Plaza de Riego
El 7 de noviembre de 1823, atrás el “trienio liberal”, es ahorcado y luego decapitado –aunque no descuartizado en cuatro trozos, como había pedido el fiscal– Rafael del Riego Flórez (1784-1823), masón al servicio de los intereses de Inglaterra y teniente coronel del batallón Asturias al capitanear en Cabezas de San Juan (Sevilla), el primero de enero de 1820, el alzamiento por el que se niega a embarcar, rumbo a la Nueva España, el ejército expedicionario de veinte mil hombres:
“Sí, a vosotros os arrebatan del paterno seno, para que en lejanos y opuestos climas vayáis a sostener una guerra inútil, que podría fácilmente terminarse con sólo reintegrar en sus derechos a la Nación Española. La Constitución, sí, la Constitución, basta para apaciguar a nuestros hermanos de América.”
Doce años después la viuda de Fernando VII y regente del Reino, María Cristina de Borbón, rubrica en el Pardo, el 21 de octubre de 1835, un Real Decreto por el que:
“Art. 1°. El difunto General Don Rafael del Riego es repuesto en su buen nombre, fama y memoria.”
Presidía entonces el Consejo de Ministros el gaditano Juan Álvarez Mendizábal, amigo y cómplice de Riego en el pronunciamiento de Cabezas de San Juan, que habría financiado (traficaba entonces “pedrería con Londres y Amsterdan” y venía importando finísimo carey desde Inglaterra para abastecer un castizo taller sevillano de peines y peinetas).
Apaciguada en 1840 la primera guerra carlista, derrotados los partidarios de la derecha primaria y triunfante Espartero –“pacificador de España”– tras su gloriosa entrada en Barcelona el 14 de junio, firmada la renuncia como regente de María Cristina de Borbón el 12 de octubre… un inoportuno temporal obliga a trasladar la fiesta conmemorativa de Riego que se había previsto para el 7 de noviembre de 1840, en la recién redenominada “Plaza de Riego”… pero Modesto Lafuente, (a) Fray Gerundio, pudo glosar “la función fúnebre, cívica y religiosa, que se celebró para honrar los manes del desgraciado Riego, sacrificado 17 años ha por los verdugos del absolutismo”…
Tras la Vicalvarada de julio de 1854, inicio del efímero bienio progresista (que Carlos Marx, desde Londres, “Revolutionary Spain”, interpreta para los lectores yanquis del New-York Daily Tribune), el 7 de noviembre de 1854 se rinde homenaje a Riego, y ante un catafalco colocado en la Plaza de Riego, en el sitio del ignominioso patíbulo, treinta y un años después, improvisa el joven médico Ildefonso Martínez un “breve y enérgico discurso” que luego reescribe, conservándose inédito ese autógrafo hasta quedar aquí publicado en octubre de 2020.
La “Gloriosa” revolución de septiembre de 1868 vuelve a bautizar por tercera vez como Plaza de Riego este entrañable lugar de la villa de Madrid, célebre por haber sido escenario de muchísimas ejecuciones: el abogado Vicente Richard y el barbero Baltasar Gutiérrez el 6 de mayo de 1816 (cuando la “conspiración del triángulo” masón), Pablo Iglesias y Antonio Santos el 25 de agosto de 1825 (un año antes habían intentado tomar Almería al mando de una tropilla trasladada en bergantín inglés desde Gibraltar), Juan de la Torre el 29 de marzo de 1831 (“Ayer sufrió en esta capital la pena de horca Juan de la Torre, por haber dado en una calle pública el día 22 del corriente los gritos de viva la libertad, mueran los Realistas”, Gaceta de Madrid, 31 marzo 1831); el librero Antonio Miyar, ahorcado el 11 de abril de 1831 “por crimen político”; Tomás de la Chica, ahorcado el 29 de julio de 1831 (“por habérsele hallado en su cuarto la noche del 14 de marzo último tarjetas y papeles subversivos, y que después de ejecutada se le ponga pendiente del pecho un cartel que diga Por traidor, cuya ejecución lo será en el paraje acostumbrado a las doce en punto de este día”, Diario de Avisos de Madrid, viernes 29 de julio de 1831); el doctor en medicina José Torrecilla, ahorcado el 20 de agosto de 1831 (“y que después de ejecutada se le ponga pendiente del pecho un cartel que diga Por traidor, por los gravísimos delitos de ser uno de los de la junta superior revolucionaria de esta capital, y de estar en correspondencia con otros subalternos y jefes de la conspiración para trastornar el gobierno legítimo e introducir el desorden”, Diario de Avisos de Madrid, sábado 20 de agosto de 1831); el célebre bandido Luis Candelas, agarrotado el 6 de noviembre de 1837, &c., &c.
