Parte tercera ❦ Edad Moderna
Libro XI ❦ Reinado de Fernando VII
Apéndice II
Correspondencia entre el rey don Fernando y su hermano don Carlos
[ mayo-julio 1833 ]
1833: Mayo, 6.
«Madrid 6 de mayo de 1833.– Mi muy querido hermano de mi vida, Carlos mío de mi corazón. He recibido tu muy apreciable carta de 29 del pasado, y me alegro mucho de ver que estabas bueno, como también tu mujer e hijos: nosotros no tenemos novedad, gracias a Dios. Siempre he estado persuadido de lo mucho que me has querido. Creo que también lo estás del afecto que yo te profeso, pero soy padre y rey, y debo mirar por mis derechos y los de mis hijas, y también por los de mi corona.– No quiero tampoco violentar tu conciencia, ni puedo aspirar a disuadirte de tus pretendidos derechos, que fundándose en una determinación de los hombres, crees que solo Dios puede derogarlos. Pero el amor de hermano que te he tenido siempre, me impele a evitarte los disgustos que te ofrecería un país donde tus supuestos derechos son desconocidos, y los deberes de rey me obligan a alejar la presencia de un infante, cuyas pretensiones pudiesen ser pretexto de inquietud a los malcontentos.– No debiendo, pues, regresar a España por razones de la más alta política, por las leyes del reino, que así lo disponen expresamente, y por tu misma tranquilidad, que yo deseo tanto como el bien de mis pueblos, te doy licencia para que viajes desde luego con tu familia a los Estados Pontificios, dándome aviso del punto a que te dirijas, y del en que fijes tu residencia.– Al puerto de Lisboa llegará en breve uno de mis buques de guerra dispuesto para conducirte.– España es independiente de toda acción e influencia extranjera en lo que pertenece a su régimen interior; y yo obraría contra la libre y completa soberanía de mi trono, quebrantando con mengua tuya el principio de no intervención adoptado generalmente por los gabinetes de Europa, si hiciese la comunicación que me pides en tu carta.– A Dios, querido Carlos mío; cree que te ha querido, te quiere y te querrá siempre tu afectísimo e invariable hermano.– Fernando.»
1833: Mayo, 13.
«Mafra 13 de mayo de 1833.– Mi muy querido hermano mío de mi corazón, Fernando mío de mi vida.– Ayer a las tres de la tarde recibí tu carta del 6, que me entregó Córdoba, y me alegré mucho de ver que no tenías novedad, gracias a Dios: nosotros gozamos del mismo beneficio por su infinita bondad: te agradezco mucho todas las expresiones de cariño que en ella me manifiestas, y cree que se apreciar y dar su justo valor a todo lo que sale de tu corazón: quedo igualmente enterado de mi sentencia de no deber regresar a España; por lo que me das tu licencia para que viaje desde luego con mi familia a los Estados Pontificios, dándote aviso del punto a que me dirija, y del en que fije mi residencia: a lo primero te digo que me someto con gusto a la voluntad de Dios, que así lo dispone; en lo segundo no puedo menos de hacerte presente que bastante sacrificio es el no volver a su patria, para que se le añada el no poder vivir libremente en donde a uno más le convenga, para su tranquilidad, su salud y sus intereses: aquí hemos sido recibidos con las mayores consideraciones y estamos muy buenos; aquí pudiéramos vivir perfectamente en paz y tranquilidad, pudiendo tú estar bien persuadido y sosegado de que así como he sabido cumplir con mis obligaciones en circunstancias muy críticas dentro del reino, sabré del mismo modo cumplirlas en cualquier punto que me halle fuera de él, porque habiendo sido por efecto de una gracia muy especial de Dios, ésta nunca me puede faltar: sin embargo de todas estas reflexiones estoy resuelto a hacer tu voluntad, y a disfrutar del favor que me haces de enviarme un buque de guerra dispuesto para conducirme; pero antes tengo que arreglarlo todo y tomar mis disposiciones para mis particulares intereses de Madrid, viéndome igualmente precisado a recurrir a tu bondad para que me concedas algunas cantidades de mis atrasos; nada te pedí ni te hubiera pedido para un viaje que hacía por mi voluntad; pero éste varía enteramente de especie, y no podré ir adelante si no me concedes lo que te pido.– Resta el último punto, que es el de nuestro embarque en Lisboa. ¿Cómo quieres que nos metamos otra vez en un punto tan contagiado, y del que salimos por la epidemia? Dios por su infinita misericordia nos sacó libres, pero el volver casi sería tentar a Dios: estoy persuadido de que te convencerás, así como te sería del mayor dolor y sentimiento si por ir a aquel punto se contagiase cualquiera, e infestado el buque pereciésemos todos.– Adiós, querido Fernando mío: cree que te ama de corazón, como siempre te ha amado y te amará, este tu más amante hermano.– M. Carlos.»
1833: Mayo, 20.
