo dicha memoria llegó aviso de que se había rendido esta mañana por capitulación el castillo de la Mota, al que se retiraron los franceses el mismo día del asalto, y para cuya expugnación no había permitido el fuego que abrasaba el pueblo tomar antes disposiciones activas. La junta en vista de esta noticia se apresuró a felicitar al general inglés comandante de las tropas aliadas, que ocupan la plaza de San Sebastián, con un oficio que resolvió lo llevase y entregase yo el secretario, acompañado de uno de los alguaciles de la ciudad que también se presentaron, y dicho oficio se extendió en los términos siguientes:

«El magistrado de esa ciudad de San Sebastián que se halla reunido en este pueblo de su jurisdicción acaba de saber con la mayor satisfacción que el castillo de la Mota se ha rendido. Cree de su deber felicitar a V. E. por este acontecimiento en que interesa la causa común al mismo tiempo que su obligación le impele a preguntar a V. E., si podrá trasladarse y tomar con libertad sus funciones en favor de la causa de la nación y de los habitantes. A este fin se dirige a V. E. de cuya atención espera se sirva expresarle, si podrá disponer de los edificios, tanto de los que existan, como de los derruidos, y tomar en cumplimiento de sus deberes las providencias que tenga por convenientes al mayor bien de los habitantes, sirviéndose V. E. expresarle el apoyo y auxilio que le dispensará de su parte. Renueva a V. E. sus respetos y ruega a Dios guarde a V. E. muchos años. Zubieta 8 de setiembre de 1813. Al Excmo. Sr. general, comandante general de las tropas aliadas en San Sebastián.» Con tanto se disolvió por hoy esta junta, quedando convocados todos los señores concurrentes a esta misma casa de Aizpurúa por hallarse ocupada la consistorial, para mañana a las nueve; y por mandado de la misma junta firmé esta acta yo el secretario.– Ante mí José Joaquín de Arizmendi.»

Por abreviar esta relación no copiaremos ya íntegras, aunque también las tenemos a la vista, las actas de la segunda y tercera reunión. Diremos solo compendiando, que en la segunda junta de 9 de setiembre se prosiguió en la redacción de la Memoria, y al concluirla llegó el propio enviado a la Diputación provincial con la respuesta, elogiando su conducta y patriotismo, y diciendo que se le enviaran dos o tres individuos a tratar con la misma, facultándole para nombrar nuevo ayuntamiento interino, o rehabilitar interinamente el actual.– Se quedó en reunirse para esto a las tres de la tarde.– En esta tercera junta se acordó elegir a los mismos capitulares anteriores: nombrar comisionados para conferir con la Diputación, facultándoles para sugerir cuantos medios estimen convenientes para reparar cuanto antes la ciudad, recurrir a nuestro gobierno y al británico, nombrar en caso necesario agentes en Londres, publicar un Manifiesto de todo lo ocurrido, que el Ayuntamiento convoque los vecinos de intra y extramuros a las nueve de la mañana del 12 del corriente para proceder a la jura de la Constitución y nombramiento de nuevo ayuntamiento, darse a conocer a los jefes militares, traer y auxiliar a los vecinos que quieran reconocer los escombros y restos de las casas, &c. El último acuerdo fue dar gracias a los vecinos de la comunidad de Zubieta. Y concluía el acta: «Ante mí José Elías de Legarda.»

Tales fueron las memorables actas de Zubieta, de cuyos acuerdos fue también resultado el Manifiesto que el Ayuntamiento, cabildo eclesiástico, ilustre consulado y vecinos de la ciudad de San Sebastián presentaron a la nación sobre la conducta de las tropas británicas y portuguesas en aquella plaza el 31 de agosto de 1813 y días sucesivos, en que se referían los horribles excesos y abominaciones de que dimos una muestra en el capítulo XXVI de este libro, copiando algunos párrafos de aquel documento. Firmábanle todos los constituyentes de dichas tres comunidades, y 169 vecinos más; y se publicó en 16 de enero de 1814.

A este Manifiesto siguió la publicación, por vía de suplemento, de varias comunicaciones oficiales que habían mediado, diciendo que lo hacían «para confundir a los detractores, y a los que han extrañado el silencio de cuatro meses;» y son los que siguen.

Representación al duque de Ciudad-Rodrigo

»Excmo. Sr.– Como comisionados del Magistrado y vecinos de la desgraciada ciudad de San Sebastián, hemos tenido el honor de dirigir a V. E una representación solicitando su poderosa protección a favor de nuestros conciudadanos. Ahora nos vemos precisados a renovar su triste situación, y la imposibilidad en que se halla el Magistrado instalado en esta ciudad por disposición superior para atender a los objetos más urgentes, si V. E. por un efecto de su compasión y autoridad no facilita un pronto socorro.