Rafael del Riego ahorcado en la plazuela de la Cebada de Madrid el 7 de noviembre de 1823
1823 «Orden de la Plaza del 6 al 7 de noviembre de 1823. Para la conservación del mejor orden en el día de mañana, en que ha de ejecutarse la sentencia impuesta al reo D. Rafael del Riego, se encontrará a las 10 de ella en la Cárcel de Corte un piquete del regimiento de Lanceros de Fernando VII, al mando de un oficial, compuesto de 20 caballos: su mitad abrirá la marcha a la salida de ella del reo; y la otra a retaguardia: el resto de la fuerza presente que tenga este regimiento, y cuatro compañías del 1° y 2° batallón del 1° y 2° regimiento de Reales Guardias de infantería, se hallarán formadas en aquella hora en la plaza de la Cebada, en que aquella ha de tener efecto, en el paraje que el caballero ayudante de la plaza las señale. El reo será conducido por la misma tropa que actualmente lo custodia. Los regimientos que no forman a este acto se mantendrán sobre las armas en sus cuarteles. = Liñán.» (Diario de Madrid del viernes 7 de noviembre de 1823, pág. 2.)
«Madrid 7 de noviembre. Hoy a sufrido la pena de horca, que manda la ley, el malaventurado D. Rafael del Riego. En todo el tiempo que ha estado en Capilla, nosotros por nuestro ministerio particularmente interesados en la salvación eterna de este infeliz, no le hemos perdido de vista, y cuantas noticias adquiríamos nos consolaban con la seguridad de que el Señor le concedía la gracia del arrepentimiento. Edificantes y curiosas anécdotas pudiéramos narrar; pero nos limitamos a tres harto notables. Pidió para su espiritual asistencia a PP. Dominicos, “porque, dijo, son gente de carrera y doctrina: de niño asistía a un convento de su orden a ayudar a Misa, y me inspiraron devoción a la Virgen del Rosario.” Los PP. le han asistido con celo, y Riego se mostró tiernamente reconocido a estos, y a muchos eclesiásticos que le visitaron para consolarle. No debemos omitir las palabras que dijo anoche a un eclesiástico muy condecorado en esta Corte que le alentaba. “Siento, como es natural, morir en una horca. Pero conozco que mucho más merecía por los males que he causado, y por los muchos más que a mi nombre se han ejecutado. Me resigno y solo aspiro a la gloria; y aun casi deseo estar muchos años en el Purgatorio para expiar mis delitos, y que el Señor se digne concederme aquella.” En la misma noche de movimiento propio pidió se llamase un escribano, y ante él dictó una especie de profesión de fe político-cristiana, abjurando sus extravíos, pidiendo perdón al Rey, a la nación y a los particulares a quienes hubiese ofendido, y rogando le perdonasen a él igualmente. Añadió de palabra, que no lo haría desde el patíbulo, no por pusilanimidad, sí porque no se creyera que este paso nacía de vanagloria, de la que quería estar muy exento en aquel terrible trance. Asistió al suplicio un numerosísimo concurso, y no se notó la menor señal de insulto, y sí un silencio propio de las circunstancias, hasta que verificada la muerte se rompió aquel con los gritos de viva la Religión y viva el Rey. Con la mayor circunspección y detenimiento hemos extendido esta narración para escarmiento de los malvados, confusión de los incrédulos, bochorno de los revolucionarios (cuya conducta tanto contrasta en estos lances con la del pueblo religioso y realista), y para oprobio sempiterno de los fugitivos compañeros y más criminales que el mismo Riego, quienes sin duda dirán en su estilo gentílico-liberal, que no murió como héroe, pero nosotros nos consolamos asegurando que murió como cristiano.» (El Restaurador, Madrid, sábado 8 de noviembre de 1823, págs. 1048-1049.)