«Madrid 20 de mayo de 1833.– Mi muy querido hermano de mi vida, Carlos mío de mi corazón. He recibido tu carta del 13, y veo con mucho gusto que estabas bueno, como igualmente tu mujer e hijos: nosotros continuamos buenos, gracias a Dios.– Vamos a hablar ahora del asunto que tenemos entre manos. Yo he respetado tu conciencia, y no he juzgado ni pronunciado sentencia alguna contra tu conducta. La necesidad de que vivas fuera de España es una medida de precaución tan conveniente para tu reposo, como para la tranquilidad de mis pueblos, exigida por las más justas razones de política, e imperada por las leyes del reino, que mandan alejar y extrañar los parientes del rey que le estorbasen manifiestamente. No es un castigo que yo te impongo, es una consecuencia forzosa de la posición en que te has colocado.– Bien debes conocer que el objeto de esta disposición no se conseguiría permaneciendo tú en la Península. No es mi ánimo acusar tu conducta por lo pasado, ni recelar de ella en adelante: sobradas pruebas te he dado de mi confianza en tu fidelidad, a pesar de las inquietudes que de tiempo en tiempo se han suscitado, y en que tal vez se ha tomado tu nombre por divisa.– A fines del año pasado se fijaron y esparcieron proclamas, excitando a un levantamiento para aclamarte por rey, aun viviendo yo; y aunque estoy cierto de que estos movimientos y provocaciones sediciosas se han hecho sin anuencia tuya, por más que no hayas manifestado públicamente tu desaprobación, no puede dudarse de que tu presencia o tu cercanía serían un incentivo para los díscolos, acostumbrados a abusar de tu nombre. Si se necesitasen pruebas de los inconvenientes de tu proximidad, bastará ver que al mismo tiempo de recibir yo tu primera carta se han difundido en gran número para alterar los ánimos copias de ella y de la declaración que la acompaña, las cuales se han sacado ciertamente del original que me enviaste. Si tú no has podido precaver la infidelidad de esta publicación, puedes conocer a lo menos la urgencia de alejar de mis pueblos cualquier origen de turbación, por más inocente que sea. Señalando para tu residencia el bello país y benigno clima de los Estados Pontificios, extraño que prefieras el Portugal como más conveniente a tu tranquilidad, cuando se halla combatido por una guerra encarnizada sobre su mismo suelo, y como favorable a tu salud cuando padece una enfermedad cruel, cuyo contagio te hace recelar que perezca toda tu familia. En los dominios del Papa puedes atender como en Portugal a tus intereses.– No te someto a leyes nuevas; los infantes de España jamás han residido en parte alguna sin conocimiento y voluntad del rey: tú sabes que ninguno de mis predecesores ha sido tan condescendiente como yo con sus hermanos.– Tampoco te obligo a volver a Lisboa, donde solo parece que temes la enfermedad que se propaga por otros pueblos; puedes embarcarte en cualquier pueblo de la bahía, sin tocar en la población; puedes elegir algún otro de estas inmediaciones proporcionado para el embarque. El buque tiene las órdenes más estrechas de no comunicar con tierra, y debes estar más seguro de su tripulación, que no habrá tenido contacto alguno con Lisboa, que de las personas que te rodean en Mafra.– El comandante de la fragata tiene mis órdenes y fondos para hacer los preparativos convenientes a tu cómodo y decoroso viaje: si no te satisfacen, se te proporcionarán por mano de Córdoba los auxilios que hayas menester. Yo tomaré conocimiento y promoveré el pago de los atrasos que me dices, y en todo caso hallarás a tu arribo lo que necesitares. Me ofenderías si desconfiases de mí.– Nada, pues, debe impedir tu pronta partida, y yo confío que no retardarás más esta prueba de que es tan cierta como lo creo la resolución que manifiestas de hacer mi voluntad. Adiós, mi querido Carlos. Siempre conservas y conservarás el cariño de tu amantísimo hermano.– Fernando.»
1833: Mayo, 27.
«Ramalhao, 27 de mayo de 1833.– Mi muy querido hermano de mi vida, Fernando mío de mi corazón: Antes de ayer 25 recibí la tuya del 20, y tuve el consuelo de ver que no había novedad en tu salud, ni en la de Cristina y niñas; nosotros todos estamos buenos, gracias a Dios por todo.– Voy a responderte a todos los puntos de que me hablas: dices que has respetado mi conciencia; muchas gracias: si yo no hiciese caso de ella y obrara contra ella, entonces sí que estaba mal y tendría que temer mucho y con fundamento: que no has pronunciado sentencia contra mi conducta; sea lo que quieras; lo cierto es que se me carga con todo el peso de la ley, porque dices que es una consecuencia forzosa de la posición en que me he colocado; quien me ha colocado en esta posición es la Divina Providencia más bien que yo mismo.– No es tu ánimo acusar mi conducta por lo pasado, ni recelar de ella en adelante; tampoco a mí me acusa mi conciencia por lo pasado; y por lo de adelante, aunque no sé lo que está por venir, sin embargo, tengo entera confianza en ella, que me dirigirá bien como hasta aquí, y que yo seguiré sus sabios consejos: mucho se me ha acusado, pero Dios por su infinita misericordia ha permitido que no tan solo no se haya probado nada, sino que todos los enredos que han armado para meter cizaña entre nosotros y dividirnos, por sí mismos se han deshecho y han manifestado su falsedad; solo tengo un sentimiento que penetra mi corazón, y es que estaba yo tranquilo de que tú me conocías, y estabas tan seguro de mí y de mi constante amor, y ahora veo que no; mucho lo siento: en cuanto a las proclamas, no he desaprobado en público esos papeles, porque no venía al caso, y creo haber hecho mucho favor a sus autores, tan enemigos tuyos como míos, y cuyo objeto era, como he dicho arriba, romper, o cuando menos aflojar los vínculos de amor que nos han unido desde nuestros primeros años; y en cuanto a las copias de mi carta y declaración que se han difundido en gran número al momento, yo no puedo impedir la publicación de unos papeles que necesariamente debían pasar por tantas manos.