»La ciudad ve acercarse a los habitantes a su antiguo pueblo, a cuya sombra quieren acogerse para procurar la subsistencia de sus familias, pero se halla en la imposibilidad absoluta de limpiar las calles, destruir paredes que peligran, poner corrientes las fuentes, y atender a otros objetos indispensables, sin los cuales es imposible vengan los habitantes. Aun los más de éstos necesitan socorros, y el Ayuntamiento no tiene medios para ello, a no ser que V. E. disponga que se den dos mil raciones diarias, con las cuales se buscarán operarios, y se socorrerá a los infelices.

»Otro objeto del mayor interés es que los habitantes hallen en donde albergarse de la intemperie, y poder establecerse por el pronto, aunque sea con la mayor estrechez e incomodidad, pero para que esto se verifique es preciso que todos los edificios públicos se pongan a disposición del Ayuntamiento, reservándose el convento de San Telmo y la iglesia de Santa Teresa para la tropa y almacenes, y dejándose las iglesias, cárcel y unas cuarenta casas que quedan, parte derruidas, para el uso del vecindario, sin que se empleen en otro objeto, ni se ocupen con alojamientos militares.– La penetración de V. E. conocerá lo imperioso de las circunstancias, y que el cumplimiento de nuestros deberes nos obliga a hacer estas súplicas, cuyo buen resultado esperamos del justo y compasivo carácter de V. E.

»Repetimos a V. E. nuestro profundo respeto y admiración, y rogamos al Señor por las mayores prosperidades de V. E.– San Sebastián, 12 de octubre de 1813.– Como comisionados del Ayuntamiento y vecinos de la ciudad de San Sebastián.– José María de Soroa y Soroa.– Joaquin Luis de Bermingham.– Excmo. señor duque de Ciudad-Rodrigo.»

Oficio del secretario militar del duque contestando a la primera representación

«El excelentísimo señor duque de Ciudad-Rodrigo me manda manifestar a vds. que ha visto con el mayor sentimiento la exposición que en 8 del corriente le han dirigido vds. expresando las pérdidas que han experimentado los habitantes de San Sebastián.– S. E. ha visto con dolor la quema y ruina de San Sebastián, cuya desgracia debe atribuirse a la causa que ha producido a la España tantos y tan repetidos males.– El bien general exigía que la plaza fuese atacada y tomada; y en los esfuerzos que al efecto se hicieron se pegó fuego a la ciudad, resultando los males y desgracias que vds. indican, lo que no puede reflexionarse sin que los males parciales que han ocurrido disminuyan en gran manera las satisfacciones que ha proporcionado la rendición de la plaza de San Sebastián, cuyos edificios, si el fuego no los hubiera devorado, hubieran sido de la mayor utilidad a los ejércitos.– Lo que digo a vds. de orden de S. E. en contestación a su expresado papel.– Dios guarde a vds. muchos años. Lesaca, 15 de octubre de 1813.– José O'Laulor, secretario militar.– Señores del Ayuntamiento y principales habitantes de San Sebastián.»

Contestación del mismo a la segunda representación

«El excelentísimo señor duque de Ciudad-Rodrigo ha recibido la representación que vds. le han dirigido en 12 del corriente, y le es muy sensible no tener facultades ni medios de conceder las dos mil raciones que vds. piden para socorrer a los que trabajan en descombrar las calles, limpiar las fuentes, &c.– Les es a vds. notorio que es un extranjero, y que además de tener que atender a la subsistencia del ejército británico, tiene que ocurrir con cantidades de dinero y víveres al entretenimiento de los ejércitos españoles empleados en la defensa de la nación, que hasta ahora no les ha prestado lo que necesitan para su manutención y pagas.– En cuanto a la solicitud de vds. acerca de que solo se ocupen por las tropas el convento de San Telmo y la iglesia de Santa Teresa, lo tendrá en consideración, y no permitirá que se ocupen por la guarnición más edificios que los más necesarios. Lo que digo a vds. de orden de S. E.– Dios guarde a vds. muchos años. Lesaca 18 de setiembre de 1813.– José O'Laulor.–  Señores comisionados del Ayuntamiento y vecinos de San Sebastián.»

Todavía hicieron estos mismos otra representación al duque, con fecha 15 de octubre desde Usurbil, haciéndose cargo de las contestaciones de O'Laulor, pero rogándole que al menos los protegiera para conseguir la indemnización de sus pérdidas de los gobiernos español y británico.

Contestación de lord Wellington a los comisionados

«Hasta hoy no he recibido la carta de vds. de 15 de octubre último, y me es muy sensible no poder servir de utilidad alguna a la ciudad de San Sebastián.– El curso de las operaciones de la guerra hizo necesario el que la expresada plaza fuese atacada para echar al enemigo del territorio español; y fue para mí un asunto del mayor sentimiento el ver que el enemigo la destruyó por su antojo. Los libelos infamatorios que han circulado acerca de este asunto, en los que se ha atribuido a las tropas de mi mando y en virtud de orden de sus oficiales la destrucción de la ciudad (sin embargo de que en gran parte fue por asalto), hacen que sea una materia muy delicada para que yo pueda de manera alguna mezclarme en ella; y deseo vivamente no se me hagan nuevas representaciones acerca de ella, ni tener motivo de escribir nuevamente sobre este asunto.