1840 «Siguen las fiestas. El sábado. Así como la fiesta del jueves fue cosa del otro jueves, así también la primera fiesta de este sábado fue cosa del otro sábado, puesto que estuvo dispuesta para el sábado 7 de noviembre, y se había suspendido por causa del temporal como el viaje de Venancio Mata. Habló de la función fúnebre, cívica y religiosa, que se celebró para honrar los manes del desgraciado Riego, sacrificado 17 años ha por los verdugos del absolutismo en la plazuela de la Cebada de esta corte, hoy plaza de Riego.» (Fray Gerundio, Imprenta de Mellado, Madrid, 4 de diciembre de 1840, trimestre décimo cuarto, capillada 307, página 305.)
1854 «El ayuntamiento ha resuelto por fin que se dé a la Plaza de la Cebada el título de Plaza de Riego, y que se restablezcan en las calles de Alcalá y la Victoria los azulejos que les daban los nombres del duque de la Victoria y del Empecinado. Una vez puesto el ayuntamiento a variar títulos, reclamamos la justísima confirmación de los nombres que el pueblo dio a algunas calles cuando aun silbaban las balas en la última de las tres gloriosas jornadas de julio. Hé aquí las alteraciones que hizo la revolución: Calle de Jacometrezo, calle del 18 de Julio. Calle del Olivo, calle de Dulce. Calle de María Cristina, calle de O'Donnell. Travesía de la Ballesta, calle de la Lealtad. La travesía de la Ballesta fue el punto donde por largo tiempo vivió oculto el general O'Donnell.» (La Época. Diario constitucional de España, Madrid, martes 31 de octubre de 1854, pág. 4.)
«En Las Novedades leemos lo que sigue: “El ayuntamiento ha resuelto, por fin, que se dé a la Plaza de la Cebada el título de Plaza de Riego, y que se restablezcan en las calles de Alcalá y la Victoria los azulejos que las daban los nombres del Duque de la Victoria y del Empecinado. Una vez puesto el ayuntamiento a variar títulos, nosotros reclamamos la justísima confirmación de los nombres que el pueblo, con el mayor éxito, dio a algunas calles, cuando aun silbaban las balas en la última de las tres gloriosas jornadas de julio. He aquí las alteraciones que hizo la revolución: Calle de Jacometrezo, calle del 18 de Julio. Calle del Olivo, calle de Dulce. Calle de María Cristina, calle de O'Donnell. Travesía de la Ballesta, calle de la Lealtad. La travesía de la Ballesta fue el punto donde por largo tiempo vivió oculto el general O'Donnell; y aunque solo fuera por consagrar un recuerdo al admirable secreto que se guardó de lo ocurrido la mañana del 13 de junio, hasta el 28 del mismo mes, merece bien el titulo que se le dio en julio, en cambio del que hoy malamente tiene.”» (La Esperanza. Periódico monárquico, Madrid, miércoles 1° de noviembre de 1854, pág. 3.)
«Plaza de Riego. La plazuela de la Cebada se denominará desde este día Plaza del general Riego. Anoche se han colocado las nuevas lápidas que así lo indican.» (La Nación. Eco de la Revolución de Julio, Madrid, miércoles 8 de noviembre de 1854, pág. 3.)
En el homenaje celebrado en la Plaza de Riego el 7 de noviembre de 1854, trigésimo primer aniversario del ahorcamiento del general Rafael del Riego, pronunció un discurso el doctor Ildefonso Martínez, cuyo manuscrito ha permanecido inédito más de siglo y medio, hasta quedar aquí publicado en octubre de 2020.