– Te daré gusto y te obedeceré en todo, partiré lo más pronto que me sea posible para los Estados Pontificios, no por la belleza, delicia y atractivos del país, que para mí es de muy poco peso, sino porque tú lo quieres, tú que eres mi rey y señor, a quien obedeceré en cuanto sea compatible con mi conciencia; pero ahora viene el Corpus y pienso santificarlo lo mejor que pueda en Mafra, y no sé por qué te admiras que yo prefiriese quedarme en Portugal, habiéndome probado tan bien su clima y a toda mi familia, y no siendo lo mismo viajar que estarse quieto: yo no te dije que temiese el perecer yo y toda mi familia, sino que si nos íbamos a embarcar a Lisboa, podía cualquiera contagiarse al paso por aquella atmósfera pestilencial, y después declararse en el buque, donde podíamos perecer todos: ahora, con tu permiso de podernos embarcar en cualquier otro punto, espero ver a Guruceta, que aún no se me ha presentado para tratar con él: te doy las gracias por las órdenes tan estrechas que has dado a la tripulación; es regular que así las cumpla: mientras tanto el buque se está impregnando de los aires pestilentes de Belén a donde está fondeado; y las personas que me han rodeado en Mafra son las mismas que aquí y en todas partes, que son las de mi servidumbre.– Me parece que he respondido a todos los puntos en cuestión, y me viene a la memoria Mr. de Gorset: ¿no te parece que tiene bastante analogía? Esto te lo digo, porque no siempre se ha de escribir serio, sino que entre col y col viene bien una lechuga.– Adiós, mi querido Fernando; da nuestras memorias a Cristina, recíbelas de María Francisca, y cree que te ama de corazón tu más amante hermano:– M. Carlos.»
1833: Mayo, 28.
«Ramalhao, 28 de mayo de 1833.– Mi muy querido hermano mío de mi corazón, Fernando mío de mi vida: Me alegraré que continúes sin la menor novedad en tu salud, y Cristina y niñas; nosotros todos estamos buenos, gracias a Dios, y de viaje; el segundo motivo que tuvimos para pedirte permiso para este viaje fue el de que María Francisca tuviese el gusto de volver a ver y abrazar a sus hermanos; el mismo deseo nos ha manifestado Miguel siempre, diciéndonos que sentía tanto que las circunstancias no le permitiesen venir a vernos, pero que lo deseaba mucho; nos hemos estado tranquilos, y más habiéndome dicho Córdoba que no era tu voluntad que fuésemos a Braga, pero habiendo recibido tu orden de ir a Roma, me pareció muy justo despedirme de él, y hacerle ver mi sentimiento de no haber podido aprovecharme de esta ocasión de conocerle y de abrazarle, y que ésta ya no volvería, y así que le deseaba todas las felicidades, y que le estaba muy agradecido de la buena acogida que habíamos tenido en Portugal: a esto me ha contestado últimamente, que pues que nos íbamos, quería que antes que nos embarcásemos fuésemos a Coímbra, a donde tendríamos el gusto que tanto deseábamos todos, y que para él sería el mayor sentimiento que habiéndonos estado nosotros tanto tiempo, fuésemos sin habernos visto; ya ves que a una invitación como esta, y siendo a Coímbra, hubiéramos sido muy groseros si no consentíamos gustosos, y estoy muy convencido que penetrado tú de estas razones, lejos de desaprobárnoslas, te hubiera disgustado que no lo hiciésemos, y así hoy vamos a Mafra, y mañana, Dios mediante, continuaremos.– Adiós, Fernando mío de mi corazón; memorias como siempre, y cree que te ama de corazón tu más amante hermano: M. Carlos.»
1833: Junio, 1.º
«Madrid, 1.º de junio de 1833.– Hermano mío de mi corazón, Carlos mío de mis ojos: He recibido tu carta del 25, y me alegro infinito de ver que gozabas de completa salud, igualmente María Francisca y tus hijos; nosotros no tenemos novedad, gracias a Dios, con un calor bastante fuerte: te doy muchas gracias por los días que me das de San Fernando: nunca he dudado del interés que tomas por mí; puedes estar seguro que tomo yo el mismo por tí. Voy ahora a responderte a la tuya del 27, y hablarte del negocio de tu viaje. Si crees que la Divina Providencia es quien te ha colocado en la posición que lo motiva, debes atribuir a la misma Providencia los efectos necesarios de esta posición. Estoy muy seguro de tí y de tu amor inalterable; diré más, estoy muy seguro de la fidelidad y decisión de los españoles; pero con ese mismo amor de tu parte, y con esta fidelidad nunca desmentida por ellos, se han hecho tentativas repetidas para inquietarlos a nombre tuyo, cuando no había pretexto alguno, como ahora que tus pretensiones son conocidas, y circulan y se imprimen las cartas que recibo selladas y escritas de tu mano. No bastan tus buenos deseos ni los míos para la tranquilidad, es necesario poner los medios, alejando todas las ocasiones de discordia, y yo no puedo sacrificar a tu cariño esta obligación sagrada, de que soy deudor a Dios y a mis pueblos. Ten en buen hora el gusto de pasar el día del Corpus en Mafra, pero es menester que no dilates más el viaje, que puedes realizar, y yo quiero que realices para el 10 o 12 del corriente. Debes entenderte con Córdoba, que está autorizado para recibir las órdenes y trasladarlas al comandante de la fragata. Este ha designado la bahía de Cascaes como punto más proporcionado para el embarque.– Adiós, mi querido Carlos.– Da a María Francisca nuestros recuerdos afectuosos, y vive seguro del cariño de tu amantísimo hermano:– Fernando.»