»Dios guarde a vds. muchos años. Vera, 2 de noviembre de 1813.– Wellington, duque de Ciudad-Rodrigo.– Señores Comisionados de San Sebastián.»

En vista de estas desdeñosas y evasivas contestaciones, y de la insistencia del duque de Ciudad-Rodrigo en negar que el incendio y destrucción de la plaza hubiese sido obra de sus tropas, atribuyéndola a los franceses (a pesar de que su secretario O'Laulor hubiese dicho que en los esfuerzos para tomarla se pegó fuego a la ciudad), se instruyó por el juez de Guipúzcoa, don Pablo Antonio de Arizpe, un proceso solemne en averiguación de las causas de aquel triste suceso y de la conducta de las tropas británicas y portuguesas, en virtud de petición que al efecto le fue hecha.

Hemos tenido en nuestras manos y examinado las informaciones recibidas ante los alcaldes constitucionales de San Sebastián, y de las villas de Pasajes, Rentería, Tolosa y Zarauz en virtud de despachos del juez. Hízose a los testigos el interrogatorio siguiente:

1.º Qué conducta observaron las tropas aliadas con los vecinos de San Sebastián el día del asalto, en su noche y días sucesivos.

2.º Cuántas y cuáles personas han sido muertas y heridas.

3.º Cuándo se notó por primera vez el incendio, y quién lo causó, esto es, si fueron los enemigos o los aliados los que incendiaron.

4.º A qué casas se vio dar fuego, por quiénes, en qué día, de qué modo, y con qué combustibles.

5.º Si algunos de los aliados impidieron en alguna casa el apagar el fuego.

6.º Si se cometieron dentro de la ciudad y a su salida algunas violencias y robos, a los tres, cuatro y ocho días, y después de la rendición del castillo.

7.º Si los franceses tiraron sobre la ciudad algunas bombas, granadas o proyectiles incendiarios desde que se retiraron al castillo.

8.º Si es cierto han sido castigados algunos individuos de las tropas aliadas por los excesos cometidos en la plaza de San Sebastián.

9.º Cuántas casas son las que se han libertado del incendio, y en qué paraje de la ciudad.

El proceso está firmado a 20 de noviembre de 1813. Y concluye: «En testimonio de verdad.– José Joaquín de Alzuru.» Y la copia: «Concuerda esta copia, &c. San Sebastián, 18 de diciembre de 1813.– José Elías de Legarda.»

Centenares de testigos prestaron sus declaraciones con arreglo al interrogatorio, y de ellas resulta sobradamente justificado, no solo lo que el Ayuntamiento, Cabildo y Consulado expresaron en el Manifiesto, sino escenas y pormenores cuya lectura, no ya aflige y desconsuela, sino que horroriza y espanta, con designación de días y horas, de casas, sitios, y personas que causaron y que sufrieron aquellos desastres, cuyo solo recuerdo estremece, y nos abstenemos de estampar aquí.

Las pérdidas materiales se calcularon en 102.305.000 reales en la forma siguiente:

En seiscientas casas, quemadas o destruidas desde 1.ª a 7.ª clase.

En ajuar, muebles de las mismas, y de las del ayuntamiento y consulado.

En 45 almacenes de frutos coloniales.

En 164 tiendas.

En dinero, y alhajas de oro, plata, diamantes, &c.

El Ayuntamiento y Consulado elevaron sus recursos, plenamente justificados, ante una comisión mixta establecida en Londres, conforme a los tratados, para el examen y liquidación de las reclamaciones de perjuicios por la guerra. Hemos visto también la larga correspondencia oficial que sobre esto medió, pero el resultado fue declarar que la reclamación no estaba comprendida en la letra ni espíritu del tratado de 1823.

La ciudad, que es hoy una de las más bellas de España, fue reconstruida a costa de gravar los artículos de consumo y las importaciones del comercio, a pesar de las esperanzas que hizo concebir una real orden de junio de 1816, en que declaraba el rey que había venido en recibir bajo su real protección la empresa de aquellas obras, encomendando su dirección a la primera secretaría de Estado y del Despacho. Pero aquella real orden dio muy pocos resultados, y cuando en 1842 fueron suprimidos aquellos arbitrios, el Ayuntamiento tuvo que gravar su presupuesto ordinario para las obras de reedificación, sin que la ciudad haya logrado indemnización alguna.

Todos los años el día 31 de agosto se celebra en San Sebastián un solemne aniversario por las almas de los que perecieron en la horrorosa catástrofe de 1813, y en el catafalco que se coloca hay numerosas inscripciones en vascuence, latín y castellano, alusivas a aquel lamentable suceso.