«Exequias al general Riego. El distrito del Sur de Madrid ha prestado ayer un justo homenaje a la memoria del ilustre general Riego, sacrificado hace treinta y un años por los eminentes servicios que había prestado a la causa liberal. Reunidos al efecto los habitantes de aquel distrito don Vicente Rodríguez, don Celestino de Cano y Alva, don Agustín de Francisco y Vela, don Juan Boada y Quijano, don José Fernández Caballero, don Isidro Miranda, don Diego López, don Eugenio Rodríguez, don José Muñoz y don Julián Carrasco, a excitación de un señor capitán de artillería, empleado en el Parque, cuyo nombre no nos ha sido posible averiguar, hicieron construir en la plaza en que se llevó a cabo el sacrificio un elegante mausoleo, y previas las licencias correspondientes, se dijeron misas en el altar que se colocó al efecto, cantándose a las doce, hora en que se consumó el asesinato jurídico, otra solemne con vigilia y responso, concluida la cual se dirigió la comitiva, acompañada de la música del regimiento de la Reina, a la plaza de la Constitución. Como el pensamiento se concibió a última hora, no hubo el tiempo necesario para que asistiese al acto una compañía de Milicia Nacional; pero el patriotismo de los habitantes del distrito suplió la falta, pues bien pronto se pusieron a las órdenes de los sargentos don Diego López y don Isidro Miranda una porción de nacionales de diversos batallones, que constituyendo una fuerza respetable, prestaron la guardia al cenotafio. Por la noche la Plaza de Riego apareció espontánea y completamente iluminada, y algunos sacerdotes dijeron responsos delante del túmulo. Restábanos decir que el señor concejal don Baltasar Hermoso presidió la reunión por la mañana, y que entre los concurrentes se veía a la sobrina del general Riego, la interesante señorita de Baeza. Felicitamos a los autores del pensamiento, y a los habitantes del distrito del Sur por la cooperación que les han prestado.» (La Iberia. Diario liberal de la mañana, Madrid, miércoles 8 de noviembre de 1854, págs. 3-4.)
«Cada día se inventa una noticia. Ya es un suceso político alarmante, ya un cuento de gacetilla; pero siempre tiene la invención una misma tendencia. Ayer han dicho algunos periódicos que en la plazuela de la Cebada, hoy de Riego, varios nacionales habían muerto a balazos a un hombre que gritaba: ¡Viva la república! Y llevado de gran celo un diario moderado, ha llegado a pedir el castigo de los delincuentes. Felizmente el hecho es inexacto; ni en la plaza que se dice se ha victoreado a la república, ni ha habido tiros, ni por consecuencia muertos. Lo que hay, si no grande afán en algunos periódicos en desprestigiar a la Milicia y sostener la alarma, por lo menos una ligereza muy culpable al acoger ciertas noticias. Ni la plaza de Riego se halla en el Japón, ni faltan a los periódicos medios de comprobar los hechos que se refieren, y sería de desear mucha más cautela, si como decimos no hay una intención siniestra en acoger esos rumores que tienden a los fines que acabamos de indicar.» (La Iberia. Diario liberal de la mañana, Madrid, viernes 15 de diciembre de 1854, pág. 2.)
1856 «Ayuntamiento Constitucional de Madrid. Para establecer y regularizar en esta corte un mercado de trigo […] 1.ª En la plaza de Riego (antes de la Cebada) se halla establecido el mercado de trigo, para que en él se celebren las compras y ventas del mismo.» (La Nación. Eco de la Revolución de Julio, Madrid, domingo 18 de mayo de 1856, pág. 3.)
1857 «Tomamos de nuestro colega la Península: “Según ayer se nos ha dicho, parece que algunos diputados neo-católicos piensan presentar una proposición para que se borren los nombres de los ilustres patricios inscritos en las lápidas del salón del Congreso. Al oír por primera vez esta noticia, la hemos creído absurda, pero en los buenos tiempos que corremos todo lo absurdo es verosímil. Además, ¿no se ha borrado en la plaza de Riego el nombre de aquel mártir de la libertad para sustituirle, como por escarnio, con el sustantivo ‘cebada’? ¿no se proyecta también la destrucción del monumento erigido en Granada a la noble memoria de la infortunada Mariana Pineda? No debe, por lo tanto, sorprendernos que se quiera borrar los nombres escritos en las lápidas del santuario legislativo. Esto será dolorosamente significativo para los liberales españoles, pero es lógico.’» (La Discusión. Diario político, Madrid, miércoles 1° de julio de 1857, pág. 2.)