1833: Junio, 2.
«Madrid, 2 de junio de 1833.– Mi muy querido hermano de mi vida, Carlos mío de mis entrañas: Después de haberte escrito la de ayer, vuelvo a tomar la pluma para contestarte a la tuya del 28 del pasado. Mucho me alegro de que continúes con tu esposa e hijos disfrutando de buena salud: nosotros seguimos bien, a Dios gracias, y te renovamos nuestros afectos.– He extrañado sobremanera la resolución que me anuncias de pasar a Coímbra para ver a nuestro sobrino Miguel, habiéndosete comunicado por Córdoba mi abierta oposición a ese viaje, que fuera de otros inconvenientes puede exponerme a graves compromisos, como él mismo te habrá indicado, por la actual situación de Portugal. Dije expresamente que ni a Braga ni a Coímbra; mas aunque yo no hubiese nombrado a la última, deberías conocer que los motivos de alta política que se oponen a este viaje son iguales respecto de entrambos pueblos, y que el carácter elevado de tu persona exige que esas afecciones y complacencia de familia cedan a las grandes razones de Estado. Yo confío que habiendo reflexionado más detenidamente sobre tu primera resolución, habrás desistido del proyecto; pero en todo caso, y aunque desgraciadamente lo hayas puesto en ejecución, no dudo de que verificarás tu embarque para el término señalado en mi carta de ayer, y no darás nueva ocasión de disgusto a tu afectísimo hermano, que te ama y te amará siempre de corazón:– Fernando.»
1833: Junio, 3.
«Coimbra, 3 de junio de 1833.– Mi muy querido hermano de mi vida, Fernando mío de mi corazón:– Recibí tu carta del 23, y me alegro mucho que no hubiese la menor novedad en vuestra salud: nosotros gozamos de igual beneficio, gracias a Dios, habiendo hecho el viaje con la mayor felicidad, sin embargo del camino, que no se puede ver cosa peor, y como nuestro coche es tan ancho, y era más ancho que el camino, se atrancaba muchas veces, y eran necesarias las piquetas para que saliese: el 27 dormimos en Mafra, el 28 en las Caldas de la Reina, el 29 en Leiria, el 30 en Pombal; pero como llegamos a las diez de la mañana, dormimos una buena siesta y salimos a las doce de la noche, y llegamos aquí a las siete o a las ocho; y ayer a las tres de la tarde llegó Miguel, y esperamos mañana a sus hermanos, que llegarán a comer.– Memorias de parte nuestra para Cristina, y cree que te ama de corazón este tu más amante hermano:– M. Carlos.»
1833: Junio, 8.
«Coimbra 8 de junio de 1833.– Mi muy querido hermano de mi corazón, Fernando mío de mi vida: Ayer a las ocho de la noche vino Campuzano, y me dijo que no pudiendo venir Córdoba por estar indispuesto, le enviaba a él para enterarme de dos oficios que había recibido del ministro de Estado, y entregarme dos cartas tuyas del 1.º y 2 de éste: mucho siento el disgusto que te he dado en venir a ver a Miguel; en una cosa tan sencilla y natural, y en que habías consentido muy gustoso a nuestra partida de Madrid, no lo hubiera creído; paciencia.– Ahora quieres que me embarque del 10 al 12, el tiempo no me lo permite; y que lo efectúe en la bahía de Cascaes, que es el punto designado por el comandante de la fragata como el más apropósito para el embarque: según me he informado, lo será cuando el mar esté quieto, pero es muy expuesto cuando se halla agitado, que es lo más frecuente: ignoro el estado sanitario del buque, de lo que tengo que informarme con exactitud, por ser materia de tanto interés, así como de los pueblos de nuestro tránsito, Pombal y Leiria, en donde creo que hace estragos el cólera-morbo: lo que me consta de positivo es, que en la actualidad está en toda la fuerza y vigor en Lisboa, Belén, Cascaes y San Julián. ¿Cómo quieres que me dirija a ninguno de estos cuatro puntos? Todo el mundo me graduaría en este caso de temerario, a pesar de ser harto notorios mis buenos deseos de cumplir tus órdenes: sin embargo, yo por mí solo me expondría a cualquier sacrificio por no disgustarte; pero no lo puedo hacer en conciencia tratándose de toda mi familia, que sufre la misma suerte que yo; pero no por esto creas que dejaré de aprovechar cualquiera ocasión de poder ejecutar lo que se me prescriba, y que no ofrezca tantas dificultades y nos exponga a tales peligros.– Me alegro mucho que estés tan bueno, y Cristina y niñas; nosotros lo estamos igualmente, gracias a Dios, y te renovamos nuestros afectos, y cree que te ama de corazón tu amante hermano.– M. Carlos.»