1868 «Dícese que en el caso de que se llevase a cabo el proyecto de un gran mercado en la plaza de Riego, desaparecería toda la manzana de casas desde la esquina de Puerta de Moros hasta la calle de la Sierpe, y por la parte de la plaza desde la esquina que da frente al teatro de Novedades hasta la mencionada calle.» (El Pensamiento Español. Diario católico, apostólico, romano, Madrid, jueves, 19 de noviembre de 1868, pág. 4.)
1870 «El cerdo (con perdón sea dicho) que se ha rifado en la plaza de Riego (antes de la Cebada), ha correspondido al dueño del billete núm. 4.561.» (La Discusión. Diario democrático, Madrid, sábado 23 de abril de 1870, pág. 3.)
1906 «Cajones, puestos y tenderetes obstruían de un modo horrible la Plaza de la Cebada, que ha recobrado su nombre, después de recibir en 1868 el de Plaza de Riego; y aunque de 1870 a 1875, en que fue inaugurado, se ha construido allí un Mercado de hierro, cuya superficie mide 6.326 metros cuadrados, no por ello ha mejorado el aspecto de la Plaza, ni han desaparecido los puestos, que por las calles de la Ruda y de las Velas en confusión inaguantable se corren hacia el Rastro.» (Rodrigo Amador de los Ríos, “Madrid en 1833 (recuerdos del pasado)”, La España Moderna, Madrid, 1° mayo 1906, pág. 47.)
“En esta plaza murió en la horca el 7 de noviembre de 1823 el general Rafael del Riego, símbolo liberal contra el absolutismo” (Placa colocada en 2002 por el Ayuntamiento de Madrid en la fachada de Plaza de la Cebada, 10.)
1920 «A la derecha dejaréis el mercado público de la Cebada, levantado en la plaza de Riego, la trágica plaza que presenció la muerte de infinitos reos. Vuestra memoria recuerda a Richard, Latorre, Miyar, La Chica, Iglesias, Riego, Torrecilla...» (Antonio V. Zazo, “Tradiciones del Madrid de rompe y rasga”, Mi Revista. Enciclopedia popular ilustrada, Madrid, 30 de septiembre de 1920, pág. 343.)
1929 «Vamos a charlar un rato largo y tendido sobre el mercado de la cebada. […] La primera piedra de este edificio se colocó con toda solemnidad en junio de 1870, en la que entonces se denominaba plaza de Riego.» (Pedro Massa, “Paseos de un hombre estadístico y sentimental”, El Liberal, Madrid, 3 abril 1929, pág. 5.)
1933 «La plaza de Riego. Esta noche de junio quiero dar un paseo por la matritense plazuela de la Cebada. Hace ciento diez años que D. Rafael del Riego halló en el vacío la hórrida danza de los ahorcados, en este paraje de tan fuerte sabor popular. […] Plazuela de la Cebada: nombre inexpresivo, vulgar… ¿No sería más ejemplar y más sugeridor que en lo sucesivo se denominase “plaza del General Riego”? Conviene no olvidar demasiado todo aquello que sea un emblema o sugiera una evocación de espíritu liberal.» (Emilio Carrere, “La plaza de Riego”, La Libertad, Madrid, domingo 11 de junio de 1933, pág. 1.)
«El juicio final sobre Riego puede resumirse en pocas palabras: Un mal estudiante, un niño malcriado y caprichoso, vano y de escasa entidad moral, un aventurero, un masón de obediencia ciega al Grande Oriente Inglés, un traidor, por lo tanto, a su patria, traición que enmascaró con una defensa extemporánea de la Constitución de 1812, vano y fútil motivo que, aún sin saberlo Riego y actuando probablemente como mero muñeco cuyos hilos movían otras manos, no pretendía otra cosa que la toma del poder por los liberales y la independencia de las colonias americanas.» (Fernando Álvarez Balbuena, “Rafael del Riego”, El Catoblepas, 2006, 54:17.)