1833: Junio, 11.
«Madrid 14 de junio de 1833.– Mi muy querido hermano de mi corazón, Carlos mío de mi vida: He recibido tu carta de Coímbra de 3 del corriente, y me alegro infinito que estés bueno, como también toda tu familia; nosotros lo estamos igualmente, gracias a Dios.– Siento las incomodidades que has sufrido en tu viaje, las cuales por mi expresa voluntad se hubieran evitado. Ya este movimiento ha producido inconvenientes para los intereses mismos de Portugal.– Extraño que escribiéndome desde Coímbra el 3, nada me anuncies de tu regreso a Mafra, donde me habías dicho que determinabas pasar el día del Corpus, y adonde debías volver sin tardanza para la prontitud de tu embarque, que te había significado en mis anteriores. Supongo, sin embargo, que regresarás desde luego, y que donde quiera que te hallase mi carta del 2, habrás dado las órdenes para embarcarte con tu familia. Si al recibo de ésta, que por el deseo de contestarte envío con recelo de que no te alcance, aun no te hubieses embarcado, no dudo de que lo verificarás inmediatamente, según mi terminante voluntad.– No es cierto, como te han dicho, que la fragata Lealtad estuviese cerca de Belén: ha fondeado a mucha distancia cerca de la escuadra inglesa.– Adiós, querido hermano mío; memorias de nosotros para María Francisca, y persuádete que te amará siempre de corazón tu afectísimo hermano.– Fernando.»
1833: Junio, 15.
«Madrid 15 de junio de 1833.– Mi muy querido hermano Carlos: He recibido tu carta del 8 del corriente, y voy a contestarte.– Bien pudieras haberme libertado del disgusto de tu viaje a Coímbra, cumpliendo mi expresa determinación. No hallé inconveniente a nuestra despedida en que vieses a Miguel, en la inteligencia de que os encontraríais en Lisboa; pero teniendo que buscarle a distancia, y habiéndose después complicado más las circunstancias respecto de este reino, te manifesté por medio de Córdoba mi firme resolución de que no hicieras ese viaje, y los graves inconvenientes que para ti mismo y para Miguel ofrecerían tus movimientos en Portugal. ¿Cómo puedes decir ahora que no creías desagradarme, y citar mi primera condescendencia, habiéndote hecho saber posteriormente mi opinión? Ya va cumplido un mes desde que me dijiste que sin embargo de tus dificultades estabas resuelto a hacer mi voluntad; y mientras yo más claramente te lo manifiesto, más tropiezos hallas, y menos disposición para ejecutarla. Tú mismo provocas los embarazos y das lugar a que nazcan otros nuevos con tus demoras: todos se hubieran evitado si desde luego hubieses cumplido mis órdenes. Me expusiste como un motivo de corta dilación tu deseo de santificar el día del Corpus en el monasterio de Mafra, y al día siguiente, olvidando a Mafra, me anuncias el viaje a Coímbra, que debía detenerte más tiempo. No reparaste entonces en que Leiria y otros pueblos del tránsito estaban ya infestados del cólera, y ahora no puedes pasar por temor de contagiarte en ellos. Y lo que nadie imaginara, en la misma propagación del mal, que fuera para todos un estímulo de ausentarse del país, tú hallas la razón de permanecer, y dejas tranquilamente que te vaya cercando de todas partes el azote.– No es necesario para volver a Mafra que toques en los pueblos epidemiados; puedes rodearlos y evitar su comunicación. El puerto de Cascaes es seguro; la estación la más serena y constante; y Guruceta no ha de embarcarte con una tempestad; el estado sanitario de la fragata, de que según dices tienes que informarte, y pudieras estar informado ya, es tan excelente como el de la escuadra inglesa, junto a la cual ha fondeado. Todo el mundo crees que te graduaría de temerario en tu embarque, pero más bien es de creer que califique tu conducta y las dificultades como medios de entretener o de frustrar el cumplimiento de mi voluntad.– Quiero absolutamente que te embarques sin más tardanza. Por medio de Córdoba podrás adquirir del comandante de la fragata cuantas noticias necesites sobre la sanidad y seguridad del buque y del embarcadero que elija, según dictaren las circunstancias. Demasiado hemos hablado ya sobre el asunto; y no quisiera que se amargase más esta prolija correspondencia, si tu conducta sucesiva conviniese tan poco con tus repetidas protestas de sumisión. Mucho celebro que goces con tu familia de la buena salud que gozamos nosotros. Recibe nuestros afectos, y el cariño que te profesa siempre tu amantísimo hermano.– Fernando.»
1833: Junio, 19.
«Coímbra 19 de junio de 1833.– Mi muy querido hermano mío de mi corazón, Fernando mío de mi vida: Hace tres días que recibí tu carta del 11: no te he respondido al instante, porque esperaba tu contestación a la que te escribí el 8, creyéndola tener de un momento a otro; a ella me refiero satisfaciendo a la tuya, añadiendo que tienes mucha razón en hacerme el cargo de cómo no he pasado el día del Corpus en Mafra, como te lo había escrito: ese era mi pensamiento, pero cuando llegamos a las Caldas nos encontramos con que hacía dos días que se presentaban síntomas del cólera, y que ya había once casos. Echamos a correr al día siguiente muy temprano, y desde que estamos aquí ha cundido por el camino hasta Condeixa, que está a dos leguas de aquí: no me puedo figurar que tú quieras que me exponga y a toda mi familia al peligro de perecer; a lo menos juzgando por mí, no lo creo, porque si tú estuvieses en mi caso y yo en el tuyo, no lo querría de ningún modo; y como sé tu corazón para conmigo, me confirmo más. Si la fragata Lealtad no está cerca de Belén, lo ha estado, y ahora creo que está a la orilla del Tajo en los lugares por donde empezó la epidemia.— Me alegro infinito que estés tan bueno, y Cristina y niñas; nosotros lo estamos igualmente, gracias a Dios: darás memorias de nuestra parte a Cristina, y tú recíbelas de María Francisca, y cree que te ama siempre de todo corazón este tu más amante y verdadero hermano.– M. Carlos.– P. D. Acabo de recibir tu cariñosa y expresiva carta del 7, con el gusto de ver que todos continuabais buenos: María Francisca, Carlitos, Juanito y Fernandito agradecen tu memoria y recuerdo nominal.»
1833: Junio, 22.
«Coimbra, 22 de junio de 1833.– Mi muy querido hermano mío de mi vida, Fernando mío de mi corazón: He recibido tu carta del 15, y no puedo menos de decirte que a todo te tengo respondido en mis anteriores, y como no tengo nada que añadir, es inútil repetirlo: solo tengo que responder que sería muy extraño que yo me mantuviese en Portugal si todo el reino sufriese el contagio, pero no es así. Yo tengo aún medios de evitarlo, trasladándome a cualquier punto que no esté infestado, pero precisamente se ha desenvuelto con más furia en los caminos por donde pudiera dirigirme a Cascaes, que es el puerto designado para el embarque, e igualmente contagiado como Lisboa, Belén y San Julián. Dices que yo mismo busco las dificultades: no es así, porque no está en mi mano que el contagio me persiga, pero sí lo está usar de los medios que dicta la prudencia para evitarle. Se trata de lo que hay más precioso, de toda una familia, que pudiera muy bien perecer toda ella por culpa mía, mayormente privándonos del consuelo de que nos asista el médico en que hemos depositado toda nuestra confianza, habiendo recibido una real orden expresa de no embarcarse para Italia. Es decir que cuando los peligros se amontonan se nos cierran los caminos para evitarlos: ¿cómo encontraremos facultativo alguno que quiera seguirnos en nuestra actual situación? Y si lo hubiese, sería o no hábil, y aunque lo fuese no conocería nuestras naturalezas, y lo que es más preciso, no gozaría de nuestra confianza.– Además te dije en mi carta del 6 de mayo, que necesitaba dos millones, sin los cuales no puedo emprender mi marcha, sin dejarlo todo pagado aquí, y satisfechos todos los que nos han obsequiado y servido con tanta voluntad. Mi suma delicadeza no me había permitido tocar otra vez este asunto, pero te lo expongo, porque es de absoluta necesidad en medio de los innumerables apuros que me rodean. ¿Y habrá persona que desapruebe mi conducta, examinando con imparcialidad mis razones? Creo que si el público las entendiese, nadie me graduaría de desobediente.– Repito, pues, que no provoco los embarazos, ellos me buscan; no te negaré que el embarcarme no es de mi mayor gusto; más te añado, que en las actuales circunstancias lo miro como tú y yo mirábamos a Valencey y Cádiz, pero tengo entera confianza en Dios que no me ha de desamparar.– Me alegro que estéis tan buenos; nosotros lo estamos, gracias a Dios; y cree que te ama de corazón tu más amante hermano: M. Carlos.»
1833: Junio, 30.
«Madrid, 30 de junio de 1833.– Mi muy querido hermano Carlos: He recibido a un tiempo tus dos cartas del 19 y 22 del presente; y ellas solas, si no lo mostrase tu conducta, bastarían para revelar el designio de entretener con pretextos y eludir el cumplimiento de mis órdenes. Ya no tratas del viaje sino para ponderar sus obstáculos. Si te hubieses embarcado cuando yo lo determiné, y me decías te daré gusto y te obedeceré en todo, hubieras prevenido el contagio de Cascaes; si aun después de tus primeras demoras no hubieras emprendido la jornada de Coímbra contra mi expresa prohibición, hubieras podido estar a bordo el 10 o 12, cuyo plazo te prefijé; si hallando en ese funesto viaje infestada la villa de Caldas hubieses retrocedido como dictaba tu misma seguridad, ya que nada valgan para tí mis mandatos, no hallarías ahora tomado el camino de tu vuelta por una línea de pueblos contagiados. Quien por voluntad propia y contra su deber permanece en el país donde renacen y crecen los peligros, los busca y es responsable de sus consecuencias. No te perseguiría el contagio si no fueses tú delante de él. ¿A quién persuadirás que estás más seguro a dos leguas de la epidemia, sin saber si principiará en ese pueblo por tu familia, que poniendo el Océano de por medio?– Alegas la dificultad de embarcarte en Cascaes, que era el punto designado anteriormente, con tan poca razón como alegabas mi primer consentimiento para ver a Miguel, después de habértelo prohibido. En mi carta del 15 te insinué que Guruceta elegiría embarcadero sano y seguro, según dictasen las circunstancias, y en la real orden que la acompañó y se te ha comunicado, añadí expresamente, que se buscase cualquier otro punto de la costa. Con subterfugios tan fútiles no se contesta cuando se habla con sinceridad.– Llévate en buen hora al médico que deseas. Yo le quería a nuestro lado ignorando tu empeño; pero no te negare este gusto, como no te he negado ninguno que haya sido compatible con mis deberes.– No es lo mismo lo del pago de los dos millones que solicitas, y de que he tomado conocimiento como te ofrecí. La deuda que reclamas es anterior al año de 23, en que por regla general se cortaron cuentas sin satisfacer los atrasos. Por gracia particular concedí a los infantes un abono mensual a cuenta de sus créditos, hasta la completa extinción: tú continúas percibiéndole, y para no exigir de una vez cantidad tan superior a la señalada en este pago privilegiado y singular no es necesaria una suma delicadeza, basta el sentimiento de la justicia.– Tienes dispuesta y provista abundantemente la fragata, y trescientos mil reales además a tu orden; sobra para el viaje. A tu llegada te he dicho que hallarás todo lo que necesites: allí como en Portugal, puedes arreglar tus obligaciones. En vano fías en el juicio público, que ya entiende y acusa tu detención, y la condenará abiertamente cuando conozca las razones evasivas de tu inobediencia.– Yo no puedo consentir ni consiento más que resistas con pretextos frívolos a mis órdenes; que continúe a vista de mis pueblos el escándalo con que las quebrantas; que emanen por más tiempo de ese país los conatos impotentes para turbar la tranquilidad del reino, nunca tan asegurada como ahora. Esta será mi última carta si no obedeces; y pues nada han podido mis persuasiones fraternales en casi dos meses de contestaciones, procederé según las leyes, si al punto no dispones tu embarque para los Estados Pontificios, y obraré entonces como soberano, sin otra consideración que la debida a mi corona y a mis pueblos, quedándome el pesar de que hayan sido inútiles las insinuaciones cariñosas de que solo quisiera usar contigo tu muy amante hermano:– Fernando.»
1833: Julio, 9.
«Coimbra 9 de julio de 1833.– Mi muy querido hermano, Fernando mío de mi vida: He recibido tu carta del 30 del pasado, y su contenido me ha causado el sentimiento que puedes considerar: inútil es alegar razones, cuando no tengo otras que las expuestas, las cuales en mi juicio son sencillas, sólidas y verdaderas, pero que no son atendidas, o no se creen suficientes: ahora me dices que resisto a tus órdenes, que quebranto tus mandatos con escándalo de tus pueblos, y que no emanen por más tiempo de este país los conatos impotentes para turbar la tranquilidad del reino, viéndote precisado a obrar como soberano, si no obedezco al momento, procediendo según las leyes, sin otra consideración que la debida a tu corona y a tus pueblos, ya que nada han podido tus persuasiones fraternales.– Estos son los cargos a que tengo que contestar: yo, tu más fiel vasallo, y constante, cariñoso y tierno hermano, nunca te he sido desobediente, y mucho menos infiel: pruebas te he dado de ello muy repetidas en todo el curso de mi vida, y particularmente en esta última época, en la que cumpliendo con mi deber he hecho servicios muy interesantes a tu persona: creo obrar con rectitud, y por lo mismo aborrezco las tinieblas; si soy desobediente, si resisto, si escandalizo y merezco castigo, impóngaseme en hora buena; pero si no lo merezco, exijo una satisfacción pública y notoria, para lo cual te pido que se me juzgue según las leyes, y no se me atropelle: si se examina toda mi conducta en este negocio, no se hallará más delito que el haber terminantemente declarado que convencido del derecho que me asiste a heredar la corona, si te sobrevivo sin dejar hijo varón, ni mi conciencia ni mi honor me permitían jurar ni reconocer ningún otro derecho. Yo no quiero usurparte la corona, ni mucho menos poner en práctica medios reprobados por Dios; ya te expuse lo que debía obrar según mi conciencia, y todo ha quedado en el más profundo silencio: te pedí que se comunicara a las Cortes extranjeras, y no lo tuviste por decoroso a tu persona, por lo cual me vi precisado a pasar a todos los soberanos con fecha 23 de mayo una copia de mi declaración, y una carta simple de remisión para su conocimiento: así mismo envié otras copias y oficios de remisión a los obispos, grandes y diputados, presidentes o decanos de los Consejos, para que tuviesen la instrucción que debían de mis sentimientos, y se extraen todas del correo del 17: estos son los medios que se me ofrecían para defender mis derechos, y no otros; estos son los que pongo en ejecución, y se me hacen inútiles: se me podrá acusar de cuanto se quiera, pero se me debe probar. Dígase que este es mi crimen, y no la estancia aquí más o menos larga; para ella existen las mismas causas, y además no ya razones, hechos positivos, como son los enfermos y muertos del cólera en la fragata, justifican mis anteriores recelos, y prueban que no eran ciertamente los obstáculos que yo formaba, sino justísimos temores de perecer con toda mi familia. Pero supongamos que no hubiese ningún inconveniente, como le hay claro y visible; mi honor vulnerado no me permite salir de aquí sin que se me haga justicia, estando muy tranquilo y conforme. Veo el sentimiento que te causa, y te lo agradezco; pero te digo que obres con toda libertad, y sean las que quieran las resultas. Te doy las gracias de que permitas a Llord el acompañarnos habiéndote convencido mis razones, mas si tú lo necesitas, mi gusto será el que se vaya al instante, y corresponda a tu confianza como ha correspondido hasta ahora a la nuestra. Es efectivamente cierto que mi deuda es anterior al año 23; pero tú por una gracia especial la separaste de la regla general, y mandaste el pago de cien mil reales mensuales hasta su total solvencia; y así mi petición no es más que un adelanto; y espero que me lo concedas.– Adiós, Fernando mío de mi corazón: soy tu más amante y fiel hermano.– M. Carlos.»
1833: Julio, 21.
«Coimbra 21 de julio de 1833.– Mi muy querido hermano mío de mi corazón, Fernando mío de mi vida. Tengo ya el disgusto de verme privado de tus cartas, como me lo anunciaste en tu ultima del 30 del pasado; pero ya que no debo tratar mis cosas sino directamente contigo, como te lo dije en mi carta del 29 de abril, tomo la pluma para responderte a la pregunta que me hizo ayer Campuzano de orden tuya, el que me enseñó el oficio de Zea a Córdoba para que yo dijese si quería embarcarme o no: a la cual te respondo que mi salida en estas circunstancias me sería indecorosa por las razones que expuse en mi anterior: insisto, pues, en mi petición de que se examinen todos mis pasos; si soy reo, debe castigárseme; pero si no he maquinado contra el trono, ni contra tu persona, ni contra las leyes de nuestra España, como estoy seguro en mi conciencia, exijo que así se declare, para que en ningún tiempo pueda decirse que huyo de este reino como un criminal, que se sustrae por la fuga del rigor de la justicia. Me alegraré que goces con tu mujer e hijas de la más completa salud: nosotros todos estamos buenos, gracias a Dios, y te deseamos los más felices días de Cristina, como a ella igualmente, a quien me harás el gusto de decírselo; y te aseguro que cuanto más me alejas de tí, o te ves forzado a hacerlo, más y más te quiero, y soy el mismo hermano que he sido para contigo en nuestra niñez, en Valencey, en Cádiz y siempre, que te quiere de corazón.– M. Carlos.»
Orden del Rey a Don Carlos.
«Infante don Carlos: mi muy amado hermano. En 6 de mayo os di licencia para que pasaseis a los Estados Pontificios; razones de muy alta política hacían necesario este viaje. Entonces dijisteis estar resuelto a cumplir mi voluntad, y me lo habéis repetido después; mas a pesar de vuestras protestas de sumisión habéis puesto sucesivamente dificultades, alegando siempre otras nuevas, al paso que yo daba mis órdenes para superarlas, y evadiendo de uno en otro pretexto el cumplimiento de mis mandatos.– Dejé de escribiros, como os lo anuncié, para terminar discusiones no convenientes a mi autoridad soberana, y prolongadas como un medio para eludirla. Desde entonces os hice entender mis intenciones, sobre los nuevos obstáculos, por conducto de mi enviado en Portugal. Mis reales órdenes repetidas, en especial las de 15 de julio, y 14 y 18 del presente allanaron todos los impedimentos expuestos para embarcaros. El buque, de cualquier bandera que fuera, el puerto en país libre u ocupado por las tropas del duque de Braganza, aun el de Vigo en España, todo se dejó a vuestra elección; las diligencias, los preparativos y los gastos, todos quedaron a mi cargo.– Tantas franquicias y tan repetidas manifestaciones de mi voluntad solo han producido la respuesta de que os embarcareis en Lisboa, (donde podéis hacerlo desde el momento) luego que haya sido reconquistada por las tropas del rey don Miguel. Yo no puedo tolerar que el cumplimiento de mis mandatos se haga depender de sucesos futuros, ajenos de las causas que los dictaron; que mis órdenes se sometan a condiciones arbitrarias por quien está obligado a obedecerlas.– Os mando, pues, que elijáis inmediatamente alguno de los medios de embarque que se os han propuesto de mi orden; comunicando, para evitar nuevas dilaciones, vuestra resolución a mi enviado don Luis Fernández de Córdoba, y en ausencia suya a don Antonio Caballero, que tienen las instrucciones necesarias para llevarla a ejecución. Yo miraré cualquiera escusa o dificultad con que demoréis vuestra elección o vuestro viaje como una pertinacia en resistir a mi voluntad, y mostraré, como lo juzgue conveniente, que un infante de España no es libre para desobedecer a su rey.– Ruego a Dios os conserve en su santa guarda.– Yo el Rey.»